Interpretar un sueño
Freud y Jung fueron culpables de trasladar los sueños al «lenguaje de la vigilia»; por su parte, Hillman insiste en dejar ser al sueño, observándolo en su hábitat crepuscular natural, mirándolo profundamente, pero sin extraer de él un mensaje según los presupuestos del mundo de la conciencia despierta. «Para que la imagen de un sueño actúe en la vida debe, como un misterio, ser experimentada como plenamente real. La interpretación surge cuando hemos perdido contacto con las imágenes.»
Las imágenes de los sueños nada tienen que ver con las imágenes normales de los sentidos, por eso no podemos percibirlas verdaderamente con nuestros sentidos habituales. Tenemos que percibirlas con la misma conciencia psíquica de la que están compuestas, y eso significa percibir con la imaginación. Mejor todavía, «las imaginamos más que las percibimos, y no podemos percibir con la percepción sensorial las profundidades que no se despliegan en el mundo sensorial». Así, una imagen de un sueño puede ser ambigua y fugaz en un sentido -visualmente, quizá- pero, en otro, es siempre concreta y definida, aunque sólo sea como una sensación distinta o un sentimiento poderoso. La vaguedad de un sueño es, pues, parte de él tanto como pueda serlo cualquier contenido manifiesto; la manera en que nos llega un sueño es parte de su expresión. Su ambigüedad, por tanto, no necesita ninguna resolución. «Queramos o no, el sueño se presenta con los ropajes de la duplicidad», escribe Hillman en El sueño y el inframundo. «Si los sueños son los maestros del ego divino, esa duplicidad es la instrucción esencial que imparten [...]. En realidad, la duplicidad es una ley básica de la imaginación.»
Aunque no deberíamos interpretar nuestros sueños, no deberíamos temer amplificarlos imaginativamente, a través de la asociación, por ejemplo, y, sobre todo, mediante la epistrophé: una «vuelta» al trasfondo arquetípico de los sueños mediante la semejanza. Debemos preguntarnos: «¿Qué arquetipo está en acción en nuestro inconsciente? ¿Qué dios influye furtivamente en nuestra vida? ¿Qué mito estamos viviendo sin darnos cuenta?». El acto de utilizar el sueño para ver, a través y más allá de la apariencia literal de nuestra vida despierta, las narraciones imaginativas más amplias en que vivimos, nos libera de cualquier modelo en el que estemos fijados. Contar historias -contar los mitos de la tribu- es intrínsecamente sanador y liberador para el alma.
Cuando Tertuliano escribió que «la mayoría de la humanidad debe a los sueños su conocimiento de Dios» estaba repitiendo la creencia, extendida por igual entre cristianos y paganos, de que los sueños son daimónicos y median entre nosotros y los dioses. Esto significa que las imágenes -por ejemplo, de amigos y familiares- que encontramos en los sueños no son literales. No se refieren exclusivamente a sus réplicas de la vigilia. «En los sueños somos visitados por dáimones, ninfas, héroes y dioses, con la forma de los amigos con que estuvimos la tarde anterior.» Como en Homero, el dios puede aparecer bajo el aspecto de un amigo vivo.
Las personas de los sueños no son exclusivamente expresión de nuestra psique: «Son imágenes de la sombra que asumen papeles arquetípicos; son personae, máscaras, en cuyo vacío hay un numen». La razón de que los dáimones no aparezcan como tales, sino disfrazados como los amigos de la tarde anterior, dice Hillman, es que esas personas del sueño son necesarias para hacer el alma: «Son necesarias para el trabajo de descubrir, de desliteralizar. Sin los amigos de la tarde anterior, un sueño sería una comunicación directa con los espíritus. Sin embargo, un sueño no es una visión, como la psique no es el espíritu».
La memoria
La debilidad de la memoria, y su fuerza, es que no es simplemente un registro de acontecimientos del pasado. Toma los acontecimientos y los mezcla con fantasías y hechos imaginados. Es astuta y engañosa. Aunque nosotros pensemos que la memoria almacena pasivamente acontecimientos que pueden ser recuperados en un momento dado, como si fueran archivos, en realidad permanece secretamente en acción, cambiando la forma de sus contenidos. Fabula, e incluso hay cosas que se inventa por completo, como puede hacer la imaginación. La mitología griega hace de Memoria -Mnemósine- la madre de las musas que presiden las artes. Se entendía que la memoria está preñada de poder imaginativo y que en modo alguno es un sistema inconsciente de recuperación de datos; la memoria es siempre una adornadora, una creadora de mitos, una falsificadora de hechos y una literalizadora de ficciones.
La memoria es la forma que toma la imaginación cuando quiere convencernos de su realidad. Las personas y los acontecimientos imaginados son en efecto reales, como ya he insistido suficientemente. Pero la imaginación no espera de nosotros -muy justamente- que a nuestra manera poco imaginativa y literal los tratemos como si fueran reales. Por eso los presenta como no imaginativos y literales, y así creemos que sucedieron realmente. Pero independientemente de lo vívidos que los recordemos, no sucedieron necesariamente. Su realidad es mítica, no histórica. «Estas cosas nunca sucedieron; existen desde siempre», nos recuerda Salustio. Ésta fue la intuición de Freud sobre los «recuerdos» de sus pacientes, y el comienzo del reconocimiento de la psicología profunda de una realidad daimónica que no es literal.
Esa realidad es la norma, desde luego, en las culturas tradicionales, cuyos mitos se presentan como acontecimientos que sucedieron en el pasado, especialmente en el principio; y cuyos rituales, estrechamente relacionados con los mitos, son reactualizaciones concretas -rememoraciones- de acontecimientos seminales del pasado, especialmente de la creación del mundo. Sin embargo, nadie toma esos acontecimientos pasados al pie de la letra. Es como si supieran que la idea del pasado es una estratagema para conferir mayor realidad al mito y al ritual.
La hipnosis
La reciente popularidad de la hipnosis como clave para abrir el pasado es interesante. La hipnosis misma está lejos de ser bien comprendida. El debate actual sobre ella está tan polarizado como el debate sobre la realidad que despiertan los «recuerdos». Una parte dice que los trances hipnóticos son reales, aunque esté poco claro cómo se inducen exactamente. La oposición afirma que no son reales, sino que son simplemente estados de profunda relajación en un sujeto susceptible. Así pues, todos los recuerdos que se recuperan desde un estado hipnótico o bien son relatos precisos de acontecimientos, según dice la primera facción, o bien están fabricados más o menos conscientemente por el sujeto, según dice la segunda. Una vez más, no deberíamos ponernos de parte de ninguna de las dos.
Sólo tenemos que reconocer que la hipnosis, hija del mesmerismo decimonónico, es una técnica entre muchas otras para inducir un estado psíquico alterado, esto es, para entrar en el Otro Mundo. Los métodos tradicionales incluyen ayuno, oración, dolor, drogas, enfermedad, música, cantos y meditación para inducir el trance, la posesión, el éxtasis o la visión. Aquellos que tienen una especial facilidad, o incluso una vocación, para esos estados son llamados místicos, poetas, médiums, hechiceros o chamanes. Pero he sostenido en otra parte que todos necesitamos algún contacto con el Otro Mundo, sea a través de los sueños, la imaginación o la visión, porque ese contacto es esencial para esta iniciación, sin la cual nuestras vidas no son vividas en el sentido más pleno.
Desde el punto de vista daimónico, el deseo de la regresión hipnótica procede del deseo de literalizar el pasado mítico. Queremos literalizar nuestros encuentros epifánicos con dáimones y convertirlos en encuentros de la tercera (¿o es la cuarta?) fase; deseamos literalizar los sufrimientos de nuestra infancia y transformarlos en traumas. Anhelamos descubrir aquel momento preciso en que las cosas fueron mal. A veces la hipnosis nos llevará más allá de la infancia, antes del nacimiento, a una «vida pasada» en la que descubrimos la causa de nuestros desórdenes presentes.
Todo esto es necesario, en cierta manera, porque uno de los mitos más potentes del alma es el mito de los Orígenes, el mito de cómo empezó todo, sea la Creación del mundo o el nacimiento de una neurosis. Pero es un mito, y no se lo debe confundir con la historia, como si las cosas empezaran en algún momento del tiempo. Adaptando la observación de Salustio: «Estas cosas nunca empezaron; existen desde siempre»… y siempre están empezando. La idea del principio siempre está presente como una posibilidad en la psique.
Por eso la actividad principal de dioses y antepasados en las culturas tribales se sitúa en el pasado. No están nunca activos en el presente. Las creencias actuales de las culturas tradicionales se basan en antiquísimas historias de actos de creación, o de la lucha contra los espíritus del mal, o de la introducción de las artes civilizadoras. Volver a contar los mitos y reactualizar los rituales mantiene ese pasado constantemente presente, y refleja el hecho de que siempre se está produciendo en la psique colectiva.
En lugar de literalizar el pasado, podríamos imaginarlo en términos de la epístrofé de Plotino, el «retorno»: «la idea de que todas las cosas desean regresar a los arquetipos originales de los que son copias y de los que proceden». En vez de rastrear una imagen hasta su «origen», imaginémosla de nuevo en su arquetipo. Psicológicamente hablando, preguntémonos: ¿cuál es el trasfondo arquetípico de esta imagen del sueño o de este patrón de conducta o de estos síntomas? ¿Qué dios está en ellos o detrás de ellos?
Este método de restitución nos saca de las constricciones estrictamente personales y nos introduce en un contexto más amplio, colectivo, más mítico, donde nuestras exasperaciones privadas puedan expandirse y gravitar hacia sus complementos míticos; donde las ataduras del hecho literal se puedan cortar, y se abran a la metáfora y a sus múltiples significados; donde la historia se disuelva en el mito; donde nuestras vidas personales se vuelvan a conectar con los dioses impersonales para volvernos al mismo tiempo menos importantes en cuanto al ego y más importantes en cuanto a nuestra realidad esencial. [...]
Desde el punto de vista del recuerdo, de la conciencia, olvidar es, en el mejor de los casos, un fastidio, y en el peor, una represión envenenada. Pero el olvido tiene su propia perspectiva unida al dormir, a los sueños, y en última instancia, a la muerte. Las experiencias del Mundo Inferior, desde sueños a abducciones alienígenas, se resisten a ser recordadas porque no quieren ser forzadas bajo el yugo de la conciencia coactiva del ego. Recordar nuestros sueños es a menudo, como ya he sugerido, un proceso de arrastrarlos hacia la luz del día y someterlos a explicaciones e interpretaciones. Olvidar puede ser, perfectamente, un movimiento necesario pero en sentido contrario: una entrada en la oscuridad, una pérdida de conciencia para despertar a otra diferente, la conciencia de los sueños que apenas puede recordar el cotidiano mundo de la vigilia.
Olvidar podría ser la manera de recordar del inconsciente. Cuando el alma quiere recordarnos su presencia, abre una grieta en la base de la conciencia, a través de la cual se desliza lo único que absolutamente debemos recordar; y olvidamos. Olvidar lo que creemos que es importante podría ser recordar aquello que es verdaderamente importante.
Freud y Jung fueron culpables de trasladar los sueños al «lenguaje de la vigilia»; por su parte, Hillman insiste en dejar ser al sueño, observándolo en su hábitat crepuscular natural, mirándolo profundamente, pero sin extraer de él un mensaje según los presupuestos del mundo de la conciencia despierta. «Para que la imagen de un sueño actúe en la vida debe, como un misterio, ser experimentada como plenamente real. La interpretación surge cuando hemos perdido contacto con las imágenes.»
Las imágenes de los sueños nada tienen que ver con las imágenes normales de los sentidos, por eso no podemos percibirlas verdaderamente con nuestros sentidos habituales. Tenemos que percibirlas con la misma conciencia psíquica de la que están compuestas, y eso significa percibir con la imaginación. Mejor todavía, «las imaginamos más que las percibimos, y no podemos percibir con la percepción sensorial las profundidades que no se despliegan en el mundo sensorial». Así, una imagen de un sueño puede ser ambigua y fugaz en un sentido -visualmente, quizá- pero, en otro, es siempre concreta y definida, aunque sólo sea como una sensación distinta o un sentimiento poderoso. La vaguedad de un sueño es, pues, parte de él tanto como pueda serlo cualquier contenido manifiesto; la manera en que nos llega un sueño es parte de su expresión. Su ambigüedad, por tanto, no necesita ninguna resolución. «Queramos o no, el sueño se presenta con los ropajes de la duplicidad», escribe Hillman en El sueño y el inframundo. «Si los sueños son los maestros del ego divino, esa duplicidad es la instrucción esencial que imparten [...]. En realidad, la duplicidad es una ley básica de la imaginación.»
Aunque no deberíamos interpretar nuestros sueños, no deberíamos temer amplificarlos imaginativamente, a través de la asociación, por ejemplo, y, sobre todo, mediante la epistrophé: una «vuelta» al trasfondo arquetípico de los sueños mediante la semejanza. Debemos preguntarnos: «¿Qué arquetipo está en acción en nuestro inconsciente? ¿Qué dios influye furtivamente en nuestra vida? ¿Qué mito estamos viviendo sin darnos cuenta?». El acto de utilizar el sueño para ver, a través y más allá de la apariencia literal de nuestra vida despierta, las narraciones imaginativas más amplias en que vivimos, nos libera de cualquier modelo en el que estemos fijados. Contar historias -contar los mitos de la tribu- es intrínsecamente sanador y liberador para el alma.
Cuando Tertuliano escribió que «la mayoría de la humanidad debe a los sueños su conocimiento de Dios» estaba repitiendo la creencia, extendida por igual entre cristianos y paganos, de que los sueños son daimónicos y median entre nosotros y los dioses. Esto significa que las imágenes -por ejemplo, de amigos y familiares- que encontramos en los sueños no son literales. No se refieren exclusivamente a sus réplicas de la vigilia. «En los sueños somos visitados por dáimones, ninfas, héroes y dioses, con la forma de los amigos con que estuvimos la tarde anterior.» Como en Homero, el dios puede aparecer bajo el aspecto de un amigo vivo.
Las personas de los sueños no son exclusivamente expresión de nuestra psique: «Son imágenes de la sombra que asumen papeles arquetípicos; son personae, máscaras, en cuyo vacío hay un numen». La razón de que los dáimones no aparezcan como tales, sino disfrazados como los amigos de la tarde anterior, dice Hillman, es que esas personas del sueño son necesarias para hacer el alma: «Son necesarias para el trabajo de descubrir, de desliteralizar. Sin los amigos de la tarde anterior, un sueño sería una comunicación directa con los espíritus. Sin embargo, un sueño no es una visión, como la psique no es el espíritu».
La memoria
La debilidad de la memoria, y su fuerza, es que no es simplemente un registro de acontecimientos del pasado. Toma los acontecimientos y los mezcla con fantasías y hechos imaginados. Es astuta y engañosa. Aunque nosotros pensemos que la memoria almacena pasivamente acontecimientos que pueden ser recuperados en un momento dado, como si fueran archivos, en realidad permanece secretamente en acción, cambiando la forma de sus contenidos. Fabula, e incluso hay cosas que se inventa por completo, como puede hacer la imaginación. La mitología griega hace de Memoria -Mnemósine- la madre de las musas que presiden las artes. Se entendía que la memoria está preñada de poder imaginativo y que en modo alguno es un sistema inconsciente de recuperación de datos; la memoria es siempre una adornadora, una creadora de mitos, una falsificadora de hechos y una literalizadora de ficciones.
La memoria es la forma que toma la imaginación cuando quiere convencernos de su realidad. Las personas y los acontecimientos imaginados son en efecto reales, como ya he insistido suficientemente. Pero la imaginación no espera de nosotros -muy justamente- que a nuestra manera poco imaginativa y literal los tratemos como si fueran reales. Por eso los presenta como no imaginativos y literales, y así creemos que sucedieron realmente. Pero independientemente de lo vívidos que los recordemos, no sucedieron necesariamente. Su realidad es mítica, no histórica. «Estas cosas nunca sucedieron; existen desde siempre», nos recuerda Salustio. Ésta fue la intuición de Freud sobre los «recuerdos» de sus pacientes, y el comienzo del reconocimiento de la psicología profunda de una realidad daimónica que no es literal.
Esa realidad es la norma, desde luego, en las culturas tradicionales, cuyos mitos se presentan como acontecimientos que sucedieron en el pasado, especialmente en el principio; y cuyos rituales, estrechamente relacionados con los mitos, son reactualizaciones concretas -rememoraciones- de acontecimientos seminales del pasado, especialmente de la creación del mundo. Sin embargo, nadie toma esos acontecimientos pasados al pie de la letra. Es como si supieran que la idea del pasado es una estratagema para conferir mayor realidad al mito y al ritual.
La hipnosis
La reciente popularidad de la hipnosis como clave para abrir el pasado es interesante. La hipnosis misma está lejos de ser bien comprendida. El debate actual sobre ella está tan polarizado como el debate sobre la realidad que despiertan los «recuerdos». Una parte dice que los trances hipnóticos son reales, aunque esté poco claro cómo se inducen exactamente. La oposición afirma que no son reales, sino que son simplemente estados de profunda relajación en un sujeto susceptible. Así pues, todos los recuerdos que se recuperan desde un estado hipnótico o bien son relatos precisos de acontecimientos, según dice la primera facción, o bien están fabricados más o menos conscientemente por el sujeto, según dice la segunda. Una vez más, no deberíamos ponernos de parte de ninguna de las dos.
Sólo tenemos que reconocer que la hipnosis, hija del mesmerismo decimonónico, es una técnica entre muchas otras para inducir un estado psíquico alterado, esto es, para entrar en el Otro Mundo. Los métodos tradicionales incluyen ayuno, oración, dolor, drogas, enfermedad, música, cantos y meditación para inducir el trance, la posesión, el éxtasis o la visión. Aquellos que tienen una especial facilidad, o incluso una vocación, para esos estados son llamados místicos, poetas, médiums, hechiceros o chamanes. Pero he sostenido en otra parte que todos necesitamos algún contacto con el Otro Mundo, sea a través de los sueños, la imaginación o la visión, porque ese contacto es esencial para esta iniciación, sin la cual nuestras vidas no son vividas en el sentido más pleno.
Desde el punto de vista daimónico, el deseo de la regresión hipnótica procede del deseo de literalizar el pasado mítico. Queremos literalizar nuestros encuentros epifánicos con dáimones y convertirlos en encuentros de la tercera (¿o es la cuarta?) fase; deseamos literalizar los sufrimientos de nuestra infancia y transformarlos en traumas. Anhelamos descubrir aquel momento preciso en que las cosas fueron mal. A veces la hipnosis nos llevará más allá de la infancia, antes del nacimiento, a una «vida pasada» en la que descubrimos la causa de nuestros desórdenes presentes.
Todo esto es necesario, en cierta manera, porque uno de los mitos más potentes del alma es el mito de los Orígenes, el mito de cómo empezó todo, sea la Creación del mundo o el nacimiento de una neurosis. Pero es un mito, y no se lo debe confundir con la historia, como si las cosas empezaran en algún momento del tiempo. Adaptando la observación de Salustio: «Estas cosas nunca empezaron; existen desde siempre»… y siempre están empezando. La idea del principio siempre está presente como una posibilidad en la psique.
Por eso la actividad principal de dioses y antepasados en las culturas tribales se sitúa en el pasado. No están nunca activos en el presente. Las creencias actuales de las culturas tradicionales se basan en antiquísimas historias de actos de creación, o de la lucha contra los espíritus del mal, o de la introducción de las artes civilizadoras. Volver a contar los mitos y reactualizar los rituales mantiene ese pasado constantemente presente, y refleja el hecho de que siempre se está produciendo en la psique colectiva.
En lugar de literalizar el pasado, podríamos imaginarlo en términos de la epístrofé de Plotino, el «retorno»: «la idea de que todas las cosas desean regresar a los arquetipos originales de los que son copias y de los que proceden». En vez de rastrear una imagen hasta su «origen», imaginémosla de nuevo en su arquetipo. Psicológicamente hablando, preguntémonos: ¿cuál es el trasfondo arquetípico de esta imagen del sueño o de este patrón de conducta o de estos síntomas? ¿Qué dios está en ellos o detrás de ellos?
Este método de restitución nos saca de las constricciones estrictamente personales y nos introduce en un contexto más amplio, colectivo, más mítico, donde nuestras exasperaciones privadas puedan expandirse y gravitar hacia sus complementos míticos; donde las ataduras del hecho literal se puedan cortar, y se abran a la metáfora y a sus múltiples significados; donde la historia se disuelva en el mito; donde nuestras vidas personales se vuelvan a conectar con los dioses impersonales para volvernos al mismo tiempo menos importantes en cuanto al ego y más importantes en cuanto a nuestra realidad esencial. [...]
Desde el punto de vista del recuerdo, de la conciencia, olvidar es, en el mejor de los casos, un fastidio, y en el peor, una represión envenenada. Pero el olvido tiene su propia perspectiva unida al dormir, a los sueños, y en última instancia, a la muerte. Las experiencias del Mundo Inferior, desde sueños a abducciones alienígenas, se resisten a ser recordadas porque no quieren ser forzadas bajo el yugo de la conciencia coactiva del ego. Recordar nuestros sueños es a menudo, como ya he sugerido, un proceso de arrastrarlos hacia la luz del día y someterlos a explicaciones e interpretaciones. Olvidar puede ser, perfectamente, un movimiento necesario pero en sentido contrario: una entrada en la oscuridad, una pérdida de conciencia para despertar a otra diferente, la conciencia de los sueños que apenas puede recordar el cotidiano mundo de la vigilia.
Olvidar podría ser la manera de recordar del inconsciente. Cuando el alma quiere recordarnos su presencia, abre una grieta en la base de la conciencia, a través de la cual se desliza lo único que absolutamente debemos recordar; y olvidamos. Olvidar lo que creemos que es importante podría ser recordar aquello que es verdaderamente importante.
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