lunes, 4 de mayo de 2015

FanFic CROSSOVER WtH Underclosed desire

NOTA DEL AUTOR (O AUTORA XD):
Ningún personaje de la saga Final Fantasy me pertenece, son creación exclusiva de Square-Enix (Squaresoft) y sus respectivos colaboradores
Pero la historia, perversión y otros personajes que no identifiquéis sí son cosa mía ewe
Aviso: Esto vendría a suceder en un universo alternativo (AU) por lo que pueden haber variaciones y ligeros cambios en la ambientación para amoldarlo a la idea de la autora, yo. Así por ejemplo Kefka no es realmente conocido por ese nombre, su nombre sería otro pero es el personaje que interpreta y por el cual Leo siente cierta debilidad XDU
ONESHOT Podría denominarse un LeoxKefka

Dime qué hacer, pa’ librarme de tu veneno
Que introduce tu boca en mi piel
Te escapas como agua en mis dedos,
No puedo, no puedo...


FanFic Crossover
Welcome to Hell - Final Fantasy VI
Underclosed Desire

Cada vez que le había visto, siempre a una distancia equivalente al espacio que separaba las filas de mesas del escenario, había deseado tenerlo más cerca, tanto que pudiese aspirar la toxica fragancia que envolvía su cuerpo e impregnaba su alrededor de su magia, su esencia, en cada movimiento y posar sus gruesos labios en esa piel pálida pero luminosa a causa del sudor, tersa y resistente a pesar de la primera impresión que ofrecía el total de su cuerpo. Precisamente por eso, por todas y cada una de esas noches de espera muriendo de deseo y la preocupación acallada que le acompañaba al día siguiente se sentía en la necesidad de ser extremadamente cauto, no quería que por culpa de un mal movimiento todo quedase en nada como una fantasía muy lucida desvaneciéndose pues tendía a pensar que su amado era altamente excepcional.

Lo irónico era que aún actuando como si se tratase del primer encuentro intimo con alguien como él para el culpable de ese sin vivir suyo no lo era, sólo era un oficial más que sucumbía a su encanto inusual. Ese sitio, el sitio en el que actuaban él y su muñeca estaba lleno de soldados de alto nombre en busca de compañía o en busca de un poco de entretenimiento, cualquier cosa lo suficientemente fuerte que distrajese sus mentes un rato cuando El Imperio al que servían les negaba ese necesario escape de la realidad. No había nada afectivo en ello, eventualmente alguno de ellos era afortunado y disfrutaba de un trato directo con las estrellas. El general Christopher no era una excepción.

Como impulsado por un muelle invisible, el más delgado se levantó repentinamente, justo cuando la distancia entre ambos era apenas nula, exclamando con una voz demasiado aguda para un hombre hecho y derecho y ligeramente cantarina, dificultando la acción de besarle:
-¡Oh! ¡Oh! ¡El maquillaje! ¡Mejor sin el! -

Y el general tuvo que retenerlo por un brazo con igual velocidad mientras buscaba su atención visualmente a medida que le decía:
-Eso no importa, es más, me gusta mucho verte con el. -

-¿Sí? -Preguntó y sus ojos celestes rotaron hacía la derecha, encontrándose con los del corpulento moreno que no se apartaban de él. Una cálida sonrisa le acompañaban iluminándolos al asentir. -¡Qué extravagante! -Agregó echándose a reír como un niño. -¡Me gusta lo extravagante! -

Suspirando, el general volvió a probar suerte, era incapaz de observar a su compañero sin ni siquiera intentarlo. Quedarse sentado a su lado aparte de aburrido, seria desaprovechar esa oportunidad única, eso sí, precavido ante cualquier reacción de rechazo posible, conteniendo el fuego que lo embrutecía. Cerrando los ojos a fin de disfrutar con mayor intensidad de esa ruptura total del espacio mínimo entre ellos, sólo pensaba en la suavidad de los finos labios bajo el carmín, no se diferenciaban mucho de cualquier labio femenino alguna vez saboreado. Aumentando la duración, no le bastaba, deseaba que su lengua se fundiese con la de él por lo que a la separación junto a una sensación de desaliento su lengua se veía asomar desde el interior de su boca medio abierta. En vez de sentir repulsión, el agraciado hombre de claros ojos se sentía engrandecido, le entretenía y llamaba la atención como hasta el hombre más decente del planeta podía caer con vergonzosa facilidad bajo las garras de la lujuria. Ahí que tomando con una mano su rostro, abriendo la boca le concediese un segundo y más fogoso beso. Sólo era un juego, siempre lo era y como tal para ganar había que seguir jugando. Además besar era divertido, una de esas cosas que le gustaba practicar con su muñeca.  Enroscaban sus lenguas de similar manera que estaba haciendo con Leo en cada beso apretando sus labios contra los del otro hasta sangrar sin parar hasta sentir desmayo.

-Vaya... No se que decir a esto... -Quiso hablar el general con la respiración alterada, sus mejillas ardían a causa de la mezcla de sorpresa y anhelo que era imposible reprimir.

-Entonces no digas nada. -Le recomendó el otro, sonriente enarcando ambas cejas rubias.

-Besas... Realmente bien. -Continuó hablando, poco a poco siendo más sencillo liberar las palabras sin sentir molestia en la garganta. Soltando otra carcajada desmodulada y chillona de infante, encogiéndose coqueto respondió:
-¡Lo sé! ¡Me gusta mucho besar a mí muñeca! -

Como bien pudiese suceder en niños menores de siete años, tendía a elevar mucho su voz sin percatarse siendo resultado de ello múltiples exclamaciones. Hecho curioso para el moreno en cada breve conversación que mantenía. No era molesto para nadie porque no se relacionaba más allá de lo necesario con nadie, tampoco con otros artistas que conocía y veía frecuentemente. También era increíblemente parlanchín, claro que dada la poca charla de su muñeca parecían extensos monólogos pero era tan hermético con todo aquel que desconocía o no le agradaba que hallar esas particularidades pasar inadvertidas pero para Leonard Christopher no porque aun consciente de su rareza, le animaban a ir más lejos, a querer tener más contacto, con suerte entre espectáculo y espectáculo podrían pasar un rato juntos. Construía rápidamente castillos sobre un terreno imposible, el cielo.

El de aspecto similar a un arlequín, principalmente por el maquillaje y los coloridos patrones de su vestuario, lo suponía por lo que no profundizaba tanto. Se dedicaba a lo suyo, a incrementar el placer en el soldado imperial, deslizando sus manos, grandes y oscuras, por su cuerpo desbotonando sin una pizca de vergüenza los pequeños botones brillantes y coloridos como joyas de su ajustada camisa con mangas abultadas trayendo a la memoria un estilo pasado.  Se sentía irrealmente suave, muy lisa, sin imperfecciones asemejándose a la de una estatua de mármol bien pulida y poseedora de parecida claridad. Joven y bien trabajada al percibir la dureza de los abdominales incluso proviniendo de un individuo a primera vista pequeño y frágil como un niño. La fuerza que acompañaba a ese cuerpo que le hacía suspirar no era ni la mitad de grande que la suya propia pero el soldado no necesitaba preguntar para saber que estaba bien distribuida, especialmente en brazos y piernas.  Respirando con dificultad nuevamente, sudando como un cerdo, Leo usaba sus brazos mientras el rubio se estiraba al mismo tiempo que se desprendía de la camisa para atraer el cuerpo de su amante más cerca, tanto que podía reposar su cabeza contra el níveo pecho del otro, sedoso a causa de la fineza de su vello. Era bastante imberbe para su edad, apenas el vello facial se pronunciaba y eran necesarios mas de dos o tres días para que comenzase a suscitar reconocimiento pero por razones bizarras era ventajoso. Si no fuese el insoportable calor que se generaba en su cuerpo, empapando cada prenda que formaba su uniforme obligatorio, el moreno se hubiese tirado horas pegado a ese magnifico torso, adorándolo con sus labios.

Otra cosa extremadamente curiosa del artista era la manera veloz y mecánica con la que cogía la ropa que él desechaba doblándola previa distribución en el sofá de sobrio tono al lado de la suya. Fuese la amplia chaqueta verdinegra al desabrochar el grueso cinturón de cuero negro cuyo mero adornos eran los botones dorados, seguida de una camisa blanca y lisa acompañada de una corbata a juego con los pantalones y la chaqueta. Entorpeciendo por la prisa no hizo ascos a la ayuda que le brindaba el otro, generalmente carente de paciencia, fuese lo que fuese que la requiriese. Sus dedos eran alargados y agiles, terminando en unas mortíferas uñas rojas y afiladas, exigidas para la recreación del personaje pensaba Leo con ojos brillantes, ese personaje que sólo él era capaz de encarnar. Lo único que aseguraba su existencia. La viva representación de lo que El Imperio no consentía, caos, locura y provocación.

-Eres tan hermoso... -Musitaba totalmente entregado al otro el soldado de fuerte complexión sosteniendo otra vez con bullente deseo su cuerpo con sus brazos descubiertos prodigando sonoros besos a esa piel de porcelana en tanto iba bajando por su tripa. -Tu cuerpo es tan hermoso... -Y a cada halago le seguían gemidos roncos, como si saliesen desde lo más profundo de su garganta. El aire caliente que salía de sus fosas nasales le causa cosquillas, era por eso y sólo por eso que el otro se estremecía levemente erguido, exuberante, sintiéndose gigante gracias a la ya incontenible vanidad que esos cumplidos alimentaban. Lo único que haría de todo aquello un momento perfecto era un amplio espejo sobre la pared en la que sus ojos se centraban.

Solamente el rumor de la tela del ceñido pantalón le forzó a encaminar esos mismo ojos hacía Leo, quién empezaba a demostrar verdadero coraje, como era asumible la excitación era un excelente potenciador, anterior retiro de los pañuelos yuxtapuestos recreando las tonalidades del fuego anudados y adornados por delgadas cadenas con pequeñas bolitas plateadas al desabotonar los pocos botoncitos que ocultaban la parte de su cuerpo que tampoco podía negar deseaba besar también.  Al introducirlo en su boca, se sentía la parte más caliente de todas besadas, apretando sus ojos como alguien que saborea un caramelo, procedió a chupar el endeble trozo de carne. Apoyándose con ambas manos extendidas contra la pared, el rubio tuvo que morderse fuertemente los labios, era muy reacio a mostrar placer a todo aquel que no fuese su muñeca. Además no era profesional. El repentino brote de placer llegó súbitamente como una ola traicionera pero la torpeza a la hora de deslizar su lengua le devolvía la conciencia sin embargo no era capaz de reprimir la risa, mezcla de agrado y entretenimiento en los interludios más flojos. Chupar el glande era su punto fuerte como un dulce redondeado y blando, si lo hacía muy seguidamente él conseguiría venirse, impregnando toda su cavidad bocal de su blanco y denso fluido. Sus carcajadas al suceder lo que se figuraba fueron más fuertes e incontrolables que las anteriores.

-¡Ooh! ¡Perdón! -Exclamó todavía riendo, con su voz de niño travieso, observando como sacaba un pañuelo de tela en el que escupir el semen. Guardándolo jugó su última carta a todo o nada, posiblemente que los acontecimientos le hubiesen llevado a un punto al inicio de la noche impensable le llenaban de esa falsa confianza de que todo iría bien estaba haciendo efecto, la cuestión era que una vez en el interior de su bolsillo, mirando a su compañero de perversiones bajo la mano que seguía sobre su espalda dispuesta a agarrar una de sus nalgas. Sus ojos pardos brillaban como brasas consumiéndose en el fuego y su erguido miembro se tensaba más y más incapaz de contenerse, deseaba derretirse en el interior del otro como se había derretido en otros interiores más adecuados, moralmente.

Gimiendo se valía de sus dedos para bajar el molesto pantalón  sin embargo el inesperado movimiento de mano, veloz y directa la palma de su blanca mano contra su rostro, le detuvo. Marcaba por primera vez en toda la noche una indicación temida y olvidada hasta el momento. Sus ojos estaban muy abiertos tanto como los del oficial moreno que se llevó una mano a la zona abofeteada. Ninguno pronunció palabra, extrañamente una sonrisa permanecía en el bello rostro del rubio que fruncía el ceño como en busca de una explicación más que una disculpa.

-¿Cuál es el problema? -Alcanzó a preguntar el extrañado oficial recuperándose instantáneamente del shock, si estaba yendo demasiado lejos, necesitaba oírlo de sus deseables labios. En vez de obtener una respuesta solida, oyó una pregunta que le dejó todavía más perplejo:
-¿Sabes que soy un varón? ¿Lo sabes? ¿LO SABES? -No cesó de insistir elevando la voz impaciente hasta que Leo asintió afirmando. -¡Perfecto! -Su voz volvió a resultar cargada de satisfacción, por razones incomprensibles para el soldado imperial.

-Entonces... Mm... ¿Eso era todo? ¿Me permitirás... Penetrarte? -Su voz sonó de un modo más suplicante de lo que le hubiese gustado aunque consiguió lo que quería una vez más. Todo consistía en perder orgullo, mostrándose sinceramente desesperado tanto como para no dejar de rogar entre besos.. -Por favor... -Hasta perder la poquita razón que le quedaba o había resistido.

-Sí. -Era el monosílabo más maravilloso del mundo, especialmente en esos momentos de pasión incontenible. Menudo grito de jubilo contra su cuello brotó de su boca, casi ý exclusivamente por eso el otro sintió breve arrepentimiento.

Duro y de color azabache parecía más la figura esculpida de un pene por alguna antigua civilización que un pene de carne y un sin fin de bullentes venitas al liberarlo. Con insólita gracia su amado procedió a sentarse encima, si todo su cuerpo era bello, su culo tampoco era un desperdicio, bien marcado y redondeado, era difícil no resistir la tentación de apretarlo con todos los dedos de la mano y el oficial así lo hacía mientras el otro se acostumbraba al alargado y grueso elemento que se adentraba más y más en su interior por la única abertura posible. Aún todo lo humedecida que su propia saliva había podido, se sentía ligeramente tirante pero a medida que sus cuerpos se moviesen se sentía mejor, Leo lo trataba todo lo gentil y delicado posible, prodigando besos que nadie había solicitado con los ojos cerrados, quedando la cuestión del genero, varón o dama, reducida, apenas existente en su cabeza cuando todo su cuerpo desde la punta de su rígido sexo hasta el final de sus cabellos al raso le bombardeaba con innumerables sensaciones altamente agradables. A veces buscaba la mirada intensa de su compañero, tan abandonado al placer como él, aprovechando la unión de desunión de sus labios. Entre gemidos y jadeos, le oía reír, era el primer amante que lo hacía y le enloquecía pero llegando al clímax sólo chillaba y chillaba, sobreexcitado por supuesto por su culpa. Su alargado sexo de rosada y regordeta punta también se retorcía sin necesidad de ser tocada. Tendría que reconocer que muy cerca de su propio orgasmo, sus movimientos se tornaron algo bruscos como embestidas propias de una bestia enloquecida no obstante era lo natural.

Todo sudando antes de ver apartarse con igual elegancia y cuidado a su chico porque para Leo él siempre sería un chico, es más estaba convencido de que no podía ser mayor de veinticinco años, abriendo bien sus ojos, quiso besarlo por última vez pero el rubio giró su cara poniendo un agridulce final a todo el evento. Al fin y al cabo sólo era un número más en una lista difusa que sólo sacaba a la luz para picar a alguna que otra estrella dejando claro que él era tanto o más deseado que ellas. Como todo sueño, llegando el alba, el final tomaba forma lanzando al General Leonard Christopher a la realidad. Eso, ahora que lo había se había sentido dentro de él, no sería suficiente pensaría arrugando la frente perdiéndose en la densidad de sus ojos azul claro similares de dos puntos de cielo despejado cerca  del local que en el cual le había visto tantas veces desplegar sus hipnóticas artes. No era suyo ni lo sería pero al menos las siguientes veces podría recordar que ese cuerpo de ensueño había sido tocado por sus manos y besado por sus labios, su perfume había impregnado su salón.

MARY

































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