Probablemente de día tán sólo resultasen unas cuantas calles llenas de tugurios y maleantes, con casas que hacía tiempo habían perdido el encanto y gentes apartadas de la parte bonita y centrica de la ciudad pero por la noche, ese conjunto de calles se volvían algo más, se inundaban de valiosos visitantes llegados de la zona alta con ganas de experimentar en sus propias carnes lo que se rumoreaba. Si era cierto que las damas del Infierno eran más fogosas y hermosas que sus mujeres o si los juegos que se practicaban eran a vida o muerte y un montón de otras barbaridades, lo cúal siempre venía bien al negocio del vicio y la perdición. Jack N lo sabía, su socio lo sabía, todos los marginados lo sabían, por lo que las noches El infierno se avivaba ofreciendo esa imagen gustosa y decadente a los visitantes. Charlotte y otras cuantas prostitutas o señoritas de buena compañia lo tenían claro, cada noche que se ofrecían a esos visitantes, sabían que se jugaban algo más que la honra, por lo que no era de extrañar que individuos como Jules Blackfield fuesen tán bien recibidos por las chicas pero, para la desgracia de muchas de esas jovenes de hermosos cuerpos pero corazones desgarrados, Blackfield tán sólo sería un buen hombro en el que llorar. Charlotte era la única que consciente de su naturaleza, no le agobiaba y en caso de hacerlo, sus motivos eran tán ingenuos como incomprensibles. Lo cúal llamaba la atención del caballero.
-¿Tú no fantaseas conmigo y todo lo que podría compartir contigo? -Le solía preguntar al verla alejada del grupo que corría trás él al verle caminar por sus calles.
-No porque lo que nosotras ofrecemos nunca ha sido realmente de su agrado. -Le respondía con una calma que enmudecía al escritor pelirrojo. A menudo era él el que acababa fantaseando con ella, con la posibilidad de encontrarsela de otro modo, con apariencia de varón. A pesar de su juventud, Charlotte ya demostró gran suspicacia con respecto a Blackfield pero no le temía. Una vez, tán sólo una vez le dió placer, un placer nada carnal, más bien visual, al cambiar sus medias y escotados vestidos de anchas faldas con vuelo por un atuendo masculino, escondiendo parte de su exuberante y larga melena negra. A ambos le pareció una experiencia hilarante pues a pesar de ser claramente una muchacha, bien podía ser considerada un muchacho. Mirarse al viejo pero cuidado espejo que Blackfield poseía en su destartalado hogar lejos de la zona alta era una prueba dura pues cada vez que lo hacía, una ligera risita que acababa en una irrefrenable carcajada surgía de su boca.
-Ójala fueses un muchacho en realidad. -Le susurraría al oido acercandose a ella por detrás.
-M-Mejor que no pues ya no habría la misma simpatía entre ambos. -Le contestaría ella sintiendo la erección de él, hecho que la preocuparía.
No volvería a darle ese placer pues los atuendos que llevaría ya fuese para sus clientes o a petición de algún artista serían muy femeninos y por supuestos, muy sensuales, acentúando sus dones femeninos. Con complementos tipo ligeros.
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