martes, 11 de mayo de 2010

HAPPY DAYS II

Cuando el niño abrió los ojos, miró a un lado y al otro de la cama e inmediatamente se levantó y corrió por toda la casa. Para cuando hubo comprobado que su mentor no estaba, sin calmarse ni un poquito, se dirijió hacía la cocina. Allí le esperaba un buen tazón de leche y algunas galletas, hechas expresamente para él.
-Dónde... Dónde está...? -Dijó sentandose casí a punto de desmayarse. Recorrer corriendo y gritando en semejante casa era toda una proeza.
-¿Quíen? Oh, nuestro señor ha tenido que salir...
-¿A dónde? ¿Para qué? ¿Por qué no me ha avisado? -Preguntó el niño con la energía e impaciencia propia de su edad. Ella, le dedico una dulce sonrisa y le comentó que su señor hacía horas que se había marchado y que al verlo tan dormidito no quisó interrrumpir su placido sueño. Mientras ella se lo contaba, el niño iba comiendose las galletas trocito a trocito.
-Hoy he tenido un sueño muy raro. He soñado con nuestro señor pero cuando me pudé acercar a él, ya no era él. Era un gigantesco dragón negro y rojo con una armadura muuy particular y encima quería comerme... ¿Qué puede significar?
-No lo sé, seguramente habrá sido una pesadilla y nada más. -Le contestó ella para tranquilizarlo pues el niño parecía muy alarmado mientras se lo relataba. -En cuanto acabes, deberías ir preparandote pues en cuanto venga nuestro señor, comenzara tu entrenamiento.
-¿Entrenamiento? ¿Entonces nuestro señor a decidido enseñarme a manejar magia? ¡Viva! -Exclamó emocionado, bebiendose de un trago la leche y yendo directo a su habitación. Ella soltó una risita y se dispuso a recoger la mesa. Cierto que ella no era y nunca sería su madre pero cuanto más tiempo pasaba junto a él, más le iba queriendo. Eso sí, cuando su señor estaba cerca, solían discutir bastante, era una competición inacabable por lograr su atención.
-Tienes la cabeza demasiado en las nubes, Eris -Le chinchaba Ragnarok. Ella no solía hacerle caso pero admitía que ese diablillo tenía razón. Fue oir la puerta abrirse y correr hacía la entrada para recibirle. Se le echaban literalmente encima. Desde luego, era un hombre afortunado pensaba Ragnarok. En el gran salón, solía pasar las tardes, enseñando algo nuevo y siempre interesante a sus admirados pupilos o proponiendo algún que otro reto. Aunque siempre se veía obligado a atender algún asunto, ya fuese bueno o malo. Tanto para ella como para el niño era duro de aceptar pero para el niño más pues no llegaba a comprender del todo la labor de su mentor y a veces se lo tomaba muuy mal. Estaba en una edad un tanto egoísta pues pasado unos años si que lo disculparía e incluso haría todo lo que estuviese en sus manos por ayudar a su mentor hasta que descubriría lo que no debería descubrir pues que un hombre como su mentor también tenía un lado oscuro. Ella lo sabía y aún así estuvo dispuesta a seguir esa investigación junto a él. Algunas veces, cuando se veía obligado a cambiar de lugar, se los llevaba con él y eran tan felices, se sentían tan privilegiados, al verle darlo todo por la gente más necesitada. No todo era malo pero tampoco bueno aún así, el niño nunca estuvo mal atendido, el niño creció albergando conocimientos que pocos podrían obtener y además muchísimo amor. Tanto ella como él, sobretodo él, se desvivian y quizás por eso su mentor jamás quiso mostrarle a su niño, su otro lado o lo que también podía ser capaz de hacer malo.

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