Bueno, bueno, va siendo hora de comenzar otra historia, más o menos, larga ^^ Éste vendría a ser el perseguido Titiritero de esta nueva historia, un Crossover entre Welcome to Hell y Kuroshitsuji pero ¿quién sabe? A lo mejor aparecen otros personajes de otros animes que me molan ^^
NOTA DEL AUTOR (O AUTORA XD):
Como digo siempre, Welcome to Hell tiene una tematica MUY fuerte pero que suelo tratar lo mejor que puedo. Se compone de historias cortas, algunas hiladas y otras autoconclusivas. A los personajes principales ya deberiaís ir conociendolos, los canallas de UNIDAD y sus conocidos. No trateis de buscar logica a ciertos acontecimientos, os enredareis más, tán sólo prestad atención a la historia general que voy a tratar de narrar ^^ La historia irá narrandose desde diferentes puntos de vista. Ahora que ya hay algunos puntos aclarados, a leer ^^
En el lujoso y espacioso salón que Williams reservaba para eventos especiales, su hermana y su respectivo marido eran recibidos con una forzosa sonrisa por su parte. Williams, hombre de intachable reputación y de los mejores abogados de la ciudad, se esmeraba en dar buena imagen ante su cuñado, el cúal no conocía del todo al hermano de su amada esposa debido, sin duda, a que ésta nunca sería capaz de confesar como era en realidad su hermano mayor. Le resultaba incómodo visitarle por lo que procuraba no hacerlo a menos que fuese extrictamente obligado. Mientras su hermosa hermana tomaba asiento sin despagarse de su amado esposo, como si éste fuese el pilar que la sostenía y temiese caer, el astuto Williams fijaba sus ojos en él. Apenas sabía nada de aquel hombre de aspecto joven e ingenuo, bien vestido y con modales propios de un joven educado en la alta sociedad, al igual que él, su hermana y su hermano, fallecido. Poseía unos ojos de suave color castaño y su pelo en cambio era oscuro y muy sedoso. Le traía recuerdos perversos. La mirada de su hermana, dulce pero prohibitiva, le ayudaba a guardar esos recuerdos para luego.
-Mi querida hermana, ¿a qué se debe esta visita? Aún queda para Navidad. -Preguntó Williams ya sentado en su magnifico sillón de cuero. Su voz sonaba socarrona.
La dama carraspeó antes de responder a su malicioso hermano:
-Tán sólo venía a invitarte a la fiesta de cumpleaños de la pequeña Susan. -
-¿Así? -Replicó Williams fingiendo sorpresa. -Pensaba que no deseabas que la pequeña Susan conociese a su repulsivo tío. -
Las palabras de Williams la incomodaron, antes de responder, dirigió sus ojos claros a los castaños de su marido, como buscando un poco más de valor y le dijo:
-Y asi es pero los familiares de Stefan desean conocerte. -
El hombre asintió con la cabeza mientras sonreía timidamente.
-Mi padre ha oido hablar muy bien de Ud. -Le hizo saber. Su voz era agradable tán agradable como su aspecto.
-Bueno, en ese caso, tendré que ir ¿no crees hermana mía? -Zanjó Williams con una sonrisa pícara, la clase de sonrisa que se dibuja en el rostro de un niño travieso al contemplar a su hermano ser castigado. Williams sabía que su hermana en cuanto se casó se marchó lejos de la ciudad para no tener que volver a verle y para proteger de él a sus futuros hijos. Los tres se levantaron y caminaron hacía la entrada. Annette ni siquiera se despidió de su hermano, ayudada por su caballeroso y apuesto marido se enfundaría su abrigo y una vez llegado el carruaje que habían solicitado se marcharía de aquella mansión en la cúal residía el individuo más indeseable que hubiese podido conocer a lo largo de su vida. Ya dentro del carruaje, escuchando al cochero ordenar a los caballos ponerse en marcha. La pobre Annette incapaz de contenerse más, lloraría, tapandose el rostro con ambas manos. Su marido, su encantador marido, trataría de consolarla arrugando la frente.
Lejos, muy lejos, en la antigua Europa, un joven de familia de renombre, los Phantomhive, se encontraba siendo importunado por su joven prometida, la señorita Elisabeth Ethel Cordelia Middleford. Con suma alegría le comentaba que acababa de ser invitada a la fiesta de cumpleaños de una amiga de muy lejos, lo que al señorito Ciel le interesaba bien poco sin embargo escuchaba a la señorita Elisabeth fingiendo interés para no enojarla o entristecerla. La figura de un hombre alto y bien parecido se aproximaba a ellos, todo vestido de negro, abotonado, con unos guantes blancos portando con exquisita elegancia y habilidad una bandeja redonda con dos tazas de humeante té en su interior. Con una sonrisa, sin decir apenas palabra, depositó ambas tazas en las manos de ambos niños.
-Lo que la señorita le propone parece divertido. ¿No lo considera así mi señor? -Le dijo mirando a la señorita Elisabeth, que sonreía complacida de que alguien estuviese de su parte. El joven amo replicó:
-Tengo asuntos más interesantes que atender y lo sabes, Sebastian. -
-Si Ud lo dice. -Le contrarió sin perder sus buenos modales aquel mayordomo, pues ese hombre era un mayordomo, antes de irse dejando de nuevo solos a los niños.
La señorita Elisabeth observó callada a su prometido, era un jovencito tán serio, en pocas ocasiones le veía sonreir sinceramente. Su aspecto era distinguido y muy formal, no le gustaba vestir colores bonitos y alegres como el rojo, el anaranja o el amarillo. Sus cabellos eran negros como la noche pero sus ojos eran de un azul intenso como el mar llegado el anochecer. En general era muy guapo, ¿qué se podía esperar de un Phantomhive? pero el parche negro que ocultaba su ojo izquierdo le confería un aspecto sospechoso.
-Entonces, ¿no vendrás conmigo a la fiesta de Susan? -Quisó saber Elisabeth con ojos humedecidos y voz temblorosa.
-No tengo invitación. -Terció Ciel molesto de que Elisabeth continuase insistiendo.
-Oh si es por eso, no importa. Diré que vienes conmigo. -Exclamó la niña recobrando alegria.
Tras varias excusas más el joven Ciel viendose desarmado por la señorita Elisabeth acabó cediendo aunque no fue tarea fácil. Elisabeth corrió hacía Laura, su cuidadora y le comunicó que Ciel finalmente había aceptado ir con ella a la fiesta.
-¿Lo ves? En el fondo al señorito Ciel también le gusta divertirse. -
-Aunque cualquiera lo diría. -Se permitió añadir Sebastian con una sonrisita burlona.
En el Infierno, donde nosotros solemos vivir y convivir, una mujer mantenía una brusca disputa con un hombre. Esa mujer era Charlotte, jefa y artista del Circus Circus, lugar en que el arte, la magía y diversos talentos convivían y daban lo mejor de sí mismos para entretener a las gentes, desde los habitantes del Infierno hasta los ciudadanos de más alto nivel. El hombre, ese hombre, no era más que otro monstruo de los diversos monstruos que poblaban la zona. Inteligente, meticuloso y con demasiada imaginación. En palabras del propio R, que se moría de ganas de examinarle, un enfermo mental con unos gustos muy extravagantes. Decía buscar amigos, amigos que le comprendieran pero en nuestra opinión, buscaba lo que todos los monstruos buscan. Saciar deseos desestructurados. Charlotte acababa de descubrirle y no parecía muy satisfecha.
-¡Desgraciado! -Le gritaba. -¡Debería haberte denunciado en cuanto desapareció el primero de mis más jovenes artistas! -
-¡¿Si?! ¡¿A quién?! ¡¿A la polícia o a sus padres?! ¡Conmigo están mejor! -Le respondía alzando la voz superando los gritos de la cada vez más y más furiosa Charlotte. Mujer de armas tomar, hermosa y luchadora. De curvilineo cuerpo, sonrisa que te derrite y larga cabellera negra azabache. Con una vida dura, varias perdidas importantes a sus espaldas y un circo como único hogar y familia. Sus ojos echaban chispas y sus puños estaban cerrados con tanta fuerza que le dolían las manos. Lo que salía de la boca de ese hombre era más que repugnante. Él realmente creía en lo que decía. ¿Cómo podía mostrarse tán inocente, tán niño cuando estaba claro que era un hombre corrupto, un monstruo? No le iba a permitir entrar en su juego.
-¡Eso es mentira! -
Sus voz se elevó hasta dejarla casi afónica. Esa voz que en ocasiones podía sonar tán armoniosa. Él se esforzaba en defenderse, en exponer lo que él consideraba que hacía correcto:
-¡Les alimento! ¡Los doy ropa bonita! ¡Les demuestro mi afecto! -
¡Basta! ¡No sigas! ¡Lo que tu tratas de hacer parece normal pero no lo es! -Le interrumpía finalmente con lagrimas en los ojos pues lo que algunos chiquillos supervivientes contabamos era bien distinto. El hombre calló consciente de que ella tampoco lo entendía, por lo que sus palabras no servían para nada. Antes de irse al ver como Charlotte se ponía en cuclillas sollozante, le ofrecería un pañuelo. Ésta lo rechazaría gritando con la poca voz que le quedaba:
-¡Vete y no vuelvas por aquí nunca más! -
El hombre salió y efectivamente no volvió a actuar por allí más. Al verle caminar por la calle uno nunca hubiese podido imaginar la clase de persona que era. Su aspecto era más bien sencillo, camisa clara, chaleco de tela oscuro y pantalones anchos de similar color al chaleco que llevaba abierto totalmente. Sus ojos no eran excesivamente grandes pero si se apreciaban marrones, tán marrones como la madera proveniente de cualquier roble. Su pelo no se desordenaba, era sumiso a las ordenes de su amo pasadas sus manos sobre él. Un castaño tán claro que a veces era tomado por rubio. Tenía buen cuerpo, no muy alto. Piel clara y rostro anguloso. Un tipo en principio normal, que te podías encontrar en cualquier tugurio del Infierno. Las prostitutas solían tentarle pero nunca lo atraparían. Los traficantes, curiosamente, si, si despertaban su atención, claro que la droga no solía ser para él. Sus pedidos eran de los difíciles, por lo que más de una vez, muchos tuvieron que mejorar sus mercancias. Un tipo vulgar pero imposible de engañar. Así era el Titiritero.
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