NOTA DEL AUTOR (O AUTORA XD):
Themis Ulcies y Jura son personajes originales de RagnaBlast
Los demás personajes son producto de los creadores de Slayers, pues esto es un FanFiction
Con respecto a Lei Magnus y lo de la Kouma Sensou o La Guerra del Descendimiento del Demonio es un tema interesante y seguramente muy importante tanto para todas las razas que hay en el mundo de Slayers como para los humanos, especialmente aquellos que entiendan o usen magía como sería para nosotros La segunda guerra mundial, por lo creo que es algo que de vez en cuando ha de hacerse mención aunque sinceramente, yo de eso, mucha idea no tengo, como la mayoria de cosas ways de las que trato de escribir LoL, pero os prometo que tratare de escribir un poco sobre ello lo mejor que pueda, con la información que he ido pillando ya que la historia de Themis Ulcies y Lei Magnus transcurriría en aquellos tiempos ^^ Conque espero que os guste y no me tengais muy en cuenta los fallos que puedan surgir...
La historia es narrada, como tantas otras, en primera persona. Según Lei Magnus y según Themis Ulcies ^^
Por último, esta historia está dedicada especialmente para RagnaBlast, creadora de Themis Ulcies, gran amiga y seguidora de mis trabajillos y desvarios en DeviantArt y gran fan de Slayers ^^ Una muchacha con mucho talento tanto a la hora de dibujar como de escribir ^^
FanFic Slayers
Rojo Relativo - Spin-Off III
Nadie llegó a conocer con tanta seguridad al llamado por las mundanas multitudes como Lei magnus, el gran filosofo o sabio legendario como yo. Hechicero de soberbio poderío y hombre entregado hasta la enfermedad al estudio y preparación de hechizos que ofrecieran una victoria a nosotros, los humanos, frente a las criaturas malignas que extendían silenciosamente sus zarpas sobre nuestras tierras. Hombre de mirada penetrante tán penetrante como el tono de sus ojos, castaños, muy castaños, tanto que cuando se enojaba parecían volverse rojos como los ojos del ente del cúal supó como obtener y canalizar algo de su poder, el temido rey de los demonios, Shabragnigudu pero voz y sonrisa reconfortante. Piel clara contrastada con unos largos cabellos negros más negros que la propia noche. Era de los sabios más respetados y solicitados, hechicero y erudito. Sus tunicas de intenso color rojizo eran claro indicativo de su relevancia entre los hombres más prestigiosos de entre todos los reinos. A todos los hechiceros más jovenes siempre nos trasmitió tanta fascinación y admiración. Él exponía ante nosotros con firmeza y orgullo sus experiencias e investigaciones sobre los demonios y su poder magico. Era simplemente un genio y como tantos genios anteriores y posteriores, despertaba envidias o incomprensión entre los otros sabios. Si girabas la cabeza hacía el fondo podía verles hablar entre ellos sobre él, gesticulando e incluso exhibiendo sonrisas maliciosas. ¿Sería ese el motivo por el que comenzó a compartir sus conocimientos fuera del templo? Poco despúes empezarían a llegar rumores sobre la extraña manera en que comenzaban a actuar los demonios, demonios inferiores para ser más exactos. Todo el mundo comenzó a temerse lo peor. Llegar hasta el templo en el cúal, mediante un engaño necesario y justificado, residía y estudiaba se iría volviendo en una tarea costosa de realizar trás cada reunión con el sabio legendario.
-Estoy seguro que este cambio no es algo temporal como cuentan otros sabios. -Nos aseguraba él cada vez que alguno de nosotros, del cada vez más disminuido grupo de sus seguidores y jovenes estudiantes de magía, sacaba el tema, con la esperanza de que él sabio apaciguará sus temores. -No sólo han aumentado en numero, se están volviendo más ordenados, como si se preparasen para algo. -
Nosotros, tanto Lei como yo, como humanos no podiamos hacernos ni una limitada idea de lo que realmente estaba a punto de dar comienzo, de las atrocidades y las muertes que irían infestandolo todo, sólo nos aventurabamos a hacer hipótesis, guiandonos por los pocos conocimientos recogidos sobre ellos y su apenas conocida jerarquía. Lei estaba completamente seguro de que había un motivo oculto que los movió a unirse y atacar contra cualquier cosa viva. Volviendo sus ojos hacía nosotros, tán callados como atemorizados, obligandose a sonreir y adoptar una voz más animada dijo:
-Pero no hay de qué preocuparse, suceda lo que suceda, contamos con la protección de las cuatro deidades provenientes del mismísimo Ceiphied ¿o me equivoco? -
-Tiene mucha razón, su eminencia. Por ahora nuestro deber es seguir aprendiendo a dominar las diferentes ramas de la magía. -Me atreví a decir en voz alta esperanzada poniendome en pie sin darme cuenta. Todos me miraron, ninguno parecía muy convencido pero cuando Lei Magnus avanzando hacía alabó mi respuesta, todos acabarían por llenarse de esperanza también.
-He aquí un muchacho de sabias palabras. Pues por ahora todo lo que debería preocuparos es ser capaces de hacerles frente en caso de veros en peligro. -Exclamaría recordandonos cúan importante era ese saber y el dominio de este. -Ahora marchaos mientras aún sea seguro diambular por la ciudad. -
Con ese consejo solía dar por terminada la reunión pues no era muy seguro caminar poco después del atardecer. Todos tomariamos nuestras respectivas capas de lana de similar tacto al de nuestras rudimentarias tunicas y saldríamos hacía la calle por el largo pasaje que daba a la salida de la antigua biblioteca. Lei Magnus gustaba de juntarnos allí pues era donde más tiempo pasaba, sumido en sus interminables pensamientos acompañado por la única luz y calidez de una vela sobre un platillo dorado. Cada vez que se acercaba a mí y colocaba sus ojos sobre mí, esos ojos que parecían estar llenos de fuego, me sonrojaba como una chiquilla tonta y enamoradiza. Lei Magnus nunca fue el único en halagar mi inteligencia, otros sabios como el maestro Lexious también veían un futuro brillante para mí a medida que pasaba más tiempo estudiando y desplegando mis habilidades magicas pero sólo Lei Magnus lograba que me sintiese como una autentica chiquilla, de esas con las que nunca he logrado asemejarme.
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"Es normal que sus cuerpos y sus almas se extremezcan." Iba pensando mientras volvía a colocar en su debido sitios los manuscritos y pergaminos que había extendido sobre la mesa mientras esos jovenes, hambrientos de conocimiento y deseosos de convertirse en afamados hechiceros, durante una de las lecciones que tán gratuitamente les daba. "Todos tememos la presencia de los demonios porque implica muerte y dolor. No son unas criaturas muy agradables, en lo único que piensan es arrasarlo todo para obtener su deseado caos" A medida que la larga mesa se iba quedando vacia mis pensamientos se centraban en los demonios y en las deidades. El dios dragon Ceiphied aún estado excedido, consciente de que el rey de los demonios, su oponente, Shabragnigudu no había sido eliminado, sólo retenido al ser dividido, se dividiría en cuatro deidades, el llamado Aqualord, el llamado Airlord, el llamado Earthlord y el llamado Flarelord, sin embargo, ¿qué jugarreta se le ocurrió al rey demonio, a sabiendas de que simplemente estaba atrapado? Por más que lo intentaba, el tán sólo poseer información de demonios de nivel muy inferior o medio, no me ayudaba a aclarar, a tener una idea más precisa de ellos y su poder, poder que debía provenir del mismo fluyo, Shabragnigudu. Sentandome me quedaba largas horas perdido en ese entramado punto, punto a mí parecer, muy importante, decisivo, para conocer sus intenciones y prepararse mejor contra ellos, con la mirada perdida, los ojos fijos en la inalterable llama que descendía a medida que su toque deshacía la solida cera de la vela. Sólo la suplica de algún erudito deseoso de cerrar la biblioteca y volver a su puesto en el templo lograba sacarme trás tres o cuatro repetidos comentarios de mis meditaciones.
-Su eminencia, lamento mucho interrumpir su tiempo de reflexión pero ya ha anochecido y debo cerrar la biblioteca por orden de mis superiores. -Decía una y otra vez frente a mí con voz cansina.Resoplando pues siempre que me aproximaba a tener el mejor pensamiento, me veía interrumpido y ese pensamiento no solía volver con la facilidad deseada, me ponía en pie y abandonaba las amplia sala pasando por el largo tramo que daba a la salida, un portón de grandes dimensiones, que era cerrado con un efectivo sello magico que sólo los encargados de la biblioteca conocían y dominaban al dedillo. En la soledad de la que fue como una casa para mí, cogiendo plumilla y papel, trataría de transmitir mis pensamientos con la esperanza de que al leerlos a la mañana siguiente, me encontrase de nuevo cercano de la gran cuestión que me sumía en una absoluta obsesión. Exponer correctamente la idea de que Shabragnigudu al igual que Ceiphied, creó demonios con los que valerse a lo largo de los siglos. ¿Qué otro demonio sería capaz de someter a los otros de ese modo? En todo buen ejercito hay una jerarquia indiscutible.
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El largo pergamino que Lei Magnus extendió ante sus colegas, los otros sabios, entre ellos, otro de los considerados más grandiosos, Lou Groun, mostraba el primer esquema del cúal partirían los demás a lo largo de la historia de la magía sobre la clasificación y diferente grado de relevancia y poder de todos los demonios. Era tán detallado y tán preciso que nadie se atrevió ni siquiera a preguntar cómo se le había podido ocurrir a él sin ayuda de nadie. Él tampoco les daría la satisfacción de hacerles saber todo lo que tuvo que pasar para conseguir explicar y expandir esa idea, esa deducción, esa hipótesis ya que lo habría considerado un blasfemo. ¡Cómo se le podría haber ocurrido comparar a nuestro Dios Ceiphied con el rey de los demonios! Habría perdido todo lo que con tanto esfuerzo había ido conseguiendo a lo largo de su rigurosa vida. Con una satisfacción casi perversa les iría explicando al igual que posteriormente haría con nosotros, a qué subordinado del señor oscuro correspondía cada simbolo señalandolo con un dedo.
-Como podeis ver, de Shabragnigudu surgieron cinco demonios, los de más alto nivel son, por decirlo de algún modo, la mano derecha de Shabragnigudu y cada uno de ellos posee un general y un sacerdote excepto este, el conocido como La gran bestia Zellas Metallium. -
-¿Y eso como es posible? Según tu explicación anterior, ellos surgieron con el mismo poder proveniente del Rey de los demonios. -Le preguntaría uno pasandose una de sus manos sobre la barba arrugando la frente. Lei Magnus no tardaría en responder a su pregunta sonriente:
-Porque, me figuro, ha sido el más astuto de todos ellos. Si en vez de crear dos poderosos sirvientes, crearamos uno con el poder de ambos, sería el doble de poderoso. -
El sabio asintió sonrojandose al darse cuenta de lo estupida que había sido su pregunta. Lei Magnus le dedicaría le daría unos golpecitos cariñosos en el hombro con la mano extendida para animarlo.
-No te averguences, al principio a mí también me costó descubrirlo. -
Lexious, gran estudioso y joven maestro de la magía blanca, le miraría con los ojos entrecerrados y con los brazos fuertemente cruzados. Ningún humano, por muy poderoso o talentoso que fuese con la magía, podía haber llegado tán lejos al adentrarse en el mundo de los demonios y seguir vivo. Apenas tenía edad para ser considerado todo un hombre como los otros sabios pero ahí estaba rodeado de los sabios más importantes de nuestro tiempo, tiempo turbulento. Lei Magnus podía entrever su silencioso desaprobación. A pesar de su juventud, siempre demostró ser muy perspicaz, nosotros pensabamos que lo que le empujaba a desconfiar de los metodos de Lei Magnus eran los celos pero nunca fue eso, era un encogimiento de su corazón, como si desde la primera vez que vió a Lei Magnus ya hubiese podido sentir la aura maligna que desprendía el rey demonio y aún desprenderá como tantos otros demonios. Muy en el fondo debía de admirar también al gran filosofo pero cuando éste se dirigía a él, Lexious, se alejaba de él como si eso lo fuese a poner a salvo.
-¿Te marchas? -Le increparía Lei Magnus alzando una ceja entre disgustado y divertido. -No es de muy buena educación abandonar la sala cuando un sabio aún no ha acabado de exponer un descubrimiento. -Le recriminaría a sabiendas de lo poco que le gustaba al joven maestro de la magía blanca oir esas palabras.
-Si es verdad lo que andas suponiendo, tenemos mucho por hacer mientras aún no hayan comenzado a atacar ciudades importantes. -Sería todo lo que saldría de su joven y atrevida boca llegando a las pesadas puertas de piedra procediendo a abrirlas anulando el sello magico impuesto al ser convocados. Sentada con la única compañia que me brindaban mis multiples manuscritos y tablillas con simbolos grabados en un banco de piedra al verle salir dando zancadas me pondría en pie.
-¿Va algo mal? -Querría saber.
Él se paró, respiró e inspiró varias veces como intentando contener la ganas de gritar cualquier cosa de la que luego se arrepentiría y mirandome con sus ojos tán claros y grisaceos como la niebla que cubre las altas cimas de las montañas de Kataart se limitaría a responderme esto:
-Interesante pregunta, ¿no debería ir dirigida más apropiadamente al Sabio legendario? -
Yo me quedé cortada, antes de emprender la marcha, añadió:
-Por cierto has olvidado referirte a mí como maestro Lexious. -
Pero para cuando la disculpa brotó de mis labios, él acababa de abandonar el patio. Decidí retomar la lectura de esos manuscritos de tán difícil comprensión pero cautivadores conocimientos. Nada comparado con aprender a usar una escoba o pasarme toda una tarde encerando la espada del que hubiese sido mi esposo. Si esforzaba, si ponía toda mi inteligencia, memoria y voluntad en ello, con el tiempo sería tán grande y afamada como Lei Magnus. Cada noche trás un largo día de estudio y aprendizaje para comprender las runas dejadas por antiguas civilizaciones o por los avanzados elfos, rezaba a mi deidad preferida, el Aqualord, para que nadie lograse nunca desenmascarar mi autentico ser. Me preocupaba la reacción de Lou Groun, me aterraba la reacción de los demás, entre ellos, Lei Magnus. En uno de esos momentos, encendiendo con cuidado de no chamuscar las largas mangas de mi apañada tunica, Lei Magnus me sorprendería portando en su mano izquierda una lamparilla de aceite cuya llama ardía agitandose a cada paso.
-Ulcies, ¿No crees que ya es tarde para visitar esta zona del templo? -
Me dió tal susto que casi se me descontroló la pequeña llama de fuego que estaba realizando para enceder el fino palo que pretendía prender en el incensario. Por fortuna, con un simple chascar de dedos, él haría desaparecer la desmoronada llama. Cúan agradecida me sentí, el fuego nunca ha sido mi elemento, si es necesario aprender a dominarlo, lo dominaría pero no me gustaba nada.
-Sólo deseaba orar con tranquilidad pero su eminencia tiene razón, volveré a mi dormitorio enseguida. -Solté con voz entrecortada y demasiado aguda para provenir de un muchacho. -Y su eminencia, ¿qué hace tán tarde por aquí? -Le preguntaría echandole coraje.
Lei Magnus se echaría a reir y su risa me parecería tán hermosa, tán elegante y tán apropiada para alguien de su posición que la escucharía como quien escucha la más bella canción del jamás tocada y a continuación respondería con voz aún risueña:
-Yo también deseaba orar a solas. Pero me temo que tendré que dejarlo para otro momento. -Añadiría fingiendo frustración. Yo le rogaría quedarse.
-¡Oh no diga eso su eminencia! ¡Mis oraciones son muy cortas, le aseguro que en cuanto consiga prender esto me marcharé! -
Un leve jum salió de sus labios y encogiendose de hombros acabaría por quedarse a mi lado con los ojos fijos en la gran estatua de esa deidad realizada de bronce o cualquier otro material de fuerte brillo como el oro. Obsequio, sin lugar a dudas, de algún rey o señor de alta cuna. En silencio, colocaría mis manos como si me dispusiese a rezar pero mi mente estaba tán enturbiada que no conseguí encontrar las palabras adecuadas con las que entablar unión espiritual con la deidad. Los pensamientos que surgían iban exclusivamente para Lei Magnus, detalle que no dejaba de asombrarme. Él era como el fuego, calido pero más de una vez tán impredecible como impetuoso como para dejarlo todo en cenizas. No conseguía ver sus rasgos tán definidos como me hubiese gustado pero sabía que no era un hombre de sonrisa fácil. Posiblemente era esa una de las caracteristicas que no le ayudaban a dar una imagen más positiva a los demás. Fuese lo que fuese, me mantenía asustada y embobada como el contemplar las llamas de un incendio.
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Era un desafio, crear hechizos de recordable formulación y efectiva aplicación siempre era un desafio pero aquel sería el rey de todos ellos, el más poderoso hasta la fecha y peligroso, tenía claro que si queriamos detener a los demonios, ya comenzando a sacar las garras, manifestando su poder en nuestra contra, habiendo arrasado con varios reinos, lejanos del nuestro pero algunos de ellos más poderosos, me estaba sintiendo obligado a crearlo y no por simple aburrimiento o curiosidad. Como gran desafio, sabiendo que me llevaría todo mi tiempo, talento y energía, reuniría a aquellos jovenes y no tán jovenes aprendices de magía que me habían seguido atesorando cada palabra y esquema que les había brindado casi en secreto para comunicarles que a partir de ese momento y no sólo debido al empeoramiento de las circunstancias en todas las tierras conocidas no habría más reuniones. Sería un paso duro para todos, habiamos ido creando un grupo muy solido. A pesar de no conocer del todo a los que fueron como pupilos, supé que entre ellos, en aquella última reunión, había uno, uno que sería considerado grande, puede que tanto o más que yo y que a lo largo de su vida no sería yo el único gran sabio entre los sabios con quien se toparía. Muy joven, demasiado joven como para encontrarse entre nosotros pero muy prometedor. Callado y resguardado sentado junto a uno de los eruditos más mayores, el inteligente y formal Ulcies, vestido con tunica y estola que llevaba de igual color pero tonalidades diferentes, de ojos claros y brillantes como las piedras turquesas y mechones irregulares que caían por su frente mientras el resto de su corto cabello caía tras sus orejas mal cortado, de oscuro marrón o claro negro, con destellos azulados al ser iluminado por la llama de la gastada y temblorosa llama que nos iluminaba y daba algo de calida confianza ante la oscuridad de nuestro rincón en la vacia biblioteca.
-Disfrutad de esta gran sala pues pronto estará llena de heridos y refugiados. -Les comenté antes de empezar con lo que sería la última lección. Todos sonrieron mirandose entre ellos nerviosos antes de volver a fijar sus ojos en mí. -Bueno, ¿qué podría compartir con vosotros esta vez? -Les pregunté dado que no había tenido tiempo ni ganas para preparar algo como en ocasiones anteriores.
-Hablenos de Ud, ¿qué se necesita para llegar a ser un gran sabio entre los sabios? -Respondería uno de los más jovenes poniendose en pie. -Su eminencia. -Añadiría sentandose al instante siguiente agachando la cabeza para ocultar el rubor de sus mejillas.
-Qué petición más trivial. ¿Todos deseas lo mismo? -Dije acrementando la verguenza del joven, que mirando hacía el suelo debía de sentirse cada vez más y más bobo por haber lanzado una sugerencia tán impropia de alguien que desea ser un sabio o erudito. El recien llegado sería el siguiente en hacer una interesante propuesta pero no se atrevería a ponerse en pie.
-M-Me gustaría saber un poco más de lo que me han permitido saber acerca del rey de los demonios, Shabragnigudu. Supongo que su eminencia, como estudioso de los demonios y creador de grandes hechizos, sabrá mucho sobre él. -Solicitaría, al principio tán timido como el otro muchacho pero luego ganando confianza, una confianza que me dejaría brevemente cautivado. Reacción inusual en mí. Al instante le estaría preguntando su nombre:
-Una pregunta extraña viniendo de un jovencito que acabará siendo un erudito o un sacerdote pero antes de tratar de complacerte, ¿podría saber quién pregunta por el rey de los demonios? -
-Lou Groun, su eminencia. -Me contestaría poniendose en pie para hacer una rapida reverencia, luego retomaría su posición sentandose con Ulcies, el cúal le miraba tán asombrado como yo. Bueno, todos le miraban atónitos. Es lo que suele pasar cuando uno tiene inquietudes que van más allá de lo conveniente. La charla que surgiría sería casi adictiva, el iba exponiendo sus dudas y yo al tratar de darles una respuesta, me iría volviendo menos yo, como si las cosas que surgieran no vinieran de mi propia consciencia.
-Verá, sé que no debería meterme en un terreno tán peligroso y probablemente prohibido pero hay tantas cosas que no entiendo... -
-¿Cómo por ejemplo? -Le preguntaría yo yendo al grano. -Hazme saber alguna, la que consideres más interesante. -Añadiría con voz amistosa obligandole a ponerse en pie con un gesto. Como dos sabios debían hacer al tratar temas de gran relevancia.
-Si a lo largo de los siglos se nos ha contado que Ceiphied no mató a Shabragnigudu, de similar poder que él, sino que lo dividió y lo encerró en algún lugar, ¿cómo es posible que haya tantos demonios en el mundo? -
-Sencillamente porque Shabragnigudu al igual que Ceiphied creó varios demonios de los cuales, supongo, irían surgiendo los demás demonios de otras categorias. -
-Ahh Es posible, tiene mucha logíca sin embargo, Ceiphied creó a las deidades porque iba a volver al mar del caos del cúal surgió, muriendo, pero ningún sabio ha podido asegurar con certeza que sucediese lo mismo con Shabragnigudu, ¿no es raro que crease otros demonios en caso de poder seguir vivo? -Me replicaría. Su sabiduria parecía superar la de los demás jovenes que estudiaban con él ya que esa serie de deducciones no parecían propias de un chiquillo normal. Me estaba poniendo difícil responderle.
-¿Qué te hace pensar que Shabragnigudu está vivo? -Quise saber antes de lanzarme a buscar una respuesta adecuada y que estuviese a la altura de la pregunta. El jovencísimo Lou Groun se encogería de hombros y me diría rascandose la cabeza:
-Las deidades al ser Ceiphied poseen el poder de Ceiphied pero los demonios, ¿de dónde sacarían su poder si provienen de Shabragnigudu pero no son Shabragnigudu? La única respuesta que se me ha ocurrido a sido esa, pensar que los demonios maman el poder de Shabragnigudu porque éste sigue existiendo pero seguro que es una tonteria. -Me explicaría. Escucharle era toda una gozada, me hacía sentir que hablaba con un igual, con otro gran sabio pero me producía temor, un temor inexplicable. ¿Y si el era capaz de desentrañar lo que yo llevaba tantos años buscando desentrañar para crear el hechizo más poderoso del mundo? Era como si yo fuese el joven discipulo y el, el gran maestro. Respiré hondo y trate de continuar con la conversación pero mi razonamiento parecía haberse enlentecido, lo último que saldría siendo consciente de mí mismo sería:
-Estoy asombrado, sin lugar a dudas, tus padres no se equivocaron al dejarte al cuidado de los eruditos y sabios del templo... -
Él se volvería muy modesto, ladeando un poco la cabeza diría:
-No es para tanto, como ya he dicho, seguro que son tonterias, por eso quise venir aquí para plantearselas, su eminencia. -
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Entonces, cuando nadie, ni siquiera el propio Lou Groun, se lo esperaba. Lei Magnus replicaría con potente voz, sobresaltandonos a todos:
-¿Tonterias? ¡¿TONTERIAS?! Todo lo contrario jovencito, es el razonamiento más brillante y lucido que nadie podía haber tenido hasta la fecha. -
-¿E-Enserio? -Preguntaría el joven Lou Groun con sus ojos de fuerte gris puestos en Lei Magnus tán abiertos como los nuestros.
-Pero te has equivocado en una cosita, una cosita bastante importante. -Le mencionaría Lei Magnus avanzando hasta el joven novicio, que caería al suelo al tratar de retroceder un poco. -El dark Lord Ojos de ruby Shabragnigudu no fue divido y sellado a ninguna dimensión, fue dividido y confinado en siete cuerpos humanos. -Le rectificaría poniendose de rodillas ante él, con una sonrisa que jamás había visto en su rostro y unos ojos cuyo marrón había dado pasó a un rojo totalmente rojo. Y cuando todos estabamos tán tensos que no podiamos ni mover un musculo, una fuerte sacudida nos arrebataría la única luz que nos mantenía calidos e iluminados en nuestro rincón, el rincón favorito de Lei Magnus. Aquella leve pero brusca e inesperada sacudida fue muy significativa pues no sería ni la primera ni la única a lo largo de los siguientes días. La guerra ya no sería cosa sólo de humanos, los dragones dorados residenten en las montañas de Kataart y otros lugares tomarían cartas en el asunto con la vana esperanza de detener la virulenta actividad de los demonios, luego se unirían razas tán antiguas como la de los elfos. Nosotros, sencillos eruditos nos veríamos metidos en ella de otra manera, atendiendo y protegiendo a los nuestros, a todos los ciudadanos que eran traidos, gravemente heridos o aún en pie, al templo. Todos, desde los novicios más jovenes como Lou Groun o Samael hasta los sabios, ocuparíamos todo nuestro esfuerzo y tiempo en tratar a la creciente cantidad de heridos, ya viniesen del lugar del que viniesen o fueran o no humanos. Mientras curaba a algún que otro heroe de guerra, procedente de muy distinto rango, mi mente se llenaba de recuerdos de niñez. Sabía coser porque como toda buena mujer y ama de su casa tenía que saber y valerse de esa actividad, aprendí muy a regañadientes sin embargo mi hermana gemela aprendió y llegó a dominarla con mayor desenvoltura y maña que yo. Fue durante aquellos tiempos que descubrí que una mujer no podía usar magía siempre que quisiese pues con el periodo el poder magico disminuía volviendose terriblemente cansado e inútil realizar conjuros de larga duración o que requeriesen mucha concentración. Lo que presentaba un serio problema, ser descubierta y castigada. Con toda la agresividad, desesperación y miedo que reinaba, nadie hablaría en mí favor, moriría siendo un martir más de la larga lista de mujeres que lo arriesgaron todo para obtener el mismo conocimiento y aprendizaje con la magía que un hombre. Todo parecía perdido, todo iba mal, muy mal. Por más que todo el mundo se enfrentase a los demonios, ellos no parecían detenerse. ¿Era por qué no deseaban abandonar su banquete de sufrimiento o por qué eso que Lei Magnus dijo que buscaba no había aparecido? ¿Cuando lo encontrasen se detendrían? No, porque lo que buscaban era peor que todos ellos juntos, era al que se le llamaría El demonio del Norte.
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Desesperado, habiendo superado todo mi potencial, tán agotado como enojado, tomé una decisión. Una decisión que no será revocada aunque a mitad del camino me encuentre perdido o en pleno campo de batalla pues con esta decisión, con el viaje que implica esta decisión y el desarrollo de la de la cúal ha surgido esta decisión, encontraré el modo de poner fin a la maldita guerra que tantísimas vidas se está llevando. ¿Cómo surgió la idea? Me encontraba en mi gabinete, el segundo lugar en el que más tiempo pasé casi toda mi vida, no muy grande, lleno de trastos, objetos magicos, frascos de diversos tamaños de sucio cristal y mil pergaminos metidos en jarrones de muy distintas formas y tamaños dejados amontonados en las pocas estanterias de madera que tuve que ir construyendo a medida que mis investigaciones y estudios avanzaban. Con una pequeña ventana sobre la única mesa de madera en la que siempre me pusé a enucubrar como un chiflado. Apoyandome sobre esa mesa de fea y polvorienta madera, requemada por algunas zonas, echando un vistazo al desolador paisaje que la ventana me ofrecía, contemplando entre divertido y preocupado como los gigantescos dragones de dorada piel y fieros ojos eran abatidos por un gigantesco remolino negro o varios remolinos negros que volteaban violentamente uniendose formando ese gran remolino negro, que provocaba a su paso que todo temblase, me dió por reflexionar sobre algunos fundamentos de la magía. Yo, yo siempre me sentí atraido por la llamada magía negra pero también conocía la samanistica, la astral y algo de magía blanca ya que a los eruditos se les enseñan todas las ramas pero nunca había visto un remolino como ese, tán antinatural, nada que ver con los que formaba la propia naturaleza, enormes y grises que lo devoran todo irracionalmente. Como aún conservaba todos los pergaminos, manuscritos y runas que estudié hasta el agotamiento fisíco, para alejar mi mente de esa cosa, que había conseguido atravesar el fuerte y duro cuerpo del dragón, que emitía unos rugidos tán agudos como desgarradores, los iría sacando de sus jarrones y extendiendolos sobre la mesa y habiendo cerrado la ventana, los volví a leer uno por uno, hasta llegar a lo que parecía el más pequeño y más maltrecho de todos ellos. Alisandolo todo lo que el viejo papel me permitió, apareció ante mi, las pocas palabras que logré guardar de uno de los sabios y eruditos más extravagante pero fascinante de todos los que tuve el honor de conocer y tener por maestros. Las palabras que conseguí leer pues las otras estaban demasiado ilegibles debido al paso del tiempo, serían todo lo que necesitaría para emprender este viaje y poder realizar el objeto con el que amplificar mi poder. Claro que antes, deseé visitar a uno de mis más adyegados pupilos.
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Suspiraría retirandome el sudor de la frente con el dorso de una de mis manos, había sido un día duro. Los dragones dorados eran las criaturas más complejas de tratar, muchos llegaban con un pie a la muerte, su oponente debía de ser un demonio extremadamente poderoso, entre lagrimas y sangre, nos confesaban sus últimas palabras, sus pensamientos o deseos más personales antes de regresar al mar del caos, con los ojos, en su mayoria, entornados vaciandose de vida, antes de atisbar a la lejanía de la amplia sala en la cúal las gentes de la ciudad y nosotros nos reuniamos ante las imagenes de las deidades para rezar, las rojas tunicas del sabio legendario. Tuve que forzar los ojos todo lo posible para asegurarme de que el cansancio no me engañaba pero cuando su lejana fugura roja fue caminando hacía mí, no hubo duda, era Lei Magnus. Cogiendome suave pero firmemente de la muñeca, me alejó de todos los presentes para hablar a solas conmigo. ¡Mi corazón enloqueció! Mi mente dejó de ser funcional, se llenó de fantasias propias de canciones o poemas que han sido compuestas y seguiran siendolo sobre grandes y apasionados amorios. Mirandome muy serio, como cada vez que estaba a punto de anunciar algo muy complicado o decisivo, me confesaría el magnifico plan que había ideado para detener este sinfín de muertes. Yo, a medida que me lo iba exponiendo, volvería a la realidad de golpe.
-Es... Una locura. -Atiné a decirle una vez escuchado todo lo que tenía que escuchar.
-Es necesario. -Me indicaría él tajante.
-Pero... -Replicaría yo arrugando la frente, tratando de asimilar lo que mis oidos habían ido recibiendo pero él me interrumpiría diciendo, realmente dolido:
-Me disgusta que no comprendas que no veas que es la única solución a todo esto, mi deber como gran sabio es este, si te lo he contado es porque creía que lo comprenderias. -
Sentí incontrolables deseos de llorar pero con esfuerzo sobrehumano me aguante y dije:
-Y lo entiendo pero pienso que es demasiado arriesgado... ¿Y si sale mal y mueres? -
-Entonces tú ocuparás mi puesto. -Me informó y antes de que pudiese darme cuenta, sus labios se juntaron sobre los mios en un beso que hizó que todo mi cuerpo temblase. Apresuradamente conseguí apartarme de él, con una expresión de horror, murmuré:
-¡¿Qué haces?! ¡Soy un muchacho! -
El rió y acercandose un poco a mí dijo, también en voz muy bajita:
-Eso es lo que tanto te esmeras en hacernos creer pero en realidad eres una muchacha. -
En aquel momento me dí cuenta de que si había llegado tan lejos, probablemente hubiese sido porque a él le gustaba mi compañia, era de sus alumnos más prodigiosos y que dado que iba a lanzarse al abismo con la ferrea idea de que eso nos ayudaría a acabar con la guerra, ya no tenía motivos para hacerme saber que siempre lo había sospechado pero que al igual que el joven Lou Groun, se guardaba esa información para salvar a su alumno estrella. "Toma todos mis trabajos, muestralos junto a los tuyos propios y nunca temas mostrarte como realmente eres cuando aparezcas como uno de los más grandes sabios." Fueron las últimas palabras que me dirigiría colocando entre mis manos sus tán valiosos escritos, escritos llenos de pensamientos, ideas y conjuros antes de conseguir realizar el amplificador y el conjuro que le daría ese poder, ese poder que liberaría a Shabragnigudu, dentro de su alma pues él, él era uno de esos cuerpos humanos en los que había sido confinado el rey demonio.
Themis Ulcies y Jura son personajes originales de RagnaBlast
Los demás personajes son producto de los creadores de Slayers, pues esto es un FanFiction
Con respecto a Lei Magnus y lo de la Kouma Sensou o La Guerra del Descendimiento del Demonio es un tema interesante y seguramente muy importante tanto para todas las razas que hay en el mundo de Slayers como para los humanos, especialmente aquellos que entiendan o usen magía como sería para nosotros La segunda guerra mundial, por lo creo que es algo que de vez en cuando ha de hacerse mención aunque sinceramente, yo de eso, mucha idea no tengo, como la mayoria de cosas ways de las que trato de escribir LoL, pero os prometo que tratare de escribir un poco sobre ello lo mejor que pueda, con la información que he ido pillando ya que la historia de Themis Ulcies y Lei Magnus transcurriría en aquellos tiempos ^^ Conque espero que os guste y no me tengais muy en cuenta los fallos que puedan surgir...
La historia es narrada, como tantas otras, en primera persona. Según Lei Magnus y según Themis Ulcies ^^
Por último, esta historia está dedicada especialmente para RagnaBlast, creadora de Themis Ulcies, gran amiga y seguidora de mis trabajillos y desvarios en DeviantArt y gran fan de Slayers ^^ Una muchacha con mucho talento tanto a la hora de dibujar como de escribir ^^
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Rojo Relativo - Spin-Off III
Nadie llegó a conocer con tanta seguridad al llamado por las mundanas multitudes como Lei magnus, el gran filosofo o sabio legendario como yo. Hechicero de soberbio poderío y hombre entregado hasta la enfermedad al estudio y preparación de hechizos que ofrecieran una victoria a nosotros, los humanos, frente a las criaturas malignas que extendían silenciosamente sus zarpas sobre nuestras tierras. Hombre de mirada penetrante tán penetrante como el tono de sus ojos, castaños, muy castaños, tanto que cuando se enojaba parecían volverse rojos como los ojos del ente del cúal supó como obtener y canalizar algo de su poder, el temido rey de los demonios, Shabragnigudu pero voz y sonrisa reconfortante. Piel clara contrastada con unos largos cabellos negros más negros que la propia noche. Era de los sabios más respetados y solicitados, hechicero y erudito. Sus tunicas de intenso color rojizo eran claro indicativo de su relevancia entre los hombres más prestigiosos de entre todos los reinos. A todos los hechiceros más jovenes siempre nos trasmitió tanta fascinación y admiración. Él exponía ante nosotros con firmeza y orgullo sus experiencias e investigaciones sobre los demonios y su poder magico. Era simplemente un genio y como tantos genios anteriores y posteriores, despertaba envidias o incomprensión entre los otros sabios. Si girabas la cabeza hacía el fondo podía verles hablar entre ellos sobre él, gesticulando e incluso exhibiendo sonrisas maliciosas. ¿Sería ese el motivo por el que comenzó a compartir sus conocimientos fuera del templo? Poco despúes empezarían a llegar rumores sobre la extraña manera en que comenzaban a actuar los demonios, demonios inferiores para ser más exactos. Todo el mundo comenzó a temerse lo peor. Llegar hasta el templo en el cúal, mediante un engaño necesario y justificado, residía y estudiaba se iría volviendo en una tarea costosa de realizar trás cada reunión con el sabio legendario.
-Estoy seguro que este cambio no es algo temporal como cuentan otros sabios. -Nos aseguraba él cada vez que alguno de nosotros, del cada vez más disminuido grupo de sus seguidores y jovenes estudiantes de magía, sacaba el tema, con la esperanza de que él sabio apaciguará sus temores. -No sólo han aumentado en numero, se están volviendo más ordenados, como si se preparasen para algo. -
Nosotros, tanto Lei como yo, como humanos no podiamos hacernos ni una limitada idea de lo que realmente estaba a punto de dar comienzo, de las atrocidades y las muertes que irían infestandolo todo, sólo nos aventurabamos a hacer hipótesis, guiandonos por los pocos conocimientos recogidos sobre ellos y su apenas conocida jerarquía. Lei estaba completamente seguro de que había un motivo oculto que los movió a unirse y atacar contra cualquier cosa viva. Volviendo sus ojos hacía nosotros, tán callados como atemorizados, obligandose a sonreir y adoptar una voz más animada dijo:
-Pero no hay de qué preocuparse, suceda lo que suceda, contamos con la protección de las cuatro deidades provenientes del mismísimo Ceiphied ¿o me equivoco? -
-Tiene mucha razón, su eminencia. Por ahora nuestro deber es seguir aprendiendo a dominar las diferentes ramas de la magía. -Me atreví a decir en voz alta esperanzada poniendome en pie sin darme cuenta. Todos me miraron, ninguno parecía muy convencido pero cuando Lei Magnus avanzando hacía alabó mi respuesta, todos acabarían por llenarse de esperanza también.
-He aquí un muchacho de sabias palabras. Pues por ahora todo lo que debería preocuparos es ser capaces de hacerles frente en caso de veros en peligro. -Exclamaría recordandonos cúan importante era ese saber y el dominio de este. -Ahora marchaos mientras aún sea seguro diambular por la ciudad. -
Con ese consejo solía dar por terminada la reunión pues no era muy seguro caminar poco después del atardecer. Todos tomariamos nuestras respectivas capas de lana de similar tacto al de nuestras rudimentarias tunicas y saldríamos hacía la calle por el largo pasaje que daba a la salida de la antigua biblioteca. Lei Magnus gustaba de juntarnos allí pues era donde más tiempo pasaba, sumido en sus interminables pensamientos acompañado por la única luz y calidez de una vela sobre un platillo dorado. Cada vez que se acercaba a mí y colocaba sus ojos sobre mí, esos ojos que parecían estar llenos de fuego, me sonrojaba como una chiquilla tonta y enamoradiza. Lei Magnus nunca fue el único en halagar mi inteligencia, otros sabios como el maestro Lexious también veían un futuro brillante para mí a medida que pasaba más tiempo estudiando y desplegando mis habilidades magicas pero sólo Lei Magnus lograba que me sintiese como una autentica chiquilla, de esas con las que nunca he logrado asemejarme.
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"Es normal que sus cuerpos y sus almas se extremezcan." Iba pensando mientras volvía a colocar en su debido sitios los manuscritos y pergaminos que había extendido sobre la mesa mientras esos jovenes, hambrientos de conocimiento y deseosos de convertirse en afamados hechiceros, durante una de las lecciones que tán gratuitamente les daba. "Todos tememos la presencia de los demonios porque implica muerte y dolor. No son unas criaturas muy agradables, en lo único que piensan es arrasarlo todo para obtener su deseado caos" A medida que la larga mesa se iba quedando vacia mis pensamientos se centraban en los demonios y en las deidades. El dios dragon Ceiphied aún estado excedido, consciente de que el rey de los demonios, su oponente, Shabragnigudu no había sido eliminado, sólo retenido al ser dividido, se dividiría en cuatro deidades, el llamado Aqualord, el llamado Airlord, el llamado Earthlord y el llamado Flarelord, sin embargo, ¿qué jugarreta se le ocurrió al rey demonio, a sabiendas de que simplemente estaba atrapado? Por más que lo intentaba, el tán sólo poseer información de demonios de nivel muy inferior o medio, no me ayudaba a aclarar, a tener una idea más precisa de ellos y su poder, poder que debía provenir del mismo fluyo, Shabragnigudu. Sentandome me quedaba largas horas perdido en ese entramado punto, punto a mí parecer, muy importante, decisivo, para conocer sus intenciones y prepararse mejor contra ellos, con la mirada perdida, los ojos fijos en la inalterable llama que descendía a medida que su toque deshacía la solida cera de la vela. Sólo la suplica de algún erudito deseoso de cerrar la biblioteca y volver a su puesto en el templo lograba sacarme trás tres o cuatro repetidos comentarios de mis meditaciones.
-Su eminencia, lamento mucho interrumpir su tiempo de reflexión pero ya ha anochecido y debo cerrar la biblioteca por orden de mis superiores. -Decía una y otra vez frente a mí con voz cansina.Resoplando pues siempre que me aproximaba a tener el mejor pensamiento, me veía interrumpido y ese pensamiento no solía volver con la facilidad deseada, me ponía en pie y abandonaba las amplia sala pasando por el largo tramo que daba a la salida, un portón de grandes dimensiones, que era cerrado con un efectivo sello magico que sólo los encargados de la biblioteca conocían y dominaban al dedillo. En la soledad de la que fue como una casa para mí, cogiendo plumilla y papel, trataría de transmitir mis pensamientos con la esperanza de que al leerlos a la mañana siguiente, me encontrase de nuevo cercano de la gran cuestión que me sumía en una absoluta obsesión. Exponer correctamente la idea de que Shabragnigudu al igual que Ceiphied, creó demonios con los que valerse a lo largo de los siglos. ¿Qué otro demonio sería capaz de someter a los otros de ese modo? En todo buen ejercito hay una jerarquia indiscutible.
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El largo pergamino que Lei Magnus extendió ante sus colegas, los otros sabios, entre ellos, otro de los considerados más grandiosos, Lou Groun, mostraba el primer esquema del cúal partirían los demás a lo largo de la historia de la magía sobre la clasificación y diferente grado de relevancia y poder de todos los demonios. Era tán detallado y tán preciso que nadie se atrevió ni siquiera a preguntar cómo se le había podido ocurrir a él sin ayuda de nadie. Él tampoco les daría la satisfacción de hacerles saber todo lo que tuvo que pasar para conseguir explicar y expandir esa idea, esa deducción, esa hipótesis ya que lo habría considerado un blasfemo. ¡Cómo se le podría haber ocurrido comparar a nuestro Dios Ceiphied con el rey de los demonios! Habría perdido todo lo que con tanto esfuerzo había ido conseguiendo a lo largo de su rigurosa vida. Con una satisfacción casi perversa les iría explicando al igual que posteriormente haría con nosotros, a qué subordinado del señor oscuro correspondía cada simbolo señalandolo con un dedo.
-Como podeis ver, de Shabragnigudu surgieron cinco demonios, los de más alto nivel son, por decirlo de algún modo, la mano derecha de Shabragnigudu y cada uno de ellos posee un general y un sacerdote excepto este, el conocido como La gran bestia Zellas Metallium. -
-¿Y eso como es posible? Según tu explicación anterior, ellos surgieron con el mismo poder proveniente del Rey de los demonios. -Le preguntaría uno pasandose una de sus manos sobre la barba arrugando la frente. Lei Magnus no tardaría en responder a su pregunta sonriente:
-Porque, me figuro, ha sido el más astuto de todos ellos. Si en vez de crear dos poderosos sirvientes, crearamos uno con el poder de ambos, sería el doble de poderoso. -
El sabio asintió sonrojandose al darse cuenta de lo estupida que había sido su pregunta. Lei Magnus le dedicaría le daría unos golpecitos cariñosos en el hombro con la mano extendida para animarlo.
-No te averguences, al principio a mí también me costó descubrirlo. -
Lexious, gran estudioso y joven maestro de la magía blanca, le miraría con los ojos entrecerrados y con los brazos fuertemente cruzados. Ningún humano, por muy poderoso o talentoso que fuese con la magía, podía haber llegado tán lejos al adentrarse en el mundo de los demonios y seguir vivo. Apenas tenía edad para ser considerado todo un hombre como los otros sabios pero ahí estaba rodeado de los sabios más importantes de nuestro tiempo, tiempo turbulento. Lei Magnus podía entrever su silencioso desaprobación. A pesar de su juventud, siempre demostró ser muy perspicaz, nosotros pensabamos que lo que le empujaba a desconfiar de los metodos de Lei Magnus eran los celos pero nunca fue eso, era un encogimiento de su corazón, como si desde la primera vez que vió a Lei Magnus ya hubiese podido sentir la aura maligna que desprendía el rey demonio y aún desprenderá como tantos otros demonios. Muy en el fondo debía de admirar también al gran filosofo pero cuando éste se dirigía a él, Lexious, se alejaba de él como si eso lo fuese a poner a salvo.
-¿Te marchas? -Le increparía Lei Magnus alzando una ceja entre disgustado y divertido. -No es de muy buena educación abandonar la sala cuando un sabio aún no ha acabado de exponer un descubrimiento. -Le recriminaría a sabiendas de lo poco que le gustaba al joven maestro de la magía blanca oir esas palabras.
-Si es verdad lo que andas suponiendo, tenemos mucho por hacer mientras aún no hayan comenzado a atacar ciudades importantes. -Sería todo lo que saldría de su joven y atrevida boca llegando a las pesadas puertas de piedra procediendo a abrirlas anulando el sello magico impuesto al ser convocados. Sentada con la única compañia que me brindaban mis multiples manuscritos y tablillas con simbolos grabados en un banco de piedra al verle salir dando zancadas me pondría en pie.
-¿Va algo mal? -Querría saber.
Él se paró, respiró e inspiró varias veces como intentando contener la ganas de gritar cualquier cosa de la que luego se arrepentiría y mirandome con sus ojos tán claros y grisaceos como la niebla que cubre las altas cimas de las montañas de Kataart se limitaría a responderme esto:
-Interesante pregunta, ¿no debería ir dirigida más apropiadamente al Sabio legendario? -
Yo me quedé cortada, antes de emprender la marcha, añadió:
-Por cierto has olvidado referirte a mí como maestro Lexious. -
Pero para cuando la disculpa brotó de mis labios, él acababa de abandonar el patio. Decidí retomar la lectura de esos manuscritos de tán difícil comprensión pero cautivadores conocimientos. Nada comparado con aprender a usar una escoba o pasarme toda una tarde encerando la espada del que hubiese sido mi esposo. Si esforzaba, si ponía toda mi inteligencia, memoria y voluntad en ello, con el tiempo sería tán grande y afamada como Lei Magnus. Cada noche trás un largo día de estudio y aprendizaje para comprender las runas dejadas por antiguas civilizaciones o por los avanzados elfos, rezaba a mi deidad preferida, el Aqualord, para que nadie lograse nunca desenmascarar mi autentico ser. Me preocupaba la reacción de Lou Groun, me aterraba la reacción de los demás, entre ellos, Lei Magnus. En uno de esos momentos, encendiendo con cuidado de no chamuscar las largas mangas de mi apañada tunica, Lei Magnus me sorprendería portando en su mano izquierda una lamparilla de aceite cuya llama ardía agitandose a cada paso.
-Ulcies, ¿No crees que ya es tarde para visitar esta zona del templo? -
Me dió tal susto que casi se me descontroló la pequeña llama de fuego que estaba realizando para enceder el fino palo que pretendía prender en el incensario. Por fortuna, con un simple chascar de dedos, él haría desaparecer la desmoronada llama. Cúan agradecida me sentí, el fuego nunca ha sido mi elemento, si es necesario aprender a dominarlo, lo dominaría pero no me gustaba nada.
-Sólo deseaba orar con tranquilidad pero su eminencia tiene razón, volveré a mi dormitorio enseguida. -Solté con voz entrecortada y demasiado aguda para provenir de un muchacho. -Y su eminencia, ¿qué hace tán tarde por aquí? -Le preguntaría echandole coraje.
Lei Magnus se echaría a reir y su risa me parecería tán hermosa, tán elegante y tán apropiada para alguien de su posición que la escucharía como quien escucha la más bella canción del jamás tocada y a continuación respondería con voz aún risueña:
-Yo también deseaba orar a solas. Pero me temo que tendré que dejarlo para otro momento. -Añadiría fingiendo frustración. Yo le rogaría quedarse.
-¡Oh no diga eso su eminencia! ¡Mis oraciones son muy cortas, le aseguro que en cuanto consiga prender esto me marcharé! -
Un leve jum salió de sus labios y encogiendose de hombros acabaría por quedarse a mi lado con los ojos fijos en la gran estatua de esa deidad realizada de bronce o cualquier otro material de fuerte brillo como el oro. Obsequio, sin lugar a dudas, de algún rey o señor de alta cuna. En silencio, colocaría mis manos como si me dispusiese a rezar pero mi mente estaba tán enturbiada que no conseguí encontrar las palabras adecuadas con las que entablar unión espiritual con la deidad. Los pensamientos que surgían iban exclusivamente para Lei Magnus, detalle que no dejaba de asombrarme. Él era como el fuego, calido pero más de una vez tán impredecible como impetuoso como para dejarlo todo en cenizas. No conseguía ver sus rasgos tán definidos como me hubiese gustado pero sabía que no era un hombre de sonrisa fácil. Posiblemente era esa una de las caracteristicas que no le ayudaban a dar una imagen más positiva a los demás. Fuese lo que fuese, me mantenía asustada y embobada como el contemplar las llamas de un incendio.
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Era un desafio, crear hechizos de recordable formulación y efectiva aplicación siempre era un desafio pero aquel sería el rey de todos ellos, el más poderoso hasta la fecha y peligroso, tenía claro que si queriamos detener a los demonios, ya comenzando a sacar las garras, manifestando su poder en nuestra contra, habiendo arrasado con varios reinos, lejanos del nuestro pero algunos de ellos más poderosos, me estaba sintiendo obligado a crearlo y no por simple aburrimiento o curiosidad. Como gran desafio, sabiendo que me llevaría todo mi tiempo, talento y energía, reuniría a aquellos jovenes y no tán jovenes aprendices de magía que me habían seguido atesorando cada palabra y esquema que les había brindado casi en secreto para comunicarles que a partir de ese momento y no sólo debido al empeoramiento de las circunstancias en todas las tierras conocidas no habría más reuniones. Sería un paso duro para todos, habiamos ido creando un grupo muy solido. A pesar de no conocer del todo a los que fueron como pupilos, supé que entre ellos, en aquella última reunión, había uno, uno que sería considerado grande, puede que tanto o más que yo y que a lo largo de su vida no sería yo el único gran sabio entre los sabios con quien se toparía. Muy joven, demasiado joven como para encontrarse entre nosotros pero muy prometedor. Callado y resguardado sentado junto a uno de los eruditos más mayores, el inteligente y formal Ulcies, vestido con tunica y estola que llevaba de igual color pero tonalidades diferentes, de ojos claros y brillantes como las piedras turquesas y mechones irregulares que caían por su frente mientras el resto de su corto cabello caía tras sus orejas mal cortado, de oscuro marrón o claro negro, con destellos azulados al ser iluminado por la llama de la gastada y temblorosa llama que nos iluminaba y daba algo de calida confianza ante la oscuridad de nuestro rincón en la vacia biblioteca.
-Disfrutad de esta gran sala pues pronto estará llena de heridos y refugiados. -Les comenté antes de empezar con lo que sería la última lección. Todos sonrieron mirandose entre ellos nerviosos antes de volver a fijar sus ojos en mí. -Bueno, ¿qué podría compartir con vosotros esta vez? -Les pregunté dado que no había tenido tiempo ni ganas para preparar algo como en ocasiones anteriores.
-Hablenos de Ud, ¿qué se necesita para llegar a ser un gran sabio entre los sabios? -Respondería uno de los más jovenes poniendose en pie. -Su eminencia. -Añadiría sentandose al instante siguiente agachando la cabeza para ocultar el rubor de sus mejillas.
-Qué petición más trivial. ¿Todos deseas lo mismo? -Dije acrementando la verguenza del joven, que mirando hacía el suelo debía de sentirse cada vez más y más bobo por haber lanzado una sugerencia tán impropia de alguien que desea ser un sabio o erudito. El recien llegado sería el siguiente en hacer una interesante propuesta pero no se atrevería a ponerse en pie.
-M-Me gustaría saber un poco más de lo que me han permitido saber acerca del rey de los demonios, Shabragnigudu. Supongo que su eminencia, como estudioso de los demonios y creador de grandes hechizos, sabrá mucho sobre él. -Solicitaría, al principio tán timido como el otro muchacho pero luego ganando confianza, una confianza que me dejaría brevemente cautivado. Reacción inusual en mí. Al instante le estaría preguntando su nombre:
-Una pregunta extraña viniendo de un jovencito que acabará siendo un erudito o un sacerdote pero antes de tratar de complacerte, ¿podría saber quién pregunta por el rey de los demonios? -
-Lou Groun, su eminencia. -Me contestaría poniendose en pie para hacer una rapida reverencia, luego retomaría su posición sentandose con Ulcies, el cúal le miraba tán asombrado como yo. Bueno, todos le miraban atónitos. Es lo que suele pasar cuando uno tiene inquietudes que van más allá de lo conveniente. La charla que surgiría sería casi adictiva, el iba exponiendo sus dudas y yo al tratar de darles una respuesta, me iría volviendo menos yo, como si las cosas que surgieran no vinieran de mi propia consciencia.
-Verá, sé que no debería meterme en un terreno tán peligroso y probablemente prohibido pero hay tantas cosas que no entiendo... -
-¿Cómo por ejemplo? -Le preguntaría yo yendo al grano. -Hazme saber alguna, la que consideres más interesante. -Añadiría con voz amistosa obligandole a ponerse en pie con un gesto. Como dos sabios debían hacer al tratar temas de gran relevancia.
-Si a lo largo de los siglos se nos ha contado que Ceiphied no mató a Shabragnigudu, de similar poder que él, sino que lo dividió y lo encerró en algún lugar, ¿cómo es posible que haya tantos demonios en el mundo? -
-Sencillamente porque Shabragnigudu al igual que Ceiphied creó varios demonios de los cuales, supongo, irían surgiendo los demás demonios de otras categorias. -
-Ahh Es posible, tiene mucha logíca sin embargo, Ceiphied creó a las deidades porque iba a volver al mar del caos del cúal surgió, muriendo, pero ningún sabio ha podido asegurar con certeza que sucediese lo mismo con Shabragnigudu, ¿no es raro que crease otros demonios en caso de poder seguir vivo? -Me replicaría. Su sabiduria parecía superar la de los demás jovenes que estudiaban con él ya que esa serie de deducciones no parecían propias de un chiquillo normal. Me estaba poniendo difícil responderle.
-¿Qué te hace pensar que Shabragnigudu está vivo? -Quise saber antes de lanzarme a buscar una respuesta adecuada y que estuviese a la altura de la pregunta. El jovencísimo Lou Groun se encogería de hombros y me diría rascandose la cabeza:
-Las deidades al ser Ceiphied poseen el poder de Ceiphied pero los demonios, ¿de dónde sacarían su poder si provienen de Shabragnigudu pero no son Shabragnigudu? La única respuesta que se me ha ocurrido a sido esa, pensar que los demonios maman el poder de Shabragnigudu porque éste sigue existiendo pero seguro que es una tonteria. -Me explicaría. Escucharle era toda una gozada, me hacía sentir que hablaba con un igual, con otro gran sabio pero me producía temor, un temor inexplicable. ¿Y si el era capaz de desentrañar lo que yo llevaba tantos años buscando desentrañar para crear el hechizo más poderoso del mundo? Era como si yo fuese el joven discipulo y el, el gran maestro. Respiré hondo y trate de continuar con la conversación pero mi razonamiento parecía haberse enlentecido, lo último que saldría siendo consciente de mí mismo sería:
-Estoy asombrado, sin lugar a dudas, tus padres no se equivocaron al dejarte al cuidado de los eruditos y sabios del templo... -
Él se volvería muy modesto, ladeando un poco la cabeza diría:
-No es para tanto, como ya he dicho, seguro que son tonterias, por eso quise venir aquí para plantearselas, su eminencia. -
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Entonces, cuando nadie, ni siquiera el propio Lou Groun, se lo esperaba. Lei Magnus replicaría con potente voz, sobresaltandonos a todos:
-¿Tonterias? ¡¿TONTERIAS?! Todo lo contrario jovencito, es el razonamiento más brillante y lucido que nadie podía haber tenido hasta la fecha. -
-¿E-Enserio? -Preguntaría el joven Lou Groun con sus ojos de fuerte gris puestos en Lei Magnus tán abiertos como los nuestros.
-Pero te has equivocado en una cosita, una cosita bastante importante. -Le mencionaría Lei Magnus avanzando hasta el joven novicio, que caería al suelo al tratar de retroceder un poco. -El dark Lord Ojos de ruby Shabragnigudu no fue divido y sellado a ninguna dimensión, fue dividido y confinado en siete cuerpos humanos. -Le rectificaría poniendose de rodillas ante él, con una sonrisa que jamás había visto en su rostro y unos ojos cuyo marrón había dado pasó a un rojo totalmente rojo. Y cuando todos estabamos tán tensos que no podiamos ni mover un musculo, una fuerte sacudida nos arrebataría la única luz que nos mantenía calidos e iluminados en nuestro rincón, el rincón favorito de Lei Magnus. Aquella leve pero brusca e inesperada sacudida fue muy significativa pues no sería ni la primera ni la única a lo largo de los siguientes días. La guerra ya no sería cosa sólo de humanos, los dragones dorados residenten en las montañas de Kataart y otros lugares tomarían cartas en el asunto con la vana esperanza de detener la virulenta actividad de los demonios, luego se unirían razas tán antiguas como la de los elfos. Nosotros, sencillos eruditos nos veríamos metidos en ella de otra manera, atendiendo y protegiendo a los nuestros, a todos los ciudadanos que eran traidos, gravemente heridos o aún en pie, al templo. Todos, desde los novicios más jovenes como Lou Groun o Samael hasta los sabios, ocuparíamos todo nuestro esfuerzo y tiempo en tratar a la creciente cantidad de heridos, ya viniesen del lugar del que viniesen o fueran o no humanos. Mientras curaba a algún que otro heroe de guerra, procedente de muy distinto rango, mi mente se llenaba de recuerdos de niñez. Sabía coser porque como toda buena mujer y ama de su casa tenía que saber y valerse de esa actividad, aprendí muy a regañadientes sin embargo mi hermana gemela aprendió y llegó a dominarla con mayor desenvoltura y maña que yo. Fue durante aquellos tiempos que descubrí que una mujer no podía usar magía siempre que quisiese pues con el periodo el poder magico disminuía volviendose terriblemente cansado e inútil realizar conjuros de larga duración o que requeriesen mucha concentración. Lo que presentaba un serio problema, ser descubierta y castigada. Con toda la agresividad, desesperación y miedo que reinaba, nadie hablaría en mí favor, moriría siendo un martir más de la larga lista de mujeres que lo arriesgaron todo para obtener el mismo conocimiento y aprendizaje con la magía que un hombre. Todo parecía perdido, todo iba mal, muy mal. Por más que todo el mundo se enfrentase a los demonios, ellos no parecían detenerse. ¿Era por qué no deseaban abandonar su banquete de sufrimiento o por qué eso que Lei Magnus dijo que buscaba no había aparecido? ¿Cuando lo encontrasen se detendrían? No, porque lo que buscaban era peor que todos ellos juntos, era al que se le llamaría El demonio del Norte.
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Desesperado, habiendo superado todo mi potencial, tán agotado como enojado, tomé una decisión. Una decisión que no será revocada aunque a mitad del camino me encuentre perdido o en pleno campo de batalla pues con esta decisión, con el viaje que implica esta decisión y el desarrollo de la de la cúal ha surgido esta decisión, encontraré el modo de poner fin a la maldita guerra que tantísimas vidas se está llevando. ¿Cómo surgió la idea? Me encontraba en mi gabinete, el segundo lugar en el que más tiempo pasé casi toda mi vida, no muy grande, lleno de trastos, objetos magicos, frascos de diversos tamaños de sucio cristal y mil pergaminos metidos en jarrones de muy distintas formas y tamaños dejados amontonados en las pocas estanterias de madera que tuve que ir construyendo a medida que mis investigaciones y estudios avanzaban. Con una pequeña ventana sobre la única mesa de madera en la que siempre me pusé a enucubrar como un chiflado. Apoyandome sobre esa mesa de fea y polvorienta madera, requemada por algunas zonas, echando un vistazo al desolador paisaje que la ventana me ofrecía, contemplando entre divertido y preocupado como los gigantescos dragones de dorada piel y fieros ojos eran abatidos por un gigantesco remolino negro o varios remolinos negros que volteaban violentamente uniendose formando ese gran remolino negro, que provocaba a su paso que todo temblase, me dió por reflexionar sobre algunos fundamentos de la magía. Yo, yo siempre me sentí atraido por la llamada magía negra pero también conocía la samanistica, la astral y algo de magía blanca ya que a los eruditos se les enseñan todas las ramas pero nunca había visto un remolino como ese, tán antinatural, nada que ver con los que formaba la propia naturaleza, enormes y grises que lo devoran todo irracionalmente. Como aún conservaba todos los pergaminos, manuscritos y runas que estudié hasta el agotamiento fisíco, para alejar mi mente de esa cosa, que había conseguido atravesar el fuerte y duro cuerpo del dragón, que emitía unos rugidos tán agudos como desgarradores, los iría sacando de sus jarrones y extendiendolos sobre la mesa y habiendo cerrado la ventana, los volví a leer uno por uno, hasta llegar a lo que parecía el más pequeño y más maltrecho de todos ellos. Alisandolo todo lo que el viejo papel me permitió, apareció ante mi, las pocas palabras que logré guardar de uno de los sabios y eruditos más extravagante pero fascinante de todos los que tuve el honor de conocer y tener por maestros. Las palabras que conseguí leer pues las otras estaban demasiado ilegibles debido al paso del tiempo, serían todo lo que necesitaría para emprender este viaje y poder realizar el objeto con el que amplificar mi poder. Claro que antes, deseé visitar a uno de mis más adyegados pupilos.
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Suspiraría retirandome el sudor de la frente con el dorso de una de mis manos, había sido un día duro. Los dragones dorados eran las criaturas más complejas de tratar, muchos llegaban con un pie a la muerte, su oponente debía de ser un demonio extremadamente poderoso, entre lagrimas y sangre, nos confesaban sus últimas palabras, sus pensamientos o deseos más personales antes de regresar al mar del caos, con los ojos, en su mayoria, entornados vaciandose de vida, antes de atisbar a la lejanía de la amplia sala en la cúal las gentes de la ciudad y nosotros nos reuniamos ante las imagenes de las deidades para rezar, las rojas tunicas del sabio legendario. Tuve que forzar los ojos todo lo posible para asegurarme de que el cansancio no me engañaba pero cuando su lejana fugura roja fue caminando hacía mí, no hubo duda, era Lei Magnus. Cogiendome suave pero firmemente de la muñeca, me alejó de todos los presentes para hablar a solas conmigo. ¡Mi corazón enloqueció! Mi mente dejó de ser funcional, se llenó de fantasias propias de canciones o poemas que han sido compuestas y seguiran siendolo sobre grandes y apasionados amorios. Mirandome muy serio, como cada vez que estaba a punto de anunciar algo muy complicado o decisivo, me confesaría el magnifico plan que había ideado para detener este sinfín de muertes. Yo, a medida que me lo iba exponiendo, volvería a la realidad de golpe.
-Es... Una locura. -Atiné a decirle una vez escuchado todo lo que tenía que escuchar.
-Es necesario. -Me indicaría él tajante.
-Pero... -Replicaría yo arrugando la frente, tratando de asimilar lo que mis oidos habían ido recibiendo pero él me interrumpiría diciendo, realmente dolido:
-Me disgusta que no comprendas que no veas que es la única solución a todo esto, mi deber como gran sabio es este, si te lo he contado es porque creía que lo comprenderias. -
Sentí incontrolables deseos de llorar pero con esfuerzo sobrehumano me aguante y dije:
-Y lo entiendo pero pienso que es demasiado arriesgado... ¿Y si sale mal y mueres? -
-Entonces tú ocuparás mi puesto. -Me informó y antes de que pudiese darme cuenta, sus labios se juntaron sobre los mios en un beso que hizó que todo mi cuerpo temblase. Apresuradamente conseguí apartarme de él, con una expresión de horror, murmuré:
-¡¿Qué haces?! ¡Soy un muchacho! -
El rió y acercandose un poco a mí dijo, también en voz muy bajita:
-Eso es lo que tanto te esmeras en hacernos creer pero en realidad eres una muchacha. -
En aquel momento me dí cuenta de que si había llegado tan lejos, probablemente hubiese sido porque a él le gustaba mi compañia, era de sus alumnos más prodigiosos y que dado que iba a lanzarse al abismo con la ferrea idea de que eso nos ayudaría a acabar con la guerra, ya no tenía motivos para hacerme saber que siempre lo había sospechado pero que al igual que el joven Lou Groun, se guardaba esa información para salvar a su alumno estrella. "Toma todos mis trabajos, muestralos junto a los tuyos propios y nunca temas mostrarte como realmente eres cuando aparezcas como uno de los más grandes sabios." Fueron las últimas palabras que me dirigiría colocando entre mis manos sus tán valiosos escritos, escritos llenos de pensamientos, ideas y conjuros antes de conseguir realizar el amplificador y el conjuro que le daría ese poder, ese poder que liberaría a Shabragnigudu, dentro de su alma pues él, él era uno de esos cuerpos humanos en los que había sido confinado el rey demonio.
PD La parte en rojo suele corresponder a Rezo pero esta vez corresponde a Lei Magnus ^^ La blanca es la parte de la historia contada por el personaje de mi seguidora y buena amiga, ~ragnablast, Themis Ulcies ^^
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