NOTA DEL AUTOR (O AUTORA XD):
Este FanFic o serie de historias es mi intento de narrar como imagino yo la vida del grandioso Reed Li Clow, uno de mis personajes favoritos de CLAMP ^^
Este FanFic esta narrado en primera persona. Principalmente por Clow pero puede que Yue y Kerberus también tengan algo de protagonismo...
Esta historia es bastante oscura, os aviso pero en la vida no todo es fácil o bonito...
FanFic CLAMP
El mago más poderoso del mundo - El lado oscuro del mago
La luz que se filtraba trás las gruesas cortinas que poseía ese carruaje me resultaba insoportable, como si toda mi vida hubiese vivido en tinieblas y aquella luz que me iluminaba nunca antes lo hubiese hecho. En todo el trayecto hasta el palacio de justicia o el edificio en el cual se celebraban los ajusticiamientos en la ciudad de Chelmsford no pronuncie palabra. Lo poco que brotó de mi boca al salir del carruaje habiendo sido informado por una sonora exclamación fue:
-Gracias. ¿cúanto he de pagarle por el viaje? -
-No se preocupe joven, su Excelencia ya ha tenido la amabilidad de pagarme. -Me indicaría el afable chofer, arrugando un poco su frente mientras sostenía una cortés sonrisa añadiría a modo de despedida. -Vaya con Dios. -
Asentí devolviéndole una forzosa y amarga sonrisa antes de entrar nuevamente al interior de ese edificio en busca de Symond. La mirada que me echaban los guardias que custodiaban las celdas en la zona subterránea u oscuro sótano de piedra no era muy amistosa pero como habían recibido orden de conducirme hasta la celda en la cual Symond y el resto de hechiceros, supervivientes a las pruebas de brujería, se hallaban. Golpeando varias y bruscas veces los barrotes desde nuestro lado de viejo hierro, uno de los guardias hizo saber al grupo mi llegada como solo un guardia sería capaz de hacer.
-¡Espabilad! -Gritaba mientras aporreaba con mayor contundencia los barrotes. -¡Tenéis visita! -
Los bultos en la penumbra que conseguí atisbar irían moviéndose tan aprisa como eran capaces. Con la poca ayuda que ofrecía una antorcha no muy lejana, reconocí a la figura que tras incorporarse, se dirigió hasta mí, siendo separados pocos centímetros por la fila de barrotes. A pesar del cansancio y la angustia disimulada, los ojos de mi amigo no habían perdido su brillo. Su cabello seguía estando muy revuelto y sus ligeras ropas continuaban igual de ultrajadas que su cuerpo, aún repleto de cardenales en diferentes estados más sin embargo su sonrisa continuaba aniñando su rostro rodeada de desiguales mechones de su fina y azafranada barba. Frente a él, sentí como mis ojos se humedecían, preparándose para verter todas las lagrimas tragadas durante todos aquellos días pero me obligué a mí mismo a no estropearlo todo llorando como una dama, Symond y yo lo habíamos logrado. A partir de ese momento, en cuanto saliésemos de allí, todo quedaría en el pasado. Por lo que bufé y pestañeé a fin de mis ojos no segregasen innecesaria agua mientras rebuscaba entre mis sencillas pero limpias ropas los documentos que nos garantizaban la libertad y la vida.
-¡Qué considerado por tu parte, Clow! -Exclamó emocionado Symond, lo que hizo que no detectase la coña. Intentando que sus dedos pudiesen tocarme, añadió. -Pero si tú estas a salvo, moriré feliz. -
-¡No digas eso! -Le espeté y las lagrimas descendieron por mi rostro contra mi voluntad. -¡Si estoy aquí no es para despedirme de ti sino para que vengas conmigo! -Le hice saber alzando el documento que a los instantes siguientes sería mostrado al guardia de mayor rango. Todos los presentes se quedaron muy sorprendidos, tanto que aunque abrieron sus bocas, ninguno dijo palabra. -El señor Symond Windson quedará perdonado tras recibir diez latigazos, sólo en caso de negarse a ser azotado, será penado con la muerte como el resto de brujos. -Recité todo lo alto que pude, haciendo gran énfasis al leer la firma del cardenal Henderson.
Todos corrieron para abrazar al afortunado. Las hechiceras le llenaron de besos, los sabios McArthur y McBean le darían fuertes palmadas en la espalda mientras le otorgaban los que serían sus últimos pero no por ello menos valiosos consejos y de entre los jóvenes hechiceros que quedaban, Wilbert le haría entrega de algo que para él había sido durante muchísimo tiempo de gran importancia pero eso no era lo verdaderamente conmovedor de la escena, lo bonito fue con cuanta felicidad acogieron la información de que uno de los suyos iba a ser liberado. Nadie le guardó rencor por tener tal fortuna, ni ni siquiera Jasper, que parecía el joven más problemático. Symond pronto se sintió avergonzado y dijo con algunas lagrimas en los ojos y arrugando la frente, siendo sacado de la fría y maloliente celda por el guardia que me había acompañado:
-No soy merecedor de esta segunda oportunidad pero ya que los dioses han escuchado las plegarias de éste humilde druida, ¡os juro que Clow y yo haremos que no os arrepintáis! -
Como no sería de otra manera, los castigos al igual que los ajusticiamientos eran en publico, es decir, en mitad de la plaza más principal de la ciudad. Al llegar era increíble cuanta gente había acudido a contemplar la barbarie. Lo único que a Symond y a mí nos diferenciaba del grupo de hechiceros en el que habíamos estado eran nuestras ropas ya que a Symond también se le suministraron nuevas y limpias ropas. Que sus manos continuasen atadas no me pareció lógico pues mis muñecas, tan dañadas como las suyas, ya no cargaban con ninguna clase de opresiva medida de seguridad. Desde lo alto de la misma plataforma de madera sostenida por gruesas cuerdas y varios clavos cual escenario podíamos ser vistos por todos los ciudadanos cual artistas de teatro. Symond mantuvo en todo momento su cabeza alta, con los ojos color chocolate todo el tiempo fijos en la distancia. La gente admiró su fortaleza pues aun recibiendo latigazos capaces de quebrar la piel, quedando dolorosamente remarcados en la zona central de su ancha y clara espalda, Symond aguantaba como un héroe, procurando no derramar ni una sola lagrima. Cada vez que el cuero rozaba su piel descubierta al abrirle la camisa dejando meramente dos últimos botones sin desabrochar por su castigador, se producía un sonido espeluznante, rápido y definitivo como un relámpago contra un árbol. Yo giraba la cabeza al igual que unas cuantas mujeres. Era duro estar ahí de pie junto a tu amigo sin recibir ninguna clase de castigo mientras él sí hasta que a ambos se os pudiese dar un perdón publico. A veces a Symond se le escapaba un sonoro quejido pero poco más. Exhausto y con la carne al rojo vivo por el tramo impuesto por el latigo de oscuro y recio cuero escuchó y aceptó lo que los inquisidores proclamaron.
-¿Repudias a Satanás, príncipe de las tinieblas y a todas sus falsas promesas? -Clamaría con una firmeza y una potencia aterradora en su voz el ministro de Dios sosteniendo entre sus manos una biblia de gran tamaño. La obvia respuesta de Symond fue:
-¡Sí, renuncio! -
-Bien, ¿aceptando así a nuestro señor Jesucristo como único y verdadero salvador? -Continuaría el sacerdote tras oír la negativa en Latín. La afirmación de Symond fue la respuesta que obtuvo, con la misma fuerza y exageración en su voz:
-¡Sí, acepto! -
-¡Magnifico! -Exclamaría el sacerdote mientras se aproximaba a Symond para que éste besase Las Sagradas Escrituras, concluyendo realizando en su frente una cruz con estas palabras. -Entonces por el poder que me ha sido dado, yo te absuelvo de todos tus pecados pues. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo. -
Poniendo unos breves instantes los ojos en blanco, Symond aceptó el perdón divino cerrando los ojos cuan devoto terriblemente arrepentido. Tuve que apretar los labios para no echarme a reír allí mismo. Cerrando los ojos obtuve de igual modo ese perdón prometido y tan merecido pues no habíamos hecho nada malo, como mucho, comer hasta reventar, danzar y honrar a la naturaleza. Al ir bajando de la plataforma pude respirar desahogado, girando mi cabeza varias veces, observar bajar detrás mio a Symond me hacía percibir menos acusado el sentimiento de repulsión y vacío que se había apegado a mí desde el primer toque de ese hombre. Me sentía peor de lo que él se estaría sintiendo, como al haber aceptado, yo fuese el que iba a tener manchada el alma y mi cuerpo se fuese a ir pudriendo poco a poco. Sosteniendo la muñeca izquierda y luego la derecha, él giraba cada mano saboreando la libertad de movimiento risueño, todavía incrédulo de caminar entre las gentes. Me comentaba lo que se dispondría a hacer una vez regresasemos a la mansión Windson. El desprecio en los ojos de la chusma se tornó lástima o esa era la impresión que me llevé al mirar a alguna que otra persona que entorpecía nuestro alejamiento del lugar. En mi mente solo había una idea, cuanto antes abandonase la plaza, antes podríamos ponernos en busca del trasporte que nos llevaría a casa. Como veis, no me importaba lo que la gente pudiese pensar al verme recorriendo la plaza en busca de una salida. Su Excelencia me había indultado y eso era lo más similar a que el propio Dios te indultase sin embargo el indulto de Su Excelencia no era mas que otra muestra de cuan devaluada se había vuelto la palabra de Dios. Entre el asco y la rabia, mi corazón se estaba llenando de odio. La voz del señor Hopkins entre la multitud me arrancó de mis pensamientos que se torcían y retorcían cual plantas trepadoras oprimiendo mi corazón e incluso dañandolo con sus puntiagudas hojas.
-Parece que tiene Ud mucha prisa en irse, ¿no? Señor Reed. -Fueron las venenosas palabras que me dedicaba.
Parándome en seco, giré la cabeza y parte de mi cuerpo, obligando a mi buen amigo a detenerse a mí lado y a ejecutar la misma acción. Justamente como Symond me habría comentado, era la clase de hombre que no le bastaría con ser recompensado por su esfuerzo en capturar a todo aquel que considerase brujo o bruja sino que además asistiría a su condena como tantos otros, para regocijarse de la muerte de esos impíos. Respirando fuerte por la nariz, elegí ignorar sus maliciosas palabras para continuar con mi camino. Él insistiría, elevando su voz entre los griteríos ansiosos de la gente al irse colocando el resto de hechiceros por la lisa superficie de madera.
-¡Justamente cuando va a comenzar la función! -Gritó. Su inseparable compañero, el señor Stearne carcajeó mirando a su jefe, que le devolvió una mirada de complacencia antes de añadir. -¡Marcharse ahora podría costarle la sospecha de muchos ciudadanos! -
Deteniéndome, admití que en eso estaba acertado. ¿Era necesario aguantar más sufrimiento para salvaguardar el pellejo ante gentes que no volverían a verme? Por lo visto sí, aunque me disgusto enormemente la pérfida y arrogante sonrisa que se dibujó en el rostro de Hopkins. Los griteríos se trasformaron en abucheos e insultos que escandalizarían hasta al más duro y malhablado de toda Gran Bretaña, entre tanto desagrado, tanto Symond como yo sentíamos el impulso de contradecir a toda esa muchedumbre más quietos como dos estatuas con la boca bien cerrada y los ceños fruncidos contemplamos un rato como eran presentados los nuestros. La muchacha que meneaba con la cabeza no muy lejos de nuestro lado, cuyos largos y ligeramente ondulantes cabellos parecían olas de un negro mar meramente visibles al ser toda su cabeza tapada por la capucha que poseía su larga y gruesa túnica captó mi atención. Al encaminar mi vista al poco de fijarme en ella en otras damas o en otros individuos, ningún otro parecía sentir ese disgusto. Dándole algunos golpecitos a Symond con el codo, le solicité saber información sobre ella pero para cuando Symond y yo tornamos nuestra vista hacía ese lugar, ¡ella ya no estaba!
-Probablemente te lo haya parecido, aquí hay mucha gente. -Me diría él susurrante.
A medida que los cuellos de los nuestros fueron siendo adornados por las gruesas y opresivas cuerdas que al ser ellos elevados se aferrarían a cada cuello causandoles la muerte, Symond tuvo que golpearse para no romper a llorar. Jamás había visto semejante espectáculo por lo que el contemplar de esos cuerpos retorciéndose al alejarse sus pies del firme suelo de madera, con los ojos enclavijados gracias a la privación de aire me conmocionó, impidiéndome gritar o ejercer cualquier gesto de dolor, con la mano posicionada sobre mi boca. Lo que produjo que muchas personas entre la multitud riese con ganas fue que alguno llegó a orinarse encima, cayendo ese fino liquido cual chispas doradas contra la madera variando su color por esa parte. Apretando los dientes, dolido, tiró de mí y ambos retomamos con mayor velocidad nuestro camino lejos de la plaza. No dejamos de avanzar apurados hasta encontrarnos en una calle desconocida. Jadeantes, pues poco a poco nuestros pasos se convertieron en zancadas y posteriormente en un trote como si eso nos ayudase a borrar de nuestras mentes lo recientemente visto, hicimos que parase el primer carruaje que oímos atravesar esa calle. Todo lo que le dijimos antes de acomodarnos en el interior de su vehículo fue:
-Llévenos hasta Londres, cueste lo que cueste. -
El hombre nos miró arrugando su frente mientras tomaba las riendas de los esbeltos caballos, que golpeaban el suelo de piedra expectantes a la par que erguían sus cuellos. Conocedor de antemano de su replica, suspirante, dije:
-Por favor, buen hombre. -
Sorprendido, se quedaría un instante callado, pero el sonido del latigazo a los caballos nos indicó que estaba dispuesto a realizar el largo viaje. Symond se hundió en el confortable asiento lanzando un largo suspiro mientras cerraba los ojos. Cruzándose de brazos sería fácilmente apresado por Morfeo, ente señor de los sueños. Para mí, dormir comenzaría a convertirse en una acción costosa, revolviéndome un sin fin de veces, con los ojos cerrados, me dí cuenta del problema en ese mismo momento. Forzándome una vez más a esbozar una sonrisa, quise llevar mi torturada y ensombrecida mente a algo que me apartase de todo lo que se agolpaba en ella. Mis pequeños guardianes debían de estar esperándome con un recelo insoportable en sus pequeños y suaves cuerpos. Las circunstancias en nuestra contra habían alargado demasiado el regreso prometido. ¡Oh Yue, mi pequeño ángel! Con tan solo avivar su recuerdo en mí, un temor nunca antes sentido se apoderó de todo mí ser. Él que era tan puro y tan hermoso, leal y siempre deseoso de estar a mí lado, ¿qué pensaría de mí si descubría lo sucedido en Chelmsford? Yo que me empeñaría en instruirlo para que no solo fuese un guardián fuerte y servicial, sino que para que también fuese digno de lo que su apariencia hacía pensar de él. Ya ni podía pensar en aquellos que más apreciaba pues era aún más desconsolador.
-Alegra esa cara Clow, además de seguir vivos, ya tendrás lugar dónde vivir con Kerberus y Yue. -Se esforzaba en ser positivo Symond por los dos echándole un minucioso ojo a todos los documentos que se me había sido entregado. -Además no vamos a ganar nada deprimiéndonos. ¡Estoy impaciente por ver tu morada! -Agregó dibujándose en su rostro una sonrisa traviesa.
Fue envidiable el poder de recuperación que sufrió con una buena comida y un buen descanso en algún que otro hostal que estuviese por el camino.
Le sonreí sin mucho ánimo metiendo con cuidado los papeles en el sobre cuyo sello hubiese sido abierto hacía días por el cotilla pero eficiente empresario que Symond podía llegar a ser.
-Más me temo que eso significará que tendré que convivir yo solo con Brigitt. -Sentenció llevándose una mano a la cabeza emulando un gesto de inesperada molestia.
Asentí de nuevo sonriente como un autómata, que las palabras y bromas de mi amigo no me atrajesen como en otras ocasiones no significaba que por ello fuese a ser un maleducado. Le oía exponerme toda clase de cosas como siempre había hecho con las manos cruzadas sobre la pierna que tenía sobre la otra mirándolo sin embargo mi poca participación decía mucho de mi estado. Yue lo presintió con mayor rapidez que los demás gracias a nuestra unión mágica o debido a que era mucho más sensitivo.
(Yue)
Parado frente a la puerta, mi corazón dio un fuerte brinco al sentir la inconfundible presencia del Amo Clow. Sí corrí alejándome de la entrada fue para hacérselo saber a mi hermano y compañero Kerberus, que se encontraba echado boca abajo en el jardín, único lugar de la casa en el que le permitían estar bajo el cobijo de un árbol de recio tronco con verdes hojas renacidas.
-¡Despierta! ¡Padre por fin ha regresado! -Le ordené zarandeando su anaranjado y peludo cuerpo.
-¿Acaso lo dudabas? -Se mofaría de mí abriendo perezosamente los ojos, ojos brillantes y amarillos como dos joyas. Fruncí mi ceño en señal de enojo retirándome de él.
Le hubiese replicado cualquier cosa pero recibir al Amo Clow era mil veces más importante para mí que justificarme ante esa fiera perezosa. En una parte del gran salón con el que estaba el jardín conectado, me dio la sensación de que toda la habitación estaba más oscura que antes, lo que era raro pues la tela de las cortinas no era tan gruesa como para no dejar pasar apenas luz, arrugando la frente dirigí mis ojos tanto a la derecha como a la izquierda pero todo estaba igual de oscuro parándome un momento. Las voces que reconocí me recordarían mi verdadero propósito por lo que tan deprisa como mis pequeños pies me dejaron llegué a la entrada. Mi corazón se desbocó al alzar la cabeza y fijar mis ojos en el alto y moreno hombre portador de redondas lentes que sonreía con la frente ligeramente arrugada. Su ropa era distinta a la que se puso el día que se marchó pero sin lugar a dudas era él. Respirando hondo, precedí a acercarme. Mi corazón latía tan animado que dolía pero no me importó al igual que tampoco me importo tener que hacerme paso entre aquellas personas que rodeaban a mi creador y amo. Todas eran empleados al servicio del señor de la vivienda, sus trajes eran ineludible signo de ello pero solo la ama Bianca tendría la osadía de abrazar llorosa al Amo Clow después de haber abrazado y besuqueado al señor Windson.
-¡No! -Gritaría entonces el Amo Clow sujetando a la ama Bianca por las muñecas deteniendola bruscamente. La expresión en el rostro de todos excepto en el de Symond, que se limitó a lanzarle una mirada reprochante, fue de sorpresa y gran desconcierto. -¡No me toques! ¡Por favor, que nadie me toque! -Le pidió con otro grito ahogado.
Ella pestañearía confusa, como si le costase reconocer al Amo Clow. Ella que había sido más que una criada o doncella, ella que no dudaba en ayudar al Amo Clow en cualquiera de sus proyectos, fuesen lo locos que fuesen, ella que lo estimaba más que a un señor o a un amo, se alejó unos pasos agachando la cabeza como hubiese hecho en China tras escuchar a su señor ordenarle distanciamiento. Reprimiendo todo lo mejor que pudo las nuevas ganas de llorar, la ama Bianca se alejó sin decir palabra. La penumbra que parecía envolver todo el salón pareció extenderse llegando al recibidor como una silenciosa capa pegada a las paredes y al suelo de madera. Observandola desplazarse por todo la entrada aprecié con insólita nitidez a la bella mujer de negro que fuí viendo de cuando en cuando durante todo el tiempo en que el Amo Clow estuvo fuera. Su sonrisa aunque bonita no me tranquilizó.
-¡Mira quién ha venido también ha recibirte, Clow! -Exclamaría el señor Windson señalando hacía donde yo estaba paralizado. -¿No te resulta encantador? -Añadió adentrándose en su grandiosa mansión e inclinándose un poco para quedar a mí altura. Debió de captar mi inseguridad pues me sugirió. -Ya que estás aquí, ¿por qué no le brindas un poco de afecto a Clow? Verdaderamente lo necesita. -
Asentí decidido a abrazarlo pero algo me frenó, algo oscuro y gélido que me apartó de él. Al levantar la cabeza y apretar los ojos a fin de apreciarlo mejor, logré distinguir cerca, demasiado cerca de mi creador y amo una especie de figura oculta por unos negros e indefinidos mantos.
-Padre... -Musite mirándole a los ojos, caminando despacio hacía él. -¿Se encuentra bien? -Le solicite saber alargando uno de mis brazos para tocarlo pero esquivandome con rápidez y soltura respondió mientras se alejaba de la puerta:
-No te preocupes, me encuentro perfectamente. -
Pero no era verdad, lo que estrujó mi corazón hasta casi asfixiarme no era causado por una gran alegría. Ahora eso que pensé no volver a sentir se trasformó en un sentimiento más continuado y dañino y fue tan intenso que incluso el despreocupado Kerberus lo percibía. El Amo Clow se comportaba de manera extraña, no sólo no quería contacto físico con la ama Bianca sino que tampoco reaccionó bien ante el primo de Symond y su encantadora señora. Era como si no quisiese formar parte de nada o de ningún grupo. ¡Decidió irse al que sería nuestro hogar solo! Lo que nos dejó aún más atónitos a todos los que le conociamos y le apreciábamos.
-¡Amo Symond! -Gritó la ama Bianca respirando con dificultad al poco de llegar al gran salón en el cual el señor Windson y el matrimonio Johnson se hallaban sentados charlando y disfrutando de las pastas que Constance había traído como solía hacer cada vez que venía a visitarnos. Todos la miraron frunciendo el ceño, no era propio de la ama Bianca obrar así y menos cuando el Amo Clow o Symond atendían visitas. -¡El Amo Clow ha desaparecido! -
Así fue como nos enteramos de su traslado. Symond rompería a reír al poco de finalizar la última y horrorizada exclamación de nuestra cuidadora. Entrecerrando los ojos y levantando una ceja mientras apoyaba parte de su rostro contra una mano cerrada, el amigo del Amo Clow comentó ligeramente jocoso:
-¡Recórcholis! ¡Este hombre nunca deja de sorprenderme! Probablemente esté en otro lugar de la mansión. Esta mansión es enorme. -
La expresión de preocupación de Constance se suavizó, llevando la mano que había posado sobre su boca hasta su pecho, suspiró sonriendo tímidamente. Más la replica que le dio la ama Bianca haría que Symond se quedase callado, dibujándose en su rostro cierto temor.
-¡Al no encontrarlo en su dormitorio he ido por las demás habitaciones y tampoco estaba estaba! -Le contradijo ella con voz más alterada.
Constance y Raymond fijarían sus ojos en Symond como buscando una indicación de su parte para comenzar una nueva inspección de toda la vivienda. Symond se mordería el labio inferior con el superior hasta casi sangrar y murmuraría:
-Entonces puede que esté... Mierda. -
Levantándose con la misma rapidez con la que su mente había dado con la solución más certera, él mismo iría a comprobar que tal cual le había venido la idea al Amo Clow, tal cual se había ido. Encontrarnos a Kerberus y a mí dormidos en la amplía y confortable cama de su dormitorio pero no sus maletas llenas de ropaje u objetos personales fue la lamentable prueba que confirmó ese temor que afloraba en su mente.
(Clow Reed)
Dejando las pesadas y cuadradas maletas caer, detenido frente a la que recordaba seguiría siendo la vivienda que perteneció a mi padre, acercándome a la gastada pero lisa puerta de madera, la palpe como un ciego palpa cualquier objeto, lentamente, permitiendo que no solo las yemas de mis dedos percibieran el polvo y la madera. Apoyando el resto de mi cuerpo sobre ella, cerrando los ojos, me dejé embargar por el sentimiento que estremeció mi ser llegando a verter algunas lagrimas pues eran tantos los buenos recuerdos que me trajo su mera observación.
-Bien, señor Reed, como los papeles están en orden, definitivamente puedo hacerle entrega de la llave de su vivienda. -Me comunicó el notario con el que había tenido que tratar para retomar mi hogar legalmente.
Regresando a mi solitario presente me retiré de la puerta mientras el alto y distinguido hombre sacaba de entre su larga y gruesa chaqueta de saturado tono marrón a juego con el suave marrón de sus ceñidos pantalones que se atisbaba bajo sus protectoras capas. Tocar el cálido y gris metal no pudo alegrarme más, apretándola con esa mano, asentí y sin decir palabra la introduje en la cerradura. Una vez abierta la puerta principal, todo, absolutamente todo lo del exterior se tornó lejano e inexistente para mí.
-Ha sido un placer tratar con Ud, señor Reed. -Se despediría colocándose un sombrero de oscuro color el notario dedicándome una obligada sonrisa de cortesía. -Si vuelve a requerir un buen notario, no dude en hacérmelo saber. -Agregaría dándose importancia.
Giré la cabeza y asentí esbozando una sonrisa antes de tomar mi equipaje y cerrar la puerta. Mirase por allá por donde mirase, la mansión Reed apenas había cambiado, continuaba poseyendo los mismos muebles y las mismas cortinas, distribuidos como lo procuró mi padre. Recorrí la casa admirado de que el tiempo no hubiese causado grandes estragos en su interior. Mis apesadumbrados pasos retumbarían al subir las escaleras agarrándome a la solida barandilla de madera, contribuyendo a que mis dedos se ennegreciesen cada vez más gracias a la acumulación inevitable de polvo. Tumbado boca arriba con la vista inalterable en el cielo raso de mi alcoba arrugué la frente reprochándome que el no ser capaz de disfrutar de todo aquello.
(Yue)
Al abrir los ojos, ahí estaban dos hombres, uno ligeramente más rechoncho que aquel cuya mano me despertase y una joven en cuyo rostro quedaba el rastro de incesantes lagrimas. No tardé en reconocerlos, pestañeando e incorporándome retire molesto la mano de Symond. El único quien podría tocarme era el Amo Clow, ya desde temprana edad lo tenía claro.
-¿Dónde está padre? -Pregunté notando mi boca un poco pastosa.
Ya, con los ojos bien abiertos, moviéndolos en su busca. La oscuridad que hubiese dominado el lugar se había moderado y la claridad que llegaba desde las grandes ventanas ofrecía una visión definida de toda la habitación y todo lo que en ésta había. Las miradas que se proyectaron no auguraron nada bueno, haciendo de tripas corazón, solo Symond, sentado junto a mi en la gran cama tuvo el valor de dar respuesta a la sencilla pregunta.
-Creemos que Clow se ha ido... -Empezó a comunicarme pero el grito de incredulidad que dí le interrumpió:
-¡¿Qué?! -Al instante un sentimiento abrasador e incontrolable se apoderó de mí, añadiendo otro grito más alto. -¡Padre no haría eso! -
El guardián solar, Kerberus, movería su cabeza y parte de su cuerpo al sentir mis puños golpear varias veces la mullida y cálida colcha que había bajo nuestros cuerpos molesto o sutilmente despertado. Chistandome con poca fuerza Symond intentó apaciguarme, al parecer no interesaba que Kerberus participase en la búsqueda de nuestro creador. Si yo, que era el más asemejado a un humano actuaba así, ¿cómo se lo tomaría mi hermano y compañero, que era un animal capaz de lanzar fuego por las fauces? La ama Bianca sostenía su frente arrugada y sus ojos parecían brillar acuosos. Tanto Symond como su primo le habían pedido múltiples veces quedarse en el salón comedor haciendo compañía a la también preocupada Constance pero ella, terca como una mula vieja, estaba decidida a formar parte. Colocando sus dos manos sobre mis hombros, provocando que mi ira creciese en vez de menguarse, frunciendo el ceño, posando sus ojos en mí de un modo que hubiese convencido a cualquiera, continuó hablando.
-¡No me toque! -Le espetaría yo logrando despertar definitivamente a Kerberus. -¡Ud no es mi verdadero padre! ¡Ud no me dió la vida! -Añadiría esmerándome en librarme de sus firmes manos.
-¡Ya lo sé Yue! ¡Y también sé lo mucho que te desagradan los demás pero si quieres ver a Clow, tendrás que hacer un esfuerzo por aguantarme! -Me gritaría, en su voz pude percibir algo similar a la tristeza, algo que te remueve y te hace querer llorar. Respiró hondo y suavizó su tono. -Tú eres muy especial para él Yue, y he pensado que ahora más que nunca tú eres el más indicado para estar a su lado. Al fin y al cabo, tú fuiste creado para ese propósito. -Me expuso y aparto sus manos.
Aún resultándome todo aquello difícil de entender pues apenas había comenzado a ser instruido como debiera ser, me quede mirándole muy serio. Resoplé y acepté tomar la mano que me ofreció pasado un rato. Kerberus rió cruzándose de brazos como lo habría hecho un orgulloso hermano mayor ante los avances de su hermano menor puesto sentado sobre sus patas traseras. Al cruzarse nuestros ojos, de tan diferente color y brillo, era fácil adivinar que con tal de recuperar al Amo Clow sería capaz de consentir cualquier cosa. Su orgullo era mucho mayor que él pero sólo actuaría como refuerzo si yo fracasaba, lamentable evento que sucedió al llegar a la mansión Reed.
(Clow Reed)
Pasándome los dedos por el rostro al abrir los ojos, fui consciente de que me había pasado un buen rato llorando aún sabiendo que llorar no arreglaría nada. La visión que vino a mí fue trágica ya que en ella yo dañaba a todo aquel o aquello que se acercaba a mí, cubierto por una oscura e interminable túnica negra que no dejaba a las personas o criaturas atacadas ver mi rostro. Sus rostros desencajados por el horror y sus cuerpos encogidos eran imágenes que se habían quedado retenidas en mi mente. El sonido de sus aullidos de dolor y el crujir de sus huesos y carne al ser retorcidos, la sangre que comenzaba a teñir de rojo sus vulnerables cuerpos al no poseer la elasticidad suficiente. ¡Dios! Un desagradable brinco por parte de mi estomago me forzó a levantarme y dirigirme al lavabo más cercano, tapando mi boca con ambas manos como única sujeción a lo que subía desde mi revuelto estomago hasta ella adquiriendo una nauseabunda y liquida forma. Vomité y no fue una sola vez. Bajo el rudimentario grifo que tenía nuestra cocina, me limpie la boca. El agua que caía me pareció más helada que de costumbre y quizás enturbiada pero debida a la poca luz no le dí gran importancia, si estuviese sucia, de seguro lo hubiese percibido al pasarla por mis labios. Tras secarme con una servilleta, de las muchas guardadas en un cajón, escuché un leve murmullo. Arrugando la frente me concentre en identificar ese breve sonido pero meneando la cabeza me convencí de que estaba solo. Solo y majareta.
-¿Hay alguien? -Preguntaría caminando hacía el salón. El no obtener respuesta me suavizo los nervios pero la intranquilidad continuaba dentro de mí. -No, Clow, aquí solo estás tú y tu derrumbe emocional. -Me dije a mí mismo sentándome en el sillón que se convertiría en mi sillón favorito. Muy inusual para la época pero hermoso y muy distinguido, con un respaldo alto y liso que al pegar la espalda me hacía sentir como un rey.
Con la vista perdida, pensé en lo mucho que me gustaría llenar mi despreciable cuerpo de un buen Whisky o una Ginebra decente. Deseaba beber hasta caer roque, deseaba dormir y adentrarme en otra realidad, fuese caprichosamente hilarante o irreal pero por más que trataba de cerrar los ojos y relajarme, el sueño no venía a mí, solo la frustración y el desespero. Colocando mi mano izquierda sobre mi frente con la cabeza ligeramente ladeada oía como con los dedos de mi mano izquierda rasgaba la gastada tela del sillón. Estaba en casa, definitivamente estaba en casa pero sin mi padre la construcción había perdido ese calor e ilusión que creí recuperar una vez me instalase. Suspirando en la soledad de mi oscuro salón y meneando la cabeza tomé la drástica decisión de paliar el mal que me invadía mediante ayuda mágica. Con el aplomo que me brindó esa nueva ocurrencia, encamine mis pasos a la biblioteca que había conseguido formar mi padre tras largo tiempo amontonando todo libro o escrito que le parecía curioso o a tener en cuenta, fuese del tema que fuese. ¡Mi gozo y morriña aumentó al descubrir que todavía se mantenían en pie las viejas estanterías de rugosa madera con el resto de libros y documentos que no pude llevar conmigo pues hubiese sido un engorro monumental para mí y los marineros que tuvieron la bondad de cargarlo hasta dar con la ciudad de Hong Kong. Aunque las hojas de muchos de ellos se habían vuelto frágiles cual alas de mariposa, su tacto y su olor habían permanecido imperturbables. ¡Ojalá lo hubiese logrado también la tinta usada! Para mis fruncidos ojos gran parte de las oscuras palabras se habían tornado en grisáceas figuras apenas legibles. Sentado con los codos sobre la mesa que componía el misterioso e ilustre despacho de mi padre me convencí de que aquello sería alguna señal divina de que lo que tramaba no iba a ser buena idea más yo, terco de mí, rebuscando entre los grandes cajones de la mesa me negué a rendirme. Resoplando a causa de tanto esfuerzo malgastado, cerrando los ojos mientras me llevaba ambas manos a la cabeza, inspirando y respirando varias veces, recordé que mi padre estaba especializado en la adivinación y la nigromancia pues de entre las muchas doctrinas dentro de la magia que fue aprendiendo a dominar, era especialmente valiéndose de esas con las que no sólo podría alimentarse él sino también podría proporcionarme alimento y hogar a mí. Yo necesitaba a un hechicero especializado en magia verde, es decir, que conociese y emplease hierbas con fines, en teoría, curativos pero en tiempos tan aciagos para la hechicería, ¿dónde encontraría a esa persona? Tan sólo el roce de una peluda y tupida piel me hizo abrir los ojos instantáneamente al mismo tiempo que exclamaba entre sorprendido y angustiado:
-¡¿Kerberus?! -Pero dirigiendo mis ojos hacía ese lugar, el inoportuno visitante era otro felino, de oscuro y sutilmente agrisado pelaje. Tanto suu escuálido cuerpo como su cabecita se restregaban demasiado a mi pierna por lo que retirándolo un poco de mí añadí. -No, tu no eres mi Kerberus aunque sois igual de mimosos. -
El fino maullido que emitió pareció de protesta. Por mucho que intenté mantenerlo lejos, el minino no cesaba en su empeño como si hubiese algo que le atrajese de mí o como si se tratase de un juego. Me lo estaba empezando a poner difícil el alejarlo sin tener que golpearlo. Acabe por ordenarle que se largase o que me dejase en paz levantándome de la ancha y rustica silla en la que había estado sentado.
-¡Te lo advierto! ¡Como no te alejes por las buenas, me veré obligado a...! -Le avisé señalándole poniéndome bien serio, con el entrecejo bien fruncido pero el animal adoptando una sensual figura humana me interrumpiría replicando con ligera sagacidad:
-¿O qué? ¿Usarás tu magia contra mí o tus puños? -
La percepción de aquella bella y joven dama ante mí me dejó más que asombrado. ¡Era la dama encapuchada que me pareció hallar no muy lejos del lugar en el que Symond y yo observamos el ajusticiamiento forzosamente de nuestros compañeros hechiceros! Sus ojos centellearían y su sonrisa se ampliaría al ver la inocultable expresión de asombro en mi rostro. Con una ceja alzada y agitando suavemente su cabeza a fin de alejar de su rostro algunos largos y con algo de ondulación mechones de negro cabello buscando un nuevo acercamiento añadió:
-Eso no sería muy cortés de su parte, cuando resulta que lo único que pretendo es ayudarle. -
¿Ayudarme? Mi asombro se trasformó en perplejidad. ¡Ayudarme! Quizás ella sabía de plantas y remedios pensé arrugando la frente pero ¿y si se refería a otra cosa? Su piel desnuda estaba tan cerca y toda ella despedía una fragancia tan almibarada que mis sentidos comenzaron a nublarse...
viernes, 4 de mayo de 2012
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2 comentarios:
Excelente artículo Mary, aunque si lo dividieses en partes sería más cómodo de leer (solo es una sugerencia).
Saludos,
Francisco M.
Gracias por la sugerencia, tienes mucha razón pero es una historia o capítulo por lo que creo que no podría trocearlo más ^^' Me alegra un montón que te guste, luego pongo más historias...
Saludos!!!
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