lunes, 31 de enero de 2011

FanFic Slayers REMEMORANDO III



Resultaba obvio que Rodimus no era como los otros. Era mucho más educado que Zolf y desde luego, mucho más noble que Dilgear y Noonsa. A pesar de su blanca barba y pelada cabeza, su fuerte complexión y sus equilibrados rasgos faciales no engañaban al monje rojo, que estaba totalmente seguro de que Rodimus, el maduro Rodimus, era o había sido uno de los mejores caballeros que todo buen reino ha de tener. Llegó al grupo guiado por una confusa pista. Rodimus, a pesar de la larga busqueda sin resultados de su amada, no se rendía. Hombre de ideas fijas, muy tozudo, cuya tozudez le había conducido a lo largo de los años a grandes victorias, con inumerables y dolorosas bajas al frente. Rodimus, que durante aquellos tiempos, era un caballero que reposaba hasta nueva orden en un pueblecito cercano a la ciudad capital del Reino de Sairaag cayó presa de Cupido en la casa del talentoso herrero Lugandi. No fue el único pero sí el más dispuesto a conquistar a la hermosa muchacha que se encontraba como invitada en la humilde casa del herrero. No se enfrentaría al hijo de Lugandi pero ante la propuesta surgida por la muchacha, se lanzó a conseguirle un objeto del cúal ni había oido hablar pero que le aseguraba la mano de la muchacha. Una muchacha cuya petición le llevaría a los mismísimos infiernos pero dueño de un deseadísimo tesoro. Pasada practicamente una gran parte de su vida el caballero regresó triunfante al hogar del herrero, que muy a su pesar le informó de que la muchacha posiblemente habría fallecido. Pobre, pobre Rodimus, el gran caballero reacio a aceptar esa posibilidad, al escuchar comentar a dos compañeros de batalla que las brujas vivían más, aferrandose con uñas y dientes a esa otra posibilidad, recorrió los denominados Reinos magicos hasta llegar a la ciudad de Atlas, situada en El reino de Lyzeille, Reino aliado de Saillune. Atlas era una de las pocas ciudades en las cúales había una asociación de hechiceros. Para mayor desgracia de Zolf, era en la cúal trabajaba su padre. Zolf se sintió incapaz de aguantar aquello sin tomar antes alguna cerveza, por lo que se separó de su señor y los otros con gran rapidez. En la gran plaza de la ciudad era dónde se hallaba tán desagradable lugar. Zolf contemplaba a las gentes que entraban y salían con hermosas tunicas del mismo color. Algunas con detalles más elaborados que otras. Zolf daba un trago a su jarra de espumosa cerveza y resoplaba. Rodimus, que se encontraba en el mismo bar reponiendo fuerzas tras su largo camino a pie desde El reino de Saillune contemplaba a Zolf. Le resultaba un individuo repulsivo, de la clase de hombre, que no merecía ni ser acogido por unos monjes. Su manera de permanecer sentado y el grosero modo con el que pidió la segunda cerveza le indicaban a Rodimus que ese hombre debía de ser o un cazarrecompensas o un bandido.

-Me pregunto que habrá venido a hacer aquí ese hombre. -Dijo para si Rodimus mientras cortaba con furia la deliciosa y famosa carne asada de su plato. Nada más acabar de deborar toda la suculenta carne, se marchó pues la presencia de Zolf le disgustaba más de lo habitual. Habían pasado ya varias horas desde que Zolf se separase del grupo y paciente señor comenzaba a preocuparse. No era adivino pero la suposición de hallarle bebiendo como un cosaco no se desvanecía de su mente.

-Dilgear, mi buen amigo, ¿podrías ir a buscar a Zolf? Se nos hace tarde. -

-Sí, mi señor Rezo. -Respondió el hombre-bestia y se alejó dando largas zancadas.

Atlas resultaba un lugar extraño para el monje rojo, no pasaba el suficiente tiempo allí como para memorizar las calles, edificios y rincones de la ciudad, por lo que tenía una idea muy limitada de como era, dificultandole el desplazamiento por la ciudad. Sin embargo, notar la presencia de Zelgadiss junto a él, le sosegaba. Rodimus se dirigía hacía la plaza cuando chocó contra Dilgear, un individio que arrastraba al grosero Zolf, tán bebido que no era capaz de levantar su cuerpo del suelo. Rodimus los siguió pues como caballero que fue y aún se sentía, temía que esos dos preparan alguna malvada acción. Dilgear a pesar de los berrinches y pataletas de Zolf logró llegar hasta el monje rojo, que escuchaba atentamente las concisas y poéticas definiciones que Zelgadiss hacía del lugar en el que se encontraban. Zelgadiss se detuvó bruscamente al ver como Dilgear soltaba a Zolf, cuyo pesado cuerpo emitió un leve sonido similar al que habría emitido cualquier objeto al caer al rocoso suelo. El monje rojo dirigió su rostro al lugar en el que dedujó debía de estar Zolf, que trataba de levantarse para recuperar algo de dignidad, y simplemente le dijo:
-Me decepcionas, Zolf. -
En el tono de voz del monje rojo no se percibía ira, más bien tristeza. Dilgear y Zelgadiss miraban a Zolf, cosa que hizo sentirse más humillado a Zolf.
-¿¡Yo!? ¿¡Sólo yo!? ¡¡Apenas he bebido!! ¡¡Además si hubiese sabido que ibamos a venir a Atlas me habría emborrachado mucho antes!! -Comenzó a gritar Zolf con la cara rosada a causa de la ira y el alcohol que lo dominaban por completo. Dilgear y Zelgadiss se quedaron sin habla pues Zolf no solía comportarse así cuando estaba sobrio, es más ni se atrevía a decir palabras tán blasfemas como las que comenzó a lanzar cada vez más y más alto en presencia del monje rojo. Rodimus, que les había seguido y se encontraba lo más alejado posible no podía dar credito a lo que sus ojos veían y sus oidos oían. Rodimus pronto sintió admiración por aquel muchacho de rojas ropas que escuchaba sin enojarse semejantes groserias. Tras escupir al suelo, Zolf, incapaz de mantenerse por más tiempo en pie, cayó al suelo de espaldas. Rodimus quisó saber quienes eran, especialmente quien era la persona de rojo.
-Disculpeme, hermosa dama, ¿podría decirme quién es el joven vestido de rojo? -Preguntó con suma educación a la primera persona que pasó por su lado. Una mujer que se dirigía a la gran feria que se celebraba cerca de la plaza. La mujer se sorprendió pero al echarle una rapida mirada, comprendiendo que Rodimus debía de venir de muy lejos, le contestó con una gran sonrisa:
-Se trata de un gran hechicero que seguramente ha venido llamado por el presidente de la Asociación de hechiceros que se encuentra aquí mismo, en la plaza. Si se dirige allí, ellos le daran más información. -
-¡Oh! ¡Muchisímas gracias, hermosa dama! - Concluyó Rodimus, haciendo sonrojar a la mujer, que entre leves risitas, dio por finalizada la corta conversación con un de nada.
Rodimus pronto se dirigió hacía el gran edificio correspondiente a la asociación. Uno de ellos, cuya tunica no parecía muy adornada como muchas otras que había visto Zolf desde el bar, le dió toda la información que Rodimus le solicitó. El hombre también sonrió al hablar del monje rojo. Rodimus comenzó a pensar que aquel joven ciertamente debía de ser un personaje muy querido por la zona. Lo cúal le agradó pero cuando le preguntó sobre la identidad de sus acompañantes, el hombre no logró especificarle gran cosa.
-Creo que el muchacho y los otros hombres van con él. Lamento decirle que no sé más sobre ellos. -
Rodimus se marchó pues no iba a encontrar más información sobre ellos por parte de aquel hechiceros. Zolf, ya calmado pero con un terrible dolor de cabeza, no se veía con fuerzas para mirar a sus compañeros a la cara y mucho menos para alzar la mirada o la voz a su señor, por lo que recorrió la ciudad con Dilgear y Zelgadiss sin decir palabra. No resultó fácil encontrar posada pues con la gran feria que se celebraba esos días en Atlas, la ciudad estaba inundada de gente venida de diversos lugares, por lo que tuvieron que dar varias vueltas. Cansados, sin saber por que otros lugares de la ciudad buscar, la solución a ese problema se presentó ante ellos de la manera más inesperada.
-¿Pasar la noche en una casa de citas? Suena muy desesperado, mi señor Rezo. -Le comentó Dilgear al monje rojo.
-Lo sé pero las demás zonas de descanso están abarrotadas. No tenemos más remedio. -Le respondió el monje rojo con expresión pensativa. -Le diremos al buen hombre que sólo deseamos pasar la noche. -
Dilgear se encogió de hombros y Zelgadiss respiró de alivio pues ya no podía dar ni un paso más. Zolf se sorprendió de lo lejos que habían llegado pues la zona roja solían encontrarse muy alejadas del centro de las ciudades. El dueño del burdel que eligieron se sintió tan afortunado que les ofreció una de sus muchachas gratuitamente. Por supuesto, el monje rojo, se vió obligado a rechazarla, con mucha educación. Las camas no eran gran cosa, por lo que el monje rojo le comentó a Zelgadiss que ese no debía ser uno de los mejores prostibulos de la zona. Zelgadiss le miró abrumado al entrar a la habitación.
-No pienses mal de mi, mi niño, sólo te informó de la amplia gama de lugares como este que hay. -Le tranquilizó. El monje rojo antes de acostar al muchacho en la cama, se aseguró de que tanto las sabanas como las demás piezas de tela estuviesen lo más pulcras posibles. Zelgadiss le miró con absorto. Zelgadiss se sentía afortunado de vivir con el monje rojo pues era tán pulcro como las hermanas del hospicio y mucho más amable. Agradeció al Señor la infinita suerte que tenía y se acostó dando un largo bostezo. El monje rojo en cambio se dirigió a la entrada. El dueño del prostibulo y él mantuvieron una interesante charla hasta que Rodimus llegó.
-He visto a muchos grandes hombres por aquí pero jamás había visto a alguien como Ud. Dicen que es un gran hechicero. ¿Es cierto? -Le preguntaba entusiasmado el hombre apoyado sobre la puerta.
-Eso dicen pero yo nunca me he sentido asi. -Le respondió el monje rojo con voz neutra.
El hombre no podía dejar de mirarle, a pesar de sus rojizas ropas, color que ya había visto llevar a otros hechiceros, no le daba la impresión de gran hechicero, más bien le resultaba un joven monje. Posiblemente de alguna orden situada en lejanos reinos. El monje rojo imaginaba cúan confuso se encontraba el hombre por lo que le dijo:
-Tan sólo he venido a esta ciudad por una petición realizada por el mismisímo jefe de La asociación de hechiceros. Mañana me reuniré con él... No hay mucho más. -
Rodimus se colocó entre ambos, mirando al monje rojo. Jamás habría imaginado que lo encontraría en un prostibulo pero si era esa clase de hombre, no era quien para criticarle. Aclarandose la garganta, se presentó ante él:
-Soy Rodimus, antiguo caballero del Reino de Zephiria. Puesto que la gente de aqui le considera un gran hechicero, le ruego me ayude a encontrar a una hermosa bruja llamada Ozer. Es muy importante para mí, he de entregarle algo-
Por primera vez en su vida, el monje rojo se sintió bruscamente sorprendido. Aquel hombre se había pasado media vida en busca de una persona que no ya no existía. Ante la desesperada petición por parte de un viejo caballero locamente enamorado, el monje rojo, que aún no sabía como le explicarle sin romper su corazón de caballero que Ozer jamás sería encontrada, le dijo, sacando fuerzas para no resultar grosero, que se haría lo que se pudiese. A los pocos meses, el monje rojo obligó a Shazard Lugandi, hijo de Lugandi, el excepcional herrero, a desplazarse hasta su hogar para no sólo encontrar una solución piadosa sino para que enseñase a Zelgadiss algo que le vendría muy bien.

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