domingo, 27 de noviembre de 2011

ABIH AILEEN GREYWORDS NELS LAHDA





Bueno, no sé bien cómo pudo surgir este personaje en mi cabeza pero me gusta y creo que puedo hacer algún FanFic interesante con él, con que espero que os guste, el nombre que le he puesto es Abih (significa La alegria del padre) aunque encontré otro nombre que iba más con su caracter LoL por lo que probablemente, al igual que yo, tenga un nombre compuesto... Espero que os guste y el FanFic también ^^


Dedicado a mi seguidora y buena amiga, KEIreland ^^ También fan de La copia de Rezo y Sylphiel ^^

FanFic Slayers

Abih Aileen Greywords Nels Lahda


Abih Aileen Greywords Nels Lahda, ese es mi nombre en toda su totalidad pero mi madre, Sylphiel, tán sólo se dirige a mí por mi primer nombre, Abih, pues le parece más hermoso y menos amenazador que mi segundo y verdadero nombre, Aileen. A padre le gustaba su significado al igual que el significado del nombre que tanto le costó obtener. Padre y yo eramos mucho más similares, madre no consigue comprenderme aunque hace grandes esfuerzos, ella desea que sea instruida para acabar siendo una sacerdotisa como ella fue instruida a mí edad pero a mí, sinceramente, no me interesa en absoluto esa clase de vida. Orar, proteger y deberse a los demás. Añoro muchísimo a mi padre, me digan lo que me digan de él o sobre su pasado.

En la ciudad de Sairaag Asier tuvo que hacer grandes esfuerzos para ser aceptado de nuevo, especialmente por mi madre pero gracias a viejos amigos como el hechicero conocido únicamente como McKind o uno de los Grandes sabias de nuestros días, Lina Inverse, poco a poco fue construyendose una vida propia, como cualquier ser humano merece. A padre lo que le realmente le interesaba era trabajar codo con codo con McKind, pues McKind como miembro de gran relevancia de una asociación de magía podía compartir con mi padre descubrimientos magicos y o proponerle realizar nuevas investigaciones pero Lina Inverse le asignó la tarea de ocuparse del joven rey y sus hermanas del reino de Saillune. Hasta que el único hijo del anterior rey, Zelgadiss, no cumpliese la edad con la que sería considerado un hombre, mi padre vivió y residió en Saillune con ellos. Una vez pasada esa etapa, solicitaría trabajo a McKind, el cúal, le convertiría en su ayudante personal. El día que padre y yo nos conocimos fue de un modo muy particular, yo me encontraba enzarzada en una pelea con otro chiquillo en el amplio patio del que disponía el orfanato en al que fuí llevada cuando el Sumo sacerdote llegó acompañado por un hombre muy alto y apuesto, con rasgos finos y juveniles, cabellos de un tono tán oscuro y liso que no parecía cabello real, con reflejos que adoptaban un color alilado y piel muy clara. No sólo yo me quedaría quieta observandolo, mi contrincante y los demás chiquillos que nos contemplaban gritando también se quedarían observandolo en absoluto silencio, como si observasen a un fantasma o algo así de inusual. Cuando dirigió sus ojos hacía mí, alzando la ceja derecha, me quedé sin aliento. Sus ojos, nada tenían que ver con los mios o los de mis compañeros o los del Sumo sacerdote, uno era de un bonito marrón verdoso sin embargo el otro, el otro ni siquiera parecía humano, era de un fuerte color amarillento y su pupila no era redondeada.

-¡Tú! -Exclamaría el Sumo sacerdote señalandome. -Ven aquí ahora mismo, este hombre ha venido a por tí. -Me ordenaría al instante siguiente.

-¿A mí? -Preguntaría yo mirando a mis compañeros perpleja.

-¡Así es! Ven de una maldita vez, no tengo tiempo para tonterias. -Me respondería con gesto impaciente.

Al empezar a caminar, un poquito insegura, hacía ellos escucharía toda clase de murmullos a mis espaldas pero haciendo un gran esfuerzo, conseguí ignorar las palabras que captaba para centrarme en aquel extraño hombre que me había escogido, precisamente, a mí de entre todos esos bribones. El tiempo que tuvimos que esperar al Sumo sacerdote con los documentos que debían ser firmados para poder irme con el que resultaba ser mi padre, se me haría eterno.

-¡Los he visto más rapidos! -Acabaría exclamando yo, tán aburrida como enfadada.

-A lo mejor esta larga espera es a proposito, ya sabes, para que nos conozcamos un poco. -Comentaría él y su voz sería tán suave y agradable que por un instante se me iría el enfado.

-Es un idiota. -Mascullaría yo. -Bueno, en realidad, todos por aqui son unos idiotas. -

-Ya veo. -Diría él exhibiendo una leve sonrisa. -La verdad, a mí esto tampoco es que me emocione mucho pero ¿qué se le va a hacer? Un padre ha de cuidar a sus hijos. -

-¿Qué quieres decir con eso? -Querría saber, bueno más que saber, confirmar lo que empezaba a temerme, retirando mis codos de la vieja y polvorienta mesa de madera, abriendo los ojos exageradamente.

-Pues que debido a que eres mi hija, he venido a ocuparme de tí, como todo buen padre ha de hacer. -Me confirmaría él entrecerrando los ojos con una sonrisa que no me gustó nada. A punto estaba de ponerme a gritar cuando el Sumo sacerdote entró sin decir otra palabra que no fuera la extrictamente necesaria mientras iba colocando en la mesa los viejos documentos. Firmados con una rapidez indeseada, ya no tendría nada que hacer allí pues mi padre me habría recuperado y así quedaría escrito en esos documentos. Al rato de recorrer las diversas salas para llegar a la salida, nada más atravesar esa gran puerta principal, quise dejarle bien clarito algunos puntos pero él se me adelantaría.

-Antes de llevarte a la que a partir de ahora será tu nuevo hogar, me gustaría explicarte una serie de cosas acerca de mí. -Empezaría a anunciarme dejandome con la palabra en la boca. -Mi nombre es Asier aunque también puedes llamarme Aseir, soy un hechicero, por lo que tengo laboratorio propio, vivo solo, sin personas ni animales de compañia, hace muchos años, cometí un gran crimen, por lo que no siempre soy bien recibido, por último, si esperas que sea un padre amable, comprensivo y cariñoso, desengañate pues, yo no seré esa clase de padre. ¿Entendido? -

-Si, su eminencia. -Le dije yo burlona pero la bofetada que me dió me quitaron las ganas de bromear a lo largo de lo que durase el trayecto hasta su vivienda.

-Otra cosa, ni se te ocurra dirigirte a mí, aún siendo sarcásticamente, de esa forma. -Me diría al instante de darme la bofetada, que me escocería gran parte del camino. ¡Menudo padre me había tocado! Pero me gustaba lo claro que era y si respetabas sus reglas, nunca había problemas más allá de los que trae la convivencia. Su hogar no era muy grande, era un gabinete modesto pero muy ordenado, como tantos otros, con fuertes paredes de piedra, una pequeña escalera de madera y los muebles justos.

-¿Aquí vives? ¡Ceiphiel, qué asco de casa! -Sería mi opinión nada más entrar.

-¿No te gusta? Pues ahí tienes la puerta. -Me indicaría él amablemente antes de seguir adentrandose al interior. Al pasar los dias, me acabaría acostumbrando y incluso gustando. Asier siempre andaba muy ocupado, si no era recibiendo visitas de otros hechiceros o individuos extraños, era produciendo brebajes u otras sustancias. He de admitir que más que un padre, parecía mi compañero de guarida. Con él no había reglas o castigos que acatar, eramos como dos gatos, ibamos y veniamos, si se enteraba que a lo mejor estaba metida en asuntos feos, no me echaba señoras broncas al igual que yo, yo siempre supé que lo que creaba no eran medicinas del todo adecuadas pero nunca me horrorice, es más, yo quería aprender a hacerlas también.

-¿Para qué quiere una chiquilla tán joven como tú un libro sobre venenos y antidotos? -Me preguntaban más de una vez los encargados de la biblioteca a la que acudía, mirandome de reojo, descofiando de mis ganas de aprender.

-Es para mi padre, es curandero. -Argumentaba yo poniendo cara de niña buena y colaboradora.

Ellos trás hacer llamar a mi padre, me lo concedían. Él era mi complice si yo accedía a ser la suya. Padre tenía razón cuando decía no era bien recibido en ninguna parte, los encargados de la biblioteca o los sacerdotes del templo le miraban con desprecio, como si ante ellos estuviese un demonio o una criatura del estilo. Si Rezo y él eran hermanos, Asier debía de ser como la oveja negra, así me lo expondría la eminente Lina, la cúal no había logrado recordar del todo lo que verdaderamente era mi padre, cuando él murió. Fue un acontecimiento repentino pero inolvidable. Yo llegaba al gabinete para comer con él trás una intensa mañana de tasca en tasca, desplumando idiotas. Adentrandome anunciaría mi llegada, el interior estaba tán sólo iluminado por la poca luz que ofrecía una ventana con una ancha cortina a medio desplegar, como solía estarlo.

-Asier, ya he llegado. -Diría en voz bien alta pero no obtendría ni un misero bienvenida por su parte, lo cúal, comenzaría a inquietarme, por lo que insistí. -¿Asier? -Incluso me pondría a dirigirme a él llamandole padre a gritos. -¡¿Padre?! ¡¿Estás ahí?! -Pero todo seguía estando en silencio, lo único que escuchaba eran mis pasos. Con un fuerte nudo en el estomago, correría por toda la primera planta en su busqueda y al no encontrarlo, subiría de inmediato a la otra zona de la casa. ¡No os podeis imaginar lo que sentí al verlo y descubrir que estaba muerto! Al principio, pensé que sencillamente estaba profundamente dormido, sentado en aquel viejo sillón, mientras leía uno de sus gruesos libros, rescatados del ¿laboratorio que Rezo poseía en Sairaag? por lo que me acerque a él y zarandeandolo un poco le pedí que abriese sus ojos y comenzasemos a comer.

-Asier, ya podemos empezar a comer. -Le decía aumentando la intensidad de los zarandeos pero no reaccionaba. Estaba muerto, ¡estaba muerto! Me caí sentada del shock, echandome a llorar como la chiquilla que era, el cumulo de lagrímas pronto emborronarían su visión por lo que tuve que pestañear varias veces. Mis sonoros sollozos debieron de avisar a los vecinos pues pasado un rato, un montón de gente que no conocía de nada, estaban tratando de arrancarme del cadaver. Una vez conseguido, me lanzaron un sinfín de preguntas que no tenía intención de responder pero que me ví forzada a responderles. Muchas de ellas, muy desagradables.

-¡No! ¡Asier jamás me haría eso! Iría a una casa de placer. -Contestaba yo ofendida y furiosa ante semejantes acusaciones, que si alguna vez se había propasado conmigo, que si bebía, que si me pegaba... Sólo se sentían interesados por lo malo, fuese lo que fuese que hubiese hecho en Sairaag, él no era tán malo. Cierto que a veces era un hombre raro y que no teníamos una relación muy familiar pero era majo conmigo. Entonces, para cuando creía que me iban a devolver al orfanato del que fuí sacada, llegó mi supuesta madre, la cúal me haría entrar a una vida más ordenada, disciplinada y buena. Durante lo que durase el camino hacía el templo en el cúal sería instruida como sacerdotisa, no podía apartar mis ojos de ella. Era una dama tán hermosa y tán gracil, la clase de mujer que yo jamás llegaría a ser. Serena pero dulce, comprensiva y muy ordenada. Todo lo contrario a mi padre, siempre dispuesta a ayudar a los demás y muy comedida en sus palabras y actos. Ella sería la que volvería a llamarme Abih.

-¿Cúal es el nombre que se te fue otorgado? -Me iría preguntando a lo largo del camino. Su voz era tán delicada como toda ella. -El mio es Sylphiel. -

-Aileen, Asier pensó que era más adecuado para mí. -Le respondí intentando no llorar, todavía hacía poco de la muerte de mi padre. Sylphiel giraría la cabeza hacía mí, sus ojos eran tán verdes como los mios pero sus cabellos eran de menor intensidad, muy lisos pero más ordenados que los de mi padre, con un flequillo que cubría toda su frente, y diría:

-¿Ah sí? Pues cúal era tu autentico nombre, el nombre que te otorgaron al nacer. -

-Abih pero nunca me ha gustado. -Le contesté haciendo una mueca de asco.

Ella reiría debilmente y tornaría su cabeza al frente. Lo único bueno de aquella nueva vida es que pude conocer a Lina Inverse y al rey Ren y sus hermanas. Todo lo demás era aburrido y demasiado lleno de normas. Me gustaba leer aquellos libros y usar magía pero ¡la magía negra no era permitida! Cada dos por tres me metía en problemas. Llegaba tarde a las lecciones, me escapaba en incontables ocasiones y cuando regresaba, regresaba perseguida por un montón de bandidos o mercenarios furiosos. Además me costaba horrores moderar mi caracter, no tenía amigas ni las quería tener. Era una fuente de problemas pero el empeño que ponía madre era superior a todos mis intentos por vivir como a mí me daba la gana.

-Es peor de lo que me esperaba. -La escuché decir una vez hablando con McKind y la eminente Lina. -Yo ya no sé que hacer con ella. -

-Es normal que no encaje, creeme, yo tampoco lo hubiese hecho a su edad. -La trataba de consolar la eminente Lina. -Hay gente que nace para ser sacerdote y otra para ser aventurera. -

-Además, Maestra Sylphiel, no debes olvidar que la perdida de su padre y este cambio de vida tán radical la han afectado más de lo que crees. Asier y tú teniais visiones de las cosas muy diferentes. -Le comentaba McKind, el único de todos ellos, que mi padre verdaderamente veía como un buen amigo. Todo era tán difícil, nunca fue fácil realmente pero estaba claro que ese no era mi lugar sin embargo, era mucho peor volver al orfanato. Durante todo el tiempo que debí pasar hasta ser considerada adulta, aprendí a fingir, a ser buena y loable, pero tán sólo con la esperanza de poder ejercer lo que mi padre ejercía. Bueno o malo, eso me daba igual.

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