Teniendo a D, un gran fotagrafo y sátiro, ¿para que esforzarse en pintar algo? Me da igual lo que digan, me gusta pintar y pinto cuando me apetece. Iba a llegar San Valentín y lo propio es regalar a tu pareja algo o ir a cenar a un restaurante bonito, por lo menos. Durante esa semana las chicas estaban más encantadoras, lo cuál para nosotros estaba muy bien. Yo no tendría tanto dinero como D pero tenía mis manos, me puse a pintarle algo aunque todos sabiamos a quien eligiría Charlotte. Al principio no tenía ni idea de qué pintarle, empece a pensar en ella, en sus perfectos labios, su fina nariz y sus bonitos ojos. Termine pintandola a ella. Lo guardé lo mejor que pude y aquella noche, después de la actuación, cuando todo el mundo podía irse a donde quisiese, se lo entregue. Bueno, lo deje en su camerino. Debo admitirlo, aquella noche estaba radiante. Yo creo que me dedicó ese baile, fue halagador. En cuanto vió su retrato, vinó a mi humilde y terriblemente bohemio hogar. Me dejó bien claro que hiciese lo que hiciese y por muchos pretendientes que pasaran ella siempre me preferiría a mí. Pasan los años y no se le va de la cabeza, supongo que soy afortunado de que alguien sienta tanto amor por mí. La estreche entre mis brazos pues parecía desear eso, nos besamos, fue un beso de película hollywoodiense, acabamos tan entrelazados toda la noche. Ni cenas caras, ni velas de ningún tipo ni regalos caros. En ese aspecto ella era tan minimalista como yo. Si D nos hubiese visto le habría jodido pero seguramente habría inmortalizado el momento. Tenemos nuestros más y nuestros menos, por Charlotte, pero es un buen amigo y además es terriblemente bromista. Tuve que marcharme, procuré no despertar a Charlotte, parecía Blancanieves, con su piel tan clara y sus labios aún rojos. Tomando café con los muchachos, descubrí que sólo Tim y yo habíamos tenido compañia la noche de San Valentín.
-Pero no te creas que ha sido muy agradable y mucho menos romantico. -Declaró John.
-¿Acaso se enfadó porque no tenías dinero para llevarla a un sitio caro? -Se mofó Stephen.
-¡Qué va! Resulta que además de hablar como un obrero ronca... Menuda nochecita.
Todos nos echamos a reir menos él. Desde luego, que mala suerte. Terminamos nuestro café, dejamos a un lado la noche de San Valentín y nos fuimos a pasar el día lo mejor posible.
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