sábado, 26 de noviembre de 2011

ROJO RELATIVO Historia 22

NOTA DEL AUTOR (O AUTORA XD):
Christine y Erik son personajes originales de WaterLillySquiggles y Miss Whoa Back Off ^^
Ferrissian DiCallium es personaje original de QP/Diana ^^
Los otros personajes que puedan surgir en el FanFic son cosa mia y si no, os lo haré saber ^^
La historia es contada en primera persona. A veces según Rezo, otras según Zelgadiss o según ambos pero esta historia va a ser contada entre la copia de Rezo y Eris (creo que va siendo hora de darle un nombre al pobre u_u)
Pues que puedo decir que no haya dicho ya, es un autentico dramón, especialmente por las cosas que tendría que haber aguantado él al ir volviendose Eris cada vez más lejana de la realidad pero como ambos personajes me gustan mucho, voy a tratar de portarme bien con ambos, es decir, ni él excesivamente malo ni ella excesivamente mala. Yo me he basado mucho en los mangas y un poco en el anime, por lo que eso de que intente matar a Rezo es algo que él confiesa en el manga y la aparición de un demonio también. Que Eris le empiece a obligar a ser como Rezo, es más basado en el anime, o la contratación de Zangulus y Vrumugun ^^ Es MUY triste y a veces con un contenido bastante fuerte pero aún así espero que os guste ^^'

Dedicado especialmente a KEIreland, otra gran fan de la copia de Rezo ^^
FanFic Slayers
Rojo Relativo - La ciencia y sus consecuencias

Él, mi creador, Rezo, era un hombre extraño aunque bien pensado, todos los sabios lo son, jugando con la magía, retando a las leyes de la propia madre naturaleza, todo a fin de demostrar o en su caso, conseguir sus objetivos. Sus manos eran realmente suaves y su voz siempre parecía tán agradable y calmada, yo, aún habiendo surgido de algunas partes de él, jamás llegaría a ser él como ella, su ayudante, deseaba y se esmeraba en obligarme a ser. Dado que él había nacido ciego, yo también vivía rodeado de oscuridad pero se desembolvía con mayor seguridad e incluso elegancia de lo que yo lo haría. Era casi de chiste, un ciego que llevaba a otro ciego hasta el que sería su hogar, un frio y silencioso lugar, en el que tán podría escuchar las respiraciones de criaturas más extrañas y sin lugar a dudas, más espantosas que yo. Nuestros pasos resonarían, en aquel lugar, tus pasos siempre resonaban hasta que él se detuvo con una consecuente parada por mi parte. Notar el frio hierro de las cadenas sobre mis muñecas me asustaría y como un niño gritaría e intentaría alejarme pero todo lo que conseguiría sería caer de culo.
-Tranquilo. -Me diría con su escalofriantemente calmada voz ayudandome a levantarme. -Esto es un mero formalismo. -
El frio contacto de los hierros sobre mi piel, provocaron que tiritase unos instantes. En En el rincón en el cúal pasaría practicamente todo el tiempo no habría una mullidita cama ni nada parecido, por lo que tendría que dormir en el suelo como cualquier animal pero al sentir sobre mis hombros cayendo por mi espalda la suavidad y calidez de una gruesa tela, supé que no me dejaría pasar frio.
-Al estar bajo tierra, esta parte del laboratorio es la más fria. -Me comentó percibiendo mi confusión. No sabría explicarlo bien pero siempre hubo algo que me apaciguaba a la vez que atemorizaba en él. Apoyandome en la fria y dura pared, me iría dejando caer ocupando así el que era mí espacio. Aunque era alimentado y examinado regularmente, él no sentía aprecio por mí, incluso un animal domestico hubiese recibido más cariño pero no me importaba porque apenas había desarrollado mis capacidades mentales plenamente, o sea, era como un chiquillo de apenas años.

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Rezo antes de mostrarme su último especimen, me pediría seguir el protocolo como con los otros especimenes muy especificamente.
-Recuerda, que si te escogí para ser mi ayudante aquí, es porque te consideré la más preparada y talentosa. -Me recordaría con firmeza antes de retirar el sello magíco de aquella zona del gran laboratorio que poseía en Sairaag.
-Lo sé y le prometo que no le fallaré, Maestro Rezo. -Sería mi respuesta pero lo que mis ojos vieron superó todo lo que me había venido a la mente en el momento en que me explicó en que consistiría el experimento que estaba preparando. No era una criatura, era un humano, un humano de apariencia identica a la suya. Estoy segura que los demás ayudantes como Crystal o Cliff se hubiese quedado tán atónitos como lo hice yo. ¿Eso era posible?
-Mi dulce Eris, no es humano realmente, a esta clase de criaturas de apariencia igual a la de su creador se les conoce por el nombre de Humunculo. -Me informaría con tranquilidad, como si no fuese para tanto. -Yo tampoco pude creerlo cuando un hechicero me lo comentó, por lo que quisé informarme un poco antes de crearlo. -Añadió arqueando una ceja girando su rostro hacía el especimen, que tenía las manos fuertemente atadas por unas cadenas como si fuese nuestro prisionero. Me solicitó ocuparme de que no le faltase comida y de que si le encontraba en estado preocupate, se lo hiciese saber de inmediato, lo cúal resultó una tarea realmente difícil, que cumplí lo mejor que pude, procurando mantener las palabras de Rezo en mi mente. "No es humano realmente, es como un titere" Me repetía una y otra vez al contemplarle comer en silencio. Era como un niño pequeño, lo que me hacía sentir aún peor pues no sabía hablar ni manejar cubiertos, a veces, tenía que echarle una mano. Me mantenía fiel al protocolo pero no podía disimular mi desagrado en según que partes de los experimentos. Llevarlo encadenado, por ejemplo, me parecía innecesario, a mí parecer, era el único especimen que aún pudiendo hacernos daño, no lo haría pues no sabría como.
-Maestro Rezo, ¿no le parece un poco extremo por nuestra parte? Apenas se maneja por si mismo. -Le comentaba cuando no podía reprimir más mi desagrado, al verlo traerlo tirando de él por las cadenas como haciamos con las criaturas mutadas que usabamos en experimentos anteriores.
-Eris, es una medida de protección. Uno nunca puede estar totalmente seguro de lo que podría o no ser capaz de hacernos. -Me explicaría mientras lo colocabamos entre los dos en una larga mesa de madera para examinarle. Trás varias pruebas que cualquier curandero podría realizar a humanos también, con gesto pensativo llegaría a una conclusión que me asustó. -Si quiero continuar con este experimento, he de encontrar el modo de alargar su existencia. -
Él era tán fragil como un recien nacido, cualquier golpe o hechizo magico le causaba mayor daño o como un enfermo cuya enfermedad le incapacitase para compatir otras, del grado de gravedad que fuese. Rezo pasaría día y noche en busca de una solución a ese incoveniente. Las quimeras tampoco llegaban a alcanzar una vida muy larga pero no eran ni la mitad de importantes para Rezo, en aquellos momentos, como él. La primera impresión que McKind me trasmitió fue la de encontrarme frente a un hombre que era todo lo contrario a Rezo. Sus cabellos eran andulados y muy grises, aunque atractivo, no poseía los rasgos tán juveniles y finos que Rezo y sus ojos, sus ojos al igual que sus palabras parecían indicar una arrogancia y bufoneria inmadura. Además su tunica era de un oscuro azul que contrastaba con la rojisíma tunica de Rezo. Acariciandose la fina barba de tonalidades grisadas como su cabello, mirando a Rezo con una ceja alzada, exigiría saber para qué se le requería.
-¡Ceiphiel! Trás un largo viaje de mierda, aquí me tienes. ¿Puedo saber para qué? -Preguntaría cansado pero burlón.
-¿Tú para qué crees? -Le respondería Rezo sin perder aplomo, la mar de tranquilo. -Necesito que me ayudes a construir una maquina. -
Dando un sonoro resoplido, remangandose las largas mangas de su tunica diría:
-¿Una maquina? Bien pero antes debería saber para qué. -
-Es para mi copia, es decir, para el especimen de mi último experimento. -Le iría explicando tranquilamente Rezo acercandose al hechicero. -Al parecer, los humunculos no son tán iguales como los humanos, así que... -
-¡No necesito oir más! -Exclamaría McKind interrumpiendo bruscamente a Rezo. -Pero Rezo, hace años y años que no ejercito mis conocimientos en este campo, si sale mal, yo no me hago responsable. -Añadiría McKind como advirtiendole de lo que pudiese pasar.
-¿Pero sabrás usar tus manos? Sigue mis instrucciones y todo irá bien. -Le soltaría Rezo con tono de voz pretendidamente animado colocando una mano sobre su espalda.
Al día siguiente se pondrían manos a la obra con la maquina. Cada vez que yo les visitaba, la maquina adquería un aspecto más cercano al deseado, bajo la amplia sabana que la cubría. Puesto que no apenas salían del laboratorio, mis visitas no duraban mucho pues sólo me dirigía para llevarles algo de comida o alguna bebida que la acompañase. Los planos que McKind seguía religiosamente, realizados a partir de las definiciones que Rezo le otorgó en su primer momento, estaban extendidos sobre una de las largas mesas de madera que había en la amplia sala. Aunque a veces les echaba un vistazo como una chiquilla muerta de curiosidad, no comprendía palabra o dibujo alguno. al poco de ser finalizada, me sería enseñada, para que así pudiese describirsela a Rezo. Mi primera definición fue más sencilla de lo que a Rezo le hubiese agradado.
-Parece un sillón. -Comenté acercandome a ella un poco, alzandome la larga falda blanca que tenía mi traje para no pisarla y no tropezar delante de ellos. ¡Me hubiese muerto de la verguenza!
-Qué ingenioso por tu parte Eris, pero me gustaría saber algo más. -Me reprendería a la espera de una segunda descripción. McKind reiría ante mi ocurrencia, lo cúal me hizo sonrojar fuertemente las mejillas. Examinando la maquina con mayor atención, comence a dar detalles:
-Pues como ya he dicho parece un sillón, un sillón de piedra del cúal surgen unos finos tubos de cristal que deduzco se le engancharan al... Al especimen de algún modo y creo ver... Un grueso grillete y otros de menor tamaño en donde estarían las manos posadas... -
No conseguí continuar describiendo lo que veía, me parecía espantoso el tener que encadenarle, fuese donde fuese aunque Rezo me hubiese explicado más de mil veces que era necesario.
-No te asustes. Sé que parece horrible pero no sabemos como puede reaccionar y creeme, lamentaría encontrarte muerta. -McKind sería el único en tratar de suavizar la fea impresión que causaban los grilletes. Fueron las palabras más crueles y duras que jamás había escuchado en toda mi vida, ni Rezo me había expuesto de tál modo, tán crudo, sus experimentos más inmorales, por lo que, antes de que las lagrimas surgiesen frente a ellos, me alejé corriendo. Acostada sobre mi cama lloraría practicamente toda la noche hasta caer somnolienta. Por mucho que me esforce en mantener mis sentimientos a un lado para ser lo más practica posible, no lo conseguía del todo y Rezo lo acabaría sabiendo.
-Eris, mi dulce y buena Eris, me parece que no obré bien al escogerte como mi ayudante en este proyecto. -Escucharía a Rezo decirme al día siguiente dando un paseo por la ciudad de Sairaag antes de llegar a su laboratorio. Yo sabía tán bien como él, que era lo mejor para mí pero eso significaría no volver a pasar ningún momento junto a él, lo que verdaderamente me rompía el corazón en mil pedazos, pequeños y muy afilados como el cristal, por lo que le suplicaría darme una oportunidad, prometiendole suma obediencia y mejorar mi actitud.
-¡Por favor, maestro Rezo, se lo ruego, permitame seguir trabajando a su lado! ¡Le juro que me esforzaré y que seré fuerte! -Le rogaría sollozando aferrandome a él, colocando mi cabeza sobre su pecho como una chiquilla arrepentida que desea mejorar para complacer a su padre. Rezo adoptaría una pose pensativa pero al cabo de un rato, dedicandome una maravillosa sonrisa diría:
-Está bien, Eris, pero sólo tendrás una oportunidad. -

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A Eris no parecía caerle demasiado bien el hechicero, McKind pero era de uno de los pocos amigos que Eris conocía de Rezo, ciertamente, un hombre muy extraño, educado, amable y muy respetado pero con apenas amistades, por no decir, ninguna realmente. McKind se quedaría unos días más para comprobar que la maquina, la maquina que habían construido para mí, funcionaba correctamente. McKind cada vez que me veía solía exclamar, a veces daba la sensación de hacerlo a proposito, cosas que podían provocar enojo en mi creador pero incluso, molesto, parecía tán tranquilo y agradable, que era casi antinatural.
-¡Fascinante! Cada vez que le miro y luego te miro a tí, es como si estuviese ante dos hermanos gemelos. -Eran las palabras que escuchaba salir de su boca trás una risilla traviesa. Rezo le respondía:
-Cuando hayas acabado de hacer tus disparatadas observaciones, ¿serías tán amable de ayudarme a poner la maquina en marcha o explicarme al menos como funciona? -
-Faltaría más. -Replicaría el hechicero y sus pasos resonarían alejandose un poco de nosotros, al instante ordenaría que Rezo me llevase hasta la maquina. -Traemelo e iré explicandotelo paso a paso. -
Como yo no sabía lo que podría sucederme, me mostre poco colaborador pero con sólo tirar de las cadenas insistentemente sería llevado casi a arrastras, como un chiquillo rebelde o un reo que se niega a entrar a su celda. A diferencia de Eris, a McKind no le horrorizaba tanto el trato que recibía. Ya lo había visto en otras ocasiones, por algún motivo estaba prohibido ejercer magía experimental.
-Vamos, sé un buen chico, es bueno para tí. -Me animaba McKind mientras me agarraba de las muñecas para quitarme las cadenas antes de empujarme hacía la maquina, al darme ese pequeño golpe, pude percibir que sus manos eran muy diferentes de las de Rezo, cuyo material era frio y duro como las piedras de las paredes. -No es muy complicado, has de colocarle los grilletes primero, asegurandote de que está bien sujeto. -Comenzaría a explicar haciendome lo que iba diciendo, el frio cuero sobre mi piel me inmovilizó al instante, podría agitarme cuanto quisiese pero estaba bien preso en esa maquina con apariencia de asiento. Su voz se iría volviendo maliciosa al continuar con la explicación. -Luego tendríamos que colocar intravenosamente los tubos de cristal, pues por ellos pasará la sustancia que le ayudará a... Recuperarse. -Al sentir el cristal clavarse como un aguijón sobre mi sensible carne, grite llegando a dejar escapar algunas lagrimas, hasta ese momento jamás había sentido un dolor igual. -¿Entiendes? Por este motivo no envidio el trabajo de un curandero. -
-Ya, ya... ¿Eso es todo? -Querría saber Rezo ignorando mis sollozos y sonoros retuerzos de mi cuerpo. McKind añadiría antes de irse:
-Procura quitarle los tubos de cristal un poco antes de que el bote en que esta el liquido se quede vacio, si no, no creo que sea muy bueno para él descubrirlo o ten a mano otro bote de cristal que intercambiar. -
Ellos decían que era buena para mí pero aquella maquina era como la peor tortura imaginable, llegué a temerla y luego a odiar con todas mis fuerzas pero era cierto, seguramente sin ella, no habría aguantado tantos años. Rezo, no sé si por bondad o por astucia, suavizaría el necesario paso usando su magía para poder meterme en la maquina sin armar espectaculos de ninguna clase o para evitarme el dolor. Estoy seguro que fue para que Eris pudiese recambiar los botes de cristal con el liquido que fluiría por mi sangre sin provocarle otro enfrentamiento. Al principio ella parecía tán sensible y buena, no tenía madera de hechicera dentro de esos campos. La noche anterior a la partida de regreso que McKind debería hacer para ocuparse de otros asuntos, los dos hechiceros mantendrían una curiosa conversación mientras jugaban al ajedrez, entre palabras y palabras, oía como las figuras se desplazaban pum, pum, pum, con contundencia.
-En serio, Rezo, como hechicero te admiro más cada día pero como amigo, debería advertirte. Esta clase de experimentos están prohibidos, podrías perder algo más que tu reputación si te pillan. -Le decía y en su voz se podía apreciar cierta preocupación.
-Si no apuestas, ¿cómo vas a tener una minima posibilidad de ganar? Sé de sobra que esto no es correcto pero siento la necesidad de intentarlo aunque sean modos inmorales. -Me respondía Rezo trás hacer su movimiento con voz apaciguadora. Turno de mover figura y hablar para McKind, el cúal formularía está interesante pregunta:
-Bien, está bien que admitas que es algo peligroso. Me jode decirlo pero para ser el primer Humunculo así, es sencillamente asombroso, ¿has pensado en lo que harás con él cuando concluya el experimento? -
-¡Qué retorcido eres! -Le soltaría Rezo soltando una leve risilla. -¿A tí qué te parece? Jaque. -
-Lo sé, me encanta hacerte preguntas retorcidas ¿por qué será? -Diría McKind haciendo el movimiento que podría ayudar a su rey a salir del apuro antes de contestar poniendose serio. -Conociendote, lo matarías. Es lo que cualquier hechicero experimental haría, yo mismo. -
-¿De verdad me ves capaz de algo así? Es una solución pero a mí parecer, excesiva. -Le replicaría Rezo antes de soltarle el golpe de gracia. -Jaque mate. -
El brusco sonido que escuché después seguido de los gritos del hechicero, McKind, me hizo pensar que algo malo estaba a punto de pasar entre esos dos.
-¡¿Jaque mate?! -Bramaría provocando que sus palabras se escucharan por toda la sala del amplio laboratorio hasta perder intensidad. -¡Tú siempre has sido la rehostia en este juego pero siempre habías preferido quedar en tablas aún podiendome ganar! -
El sonido que produjeron las figuras al caer me haría temer que McKind y Rezo se pusiesen a pelear allí mismo pero los rapidos y enojados pasos de McKind alejandose me tranquilizarían al momento siguiente. Lo último en oir aquella noche serían los pasos de Rezo abandonando esa parte de su laboratorio. Nunca pude averiguar que pasó después entre esos dos hechiceros pero como tampoco fue algo que debía de importarme, nunca lo investigue a fondo.

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En cuanto McKind regresó a la ciudad de Atlas, Rezo y yo nos pondriamos serios con el experimento. Desde bien temprana la mañana, llegariamos al laboratorio, en el cúal tomaría parte las sucesivas pruebas y analisis a los que someteriamos al especimen, hasta el último atisbo de luz procedente del sol. Con pequeños descansos de apenas una hora, en los cúales comentabamos los hallazgos, cuidadosamente ordenados y escritos con la mayor clarided y veracidad posible, en hojas que una vez finalizado el experimento serían unidas entre dos cubiertas de cuero o piel entrelazadas por gruesos cordones como tantos otros escritos de gran importancia en ese laboratorio. Nada parecería alejar a mi maestro de ese proposito excepto quizás el reclamo de su presencia por algún ciudadano gravemente enfermo. Era algo que me hacía sentir tantísima admiración por él, pues nunca les dió un no a esa necesitada gente, que en su mayoria, apenas podrían haberle pagado por sus servicios como los curanderos solicitaban o el encontrarse con algún alma atormentada como indigentes o mendigos. Nuestra labor no era fácil y más de una vez, requería gran fortaleza pero a mí me gustaba, era mil veces más enriquecedora que la vida que podía poseer un bandido. En gran parte, porque él me concedió la oportunidad de entrar en el mundo en el que yo siempre deseé estar pero no me fue posible, me esforzaba, costase lo que costase o tuviese que aguantar lo que tuviese que aguantar, peleas con Zelgadiss incluidas, yo daba lo mejor de mi misma cada día, al principio con la esperanza de ser aceptada pero poco a poco para obtener un merecido reconocimiento y posteriormente para ganarme toda la atención y amor de Rezo aunque nunca llegase a ser digna de él.
-A mi padre y a mí, nos gustaría invitaros una noche a cenar. -Me propondría una chiquilla con gesto timido, en apariencia, fragil pero no por ello debíl. De largos, oscuros y muy lisos cabellos que bajo la luz del sol de aquella mañana brillarían levemente azulados. Sus ropas si eran de sacerdotisa aunque las mias lograban hacer creer a la gente eso también. Dirigiendo mis ojos hacía los de ella, muy verdes, dije:
-¿A qué se debe ese honor? -
-Es probable que me haya equivocado de persona pero tú eres la ayudante de su eminencia El monje rojo ¿verdad? Mi padre, el sumo sacerdote del templo de Sairaag desea conocer personalmente al Monje rojo. -Me respondería llevandose la mano izquierda a la cabeza dejando entrever su traje de sacerdotisa bajo la capa marrón verdoso más claramente. Era todo de un suave tono lila con pequeños detalles plateados. Entonces caería, era Sylphiel Nels Lahda. Me sonrojé avergonzada al no haberla reconocido y le prometí hacerle llegar a Rezo esa invitación por parte de su padre. Caminando hacía el laboratorio se lo hice saber, insegura, ya que Rezo siempre andaba tán ocupado sin embargo con una sonrisa Rezo aceptaría de buen grado la invitación.
-No debemos ser desconsiderados con Eruk Nels Lahda ni con su hija, Sylphiel. -
Sería una velada muy agradable, que pena que fuese la única que mantuviesemos con ellos. Hubiese sido bonito ser amiga de Sylphiel pero no pudo ser, nuestras obligaciones solían impedirnos mantener amistades largas y felices pero tampoco me apenaba en gran medida, mi deber era permanecer con Rezo y eso era todo lo que verdaderamente me importaba pues no lo consideraba como un deber sino como un regalo. Crystal me hubiese mirado con resignación, exclamando Eriel Vrumugun, tú verdaderamente estás locamente enamorada del Maestro Rezo o algo por el estilo.

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El dolor sería indescriptible, como si acabase de pasar sobre mis ojos una brasa ardiendo, de nada serviría suplicar, de nada serviría llorar y aullar como un hombre siendo torturado lo haría, ellos no amansarían el dolor hasta pasado un buen rato, se quedaría en silencio, esperando el resultado, de sobra obtenido. Las lagrimas caerían incesantemente por mis mejillas pero no se molestarían en limpiarlas hasta finalizar esa horrible prueba. Había algo en mí que en él no había o posiblemente, a la inversa, había algo en él que yo no poseía y hacer más pruebas sólo lo haría más evidente trayendo consigo una furia casi animal, impropia de Rezo.
-¿Por qué sus ojos se abren y los mios no? -Se preguntaba en voz alta, a medida que su rabia y frustración crecían al no encontrarle respuesta, su voz se alzaría resonando por toda la sala. -¿Por qué? ¿POR QUÉ? MALDICIÓN ¿POR QUÉ MIS OJOS NO SE QUERRAN ABRIR? -Acabaría gritando golpeando la mesa repitidas veces, los golpes resonaban a cada cúal con mayor brusquedad. En esos momento Eris no sería capaz de darle ninguna clase de consuelo aunque lo intentase.
-Maestro Rezo, quizás... -Se atrevería ella con voz entrecortada a causa del miedo y el sufrimiento que le debía provocar ver a su amado tán hundido pero las palabras que le dedicaría Rezo serían tán claras como significativas al percibirla acercarse a él:
-Eris, me gustaría estar solo. -
Con un tono de voz de nuevo calmo y agradable pero frio, más frio que un glaciar. Al poco tiempo se iría pero lo haría solo, dejando a Eris sujeta a un deber, que era el de ocuparse del laboratorio de Sairaag, el más importante y grande que poseía Rezo, El monje rojo. Las cosas se volverían muy dificiles a partir de ese momento para Rezo pero así de algún modo descubriría ese algo que tanto lo atormentaba y lo había llevado tán lejos, del bien y el mal. Para mi las cosas no serían muy distintas a como lo eran antes de que comenzase a realizar las pruebas en las que consistía el experimento del que hablaba con Eris, era atendido como las otras criaturas hasta que un día optó por liberarme y empezó a tratarme como un ser humano.
-¿E-Eris? -Le diría yo, apenas había logrado aprender por mí mismo suficientes palabras para comunicarme pero sus nombres sí, sin comprender por qué me quitaba las cadenas de las muñecas.
-Ahora que el experimento ha sido dado por concluido, estoy segura que el Maestro Rezo disminuirá la seguridad contigo. -Me informaría ella muy animada ayudandome a poner en pie. -A lo mejor, incluso encuentra un buen lugar para tí. -
Y así hubiese sido pero Rezo moriría o mejor dicho, sería asesinado, Eris perdería la cabeza y a mí me tocaría cargar con las consecuencias.

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Me resultaría tán raro enseñarle las cosas que yo había ido aprendiendo en la mansión de Rezo, junto al inquieto y acaparador de atención de Zelgadiss, que no podría evitar echarme a reir en alguna que otra ocasión mientras le observaba apoyando mis codos sobre la mesa de cascada madera en la que nos sentabamos frente a frente como Cliff hacía con nosotros, Zelgadiss y yo. Claro que su aprendizaje era mucho más rapido que el de cualquier chiquillo humano. Habiendo pasado ya dos o tres años desde que Rezo me dejase como guardiana de su Legado en Sairaag para meterse de lleno en una investigación que había dejado parada mucho tiempo atrás, su ausencia se hacía cada vez más dificil de sobrellevar pero la esperanza de volver a verlo permanecía firme como una roca, una roca que era golpeada por varias y gigantescas olas en día de angustiosa tormenta.
-¿Puedo preguntarte algo? -Me pediría él sacandome de mis pensamientos. Su voz era tán identica a la de Rezo, todo él lo era. A veces se me escapaba dirigirme a él como lo hacía Rezo.
-¡Claro! ¿Qué parte de lo que he leido no comprendes? -Le respondería yo, concentrandome en el tema que había preparado para él ese día pero él dejando escapar una leve risilla sin llegar a abrir la boca, me aclararía:
-De lo que has leido no, de otra cosa. -
-Ah... Mmm bueno, pregunta. -Le confirmaría un poco sorprendida pero sin perder la sonrisa. Su manera de expresarse no parecía aún la de un adulto, su vocabulario aunque amplio, era sencillo y al parecer el señor sarcasmo todavía era un desconocido, por lo que no me costaba enternecerme, parecía un chiquillo en el cuerpo de un hombre hecho y derecho. ¿Habría sido así de inocente Rezo en su niñez? Rezo nunca hablaba de sí mismo.
-¿A qué se debe de repente tanta amabilidad conmigo? Si sólo soy un espe... un espe... -Formularía su pregunta aunque a la hora de decir la palabra especimen se atascó un poco, por lo que le ayudé a finalizar la frase antes de contestarle:
-Un especimen. Ya te lo dije, una vez finalizado el experimento, no veo motivos para tenerte encerrado y atado como un animal peligroso. -
Algunos cabellos cayeron por su frente, con un rapido movimiento, muy maternal por mi parte, se los volvería a colocar. Rezo era un hombre tán perfeccionista, ni en sus ropas o cabellos mostraba desorden. Por un leve momento me ruborice pero procuré que él no lo notase. Dando un suave soplido, intenté continuar pero al ver que no podía, cerrando con sumo cuidado el grueso libro, la daría por finalizada.
-¿Ya no vas a enseñarme nada más? -Querría saber, parecía molesto, como cuando a un niño se le prohibe hacer algo que realmente le gusta.
-Creo que por hoy es suficiente, tengo muchas más cosas de las que ocuparme. -Le dije cargando con fuerza pero también con cuidado el gran libro para llevarlo a su correspondiente lugar en las estanterias que había en la sala inferior. Poniendose muy cerca de mí, casi me da un síncope, se ofrecería a ayudarme.
¿Quieres que te eche una mano? Parece un libro muy pesado. -
-¡No! -Acabaría gritando yo cerrando los ojos para no perder el norte. -¡No hace falta! -


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Los pasos apresurados de Eris se alejaron en poco tiempo y el cerrar de las puertas, cuyo sonido produjeron al cerrarse me indicaban que debían de ser grandes y muy pesadas, me confirmarían que volvía a estar en esa sala solo. Solo y a oscuras. Esperando, como bien esperaba Eris con una esperanza casi fantaseosa, a que Rezo volviese para solucionar el tema pendiente que era yo. Los días pasaban largos y aburridos excepto esos pequeños momentos que Eris se tomaba para enseñarme lo más basico o lo que una criatura con aspecto e inteligencia humana debía saber para desembolverse sin llamar la atención. Según McKind, era un modo de compensarme de algún modo los tratos tán inhumanos que había recibido. Lo cúal no dejaba de ser irónico siendo yo algo creado. Poco a poco en mi mente irían apareciendo pensamientos acompañados por sentimientos tán humanos, nunca quisé culparles o mejor dicho, nunca debí pero mi vida, si a eso se le podía llamar vida, estaba tán llena de soledad, dudas y tristeza. Rezo quizás hubiese pensado en un final adecuado para mí pues no le gustaba dejar cabos sueltos y aún habiendo cambiado tanto, tenía una moralidad dificil de quebrar. Con respecto a Eris, yo al principio la apreciaba, llegué a verla como la única amiga que podía poseer pero al usarme, porque me usaba, para mantener su fantasia, su quimera en pie, cambiaría volviendose toda una enemiga. Ella me haría sentir unos deseos incontrolables de ser otro, de superar a Rezo si eso me ayudaba a demostrar que poseíamos fisico igual pero distinto modo de comprender la vida. Como los gemelos.
-Veo que Eris ha suavizado el protocolo contigo. -Escucharía decir a una voz que me resultaba ligeramente familiar. -Bueno, Rezo lo hubiese hecho tarde o temprano. -
-¿Maestro McKind? -Preguntaría al intentar adivinar su identidad aunque estaba clarísimo que era él. Ningún otro hechicero excepto él sabía de mí. Ni el propio Zelgadiss. -¿Qué hace aquí? -
-He venido a ver a un amigo. -Respondería burlón. -Y no me digas que me estoy confundiendo, tu lo único que tienes de Rezo es su apariencia. -Añadiría muy cerca de mi, colocando una mano sobre mi hombro derecho. La expresión de mi rostro debío de mostrar cúan perdido me encontraba ya que diría al cabo de un rato:
-Puedo imaginarme perfectamente lo que está pasando por tu cabeza y sí, debería estar con Rezo pero como él ya no me necesita, puedo ir por libre, así que tranquilo, diga lo que diga Eris. -
-Entonces, ¿Vendrás a visitarme de vez en cuando? -Pregunté casi suplicante. Él se echaría a reir, sus carcajadas resonarían por doquier.
-¿Por qué no? Por cierto, tú que puedes abrir los ojos, ¿no deberías tenerlos abiertos? -
Buena pregunta. Me dejó sin saber que responderle. Durante el breve rato que pasó McKind conmigo, todo parecería divertido, el modo en que usaba ciertas palabras, me fascinó. Él sería el único en tratarme como si fuese el hermano gemelo de Rezo y no su copia.

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Cuando McKind vinó la segunda o tercera vez, no me agradaría pero el motivo por el cúal vinó no me agradó en absoluto. El cielo, como mi estado de animo, decaería a lo largo de aquel día, el azul del cielo se tornaría al principio de un gris muy ligero pero luego de un gris tán oscuro que todos temían que fuese a caer una fuerte tormenta de un momento para otro. Cerrando la ventana podía ver las oscuras nubes desplazarse teñiendo a su paso el cielo de ese tono, antes de sentarme en un sillón cuya tela, que recubría la madera, era de oscura tonalidad frente a aquel hechicero, tán opuesto a mi amado Rezo, separados tán sólo por el espacio que ocupaba una pequeña mesa sobre una alargada y exotica alfombra.
-¿A qué has venido esta vez? -Le preguntaría sin rodeos, clavando mis ojos color miel sobre los suyos. No habría ni odio ni enojo, simplemente fastidio. Algo serio, muy serio debía de haber ocurrido, fue todo lo que podría deducir antes de que me soltase la noticia que haría que todo mi ser y mi alrededor se derrumbase de golpe. Sobre sus tunicas azules, llevaba un largo chambergo negro, color que Rezo conocía demasiado bien, y por una vez, en su voz ni en sus gestos se apreciaría mofa. Dando un largo suspiro, dijo:
-Erisiel, hay algo que me gustaría que supieras por mi antes que por cualquier arrabalera en la ciudad. - Me llamó Erisiel, otro pequeño detalle de que algo no iba bien, Rezo sólo se dirigía a mí así cuando estaba o muy disgustado o cuando estaba preocupado. -En la Asociación de hechiceros en la que trabajo, ha llegado la noticia de que Su eminencia, el monje rojo ha muerto. -
Gritar mentira era la primera cosa que se me pasaría por la cabeza pero conteniendome, cruzando mis brazos dije:
-No me lo creo. -
Girando mi cabeza un poco hacía la izquierda le haría entender a McKind mi desagrado. Él continuaría hablando, exponiendome la información que les había llegado. Lo que conseguía que mi rostro se desfigurase debido a la rabia que me daba que insistiese.
-¡Es mentira! -Gritaría cuando no pude fingir que no le escuchaba más. -Se tratará de un rumor, uno de los más crueles, por cierto. -
-Puede pero la gente está muy convencida de que es cierto. -Replicaría McKind encogiendose de hombros con una entristecida sonrisa en su rostro. -Hubo una gigantesca explosión, tán grande que los aldeanos de las zonas cercanas a la torre del Gran sabio Lei Magnus, pudieron verla. Su cuerpo no fue encontrado pero estoy seguro que fue debido a que el hechizo que originó la explosión lo polvorizó. -Añadiría como si eso fuese a ser una prueba más que verificase lo que se decía pero puesta en pie con brusquedad, con miles de lagrímas recorriendo mis mejillas, afeandome aún más el rostro, negandome con mayor rotundidad a creerle, a aceptar que Rezo, mi amado maestro, había acabado muerto, exigiría a McKind que se fuera y no volviese nunca más a esta mansión.
-Eris, espera una reacción más madura por tu parte. -Se atrevería a reprocharme mientras le conducía a la fuerza hacía la entrada.
-¡Vete de una maldita vez! ¡Ya no eres bien recibido aquí! -Serían mis últimas palabras al abrir la puerta y empujarle afuera.
A partir de ese momento, Tál y cómo McKind bien había tratado de advertirme, en todas partes, la sospechosa muerte de Rezo sería un tema de preferencia, candente entre nobleza y gentes de rango más sencillo, allá donde fueses. Seguir con el día a día se convertiría en una labor casi imposible, por lo que en un principio intenté salir para los recados más imprescendibles. Atravesar el mercado más principal y con los productos más variados nunca había sido como dar un paseo, todos los días se llenaba de gente con una facilidad asombrosa, como si no hubiese otro lugar al que acudir a realizar tus compras. El número de guardias por esa zona llamaría mi atención, siempre había alguno que otro para poner orden entre los codiciosos comerciantes, que rivalizaban a menudo por mayor terreno para exponer al publico sus mercancias pero desde que se hizo saber la muerte de Rezo, aumentaría. Todo me trairía tantos recuerdos, tán hermosos de él como dolorosos ahora que su ausencia se alargaría sin final. Los gestos y miradas de la gente acompañados de murmuros apenados al diambular de puesto en puesto no me importaban, en realidad, era como si nada realmente pudiese hacerlo, todo mi mundo se había ido al irse Rezo y yo me sentía como un espectro o algo carente de ilusión o animo. Ni siquiera el inesperado encuentro con uno de mis compañeros en la mansión de Rezo, podría suavizar el dolor que me estaba adormeciendo y me estaba distanciando de todo.
-¿Eris? -Escucharía preguntar mi nombre a uno de los guardias montados en sus esbeltos y cuidados caballos de largas y brillantes crines plateadas. -¡No puede ser! ¿Erisiel Vrumugun? -Volvería a preguntarme cortandome el paso al avanzar con su caballo unos pasos para detenerlo frente a mí.
-En efecto, ese es el nombre que me fue dado. -Acabaría por confirmarle yo cruzandome de brazos con voz neutra. -¿Desea algo de mí? -
-¡Por Ceiphiel! -Exclamaría él bajando de un salto del calmado animal a pesar de llevar su pesado uniforme compuesto por una cota de malla bajo las prendas de vivo color blanco y azul de intensa tonalidad. -¡Jamás creí que volvería a encontrarme con otro ayudante de Rezo! -Exclamaría de nuevo abrazandome lleno de felicidad. Al separarse de mi, adoptando un aire un poco más serio añadiría. -Aunque dadas las circunstancias... -
-¿Se sabe ya quién asesinó al Maestro Rezo? -Fue todo lo que yo dije. Para mí, eso era lo más importante. Parnassus alzaría la vista al cielo antes de dar una cuidadosa respuesta, como hacía siempre que tenía que dar una noticia desagradable. En todo el tiempo que pasó desde su partida, había cambiado bastante, una pequeña perilla adornaba su mentón de color tán castaño como la corteza de los arboles en verano y aún habiendo logrado llevar sus rebeldes mechones a ambos lados de su cabeza, sus ojos seguían mostrando ese brillo de muchacho valiente y energico. Retiré mis ojos de él, pues mirarle era como mirar hacía atrás en el tiempo, un tiempo feliz en la mansión de Rezo.
-Me temo que todavía no pero estamos investigando muy seriamente para dar con los culpables. -Diría hacían regresar sus ojos hacía mí arrugando la frente a pesar de mantener una sonrisa esperanzadora. Quise sonreirle pero no pude asi que le pedí permitirme marcharme.
En alguna parte de mi hundido corazón sabía que debía sobrellevarlo, que algún día, llegado el momento, volveriamos a encontrarnos, incluso pudiese ser que en un lugar mejor, pero esa espera, ese tiempo en que no podría ver su rostro, en que no podría caminar con él agarrada a su brazo o ese tiempo en que no leería nada más para él, era inaguantable porque yo no quería olvidarle, olvidar los dulces momentos que me dedicó pero tampoco podía quedarme anclada en el ayer. Estaba presa en un circulo vicioso, muy vicioso, que cada vez se iba estrechando más, tanto que llegó un momento que la realidad y mis propias fantasias se confundieron, tornandose en algo peor pero al menos ese algo me hizo feliz de nuevo. Él lo notaría también pero no podría hacerme frente hasta que algo estallase dandole una personalidad más marcada. Él se convertió en esa segunda oportunidad, en ese hagamos que no ha pasado nada, lo que pasa afuera es la fantasia y tú eres la realidad cuando era justamente todo lo contrario.

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-¿Qué? -Preguntaría una vez más, perplejo, sin comprender a qué se debía ese cambio tán radical de mi situación.
-Ya lo has oido, este no es tu lugar. -Me respondería ella, en su voz había algo que no supe identificar. -A partir de ahora estarás en la mansión conmigo. -
-¿Ah no? La parte del tiempo que no estoy dormido, la paso por aquí, como si este fuese mi único hogar. -Le expuse ingenuamente, sin ser consciente, porque apenas era consciente de las cosas, de lo que podría provocar mis palabras.
-¡Pues no! ¡No es sano! -Me gritaría pero dandose cuenta de algo, se disculparía al instante y aquello o más bien, el modo en que lo hizo no sería como en otras ocasiones. -Oh perdonadme pero me gustaría que pasaras un poco más de tiempo conmigo, como en los viejos tiempos. -Entonces se aproximaría a mí, paso a paso, para colocar su cabeza sobre mi pecho como lo haría una chiquilla buscando afecto en su padre. Como solía hacer con Rezo cuando le pedía algo o se sentía triste, buscando su consuelo. Si era cierto eso de que una copia u homunculo podía compartir recuerdos y habilidades con el original, Eris haría todo lo indecible para hacermelos aflorar. Ella se iría elaborando una fantasia más fuerte que la propia realidad, por lo que yo dentro de esa fantasía sería él, claro que un él ¿amnesico? Por un tiempo, ya que me lo decía tantas veces, incluso llegué a creermelo.
-¿Qué libro desea que comience a leerle a partir de hoy? Maestro Rezo. -
-No lo sé, estoy seguro de que todos poseen magnificas historias. -Le respondía con amabilidad sentado en el sillón preferido de Rezo, sintiendome extraño, inadecuado, tán lejano del lugar que Eris se empeñaba en hacerme creer mi verdadero hogar. Su suave tejido no tenía nada que ver con la fria piedra en que estaba construida la maquina con forma de mueble.
-Entonces, ¿me permite escoger el que considere más interesante? -Me preguntaría ella encantada. En su voz se apreciaba tál felicidad que casi parecía cruel devolverla a la realidad por lo que a pesar de ese sentimiento de no ser dueño ni del lugar ni de esas costumbres, hacía por acoplarme.
-Si, Eris. -Le respondería concediendole tán deseado honor.
Como vida propia hubiese sido una vida hermosa y tranquila pero nada de lo que Eris me decía suavizaba la sensación de que era como un impostor, una sombra de alguien que había estado allí, un recuerdo con apariencia humana de un fallecido pero no comenzaría a compartir esas impresiones con Eris hasta ser despertado abruptamente de esa agridulce ensoñación. Ella leía realmente bien y no leería cualquier cosa que yo le pidiese con sumo agrado, alzando y aclarando su voz todo lo posible, sin perder el aliento al realizar una pausa ni quebrar su voz a lo largo de los parrafos más extensos. Era casi como escuchar recitar palabras escritas a un angel, todo por y para Rezo, quien, por motivos que ella nunca llegó a saber, se tornaba distante y demandante dejando para otro momento el amor que ella tanto parecía requerirle timidamente. Y no sólo mostraba talento para la lectura, como ama de casa también había ido adquiriendo gran manejo durante el tiempo que vivió en la otra mansión de Rezo. Era una ayudante de las que hay pocas, todo para conquistar a su amado Rezo. Como yo tampoco sabía exactamente como actuaría Rezo, quizás a veces me excediese con mis cumplidos hacía ella, lo que podría desencadenar situaciones un pelín complicadas.
-Realmente eres una dama de gran importancia para mí, ¿qué hubiese sido de mí sin ti? -Debío de ser el cumplido que le dije un día, sin ni siquiera haberlo preparado, como algo que dije sin pesar, asombrado ante lo laboriosa que era pues está mansión, también de amplias salas y muy decorada, siempre estaba limpia, como recíen adquerida. Mis dedos no se ensuciarían ni lo más minimo al pasarlos por los muebles, las puertas o la barandilla de las escaleras. -Ocuparte de una vivienda tán grande tú sola, estoy tán admirado. -
-Oh Maestro Rezo... -Replicaría ella casi sin aliento. -Esto es lo menos que puedo hacer, como ayudante suya, siempre he deseado servirle en todo, absolutamente en todo lo que Ud me solicite y esto no es más que una pequeña parte. -Conseguiría explicarme aunque su voz parecía haberse azorado al igual que su corazón. Su respiración por un momento se aceleró también. Toda ella parecía haber sido presa de una fuerte reacción. A lo mejor, fuí a decir las palabras que había estado esperando oir por parte de Rezo toda su vida.
-Vaya, entonces la vida de un ayudante debe de ser tán sacrificada. -Pensé en voz alta poniendome pensativo un instante. -Te estoy realmente agradecido pues. -

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Sus palabras, un mero halago, fueron para mí algo más, más que un reconocimiento o un cumplido por su parte, fueron las palabras que tantos, tantísimos años esperaba oir, especialmente porque eso significaría algo, algo que llevaba tantísimo tiempo anhelando, me daba a entender que era querida, mucho más que apreciada pero sólo eran palabras y ya se sabe lo que se dice sobre las palabras, que se las puede llevar el viento quedando olvidadas o irrelevantes. Necesitaba descubrir si alguna vez Rezo me hubiese amado o incluso deseado. Crystal compartía conmigo algunas confidencias que Rezo le hacía, sus pensamientos y deseos más profundos, que no revelaba a nadie más. A veces me resultaba difícil creerla pero la prueba más evidente era Zelgadiss.
-El Maestro Rezo también es un hombre, por lo que también ha pasado momentos en los que ha deseado tener esposa e hijos pero debido a sus obligaciones siempre ha acabado por sacarlos de su mente. -
-Pero nosotros somos como una familia ¿o no? -Le preguntaba yo entre enfadada y entristecida. Crystal me miraba alzando una ceja sentada frente a mí en mi cama antes de responderme:
-Claro, de un modo más simbolico, pero entre tú y yo, nosotras no tenemos lazos de unión con él y creeme, aún consiguiendo conquistarlo, jamás podrías mostrarte como su esposa. Somos sus ayudantes, apreciados ayudantes pero eso es todo. -
Pero ¿y si él tampoco me amaba? Bueno, poseía recuerdos de Rezo, su aspecto y habilidades pero no sus sentimientos, en realidad, según lo que logré comprender de la larga y compleja explicación de Rezo con respecto a los humunculos, ellos no llegarían a albergar sentimientos tán humanos como los nuestros, eran como muñecos, lo más que desarrollarían sería una conciencia muy basica, como mucho, similar a la de un chiquillo. Yo deseaba intentarlo aunque a mi mente llegasen atisbos de esa realidad de la que huía, pues él no era Rezo aunque lo imitase cada vez mejor, seguía siendo una especie de muñeco o titere. En esas noches que me encontraba dividida, sintiendo de nuevo un dolor que creía desvanecido, lloraba y lloraba tumbada boca arriba en mi cama, dejando a la mañana siguiente leves surcos en mis mejillas y ojos hundidos como indicio de ese dolor que sólo se alejaba al mirarle. Reapirando hondo, trataría de aclarar algunas de las cosas que me andaban rondando la cabeza.
-Una vez me preguntaste si había alguien en quien yo estuviese interesada. -Comence a decirle con timidez, a medida que continuaría hablando el suave tono rojizo de mis mejillas ganaría intensidad. -Yo en aquel momento sólo fui capaz de decirle que no pero lo cierto es que sí. -
-Me figuro que esa persona ha de sentirse muy afortunada, ¿se lo has hecho saber ya? -Comentaría él esbozando una sonrisa encantadora. Dolía a la vez que agradaba verle y escucharle hablar así, con esa amabilidad y animo, como hacía tantos años que no le escuchaba, de nuevo tán cercano. Me sentí de nuevo nerviosa, como en aquel momento pero con gran esfuerzo dije lo que tantas veces había repetido en mi mente, incluso frente a Crystal en mi habitación:
-Nunca me he atrevido, Maestro Rezo, porque esa persona es Ud. Siempre lo ha sido. -
-Es muy halagador por tu parte pero no puedo corresponderte. -Lograría decir al cabo de un rato, trás toser dos o tres veces pues en el momento en que yo lo decía, él me escuchaba mientras daba un largo sorbo a su pequeña taza de porcelana de suaves tonos y dorados relieves llena de humeante café con leche.
-¿Qué quereis decir? Si teme lo que pueda pasar, le aseguro que nadie se enterará. -Le prometí consciente de que Rezo siempre debió de mantener una imagen apropiada, muy moral al haber sido siempre visto como una especie de santo. Él suspiraría poniendose en pie con la taza fuertemente cogida con ambas manos antes de darme la respuesta que le pareció más elocuente sin dañar mis sentimientos.
-Siempre he sido un hombre muy complicado, a la larga acabarias por ser incapaz de comprenderme. Es mejor que sigamos como hasta ahora. -
-Pero... Dijisteis que era muy importante para ti... -Acabaría dejando escapar con los ojos llorosos levantandome dispuesta a seguirle hasta optener una respuesta que me satisfaciese. Que no quisiese corresponderme en otras circustancias lo hubiese acceptado comprendiendo que cada cual debe amar a quien realmente ama pero en esas circunstancias, era lo peor, pues desde el momento en que, con gran valor le mostre mis sentimientos con total sinceridad, deseaba ser correspondida con mayor y demenciada fuerza.

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Ella deseaba que le demostrase mi amor de un modo algo más adulto. Ya no era una muchacha, al fin y al cabo, no sería un pecado a los ojos de su dios ¿Ceiphiel? Sería nuestro secreto, algo que sucedería sólo entre nosotros, nadie lo sabría pues ella jamás lo contaría y yo, yo cada vez sería más y más controlado. Supongo que el escenario de nuestra pequeña fantasia como tantos otros no debía de ser excesivamente grande. Nada tenía sentido, cada día pensaba más y más en qué habría hecho él y si mal no lo recordaba él era quien llevaba la voz cantante. No era fácil interpretarlo, siempre fue un hombre extraño, tál y cómo le dije, era demasiado complicado pues Rezo era benovolo al mismo tiempo que malvado, reservado y casi posesivo con los suyos pero tán generoso y distendido con los demás, un hombre que le desagradaba la magía negra pero que viendose obligado a aprenderla, la dominaba con igual maestria que las otras clases de magía. Yo era tán poca cosa a su lado pero lo único que quedaba de él y eso era todo lo que Eris necesitaba para menguar el dolor de ese dolor que no parecía desaparecer nunca. Al principio no eran más que leves insinuaciones, timidas sugerencias, le asustaba enfrentarse a mí o mejor dicho, imponerse a mí. Ella tenía un dominio de la magía impresionante, probablemente para estar a la altura, pero el que yo poseía era superior, claro que no me daría cuenta de ello hasta lograr salir de esa fantasia o encantamiento del que me encontraba preso.
-Alguna vez me gustaría salir fuera de la mansión, conocer la ciudad. -Le sugerí una vez aunque fue una estupidez pues su respuesta fue una dulce pero firme negativa:
-Maestro Rezo, estos días la ciudad anda muy alborotada, es más conveniente quedarse. -
-Comprendo. -Acababa conformandome. Lo cúal aliviaba a Eris. La mansión era su santuario y yo, el objeto sagrado al que orar y proteger, sólo tocado por los sacerdotes. A veces llegué a sentir pena por Rezo, él fue el verdadero objeto sagrado, yo, el de sustitución. Cuando Eris posó sus labios sobre los mios, me incomodé un poco como cada vez que lo hacía de esa manera tán inesperada y poco a poco más impulsiva pero no la aparté de mí agarrando sus muñecas para no sentir sus manos acariciar mi rostro. Pensé que a lo mejor había momentos que Rezo se permitía esos caprichitos. Al ser sus labios suavemente separados de los mios, escucharía una leve risilla por su parte amortizada por una de sus manos al ser colocada en su boca.
-Te quiero. -Saldría de su boca, antes de marcharse con pasos apresurados. Al oirla alejarse, llevandome una mano a la cabeza, meando la cabeza pensaba una y otra vez, esto no es correcto. Todo esto no es correcto porque si así lo fuera no me sentiría como un extraño.
-Por supuesto que no lo es. -Me daría la razón una voz en la oscuridad, desconocida y aterradora. Mucho más ronca que la voz de uno de los mercenarios de Rezo, Dilgear pero tán traviesa como la del hechicero McKind. -No puedes ser Rezo, El monje rojo ya que éste murió a manos de Lina Inverse. -Añadiría soltando una carcajada de esas que te dejan paralizado. Girase la cabeza por dónde la girase todo lo que vería sería oscuridad, lo cúal me frustró bastante.
-¡¿Quién eres?! -Le exigiría saber.
-Eso no tiene importancia, al menos, no debería tenerla para ti. -Fue su única respuesta. -Tán sólo he confirmado lo que ya sospechabas. -
-Entonces, me siento como un extraño, porque no soy quién Eris dice que soy. -Comence a atisbar la verdad de nuevo, saliendo de la fantasia más dañado de lo que en un principio hubiese estado. Soltando otra horrible carcajada, volvió a confirmar, a su manera deduzco, lo que realmente sucedía:
-Qué hayas surgido de unos pocos restos del gran sabio no te convierte en él. Afrontalo, eres un pelele, un muñeco que Eris usa a modo de placebo para curar el dolor que le provoca la perdida de su verdadero amado. -
El cumulo de emociones que me invadieron jamás había llegado a ser tán intenso, era algo que parecía ir más allá de lo que un humano normal en estado de ira o enojo pudiese despedir. La última cosa que le oiría decir a aquella voz me fastidiría el doble.
-No tienes por qué seguirle el juego a Eris, aunque tampoco es que tengas otro remedio ¿O si lo tienes? -
-¡Callate! ¡Si no soy Rezo no volveré a actuar como él! -Bramaría antes de dejarme caer al suelo como un luchador vencido llevandome ambas manos al rostro, manteniendo apretados los dientes de la rabia que se acrementaba sintiendome engañado, usado y de nuevo, una criatura atrapada porque seguía atrapada aunque mi carcel se hubiese vuelto más comoda. Todo ese amor, todaa esa disposición, todo el respeto, todo era para Rezo, el santo, el gran sabio, el hombre que me había creado a su imagen y semejanza. Creo que algo denominado Ego empezó a tomar forma haciendome adquerir a mí una personalidad más marcada, ese debío de ser el primer momento que empece a hacer todo lo posible por diferenciarme y lograr verle a Eris que no era su Rezo.

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No sabría como explicar lo que sucedió entre él y yo para que me viese obligada a usar la magía contra él. Gracias a Ceiphiel no utilice un hechizo demasiado peligroso, de todos modos, no funcionó del todo pues aunque por un momento cayó adormecido, no estaba completamente dormido, estaba más bien como amodorrado. Al instante correría hacía él para suavizar su caída, sosteniendolo entre mis brazos, sentada en el suelo le rogaría que me perdonase. Jamás quise llegar tán lejos pero él era todo lo que me quedaba, aunque fue un recuerdo, era el único recuerdo que tenía de él, un recuerdo tán material.
-¿Q-Qué me has hecho? -Preguntaría entre asustado y confuso al ir recobrandose.
-Se lo ruego, no se enfade conmigo, yo... -
-Ya lo estás volviendo a hacer. -Dijo interrumpiendome intentando salir de entre mis brazos, ahora su tono de voz mostraba amargura. -Me estas tratando como si fuera el Maestro Rezo. Supongo que no puedes evitarlo, nunca has podido. -Añadiría apartandose de mí para a continuación ponerse en pie por si mismo, yo intenté ayudarle pero al percibirme cerca, con un gesto rapido rechazaría la ayuda que iba a prestarle.
Todo se volvería más difícil a partir de ese momento, porque tenía razón, yo haría todo lo posible porque siguiese actuando como Rezo pero él cada vez sentía mayor repulsión hacía él, se negaba a continuar fingiendo. A menudo me lo encontraría sentado en un oscuro rincón del ya por sí oscuro sótano de la mansión ya que no tenía ninguna intención de llevarlo al gran laboratorio de Rezo, el único lugar que él fue sintiendo como su hogar.
-Alejate de mí. -Decía antes incluso de que llegase hasta su lado con una bola de luz azulada como única fuente de luz ahí abajo pero yo continuaba aproximandome con firmeza a la vez que le respondía:
-¡No! Puede que no seas él pero eres lo único que me queda de él. -
-¡Le odio! No pienso hacerme pasar por él nunca más ¡y menos para tí! -Gritaría dandose golpes en la cabeza. -¡Pero no es ni la mitad de lo que te odio a tí! Al menos él fue sincero y me trató como debía ser tratado dada mi verdadera naturaleza. -
Aquellas palabras fueron dolorosísimas pero supongo que también hubiesen sido un buen estimulo para hacer regresar a la realidad que había dejado fuera de la mansión. Curiosamente no me hicieron llorar y sintirme arrepentida por lo que le obligaría a aguantar despúes. Muchas veces dicen que el remedio es peor que la enfermedad, sí, admití lo que el deseaba que admitiese pero como no me cuadraba, le obligue a continuar fingiendo. Tendría que valerme de algún hechizo que lo hiciese mio pues causarle mayor daño era algo que me superaba, no sería tán capaz pero como temía lo que los encargados de la única biblioteca de toda la ciudad de Sairaag pudiesen pensar de mí, pues seguramente tendría que acudir a la zona referente a magía negra, me las tuve que apañar buscando información de otro modo, uno quizás más arriesgado pero emocionante y quizás igual o más directo. ¡Menuda pandilla de hechiceros! Lo peor sería encontrar a McKind entre ellos.
-¿Se puede saber qué haces precisamente tú aquí? -Preguntaría al rato de dar una honda calada a su pipa cuidadosamente tallada, una gran nube de humo saldría expandiendose a lo largo de la sala contaminando el ambiente. -Creía que yo deseabas volver a verme nunca más. -Añadiría fingiendo sentirse muy dolido. Unos cuantos hechiceros se echarían a reir desagradablemente pero otro, de facciones endurecidas a causa de la edad y quizás a una enorme tristeza, de los más mayores entre todos los presentes, soltó reprochante:
-¡Ya vale de coñas, McKind! Es una sacerdotisa, merece algo más de respeto por nuestra parte. -
Otro que estaba frente a él, sin lugar a dudas, jugando una partida de ajedrez pues en la pequeña mesa había desplegado un tablero y varias figuras, de fuerte color blanco amarillento y negro, replicaría con voz algo menos severa:
-Es posible pero dudo que sea proveniente del templo de Sairaag. Los colores que llevan las de aquí son blancos y lilas. -Trás mover una de las figuras que le correspondían contra las del otro hechicero añadiría. -Es una sacerdotisa extranjera. -
-¡Qué bueno! -Exclamaría McKind riendose ruidosamente a proposito. -¡Pero esta dama en realidad no es una sacerdotisa, era una de los ayudantes que El monje rojo poseía! -
-¡Vaya, vaya, con Rezo! -Exclamaría entonces él mismo que había pensado que era una sacerdotisa de otra ciudad. -Para ser ciego, tenía muy buen gusto. -
A veces McKind podía ser peor que un demonio de alto o mediano nivel. Se le veía en su salsa entre todos esos hechiceros, poderosos sí pero sin un apice de etíca. Rezo jamás fue así, ni siquiera aún realizando los experimentos que realizaba, si se vió metido en ese mundillo, fue por mejores motivos, la gran mayoria de ellos eran realizados sobre sí mismo. Esos hombres me causaban repulsión pero me aguante sus bromas a fin de obtener lo que había ido a obtener.
-Una ayudante de Rezo... Creo que ya sé el motivo de su visita. -Les dijo un hombre de poca estatura, largas barbas de grisaceo color, tán gris como el de sus pobladas cejas que apenas dejaban entrever sus pequeños pero luminosos ojos, vestido por una tunica de similar color a la de McKind pero de mayor calidad casi oculta por la larga capa también azulada que le arropaba unida por dos hombreras de dorados detalles. Al aproximarse, sus ropas adquirirían mayor gracia iluminadas por la tenue luz de la única lamparilla de aceita que había encendida en toda aquella sala. Pasandose una mano por la espesa barba, como si me examinase, me agarraría de un brazo para que me agachase un poco.
-Es el homunculo, ¿verdad? -Preguntaría buscando una rapida confirmación de su teoria pero todo lo que pude decirle fue:
-¿Cómo sabe Ud eso? -
-Eso no importa, dime, ¿ando en lo cierto? -Replicaría él con una vocecilla casi parecida a la de un duende. Asentí fascinada. -Ya sabía yo que no era buena idea... Esos pequeñajos a la larga se vuelven contra sus creadores, ¿por qué con él hubiese sido distinto? Lo hubiese intentado matar tarde o temprano pero tranquila preciosa, puedes atontarlo con cualquier hechizo para controlar mentes. -Me iría comentando y a medida que lo hacía me fuí percatando de que entre él y Rezo habían creado al especimen pero no dije nada al respecto, tán sólo le agradecí su consejo y me fuí de aquel antro casi corriendo. Una sonrisilla se dibujaría en mi rostro.

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Ella sabía que aún logrando obtener su atención de un modo más adulto e intimo aquello no sería correcto pero más de una vez fantaseó con ello. Sus compañeras, especialmente una a la por la que sentía un gran aprecio, le recomendaban ser cuidadosa, disimular un poco su creciente y desbordado interés hacía él y ella se esforzaba pero de noche, su mente
actuaba sin obstaculo que la manteniesen racional. Sobretodo durante las frescas pero no tán frescas noches de verano. Antes de caer rendida al amo y señor de los sueños, con los ojos cerrados rememoraba y almacenaba en su memoria los eventos o acontecimientos que más le habían gustado, entre ellos, encontraría uno, uno de los que se suele llamar comprometedores. Con placer y un fuerte sentimiento de culpabilidad, cerraba los ojos y lo revivía en su mente. Quedarse en pie mirando por el pequeño espacio que ofrecía la puerta entornada era algo más propio de una muchachita cotilla que de alguien como ella pero como lo que entrevió no le pareció del todo indecente, lo disfrutó, tanto como si conciencia se lo permitió. Contemplar al hombre cuya presencia la ya turbaba bastante debido al profundo e intenso amor que sentía hacía él y a menudo contenía semidesnudo fue como un pequeño regalo otorgado por los dioses. Un momento que no duraría la cantidad de tiempo que a ella le hubiese gustado pero que avivó esa llama que tendía a apagar para no tener problemas ni por supuesto ponerle a él en incomodas circunstancias. A ella, que ya suponía que sería un hombre con un aspecto fisíco envidiado por muchos hombres y que hacía suspirar a muchas damas, le dejó sin respiración porque no era para nada escualido o flacucho, poseía una delgadez propia de un joven guardia o de un joven mercenario, esbelto y fibroso. Con un vello que apenas se apreciaba y una piel tán clara que no parecía propia de un humano, quizás más de un elfo. Llevandose una mano a la boca y
la otra a su corazón, cuyos latidos parecían poder palparse de la fuerza con la que eran ejercidos. Justo cuando pensaba con los ojos hacía el techo y una sofocación que le recorría todo el cuerpo avivando los colores de sus mejillas que se iba a desmayar ahí
mismo, una voz familiar la haría retomar la normalidad. Esa voz procedía de una de sus compañeras, precisamente de la más joven, de cabellos de fuerte tonalidad castaña con algunas zonas un poco más esclarecidas al sol, sólo al sol, recogidos en una sencilla coleta o trenza, llamada Pandora.
-¡¿Qué haces ahí parada?! -Sería la pregunta que la chiquilla haría, casi acusadora. Una mera pregunta que sólo sobresaltaría a alguien haciendo algo indebido, pero que devolvería a Eris a sus deberes apresuradamente.
Yo me las vería muy perras, mis negativas no le bastarían, si había llegado el momento de llevar la relación a ese terreno, Eris la llevaría más allá, por las buenas o por las malas. Un deseo dormido había despertado en ella, deseaba llevar esas fantasías a un terreno más real.
-Amame. -Me rogaría colocandose tán cerca de mí que podía sentir y percibir su creciente deseo como si ese fuese el perfume que había comenzado a usar para mí, mejor dicho, para Rezo.
-No, tengo cosas mejores que hacer. -Le espetaba yo desafiante pero encantador.
-Amame y permiteme mostrarle todo mi amor de nuevo. -Insistía ella adoptando un tono más autoritario. No se iba a echar atrás, ya no, incluso usaría su as bajo la manga en varias ocasiones. Alzando una ceja, sonriendo brevemente, se lo negaría una vez más:
-He dicho que no. Sea lo que sea, no me harás participe. -
-¿Estás seguro? -Me preguntaría ella colocando sus labios cerca, tán cerca como pudo en mi oreja derecha para al instante recitar el conjuro que me haría suyo por instantes desplegando toda su concentración y poder en cada palabra. Debió de funcionar pues me sentía como drogado, escuchando pensamientos que no eran mios pero que llegaban y llegaban eclipsando los mios propios como siempre hacían. Pero la primera vez mi reacción no sería tán radical, me pillaría de sorpresa. Trás escuchar aquella anecdota más propia de una vergonzosa y mojigata jovencita, tomando aire, como si fuese un ahora o nunca, me pediría lo que toda mujer enamorada pide a su amado llegado ese punto en la relación en que el fuego que ambos sienten no se calma sino que se expande a mayor velocidad por sus cuerpos. Ser amada, amada como una mujer. Alzaría mis cejas sorprendido. Ella volvería a insistir y cada vez que volvía a pronunciar su petición pudía atisbar como su voz cambiaba pasando de un timido murmullo a una clara y desesperada suplica. No sabría que hacer, por lo que permanecería frente a ella aún con expresión de sorpresa porque sinceramente no deseaba darle ese capricho pero decirselo directamente no hubiese servido
de nada. Su suplica se transformó en una orden y despúes llegaría la formulación del hechizo que me hiría aturdiendo pero sin llegar a perder del todo la noción de los sucesos que llegarían a continuación. Era lo mejor, dejarse llevar como un titere, como un muñeco que ni siente ni padece, que sólo se mueve o interactua porque alguien tira de sus hilos. Por desgracia aunque el hechizo funcionaba, a veces volvía a mí ser, lo que implicaba que debía de fingir. No dolía porque Eris no alcanzaba un fuerte dominio pero no era agradable escuchar la voz del hechicero en tu cabeza. En el que vendría a ser mi dormitorio, sobre la amplia y confortable cama Eris esperaba sentada sobre ella con sus antiguas ropas a que yo la tomase. Cuando me adentre en la cama aún hecha para unir nuestros cuerpos, de momento cubiertos, juntando nuestros labios en un delicado beso, ella alzaría sus brazos colocandolos sobre mis hombros, entrelazando sus manos sobre mi cuello. Yo, como si se tratase de la cosa más natural del mundo, haría descender mis manos hasta posarlas sobre su cuello, su largo y suave cuello rodeado de finos cabellos que acariciaban el dorso de mis manos. Sin dejar de entrelazar mis labios con los suyos que se fueron humedeciendo poco a poco a la vez que prolongaban la placentera y adictiva unión. A veces, antes de continuar proporcionandole más lentos besos, le escuchaba soltar suaves gemidos. Fue una pequeña muestra de lo que iría saliendo de su boca despúes, al desabrochar los gruesos dos gruesos botones que mantenían la capa a juego con su virginal traje. Caería sin emitir más que un leve sonido como el siseo del viento sobre la cama. Los latidos de su corazón se volverían más rapidos y fuertes al rasgar la parte inferior del traje un poco, lo suficiente para poder palpar el finísimo tejido de lo que llevaba a modo de ropa interior. Aquello parecería enloquecerla de placer pues apretó energícamente las tunicas que todavía cubrirían mi cuerpo. Llegado el momento en que me pondría a sudar como inundado por un gran calor me deshice de las tunicas cuyo tacto indicaba que habían sido realizadas con terciopelo . Suspiré al sentir algo de aire fresco y retomé el asunto por dónde lo había dejado, Eris me esperaba conteniendo su agitada Y sofocada respiración. A ella parecía excitarle muchísimo que tomase la iniciativa, era lo propio como hombre o eso se les hacía creer desde muy jovenes, retiraría el cinturón fabricado con la misma o similar seda que su traje y el traje se haría más fácil de retirar. La última prenda se la quitaría ella misma dejandola a un lado, para, totalmente desnuda, sentir mis besos y mis caricias por todo su cuerpo. Con cuidado, echandome sobre ella, palparía sus zonas más intimas como sus redondos y firmes pechos con blandos pezones que se endurecerían turgentes como dos montañitas al contacto con las yemas de mis dedos. Los gemidos de Eris se intensificarían de tál modo que ya no eran gemidos sino autenticos alaridos de placer. Unos alaridos que se alzarían incontenibles al llegar cerca, muy cerca de su sexo oculto por un buen palmo de vello pubico. Todo su cuerpo se extremeció de gusto y verguenza. El grito que lanzaría sería entrecortado, como si su voz no pudiese alzarse más y perdiese su esencia a mitad del grito. Si ella, ella que jamás había sido tocada por hombre ninguno y muchas veces le negaría ese honor a su compañero mercenario, no deseaba seguir, me habría detenido aunque ya hubiese despertado en mí esa mecha y el deseo empezase a hacer de las suyas, me habría separado y me habría marchado a otra habitación sin decir palabra pero ella, aún asustada porque decían que entregarse de ese modo a un hombre era doloroso, deseaba experimentar ese dolor, dolor que se volvería agradable, muy agradable al tener a su amado dentro de ella. Su sexo, el sexo femenino, cuando ya se había roto el himen protector, al abrirse éste para muchos artistas era
como una flor, una flor que va abriendo sus petalos, una flor de carnoso tacto y arrugas de todo tipo. Claro que yo sólo podía imaginarlo introduciendo algunos dedos para ir abriendo esa flor que en vez de producir una envolvente fragancia, empapaba mis dedos de un liquidillo cuyo tacto bien recordaba al de la piel de una babosa, tán resbaladiza. Eris se mordería los labios, preparandose para lo que vendría a continuación. Supe que al principio le sobrepasaría un poco pues al rozar sus mejillas por ellas se desplazaban algunas lagrimas. Sin embargo ella deseaba ser amada. Sin embargo ella desearía ser amada de ese modo no sólo una vez. Ya no era dueño ni de mi propio cuerpo, ella disponía de mí cuando y como quería, por lo que no hubiese resultado extraño que me esforzase en evitarla y que viese sus breves partidas de la mansión como pequeños momentos de libertad. Cuando ella no estaba, podía mostrarme como verdaderamente era.
-Veo que vas con los ojos abiertos, ¿qué opina Eris de ellos? -Me preguntaría McKind al mirarme directamente a los ojos exhibiendo una sonrisa pícara. Era un hombre maduro pero apuesto cuya vestimenta no tenía nada que ver con la que yo le había supuesto desde la oscuridad. Al darme la vuelta me llevaría una mano al pecho agradecido, antes de responderle suspiré dedicandole una timida sonrisa:
-Ella no sabe que he conseguido abrirlos por mí mismo. Además dudo que me permitiese ver. -
-Pues qué pena, así podrías decirle lo hermosa que la ves. -Bromeó acercandose al gran ventanal en el que me encontraba apoyado contemplando las viviendas cercanas y a los ciudadanos caminar por las calles de piedra. Los chiquillos jugaban con pelotas que perdían su forma redondeada al ser golpeadas con facílidad pero se les veía tán felices y muchas mujeres con blancos delantales sobre sus sencillas prendas de desteñidos colores barrían mientras charlaban entre ellas la parte de la calle en que sus hogares habían sido edificados. Pasandome una mano por la espalda McKind me propondría algo inimaginable:
-¿Echamos una partidita al ajedrez? -
-No sé jugar. -Le respondí agachando la cabeza avergonzado.
-¡¿En serio?! -Exclamó provocando que mi verguenza aumentase. -Pues Rezo sí, era su juego favorito y era la rehostia de bueno. Me extraña que Eris no te haya obligado a aprenderlo. -Añadiría mirando al techo mientras meneaba la cabeza.
-Pues no lo ha hecho. -Le respondí yo encogiendome de brazos.
Pasaríamos un rato muy entretenido, quizás no logré vencer a McKind a la primera pero en las partidas posteriores que pudimos jugar, fuí mejorando con gran velocidad, hasta conseguir quedar en tablas con él, como si fuese cierto que siempre hubiese jugado a ese juego o siempre lo hubiese dominado con facilidad pero al no ponerlo en practica, se me hubiesen pasado algunos movimientos estelares. Cuando escuchamos las grandes puertas de la entrada abrirse tanto McKind como yo supimos que nuestro momento de libertad había acabado. Corriendo hacía la ventana, nada más abrirla, saldría dando un salto casi propio de un artista de circo para acabar sin un rasguño sobre la gruesa rama de un arbol muy cercano. Me dejó con la boca abierta.
-¡No es para tanto! -Me diría él antes de que cerrase la ventana. -¡Rezo y yo nos las hemos visto más perras! -

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-¿Jugamos? -Preguntaría él casi con un tono de voz burlón al sentir como me adentraba al dormitorio.
-¿Dónde ha encontrado ese tablero y las figuras de ajedrez? -Querría saber al verle sentado en una elegante silla de alto respaldo de madera de oscura tonalidad frente a una mesita también de oscura madera en cuya superficie se encontraba desplegado un tablero de ajedrez y las figuras correspondientes a cada jugador ordenadas y listas para ser utilizadas. Las que estaban colocadas en su zona eran de un fuerte color rojo. Esbozando una sonrisa mientras apoyaba ambos codos sobre la mesa manteniendo las dos manos entrelezadas bajo su mentón, arqueando una ceja me respondió:
-¿Tú dónde crees? Estaba aquí, en mi dormitorio. Me sentía tán aburrido... -Añadiría con ese tono de voz que fingen los niños para buscar un indulto por parte de sus padres. Suspirando, me sentaría frente a él, a Rezo siempre le gustó ese juego pero era un juego peligroso, un juego que te hacía expandir demasiado la mente a fin de crear una estrategia que te llevase a una victoria. Me preocupaba que el ajedrez abriese su mente demasiado, pues se volvería más astuto y temerario pero me gustaba tanto jugar con Rezo. Cliff siempre fue el rival que Rezo siempre escogía pues Cliff poseía una inteligencia y una visión muy superior a la nuestra en temas complejos. Ni Zelgadiss era capaz de hacerle sombra aunque Zelgadiss prefería experimentar la acción a plantearla. Yo aprendí a jugar gracias a Cliff, es algo por lo que siempre le estaré muy agradecida, ya que eso me permitió un gran acercamiento a Rezo. Sin embargo Cliff nunca llegó a vencerle. Me ví obligada a buscar metodos más continuos con los que limitar sus acciones ya que cada vez se apreciaba más desprecio hacía mí, un desprecio que podría ir más allá del odio, es decir, podría llegar a hacerme daño pero nunca pareció intentar golpearme o pegarme, de todos modos, no podía fiarme y menos al recordar las palabras del hechicero. Tarde o temprano, los homunculos tratan de matar a sus creadores...

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-Vaya, vaya, vaya, no sabía qué el Maestro Rezo poseyese esa clase de... ¿ayudantes? -
-Bueno, pues yo al contrario que tú, copia, siempre supe que el Señor Rezo sería capaz de esto y de mucho más. -Me soltaría el mercenario. Su voz era ronca y brusca como sus palabras hacía mí.
-¿Sí? ¿Cómo por ejemplo qué? -Quisé saber, en los recuerdos que aquella cosa avivó en mí mente, no se le apreciaba como un villano sino como un gran hombre, un hombre de bien, incluso como un hombre demasiado benevolo. Dilgear, que así dijo llamarse, se echaría a reir y sus carcajadas resonarían por todo el sótano.
-¿Por dónde empezar? -Se mofaría antes de enumerar algunos de sus actos más infames. -Pero no pienses mal de él por eso, un hombre ha de hacer eso y mucho más si de verdad desea obtener lo que se le ha sido negado. -Añadiría adoptando una voz más suave, como más comprensiva.
-¿Puedo preguntarte algo más? -Le dije al cabo de un rato. -Por casualidad, ¿tú no sabrás quién mató al Maestro Rezo? -
-Pues resulta que sí pero ¿qué pasa si no me apetece decirtelo? A tí eso debería resbalarte. -Me respondió con tono de voz airoso a la vez que malicioso.
-Pues que tendría que sonsacartelo y no sería de un modo muy agradable. -Le amenace dejando escapar una risilla traviesa. Lo que sucedería a continuación sería tán inesperado como excitante, nunca antes había puesto en practica los hechizos que fuí aprendiendo a escondidas o que sencillamente no había utilizado contra Eris porque no los recordaba. Rezo era un maestro en dominarlos fuesen de la rama que fuesen y tuviesen el nivel que tuviesen. A pesar de mi insistencia, Dilgear era tozudo pero no creo que fuese por lealtad o amistad hacía Zelgadiss y mucho menos hacía Lina Inverse. Sus aullidos de dolor, más similares a los de un animal herido que los que pudiese emitir un hombre, no me ablandaron ya que sólo duraban lo que el hechizo durase al extender el dolor por su cuerpo, haciendolo retorcerse, sin lugar a dudas, pues podía escuchar como se revolvía violentamente sobre el suelo. Cuando sentí una de sus manos enguantadas aferrarse a mi tunica, supe de inmediato que se rendía, que ya no podía aguantar más sacudidas electricas.
-E-Está bien, te diré todo lo que desees saber... -Diría con voz costosa a causa del dolor.
-Eso estaría bien, mi querido Dilgear, pero me confirmó con conocer la identidad de los asesinos del Maestro Rezo. -Le insistí. Desde el momento en que escuche sus nombres, no podría quitarmelos de la cabeza. ¿Fue una buena señal o muy mala? Si fue bueno, lo fue porque me pusó en ventaja pero nada más. Zelgadiss, Lina Inverse y su compañero, Gourry Gabriev. Descubrir la magía me abriría ventanas dónde las puertas eran cerradas con candados y era alentador, una vía de escape que cada día se hacía más cercana pero ¡demonios! todavía no era del todo libre y mi odio crecía y crecía más devolviendome a mi verdadero ser, como si mi odio fuese más poderoso o como si en ese odio residiera el poder que iba desentrañando y aprendiendo a dominar solo. Yo sabía que era por culpa de aquella cosa, redondeada y manipuladora, que parecía atravesarme el cerebro anulandome, vaciandome como si me detuviese al igual que un muñeco sin cuerda. La ocultaba con una cinta sobre mi frente pues era un durísimo recordatorio de que había perdido toda mí libertad, mi cuerpo, mi mente y pronto también ¿mi espiritu? Sin embargo no me rendía, a medida que las palabras escritas cobraban mayor significado para mí mostrandose más cercanas a mis ojos, no me daba por vencido, buscaría un modo de romper esa cosa, como ya lograse traspasar lo que sellaba mis ojos.
-¿Sabes? Eres una criatura realmente afortunada. -No podía evitarle comentarle a un pajarillo que cantaba sobre la rama más cercana al gran ventanal que poseía el dormitorio de Rezo. -Ojalá fuese como tú. Sin necesidad de fingir, sin necesidad de amar, sin necesidad de odiar, sólo mantenerme alto en el cielo tarareando una canción. -Continuaría exponiendole al abrir la ventana para poder escuchar su melodía más claramente.
-Si le ofreces unas migas de pan se hará tu amiguito. -Me aconsejó McKind, tán inoportuno como ya debía ser costumbre en él, provocando que el pajarillo se marchase pues su bonito canto pasó a ser un batir de alas. -Hablando de amigos, eso me recuerda un hechizo que podría convertirlo en humano por unos momentos. Así tendrías a alguien que te apreciase tál y cómo eres. -Añadiría echandose a silbar, el sonido que produjó atrajó al pajarillo de vuelta, pronto sus silbidos serían acompañados por los cantos del ave.
-No creo que Eris me permitiese tenerlo. -Le comenté tomando al pajarillo de nuevo entre mis manos. La rabia que sentí haría que sin darme cuenta cerrase ambas manos apresionando al animalillo, que volaría aterrorizado al abrirlas. -En realidad, dudo que me permita nada, las cosas se han vuelto demasiado retorcidas. -Un suspiro de exasperación saldría nada más acabar la última frase. -Por cierto, me desagradan los mercenarios, no necesito que otros se manchen las manos por mí. Si mato a Eris, será con mis propias manos. -
-No tengo ni idea de lo que hablas pero puedo figurarme que el idiota de Dilgear te ha hecho una visita hace poco ¿no? -Deduciría McKind ante mi advertencia. La sonrisa que debió de dibujarse en mi rostro le sirvió de confirmación pues dijo. -Bien, pues si crees que su visita a sido idea mia, te equivocas. A lo mejor vino atraido por uno de esos carteles que se han hecho circular por todas partes. -
-La guardia y las asociaciones de hechiceros deben de andar muy desesperadas por encontrar a los culpables de la muerte del Maestro Rezo ¿no? -Diría, McKind se echaría a reir y entre carcajada y carcajada, me daría toda la razón. Al oir ruidos lejanos, cerré la ventana y me alejé de ella. McKind, el equilibrista, el astuto hechicero, se marcharía usando un conjuro que le permitiese volar o planear. Creo que otro motivo por el que me gustaba estar con McKind, a parte de porque me hacía sentir como un humano cualquiera, era porque con el podía estar, más o menos, informado. Creedme, estaba literalmente atrapado en esa mansión. Apenas sabía nada del exterior.

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En todas las paredes de las calles más principales y la plaza de la ciudad podrías encontrar con carteles cuya oferta tán sólo atraería mercenarios y codiciosos ciudadanos con aires de heroes, uno de ellos sería Zangulus, un hombre alto de conflexión fuerte pero no excesivamente musculosa. Con cabello tán oscuro y brillante que no parecía normal y de un fuerte moreno en su piel. Un largo mechón ondulado caía dandole un aire arrogante a su rostro bajo su deshilachado sombrero a juego con su usada capa. Solía ir acompañado por el único camarada que aprecíaba, un enigmatico hechicero. Hablaría con él tán sólo porque insistiría en que había visto a los asesinos de Rezo, mientras él degustaba una deliciosa y fresca cerveza en una apacible posada. Zangulus a veces me dirigiría miraditas indecentes más de una vez no sería de extrañar en gente de su clase, por desgracia, tanto muchos mercenarios como bandidos se cree todo unos conquistadores.
-¡Deje de coquetear conmigo y digame al menos el nombre de esos tres asesinos! -Exigiría molesta. No había accedido a hablar con él precisamente para ser seducida y menos por un mercenario. Ante mi sugerencia de compartir información e incluso ayudarme a darles una lección, la actitud de Zangulus me dejaría bastante disgustada.
-¿Para qué? Por si no lo sabe, dos de ellos eran hechiceros. -Replicaría Zangulus desagradado ante la idea de que no me rindiese ante sus artes de seductor. -Además eso ahora es asunto de la guardia, ¿no? -
-Ya lo sé pero ellos... Ellos no merecen la carcel, ellos merecen algo más... -Mascullaría yo incapaz de contener el dolor y la rabia. En aquel momento sentiría la necesidad de justiciarlos, fuesen quienes fuesen, por arrebatar al mundo al igual que a mí a un gran hombre, el hombre al que más he amado. A lo mejor así no sentía que mi fantasía se derrumbaba a pesar de mis esfuerzos por mantenerla en pie.
-Claro que podría decirte sus nombres si te mostrases más agradable conmigo. -Me chantajearía lanzandome otra mirada cargada de lujuria. Me quedé sin palabras, lo que me estaba ofreciendo además de pecaminoso, sería asqueroso pero no tenía por que ser exactamente lo que me estaba temiendo, por lo que fingiendo cierto interés por su oferta, apoyandome un poco sobre él provocativamente, dije:
-¿Con lo de un poco más agradable con Ud a qué se refiere exactamente? -
-Pues creo que no es necesario que se lo explique pero si lo desea, podría hacerlo en un ambiente más intimo. -Respondió él arqueando una oscura y fina ceja con una sonrisita maliciosa dejando a un lado la jarra semi vacia de cerveza, para posar una de sus manos enguantadas sobre mi rostro con la idea de que nuestros labios se uniesen pero apartandola con delicadeza antes de concederle el beso, siendo lo único que obtendría de mí aquella noche, le pedí cumplir de antemano su parte del trato.
-Un momentito, primero dime sus nombres, luego vendrá la amabilidad. -Le dejaría caer adoptando un tono de voz encantador y pícaro, entornando los ojos levemente. Él obedecería sin replicar, susurrandomelos al oido:
-Zelgadiss Greywords, Lina Inverse y Gourry Gabriev. -
Casi no me lo creí, ¿Zelgadiss? Él de entre todos los ayudantes y apredices de Rezo, era el que menos motivos hubiese o hubiese debido de tener para asesinarle. Sería algo más propio de Kraken. Mi indignación no tardía en tornarse en furia. En aquel mismo rincón de la barra de claros tonos hecha de madera dejé que Zangulus me besase pero cuando percibí que sus manos descendían más allá de mi cuello, apartandolo bruscamente de mí le hice saber que toda amabilidad con un extraño tenía un limite.
-Zangulus, creo que ya he sido bastante agradable contigo. Será mejor que lo dejemos así. -Fue todo lo que pude decirle manteniendo la calma. Cubriendome con la amplia y gruesa capa negra que había comenzado a llevar poco tiempo despúes de la muerte de Rezo atravese las frias calles alejandome sin ni siquiera mirar atrás.
-Yo sólo quiero serle agradable a Ud. -Le comunicaría a él como se lo hubiese comunicado al verdadero Rezo si hubiese habido por su parte esas libertades. Él me escuchaba y esbozaba una sonrisa aunque su frente estaba arrugada antes de continuar besandonos. Él era mio, no habría oposición, por lo que era feliz, como el enfermo que toma un placebo creyendose sanar. Él me tomaba con dulzura a pesar del odio que pudiese crecer dentro de él, desabrochandome el estrecho y aterciopelado vestido de oscuro color que llevaba acentuando mi figura ya varios años de mujer, poco a poco, pues los cordones que poseía entrelazados no serían faciles de desentrelazar. Mi corazón siempre latía muy fuerte cuando estaba tán proximo a mí, igual que ocurría con Rezo, quizás fuese eso lo que me separó de la realidad, dejarme llevar por lo que mis sentidos me indicaban en vez de lo que mi mente me recordaba al salir de la mansión. Finalizada la labor, el vestido se iría desprendiendo de mi cuerpo como si se resbalase suavemente, dejando tán sólo a entrever la ancha y ligera ropa intima que toda dama, chiquilla o muchacha llevaría, de tono blanco pero transparentado. Echados sobre la cama a los largos besos se les unirían caricias que me harían temblar de gusto. El mero pensar que Rezo hubiese sido capaz de prodigar esa clase de besos y caricias a alguna dama, me entristecía a la misma vez que ruborizaba intensamente. Algunas lagrimas llegarían a caer pero él con una ternura tán parecida a la que podía mostrar Rezo me las secaría al notar su humedecido paso. Al instante se detendría pero yo le pediría continuar:
-No es nada, os lo ruego, continuad. -
El me acariciaría mis largos y negros cabellos antes de proseguir, tán negros como la noche extendidos sobre la almohada de claro color y tán dispares que siempre me conferían un aire desafiante a diferencia de Pandora, la cúal sí era orgullosa y revoltosa como Zelgadiss. Claro que al principio no serían ni la mitad de largos de lo que lo eran en ese momento. Rezo sin embargo siempre poseyo cabellos finos y muy sedosos, de una tonalidad tán oscura que te dejaba bastante sorprendida, inpropia de alguien con la piel tán clara, a veces me recordaba a esas muñecas de porcelana que las niñas más ricas llevaban consigo. Cerrando los ojos, me concentraría en disfrutar de las sensaciones que me irían provocando sus labios y manos. Como si realmente Rezo me estuviese amando. Perdería el aliento al abrir los ojos y contemplar como su torso desnudo iba siendo descubierto a causa del calor que comenzaba a invaderle al igual que me invadía a mí. No pude reprimir el sonoro y largo suspiro que dí. Aunque me sentía dividida, con mi conciencia dando incesantes gritos y golpes en mi cabeza, el deseo podía conmigo cada vez que se tumbaba semidesnudo sobre mí. Lo amaba y deseaba tanto, extendiendo mis brazos sobre él, podiendo palpal su espalda sin tejido alguno, me preparaba para tenerlo dentro de mí, abriendome de piernas, dejando a la vista mi sexo. Lo demás ya os lo podeis imaginar.
-Eris, Eris, Eris, ¿de verdad crees que esto te va a hacer feliz? -Oiría a mis espaldas, al girarme ahí estaba McKind. Era un hechicero realmente pesado pero Rezo y él compartieron muchas investigaciones juntos. Eran, como decirlo, colegas.
-Lo creas o no, sí. -Le respondí con mirada desafiante. -Además, no quiero tus consejos. -Le deje bien claro antes de proseguir buscando los escritos y documentos almacenados con referencia a sus experimentos con quimeras.
-Me lo suponía, en fin, espero que los de Zelgadiss te sean de más interés. -Me replicó adoptando esa actitud que tanto detestaba en él. Mi silencio le animó a continuar hablando. -Zelgadiss estará pronto en Sairaag, seguro que te haces una idea del motivo. -
Aquello me daría más motivos para preparar un modo de justiciarlo junto con Lina Inverse, temiendo que tratase de reclamar El legado que Rezo me dejó.

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Al parecer el hechicero Zelgadiss llegaría a la ciudad de Sairaag antes que Lina Inverse y su compañero, el espadachín pero probablemente impulsado por otra clase de motivos, mucho más personales, que el mero deseo o necesidad de demostrar su inocencia, justo como se esmeraría en hacer la hechicera. A Eris ese acontecimiento la tenía muy alterada, le preocupaba que Zelgadiss pudiese reclamarle o arrebatarle el laboratorio que Rezo poseía en Sairaag y todo lo que se encontraba en su interior, al fin y al cabo, Zelgadiss era pariente de Rezo pero Eris nunca le cedería El legado de su amado Rezo, lo único que habría de él trás su muerte, ya que no lo consideraba digno de tál honor. Ella, que reconocía que Zelgadiss poseía gran talento con la magía y debido a su obsesivo entrenamiento con la espada, sería un gran espadachín, acudiría a mí pidiendome ayuda, tanto contra él como contra Lina Inverse y el otro espadachín. Me gustase o no, lo haría pero ¿era mi deber? No, no lo era y si lo era, yo no lo veía de ese modo. A pesar de ello, de lo que yo considerase o no, dada que mi libertad apenas duraba, la poca que conseguía, abrazandola le dije lo que ella deseaba decir y debía decir.
-No te preocupes, yo me ocuparé de ellos personalmente si es necesario. -Fueron las palabras que surgieron de mis labios.
-Gracias. -Musitaría con voz acongojada antes de echarse a llorar entre mis brazos.
Sí, por un momento volví a encontrar en Eris a aquella dama dulce y sensible que fue pero fue un momento tán breve, un momento que sería interrumpido por el sonido del golpeteo a las puertas principales. Eris se apartaría e iría de inmediato a atender a la persona que estaba golpeando la puerta tán grosera e insistentemente. Sus pasos adquirirían mayor velocidad al alejarse.Afinando oido, pude descubrir que se trataba de un hombre, otro merceranio, seguramente. Últimamente pasaban por la zona muchos mercenarios y cazarrecompensas que ofrecían sus servicios a Eris, ya que Eris era ayudante del famoso Monje rojo. Eris les ordenaba encargarse de Lina Inverse y su compañero, ¿a modo de distracción? Uno de ellos se llamaba Zangulus, si es que a eso se le podía denominar nombre, un tipo tán prepotente y malhablado como se podía esperar de un mercenario, él único que iba acompañado por otro individuo, un reservado hechicero. Ellos hicieron un buen trabajo, al menos, fueron de los pocos en poder cobrar. A medida que pasaba más tiempo con las criaturas que Eris y yo creabamos, como plan alternativo, mi ¿maldad? se acentuaría un poco más haciendome darme cuenta de que yo al igual que ellos, era una aberración y como tál, hiciese lo que hiciese seguiría siendolo , no me ataría a ninguna ley o norma moral. Dejaría de intentar que el mundo viese la diferencia entre Rezo y yo por las buenas. Con que, sinceramente, si era retado por Zelgadiss, no me acobardaría ni me ablandaría.
-Creía que no consideraban necesarios los servicios de ningún mercenario. -Comentaría McKind con tono de voz burlón caminando con paso tranquilo hacía mí por el sótano, que entre tanta criatura enfrascada debía de parecer un verdadero laboratorio, haciendome regresar a la cruel realidad, sintiendo de nuevo la fria piedra y los finos tubos de cristal sobre mi piel, emitiendo un incesante y perturbador sonido a medida que el liquido llegaba a mí entremezclandose con mi sangre. Dolorosamente conseguí entreabrir mis ojos pero al instante volverían a cerrarse.
-Dado que desde esta cosa no puedo hacer gran cosa, a Eris le ha debido de parecer buena idea. -Respondí sintiendo mi cabeza arder por culpa de esa maldita gema incrustada en mi frente. -Lo odio pero es necesario. -Añadí con amargura.
-Ya veo que Eris está preparando una gran fiesta de bienvenida para Zelgadiss. -Bromearía McKind sin lugar a dudas mientras examinaba a las criaturas más cercanas a mí rincón. -¿A tí qué te parece qué Zelgadiss este por Sairaag? -
-Eris sólo está intentando proteger lo que cree suyo. -Contesté. -Además lo que yo opine, no tendrá relevancia, hago lo que ella quiere y punto. -
-Qué deprimente, siempre me dices lo mismo pero estás tán en lo correcto. -Me replicaría como lo haría un chiquillo. -Por cierto, eso que has dicho antes, no tendría por qué ser así, ya que tú al surgir de Rezo, tienes su sangre, aunque no puedas reclamar nada, el legado de Rezo en realidad tendría que ser tuyo. -Añadiría pero con voz más cautelosa mientras se rascaba la cabeza.
-Pues aún siendo su verdadero dueño, no lo quiero. -Exclamé dando un fuerte golpe al reposabrazos de piedra, que haría vibrar los tubos de cristal unos instantes. -¡No quiero nada que halla pertenecido al hombre a cuya sombra vivo! -
-¿Ni siquiera La copia de la Biblia Claire que Rezo guardaba en este laboratorio? -Preguntaría McKind tán sorprendido como malicioso. Mi respuesta fue clara, ¡no!

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-Ese es... ¿El Monje rojo? ¡No, no puede ser!... ¿O sí? -No parararía de exclamar el hombre-pez dando desagradables chillidos, con sus grandes y saltones ojos fijos en el homunculo, señalandolo con su flaco brazo alzado y la boca abierta o tán abierta como un pez es capaz de tenerla.
-Eso depende de quien preguntes de los presentes, mi sorprendido Rahanim. -Le respondería McKind con su habitual sorna caminando para estar a mi lado. -¿Verdad Eris? -Añadiría arqueando una ceja con una sonrisa perversa mientras posaba una de sus asperas manos sobre mi hombro izquierdo.
-Bien, Rahanim, antes de decidir si nos eres de utilidad o no, me gustaría saber que motivo te ha traido hasta nosotros. -Sería lo que diría yo ignorando la comprometedora pregunta de McKind retirando su mano de mi hombro rapidamente. El hechicero se cruzaría de brazos pero seguiría muy cerca de mí, demasiado para mí gusto pero sus ojos pasarían de los mios al hombre-pez, quien me respondería sin tardanza, dandose un leve golpe en lo que se podría considerar su pecho:
-Pues para presentar mis servicios en señal de agradecimiento a aquel que tanto ayudó a mi buen amigo Noonsa. -
La mirada que le lance a McKind fue fulminadora, de esas que derriten el hielo, él dejando escapar un ligera risilla antes, dijo:
-¿No te parece maravilloso? Además al ser un favor, no habrá necesidad de pagarle. -
-¡Cierto! Un favor sólo puede ser pagado con otro favor. -Nos informó Rahanim con solemnidad. -Noonsa durante el tiempo que trabajó para Rezo sufrió menos palizas y burlas que si hubiese trabajado en cualquier banda de bandidos. A pesar de todo murió pero estoy seguro que murió feliz. ¡Por eso ayudaré al Monje rojo en lo que sea gratuitamente! -
-Además a él tampoco es que le caiga precisamente bien Zelgadiss... -Dejó caer en un susurro McKind. -Contratalo, al menos morirá saldando la deuda de su amigo. -
-Si lo hago, ¿le dejarás tranquilo? -Le pregunté yo en otro susurro. En la afirmación de McKind se pudó percibir amargura, como la que siente alguien que admite muy a su pesar su derrota, lo cúal me convirtió en la victoriosa ya que McKind podía y de hecho lo era, ser muy mala influencia para él. Si bien él era como un niño, las palabras de McKind le confundirían y le causarían un gran impacto, no, lo tenía bien claro, si alguna vez llegaba a tener amigos, tendrían que ser los que yo le escogiese. McKind tál y cómo afirmó, no volvería a visitar, de ningún modo, al homunculo, lo que me tranquilizo mucho. Rahanim decidió quedarse en el sótano con el que consideró rapidamente su señor, sólo le obedeció a él. Esa clase de respeto que el hombre-pez sentía hacía él, ya que lo creía Rezo, era tán admirable como aterradora.
-¿Qué quiere qué haga hoy? Señor Rezo. -Le preguntaba poniendose todo lo firme que podía cada día y la respuesta que obtenía siempre era:
-Ve a la ciudad e informame de todo, absolutamente todo, lo que este sucediendo. -
-¡Así lo hare! Señor Rezo. -Le decía antes de ponerse a ello, corriendo tán rapido que lo único que podías apreciar de él era un borrón grisaceo a la distancia, entre el techo y el suelo. Esa debía ser su especialidad o su don. Rezo solía decir que todos nacemos con uno que nos hace únicos y maravillosos.
-¡Señor Rezo, traigo noticias interesantes del exterior! -Exclamaría un día, el día de la llegada de Lina Inverse y Gourry Gabriev a Sairaag, plantandose ante él.
-Pues, ¿a qué esperas para hacermelas saber? -Querría saber él arqueando una ceja, dejando a un lado lo que estaba haciendo prestandole toda su atención sentado junto a una mesa de gastada madera repleta de libros y documentos y una vela cuya llama anaranjada parecía temblar. Rahanim asintió y comenzó a darnos la información.
-He estado por la ciudad como cada día pero esta vez, he atisbado tres personas que han llamado poderosamente mi atención. Dos hechiceras, un espadachín y una sacerdotisa que les estaba ayudando a evitar a los guardias. -
-¿Dos hechiceras? -
-¡Asi es! Mi vista no será muy buena pero estoy seguro que eran dos muchachas. -Aseguró el hombre-pez. A ambos aquella información nos dejaría bastante pensativos, no me costó suponer que la sacerdotisa a la que se refería Rahanim debía de ser Sylphiel pero ¿por qué les estaría ayudando? Posiblemente porque ella no sabría qué eran ellos los asesinos de Rezo. Ella, me gustaba pensar, era una buena muchacha.
-Entonces, ¿no había ningún hechicero en el grupo? -Insistiría él antes de permitir a Rahanim marcharse. El hombre-Pez daría una rotunda negativa. Arrugando la frente pero manteniendo una sonrisa le diría:
-Buen trabajo, Rahanim, ya puedes retirarte. -
Rahanim haría una leve reverencia y se esfumaría tán rapido que si pestañeabas, ya habría abandonado aquella estancia.

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El momento había llegado. Me tocaría realizar la jugada en la que llevaba tanto tiempo pensando. El día que lo volví a tener todo claro, fue el día que Rahanim me comentó que el hechicero que era amigo de Rezo había regresado, para no volver, a la ciudad de Atlas pues realmente el no trabajaba en ninguna comunidad de hechiceros de Sairaag como yo me había supuesto, para que él pudiese cumplir su deuda me entraría tál furia, una furia más abrasadora que las propias llamas que producía un Drag Slave, que haciendo un desesperado y último intento por anular la gema, acabaría por conseguirlo. Ella me lo arrebataba todo sin embargo no se atrevía a quitarme la vida. Creedme, ¿de qué sirve vivir si vives como yo vivía? Encerrado como un muñeco de porcelana que sólo era sacado por la que se había proclamado su dueña pero era negado a otros. Odiaba tener que valerme de los conocimientos de Rezo que iban surgiendo pero ¿cómo si no hubiese sido capaz de demostrar que aún poseyendo su misma habilidad magíca, podía acrementarla? En eso, Lina Inverse y yo nos pareciamos, ella no se iría a echar a atrás, pues yo tampoco. Eso la hacía tán cautivadora, tán digna de ser retada. ¿Qué provocó ese reto? Que ella no fuese capaz de ver lo que McKind, que era otro gran hechicero no viese, la fina diferencia entre Rezo y yo. Ella, tál y cómo anunció Rahanim, se colaría en la mansión, desde luego con menos sofisticación que Dilgear, acompañada por su inseparable Gourry, por la llamada princesa de la justicia, Amelia y la sacerdotisa Sylphiel.
-¡Espera un momento! -Exclamaría con voz sorprendida al verme, pude figurarme. -¡Tú, tú no puedes estar vivo! ¡Yo te ví morir! ¡Esto tiene que ser un truco! -
-Pues... Aquí estoy, ante ti. -Diría yo dando un paso hacía delante dedicandole una sonrisa ligeramente desafiante. Su sinceridad era abrumadora ya que lo que sus ojos veían no parecían tener sentido, apenas habían pasado algunos meses de aquel terrible acontecimiento por lo que los recuerdos que tenía estaban bien frescos, pero ahí estaba yo, considerado por todos los presentes, incluso por el espadachín aún sin recordar del todo a Rezo, como Rezo, El monje rojo.
-P-Pero Rezo está muerto... Murió cuando Shabragnigudu apareció... ¿Verdad Gourry? -Se esforzaba en mantener la cordura, devolviendo imagenes, de seguro, espantosas de los hechos sucedidos en la torre del Gran sabio.
-Err, si creo... Te refieres al tio de rojo ¿no? -Fue todo lo que soltaría el espadachín cruzandose de brazos, a cada movimiento que realiza, su cota de malla resonaba un poco.
-¡GOURRY! -Aullaría ella enojada con su compañero. -¿¡Es qué ya no te acuerdas de Rezo!? ¿¡Con todo lo que nos hizo pasar!? -Siguió gritando. El leve sonido de una respiración dificultosa, me indicó que la hechicera debía de estar agarrando fuertemente a su compañero del cuello. De repente, la voz de Zelgadiss trás el sonido de unos cristales rompiendose resonaría desde algún lugar de la amplia entrada, haciendo que las cosas se pusiesen como yo quería.
-¡No seais idiotas! ¡Ese no es Rezo, sino una burda copia de él! -Sentenció. En su voz se apreció tanto odio. Definitivamente, ya eramos dos los que odiabamos al Monje rojo, pero los motivos que nos llevaron a odiarlo eran bien distintos y puede que el suyo algún día ¿se esfumase al obtener lo que deseaba? La cuestión, es que Zelgadiss sería el único en decir lo que había que decir y dar el primer paso hacía lo que sería un juego bastante... Kamikaze.

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