El sonido que de niño calmaba su inquieto corazón ahora lo incrementaba. Era algo que tarde o temprano tendría que aprender a esconder. Nos convertimos en dos desconocidos, ninguno confiaba verdaderamente en el otro. Eso me producía dolor pero debía de haberme convertido en un adicto a él porque cuanto más se alejaba de mí, más cerca deseaba tenerlo. Alejados de mis otros subordinados, individuos a las ordenes de Zelgadiss, él me ponía al corriente de sus progresos, despúes comprobabamos juntos los hallazgos. Tanto Zelgadiss como Dilgear eran los hombres del grupo más talentosos, cautelosos y fuertes. Brillaban con luz propia, con o sin quererlo, obedientes pues al ser los mejores, era a los que mayor responsabilidades les exigía. Sin embargo, el hechicero que Zelgadiss trajó consigo por propia voluntad tenía posibilidades de alcanzar ciertos meritos. Leerme uno a uno, pagina por pagina los libros conseguidos recientemente y relacionados con mi inminente interés hacía el Orihalcon era una pesada labor para Zelgadiss pues las letras eran pequeñas y el contenido muy superior a lo que Zelgadiss pudiese haber leido hasta ese momento más con gran resignación los leía en voz clara y alta hasta secarse sus labios. Su actitud aunque servicial era fría, se esforzaba mucho en ponerse a mí nivel. Si ya no sintía cariño o aprecio en mis palabras, yo en las suyas tampoco lo percibiría. A veces intentaba mostrarme afectuoso pero Zelgadiss notaba que realmente no sentía lo que trataba de sentir.
-Ya has leido suficiente por hoy. Regresa con los demás y toma un merecido descanso. -Le interrumpí posando una mano sobre el libro, el cúal se encontraba abierto más allá de por la mitad. Zelgadiss con voz cansada replicó:
-Es importante para tí. Debería seguir un poco más. -
Tuve que mostrarme firme con él de nuevo.
-He dicho que ya basta por hoy. -
Zelgadiss no volvió a replicar aunque lo hubiese deseado. De todos modos, se encontraba cansado, ya era muy tarde. La única habitación que aún seguía iluminada era en la cúal estabamos. La vela pronto sería consumida totalmente por la impetuosa llama que no parecía haberse agotado. El pesado libro fue cerrado en cuanto Zelgadiss memorizó el número correspondiente a las paginas en las que había cesado de leer. Zolf, el hechicero, dominador del poderoso hechizo de Magía negra Drag Slave, era el único hombre que todavía permanecía despierto al llegar hasta la casa principal en la que mis hombres se reunían. En cuanto avistó a Zelgadiss corrió hacía él y darle una sonora bienvenida pero al verme a su lado, contuvo sus ganas.
-Aqui os traigo de vuelta a Zelgadiss. -Dije a Zolf separandome de Zelgadiss. -Procura descansar. Mañana pasaré a por ti temprano. -Le recomendé a Zelgadiss a modo de despedida.
La bola de luz que nos había servido de guía se quedó con Zelgadiss. Un hombre que no puede ver la luz no encuentra de la misma importancia que uno que si la ve. Mi figura se desvaneció en la oscuridad. Zolf agarró a Zelgadiss pero Zelgadiss se negó a ser ayudado.
-Puedo llegar hasta el campamento por mí mismo. -Le indicó.
Zolf se disculpó y le siguió. Zolf tán sólo intentaba hacer su trabajo lo mejor posible, al fin y al cabo ¿no formaba parte de ese trabajo, ayudar a su jefe si lo veía en apuros? El se sentía como una especie de escudero ya que Zelgadiss debía ocuparse de él. Vigilarlo, atenderlo o lo que él considerase. Para Zolf era normal preocuparse por Zelgadiss. Le doblaba la edad y nunca llegaba a hacerse del todo a la idea de que Zelgadiss mandase sobre tantos hombretones como él. Un día, Zolf se me acercó para confirmar sus suposiciones acerca de Zelgadiss.
-Señor Rezo, ¿es cierto que Zelgadiss era un joven que hizo un pacto con un demonio? -
Su pregunta me resultó tán ridicula como inapropiada viniendo de un hechicero, uno que era capaz de controlar el Drag Slave, uno que habría estudiado con gran entrega y cuidado las bases de la Magía negra. En fin, me esforce en controlar las ganas de reirme en su cara. Un hechicero de su nivel ya debería saber que los demonios no hacen tratos, sólo destruyen.
-¿Un pacto? ¿Con un demonio? Dudo mucho que eso sea posible. -
-Bueno... No sé... Los muchachos y yo creiamos que era por eso que Zelgadiss... -Iba a exponerme pero no le dí oportunidad de continuar.
-Dile a tus imaginativos compañeros que precisamente ellos no son quienes para ponerse a preocuparse tanto por el aspecto de Zelgadiss. -Con esas palabras daría el tema por zanjado.
Claro que Zelgadiss se moviese por donde se moviese siempre se obligo a ir bien tapado, enseñando lo menos posible su aspecto de quimera. Otro motivo por el que sus ganas de sociabilizarse se marcharon. Claro que hablando de ello frente al propio Zelgadiss, Zolf, llegó a la conclusión de que Zelgadiss, fuese lo que fuese o hubiese hecho lo que hubiese hecho, era el jefe, un jefe merecedor de su puesto y de que esas cosas que se murmuraban sobre él eran mentiras salidas de la boca de algún envidioso.
-Para ser un hechicero que sabe utilizar el Drag Slave, a veces parece no tener muchos conocimientos sobre Magía negra. Espero no estar equivocandome con Zolf, si descubro que lo que me dijiste es una patraña, no tendré otra que deshacerme de él. -Le he recalcado a Zelgadiss en más de una ocasión. -No me gusta acoger inútiles. -
Zelgadiss y Zolf tuvieron un comienzo un tanto particular pero a la larga se han ido haciendo muy amigos. Zolf ha acabado por aceptar su lugar y ha comenzado a trabajar tán sólo fiandose de Zelgadiss, es algo que no me molesta. Siempre y cuando el uno como el otro no olviden quien es el que manda sobre ambos. Rodimus es un verdadero escudero y como tál sé que seguirá hasta la muerte a Zelgadiss. Sí, nuestra relación se retuerce sin embargo ha alcanzado a adaptarse como bien pudiera hacer un animal enjaulado a la espera de una oportunidad para liberarse.
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