Aquella criatura era identica a mí. Eris me lo hizo saber dando varios gritos de incredulidad e histeria.
-Ya basta Eris, esto forma parte de esta investigación. -Exclame para calmarla un poco.
Sus gritos resultaban insoportables y no iban a cambiar lo hecho.
-Pero, maestro Rezo... -Quisó replicar.
-Sin peros, Eris. -La atajé. -Ayudame a llevarlo hasta el laboratorio. -
El lugar en el que debía estar pues aunque luciese humano no era humano. Una criatura surgida de una maquina a partir de trozos de un humano no la convierte en humana. Eris obedeció pero aún se encontraba confusa. La respiración de su pecho fue tomando un ritmo más regular lo cúal me agradó, a medida que bajabamos hacía el laboratorio. Llegados hasta la zona en la que se encontraban las criaturas con las que los hechiceros solemos realizar diversos y complejos estudios o que usamos para crear criaturas más fuertes a partir de la combinación de algunas, Eris, la buena de Eris, lanzaría esta pregunta:
-Maestro Rezo, ¿va a dejarlo aquí, con todas estas... cosas? -
-Si, ¿te parece mal? -Le respondí arrugando la frente fingiendo sentir algo de preocupación por lo que ella pudiese pensar. Ella agitaría con energía su cabeza y diría:
-¡Oh maestro Rezo! Si a Ud le parece bien, supongo que es porque debe de estar aquí. -
Pero podía escuchar el apenas perceptible sonido que hacían sus labios al rozarse suavemente. Cuando Eris hacía eso, morderse los labios, esque seguía preocupada o disgustada. Dando un largo suspiro, le recordé que no era humano y que ese era su lugar. A Eris le costaba creerlo pero acabaría aceptando mi palabra, la palabra de su amado. Como era una criatura con una constitución muy delicada, me ví obligado a fabricar algo para que no acabase muriendo. No fue fácil conseguir que otro hechicero nos ayudase a construir esa maquina así que tuve que solicitarsela a mi buen McKind. Él, muy talentoso y con grandes conocimientos cientificos, me ayudó sin poder negarse. ¿Qué otra le quedaba? Antes de empezar querría advertirme de algo:
-Rezo, hace años y años que no ejercito mis conocimientos en este campo... -
-¿Pero sabrás usar tus manos? Sigue mis instrucciones y todo irá bien. -Le animaría pasandole una mano por el hombro. Resoplando se iría arremangando las dos largas mangas de su gastada tunica. Eris bajaba de vez en cuando para ofrecernos algún refrigerio. La energía y el esfuerzo que despediamos convertía aquella zona del laboratorio en un horno. La maquina, al poco de ser finalizada, sería enseñada a Eris, para que así ella pudiese describirmela. Su primera definición fue a mi gusto demasiado sencilla.
-Parece un sillón. -Comentó acercandose a ella un poco alzandose un poco la falda para no pisarla y tropezar, eso la habría hecho sentir una verguenza terrible, encontrandose frente a un hechicero de gran saber y frente a mí, su maestro.
-Qué ingenioso por tu parte Eris, pero me gustaría saber algo más. -Le reprendí esperando pacientemente la segunda descripción. McKind rió ante la ocurrencia de Eris. Debía de parecerle una dama muy imaginativa. Eris examinaría la maquina con mayor atención y comenzaría a dar detalles:
-Pues como ya he dicho parece un sillón, un sillón de piedra del cúal surgen unos finos tubos de cristal que deduzco se le engancharan al... A la criatura de algún modo y creo ver... Uno grueso grillete y otros de menor tamaño en donde estarían las manos posadas... -
Al final Eris no pudó continuar con la descripción porque le parecieron horribles aquellas medidas de seguridad. Como ya se lo había explicado en un principio, esa vez no me tomé la molestia de recordar que era nuestra rata de laboratorio. McKind en cambio, trató de suavizar esa impresión.
-No te asustes. Sé que parece horrible pero no sabemos como puede reaccionar y creeme, lamentaría encontrarte muerta. -
Claro que sus palabras tampoco fueron muy adecuadas, los rapidos pasos de Eris alejandose de nosotros me indicaron que todo esto la afectaba mucho. Acostada sobre su cama lloraría practicamente toda la noche hasta caer somnolienta. Cuando sus gimoteos cesaron, desde mi dormitorio una idea certera pero desagradable pasó por mi mente. Eris no estaba tán preparada para todo aquello como pensé en su primer momento. Era de mis mejores ayudantes y una aprendiz que superó a muchos otros en poco tiempo pero era demasiado sensible, demasiado piadosa. Lo cúal estaba bien pero no cuando tus investigaciones o experimentos implicaban actos no tán etícos. Ningún cientifico era del todo etíco y yo, adentrandome en esos parajes desconocidos pero que ofrecían posibilidades de alcanzar lo que tanto deseaba, había abandonado mis principios morales. Así se lo expusé a Eris mientras dabamos un paseo por la ciudad de Sairaag.
-Eris, mi dulce y buena Eris, me parece que no obré bien al escogerte como mi ayudante en este proyecto. -Dije tratando de que mi rabia, pues la necesitaba de todos modos, se atisbase como pesar. Eris, entreviendo lo que trataba de decirle, me suplicaría poder seguir ayudandome:
-¡Por favor, maestro Rezo, se lo ruego, permitame seguir trabajando a su lado! ¡Le juro que me esforzaré y que seré fuerte! -
Sabía que a medida que las palabras salían, las lagrimas también lo hacían, pues apoyando su cabeza sobre mi pecho, podía sentir como mis ropajes se humedecían. Se apreciaba tanta desesperación como la de un niño pequeño que suplica no ser separado de su padre. Acepté continuar ese proyecto con ella porque ella estaba muy metida en ello y egoístamente, porque quería comprobar mis deducciones lo antes posible. En ese instante sería que me daría cuenta de hasta cúan bajo sería capaz de caer Erisiel por un poco de afecto, pues ella me amaba más allá de lo que el propio sentimiento ya daba a entender.
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