lunes, 19 de septiembre de 2011

ROJO RELATIVO Historia 11

NOTA DEL AUTOR (O AUTORA XD):
Erik y Christine son personajes originales de Waterlillysquiggles y Miss Whoa Back Off.
Ferrissian DiCaillum es personaje original de QP/Diana.
Los otros que vayan apareciendo en los FanFics son cosa mia y si no lo son, os lo haré saber ^^
Me gustó e inspiró mucho un FanFic que hizo Miss Whoa Back Off en el que Zelgadiss y Amelia siendo niños son secuestrados, la idea de ver a Rezo, como tutor y pariente de Zelgadiss, desesperado buscando a su niño y dando un escarmiento a esos sinverguenzas me encandiló aunque claro hay ciertas cosillas que yo, a lo mejor, no coincido tanto con ella... Y eso supongo que es bueno, así no pensareís que me voy copiando, cosa que no hago y procuro no hacer ^^' Pues eso, a disfrutar mi historia ^^
Historia contada en primera persona, según Zelgadiss o según Rezo. A veces según ambos u otro personaje.

FanFic Slayers
Rojo Relativo - Los pecados del padre para el hijo II


No sé ser un buen padre. Dejé a la única mujer que amé y al fruto de ese amor prohibido en manos de otro hombre porque lo que más deseaba era proseguir con mis estudios e investigaciones, según ella, mi deseo de ser un gran hechicero era mayor que el amor que sentía por ella pero pensandolo bien quizás no sólo los aparté de mi vida para que no me robasen tiempo, quizás los aparté por miedo. Desde que mi primera ayudante se autoimpusó ese cargo, supé que no estaba preparado para ocuparme de otras personas o mejor dicho, que no estaba preparado para convivir con otras personas pero al ser tán jovencita y al esforzarse tanto en su labor, acabé por aceptarla al igual que acabaría aceptando a unos cuantos más como ella. Sin embargo, ellos, más o menos, podían valerse por sí mismos, en cambio Zelgadiss, lo acogí a Zelgadiss a muy tierna edad, siendo un bebe, con todo lo que ello conllevaba, hasta que cumpliese una edad similar a la de ellos, tuve que cuidarle y guiarle como habría hecho un buen padre. El día que me lo arrebataron lo comprendí, lo comprendí en toda su totalidad. También comprendí aquello que ella, la que hubiese sido mi bellísima esposa decía, podría llegar a ser un maestro en la magía pero aún me quedaba mucho por aprender con respecto a como tratar a las personas más queridas.
Fuera, en la amplia entrada en cuyo suelo compuesto por lisas baldosas, pasos procedentes de varias personas se detenían a mitad del recorrido hasta alguna de las habitaciones que había en la planta principal de la mansión. Desde el gran salón en el cúal me encontraba sentado en uno de los elegantes y comodos sillones apenas pude oir sus voces, voces que eran susurros atemorizados procedentes de las bocas de los tres jovenes, pero no hizo falta pues una de las aprendices y ayudantes que se hallaban en el salón conmigo diría centrando sus ojos en lo que la puerta abierta dejaba atisbar de la entrada:
-¿Esos tres ya han llegado? ¿Qué pasará que todavía no han entrado aquí? -
-¿A qué tres te refieres, Crystal? -Quisé saber yo de inmediato con un presentimiento que no tardaría en hacerse realidad.
-Parnassus, Ferrissian y Pandora, maestro Rezo. -Me indicaría ella con una voz que no parecía la de una joven sino la de una madre disgustada.
-¿Puedes ver a Zelgadiss con ellos? -Pregunté suponiendo y esperando que como tantas otras veces estuviese con esos tres. La respuesta de Crystal me produjó un fuerte escalofrio, ella, la perspicaz Crystal debío de darse cuenta al mirarme pues al rato añadió:
-Pero quizás este afuera... Voy a asegurarme. -
Y salió del salón apresuradamente, consciente de que ya había vuelto a encubrir a esos tres. Eris y Cliff la observarían salir dejando escapar una ligera risilla. Crystal no ganaba para disgustos como cuidadora de Zelgadiss. Esperamos a que volviese arrastrando al pequeño y protestón Zelgadiss y ese tiempo se volvió tán largo y pesado como si cada instante que pasaba fuese un grano de arena que caía uno por uno en uno de esos antiguos relojes de arena. Eris retomaría la lectura de la novela que acababa de descubrir, el pasar de paginas era el único y continuado sonido que llegaba a mis oido durante aquel rato de espera. Crystal antes de llevarlos frente a mí, les hizo un buen interrogatorio.
-¡¿Cómo que habeís perdido a Zelgadiss?! -Repetiría procurando controlar las ganas de gritar mirando a los tres con los ojos desencajados a causa de la sorpresa y el enojo.
-Pues... Lo que acabas de oir, me despisté un momento y Zelgadiss desapareció... -Le explicaría Pandora sin atreverse a mirar a Crystal a los ojos, con voz temblorosa.
Crystal se llevaría ambas manos a la cabeza, un fuerte nudo en se le iría formando en la garganta, dando vueltas por la zona en la que estaba plantada frente a los tres ayudantes y aprendices, angustiandose, antes de obligarles a contarme lo que acababan de contarle a ella, murmuraba:
-¿Y ahora qué hago? ¿Qué le digo yo al maestro Rezo? -
Los tres aguardaron callados a que les impusiese un severo castigo por esa falta al acabar Pandora, la más joven de los tres, de contarme lo sucedido en la ciudad y que Zelgadiss seguiría en la ciudad. Eris y Cliff me dejaron solo con ellos pues sentían que su presencia allí ya era innecesaria. No supé qué hacer con ellos. Cierto que merecían un castigo o como minimo una buena regañina por mí parte pues si se llevaban con ellos a Zelgadiss, yo les había advertido y pedido en innumerables ocasiones que se ocuparan bien de él y que no lo dejasen sólo pero como Pandora aún era joven y se mostraba tán culpable y arrepentida por su leve percance, meneando la cabeza, tán sólo les dije esto:
-Ahora lo más importante es encontrar a Zelgadiss. El castigo puede esperar. -
Los tres jovenes se mirarían aliviados pero Pandora todavía contenía las ganas de echarse a llorar. Entre hipidos me suplicaría ayudarme en la busqueda.
-¡Maestro Rezo, por favor, permitame ayudarle a encontrarle! -
Con una sonrisa comprensiva le respondí:
-Sólo un rato. Sólo guiame hasta el lugar en el cúal se perdió. -
Pandora asintió moviendo su cabeza con tanta rapidez que varios de los cabellos más largos que poseía por el lado izquierdo de su cabeza cayeron sobre su frente y parte de su mejilla izquierda emitiendo un siseo parecido al de la brisa mañanera. Marchamos hacía la ciudad sin tardanza dejando a Crystal como encargada de los demás aprendices y ayudantes residentes de la mansión. Ya había transcurrido gran parte de aquella mañana cuando llegamos al interior de la bulliciosa ciudad. Atravesamos las calles de piedra más principales con la intención de llegar hasta el centro sin demora pues aquella mañana en todo el centro de la ciudad se había disputado un importante torneo ofrecido por el señor de ésta en busca de sangre nueva para su guardía o sencillamente porque se encontraría muy aburrido. Fue por el motivo que fuese, en la amplia y rectangular plaza se colocarían los días anteriores las gradas en las cuales el señor acompañado por su familia y sus amistades más cercanas contemplarían el espectaculo sentados mientras la plebe lo haría de pie limitado por las gruesas e improvisadas verjas de madera, con guardias a diestro y siniestro por si sucedía algún intercado entre el publico más humilde, para celebrar ese torneo. Torneo en el cúal Parnassus como tantos otros jovenes de las poblaciones vecinas quisó probar su valía. Pandora y su buen amigo, a veces rival, el arquero y talentoso hechicero DiCallium irían a animarle en cuanto acabasen sus respectivas tareas como ya habían hecho en otras ocasiones pero con la inesperada unión de Zelgadiss.
-Fue aquí, mientras intentaba hacerme un hueco entre la gente. -Nos señalaría Pandora gritando entre la multitud que frecuentaba los puestos de comercio en aquel momento. Cliff y yo nos dirigimos hacía el lugar en el que Pandora se había parado. La voz de Pandora se alzaba furiosa sobre otra voz, una voz cuya dueña debía de ser una vendedora aviejada y sin ninguna clase de educación pues la mayoria de palabras que salían de su boca eran tán soeces que aún sin poder verla me ayudaron a hacerme una idea de su aspecto de muy encantadora. Cliff sería quien pondría un poco de orden entre ambas damas colocandose entre ellas con los brazos cruzados.
-¡Damas, calmense y cuentennos a qué se deben esos gritos! -Les exigió adoptando un aire disciplinario como si en vez de un joven aprendiz fuese un guardia. Tanto Pandora como la vendedora callarían fijando sus ojos en él. -Eso está mejor. Ahora, contadnos lo sucedido. -Añadió sin perder ese tono mandón.
-Resulta que he encontrado entre los ropajes que vende las ropas que llevaba Zelgadiss esta misma mañana. -Empezaría Pandora a explicarnos mientras colocaba las ropas a Cliff, el cúal reconoció con rapidez las prendas. -Le he preguntado qué como es que tiene esas ropas y la muy bruja no me ha querido responder. -Finalizaría vuelvo a adquirir su voz un deje de rabia.
-¿Es eso cierto Cliff? -Pregunté acercandome a él para acariciar el tejido del jersey de lana que Pandora le había entregado. Cliff me lo afirmó rotundo.
-Así es. El jersey de Zelgadiss era del mismo color y de la misma lana que lo es este jersey. -
No necesité saber más, dirigí mi rostro a donde me figuré estaba la grosera vendedora, la cúal al caer en la cuenta de quien era yo, cambió completamente de actitud. Al hacerle la misma pregunta, nos contaría todo lo que sabía y no quisó decirle a Pandora. A su sencillo puestecillo llegó un individuo todo encapuchado y cubierto por oscuras ropas y larga capa con guantes y botas recias de cuero que le dió desinteresadamente esos ropajes. Ella los aceptó sin desconfiar de aquel individuo pensando más en las ganancias que podría obtener de ellos pues parecían de bastante buena calidad.
-Eso es todo, su eminencia. -Concluyó y me pidió poder quedarse con las ropas. Yo se lo concedí, al fin y al cabo, no parecía esa clase de vendedores que sólo piensan en obtener más y más dinero sino una viuda que cargaba con una familia numerosa y el negocio de su difunto esposo como unico modo de dar a esa numerosa grupe de hijos alimento.
-Por cierto, ¿viste a algún niño con aquel individuo? -Quisé saber antes de que nos alejasemos de su puesto. Ella negando con la cabeza me daría un claro y entristecido no al pensar que aquellas ropas pertenecían a un niño desaparecido. En uno de los restaurantes que encontramos en la plaza mientras esperabamos a que nuestros platos fueran servidos, Cliff comentaría lo siguiente:
-Maldición, he intentado usar magía para encontrarlo pero nada, por más que me concentre, no logró ni siquiera atisbar el lugar en el que pueda estar. -
-Eso, seguramente sea porque se encuentra en un lugar en el cúal se haya realizado un hechizo de protección. -Puntualice yo arrugando la frente, cada vez más y más desanimado.
Ese razonamiento nos llevó a otro aún peor, Zelgadiss no se había perdido, se lo había llevado alguien, alguien que conocía y sabía utilizar la magía.


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Abrir los ojos y atisbar la figura de tres desconocidos a lo lejos, iluminados por la única luz que había en aquel antro procedente de lo que parecía una vela colocada sobre un platito no fue muy agradable. Al despegar los ojos de esos tres para echar un ojo a mi alrededor, todo lo que lograría ver sería a mis compañeros entre sombras colocados a mi alrededor, atados al igual que lo estaba yo por fuertes nudos, de esos que te dejan feas señales por lo fuerte que han sido realizados. Mientras ellos comían y charlaban sentados con los brazos apoyados sobre la larga y vasta mesa de madera, yo empezaba a comprender que había sido secuestrado, cosa que me produjó un miedo tán intenso que mis ojos se humedecieron listos para lanzar una serie de lagrimas dificilmente contenibles. Apoyando lentamente la cabeza sobre la oscura pared de piedras iniformes lloré en silencio temiendo lo que podrían hacerme.
-¡Ey, creo que uno de los crios ya se ha despertado! -Exclamó uno de ellos, cuya voz no tenía nada que ver con la que pudiese tener un bandido, parecía más propia de un villano de cuento, de esos que son dibujados con apariencia ridícula en vez de aterradora.
-Perfecto. -Le respondería el que parecía el jefe. Su voz era suave y elegante, tanto que me recordó a la de Rezo pero tenía algo que me dejó confuso, no parecía la de un hombre. -Entonces ve y tapale los ojos de inmediato. -Ordenaría a continuación.
El tipo obedeció sin rechistar. Antes de levantarse y sacar lo que parecía un gran puñuelo de entre sus oscuras ropas cubrió su rostro de modo que no pudiese identificar sus rasgos faciales. Me quede mudo a medida que su figura se volvía más definida porque era un hombre de complexión corpulenta y fuerte como un arbol y bastante alto. Al notar sus dedos enguantados sujetar mi cara, me resistí alejandola con brusquedad, mi temor hacía la oscuridad volvió a mí con mayor fuerza.
-¡Vaya, vaya con el mocoso! -Diría él ejerciendo mayor fuerza sobre la mano que me tenía sujeto el rostro mientras con la otra me iba enrollando el pañuelo sobre los ojos, muy a mi pesar. -¡Parece ser que va a ser uno de los problematicos! -
-Mejor. Ya oiste sus preferencias. -Le replicó el jefe aún sentado desde la mesa y todos rieron.
¿Sus preferencias? ¿Las preferencias de quién? Eso no me sonó nada bien. Lo que conseguí por preguntar fue un buen puñetazo por parte de aquel bruto. Su respuesta no fue muy original que digamos.
-Ya lo sabrás a su debido momento -
Dolorido y con un temor que no paraba de crecer me quedé quietecito escuchando conteniendo el aliento como iba cubriendo los ojos con más pañuelos a los otros niños. A todo aquel que llorase o hiciese preguntas, le daba un puñetazo que lo dejaba tán indefenso y dolorido como a mí sobre el suelo. Por sus voces, pude decir que más o menos eran de mi edad pero a juzgar por el olor que algunos despedían, muchos de ellos serían mendigos o chiquillos abandonados. El grupo de chiquillos iría aumentando a lo largo del viaje que nos vimos forzados a realizar. No sé como, ninguno llegamos a saberlo, pero consiguieron hacerse con una carreta, una de esas viejas carretas de maderas en las que los granjeros colocan la paja y la trasportan de un lado a otro. No pasabamos mucho tiempo en el mismo sitio, nosotros siempre estabamos agrupados dentro de la carreta bajo un grueso mantón que nos ocultaba como si fuesemos bartulos para el viaje en vez de niños asustados. Desde nuestro escondrijo lo único que podiamos hacer era rezar, rezar al buen Ceiphied para seguir vivos pues las raciones de comida que recibiamos eran tán precarias, un pan que sólo disfrutarían los más fuertes y un botijo no muy grande medio lleno de agua.
-Incluso los presos comen mejor que nosotros. -Mascullaría uno de nosotros tán hambriento como furioso.
El propio jefe al oirle soltar esas palabras lo sacó de la carreta tirandolo al sucio suelo del camino mientras el otro iba extendiendo de nuevo el mantón sobre nosotros poco a poco desembainando su larga y afilada espada dijo obligando al chico a abrir la boca para que sacara bien fuera la lengua:
-Sólo por eso mereces morir de hambres crio desagradecido pero en vez de eso, te cortaré la lengua como escarmiento. -
¡Eso fue lo que hizo al instante de acabar de hablar! Sus compañeros contemplaron como la fina espada traspasaba el grueso tejido del que se componía su lengua separando el trozo de ésta que estaba más asomado empapado en la sangre del chico,
-¿Crees que a él le gustará que le hayas hecho eso? -Le preguntó el hombre con voz de villano patético pero con unos modos y un cuerpo muy apropiados para un bandido.
-Puede que no pero no me importa, el simplemente nos pagó para que fueramos encontrando y trayendole mocosos. -Le respondió tirando a un lado el trozo de lengua y posteriormente embainando su espada de nuevo al acercarse a sus compañeros. -Además si a él ya no le interesa, siempre podremos venderselo a un hechicero para sus experimentos. -
No eran vulgares bandidos, eran unos autenticos monstruos. Seguía pensando en un modo de escapar pero no me atrevía a poner en marcha las ideas que se me fueron ocurriendo, no quería llegar a cachitos a donde fuese que tuviesemos que llegar.

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Ya habrían pasado muchos días desde que Zelgadiss desapareciese pero yo no cedería hasta encontrarlo y tenerlo de nuevo a mí lado. Si era necesario, incluso, usaría metodos poco ortodoxos, ¿no dicen que la causa justifica el fin? Adentrandome en el bosque llegue hasta Dilgear y sus hombres. Dilgear como bien lo fuera Gerom o Erik era mi as bajo la manga. Un individuo difícil de describir pues era mitad bestia mitad troll. Un bandido encantador, con una actitud arrogante y desafiante pero astuto y con la suficiente inteligencia y fama entre los suyos para caminar por el lado del camino que suele estar más oculto. La verdad es que no se sorprendió mucho al verme sentado en uno de los bancos de piedra esperandole.
-¿Qué quieres? -Preguntaría sin miramientos ni modales ni nada acercandose a mi cruzando sus peludos y musculosos brazos. Su voz era tán ronca y grave como la recordaba.
-¿Que qué quiero? Creo que es bastante obvio. Usan tus influencias en el bajo mundo y traeme a la banda de desalmados que han secuestrado a Zelgadiss. -Le respondí poniendome a su nivel, es decir, tratandole con la misma arrogancia y poca sutileza con la que él me trataba.
Dilgear debió de mirar a sus hombres haciendo alguna clase de mueca pues una serie de risas surgieron de la nada.
-Buscar mocosos malcriados no formaba parte del trato, Monje rojo. -
-¿Significa eso que no vas a aceptar este encargo? No creo que haga falta recordarte lo que pasará si no lo cumples. -
Dilgear, que aún recordaba el acuerdo que hicimos largo tiempo atrás, gruñó como un animal pero agachando la cabeza como un perrito arrepentido, replicó:
-Está bien, removeremos un poco la mierda pero según lo que vayamos sacando, quiero que nos des una buena recompensa. -
Eso me pareció gracioso.
-¿Cómo es posible que en lo único que pienses sea en dinero? Dilgear, ¿no te parece más grato la satisfacción que te producirá hacer algo bueno por una vez? -Bromeé.
-Bueno, en realidad, pienso en muchas otras cosas. -Admitió Dilgear rascandose la cabeza. El rozar del cuero de sus guantes sobre su espeso pelaje hacía un ruidito divertido. Alce una ceja interesado. -Cosas como en follar, matar y beber. -
El vitoreo y los silbidos que empezaron a echar sus hombres fue ensordecedor. ¿Pero qué se podía esperar de una gente como esa? Dilgear se pavoneó caminando hacía sus hombres con ambos brazos extendidos. En eso momento sentí un gran deseo de lanzarle un buena bola de fuego que le corrigiese esa parte de su caracter tán marcada. En vez de eso, tomé mi bacúlo de metal y con un golpe seco al suelo los silencié.
-Eso ha sido bastante innecesario por tu parte Dilgear. Ahora ve y haced lo que te he comentado si no quieres acabar ahorcado en mitad del bosque. -
Dilgear se pusó a ello acompañado por los pocos hombres que de verdad merecían la pena entre todos los que le seguían. El hombre pez, Nonsa, se molestó un poco al no ser escogido pero no dió replica alguna, sabía que nunca sería escogido para esa clase de misiones. A medida que sus pasos se acercaban a una de las estancias, pasos que sonaban como los que bien pudiese realizar un pato o alguien con los pies descalzos y mojados, se me ocurrió darle un proposito que sólo él podría hacer. Lo cúal lo animaría mucho porque se consideraría a si mismo valioso o especial.


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Algunos de los niños murieron, los de condición más debíl o de menor edad. Sus cuerpos eran quemados antes de que empezasen a corromperse dejando un olor a carne quemada insoportable que se expandía por el aire. Yo me esmeraba por recordar lo que Rezo me había ido enseñando o diciendo porque verdaderamente era gracias a sus palabras que iba sobrellevando ese infierno pero llegada la noche, la fria noche al raso, sólo cubierto por las ropas que no eran mis ropas y el grueso pero deshilachado mantón, me fortaleza se desvanecía y volvía a comportarme como lo que era, un chiquillo lejos, muy lejos de sus seres más queridos. En lo único que pensaba, lo cúal me animaba mucho a seguir adelante, era en que Rezo le daría su merecido a esa dama con corazón de hielo, frio y azul como sus ojos. Sí, fue una pequeña sorpresa pero en efecto era una mujer, el jefe, el más poderoso e implacable de los bandidos, era una mujer. ¡Encima, una mujer bellísima! No recuerdo su nombre pero si puedo definirla, sólo cuando se exhibía por los pueblos conmigo toda vestida como una buena sacerdotisa en vez de como un bandido, podías comprobar que poseía una figura esbelta y muy femenina, con senos de buen tamaño pero lo que más me fascinó de ella fueron sus largos y ondulantes cabellos de un rojo que no parecía natural pero que lo era cuando el sol posaba sobre ellos su luz. Diambulabamos por las poblaciones en busca de otros chiquillos, pues cuantos más capturasen, mayor sería el pago. Con los pies doloridos y entumecidos caminaba tomado de su mano sin poder quitar mis ojos de ella, que sonreía interpretando su papel a la perfección. Nada más divisarlos, nos dirigiamos hacía ellos y la función comenzaba.
-¿Te has perdido? -Preguntaba ella con su suave voz arrugando la frente para que se dibujase en su rostro una expresión de ternura o compasión hacía el pequeño. Muchos asentían y ella les hacía esta vana promesa. -Ven con nosotros, juntos encontraremos a tu madre. Él también se ha perdido pero pronto encontrará a su madre. -Añadía cuando fijaban sus ojitos sobre mí. A otros al haber sido abandonados o sin familia a la que ser devueltos les proponía ir con ella porque ella les llevaría a un buen lugar. ¡Mentira!
La cosa se complicó cuando llegó el momento de entregarnos a otro individuo. Uno cuya maestría con la espada y dotes de mando nos parecieron espectaculares, maravillosas, muy a respetar pero que había sido enviado por aquel que tanto interés tenía en nosotros y del cúal no conociamos ni el nombre. Por lo visto se había pactado que sería él quien nos llevaría hasta el castillo en el que residía ese señor tán misterioso. Apenas con un agíl y sonoro salto bajaría de su caballo. Todos contendriamos la respiración a medida que iba hacía nosotros y los bandidos mientras el hermoso caballo de negras crines como el carbón y un robusto cuerpo de un negro de tonalidad más intensa que sus crines, ensillado y listo para trotar con tán sólo un gesto de su dueño. Todos alzamos nuestras cabezas asombrados. En sus ojos no se podía encontrar otra cosa más que una ferrea lealtad y vigor pero si te fijas con mayor atención también había algo de tristeza. Unos ojos de un color azul oscuro como el mar en día de tormenta, reflejando un cielo que oscurece el agua en toda se extensión. Parandose, nos examinaría antes de escoger unos cuantos, los que él consideró apropiados para su señor. Al colocar sus ojos sobre mí con gesto pensativo diría lo que cambiaría las cosas.
-Mmm este joven me recuerda mucho a alguien... Alguien importante... -
Al retirar el largo mechón que caía ocultando parte del lado izquierdo de mi rostro con algunos dedos, la imagen de aquel hombre tán importante se hizo más evidente para él pues con una sonrisita lo haría saber tál que así:
-Al eminente Monje Rojo... -
A lo cúal los bandidos gritaron:
-¡Imposible! -
Y los tres se aproximaron a mí creandose así un circulo que me separó unos instante del resto de chiquillos. Cuando los tres se convencieron de que mi parecido fisíco con Rezo era más que notable, exigieron mayor cantidad de monedas de oro por mí.
-¿Y sí fue por esto por lo que lo investigaron? -Soltó uno de los hombres. -Dicen que los sacerdotes no deben tener hijos... -
-Lo dudo. -Le interrumpió ella. -En algunas ordenes si se les permite formar familia. De todos modos, sea o no sea su hijo, podríamos sacarle el doble de pasta si le hacemos creer eso. -Le explicaría a sus compañeros demostrando que era la única en usar la cabeza.
El caballero se llevó a algunos chiquillos con él pero prometío regresar por mí trás comentarle a su señor la subida de precio con respecto a mí persona. Poco a poco fuí entendiendo lo que significaba ser familiar de Rezo, el eminente Monje rojo. De ese modo me convertí en la gallina de los huevos de oro, el chiquillo más preciado del disminuido grupo. Los tratos que recibiría a partir de ese momento, se irían suavizando pero seguiría siendo tratado como un becerro al que hay que vender. Ellos comenzarían a hablar mal de él o a sugerir cosas que no me gustarían y que para colmo, me enojarían mucho. Como si ella sí supiese como eran realmente, algo que me era inaudito porque ella no vivía con él. Lo que traería una oportunidad de huir que aproveché. Fue una noche en la que pudimos dormir bajo techo, en una pequeña aldea, muy pequeña, que debió de ser atacada por bandidos hacía muchos años porque no había ni un alma. Entrando en una de las pocas viviendas menos destruidas pues muchos bandidos tenían costumbre de ir incendiandolo todo a su paso, una vez robadas todas las pertenencias de los pobres aldeanos asesinados tomariamos nuestra misera cena sentados sobre el suelo, todos bien juntitos como un grupo de ovejas mientras ella y los otros cenaban a la mesa unos alimentos calientes que rezumaban un olor que llenaba toda la habitación que sólo nos ayudaba a que nuestras tripas gruñesen con mayor insistencia, retorciendonos en el suelo con las manos sobre el estomago. Los lloriqueos de algunos fastidiaban al bandido que nos ponía y que sólo a mí me quitaba de vez en cuando los pañuelos sobre los ojos, que dando un golpe a la cascada mesa de madera, nos gritó con la boca aún llena de carne a medio masticar:
-¡Dejad de lloriquear como bebes y dormios de una jodida vez! ¡Así no hay quién coma tranquilo! -
Pero lo único que consiguió fue que los lloriqueos se tornaran en llantos más agudos e incontrolables. Golpeando la mesa de nuevo con el puño apretado lanzó otro grito trás dar un largo trago a su petaca forrada de piel, llena de alcohol machaca pancreas, poniendose en pie:
-¡Cerrad el jodido pico o iré y os lo cerraré yo mismo! -
-¡Y pensar que me dijeron que querías tener familia! Ya se ve lo buen padre que eres. -Se mofaría la señorita pelirroja esbozando una sonrisa maliciosa sentada a su lado con una pierna sobre la otra mientras sostenía en una mano una taza de té resquebrajada por algunas partes. Su compañero se quedó de pie durante un momento bastante largo observandola antes de replicarle cualquier cosa. La luz de la luna a través de la única ventana que había a su derecha acentuaba sus bonitos rasgos dandole un aspecto casi irreal como de hada o ninfa del bosque. Muy serio, frunciendo el ceño, le respondería:
-Pues no mentían. Cuando era joven me enamore de una dama tán hermosa y embrujadora como tú pero nunca pudimos casarnos, unas altas fiebres me la arrebataron y a los hijos que podriamos haber tenido. -
A medida que lo fue contando su voz no me pareció tán ridícula o patética, se volvió ensombrecida y melancolica como debía de ser la voz de un verdadero villano.
-Lo acabé mandando todo al diablo pues nunca encontré consuelo alguno en ningún templo ni en boca de ningún sabio o erudito. Haciendo los trabajos más sucios como este. -Finalizó.
Su anécdota nos atrapó y sin que nos dieramos cuenta fuimos cayendo dormidos uno a uno excepto yo, que deseaba escucharles un rato más. Entonces le llegó el turno a ella de compartir algo durante aquel apacible momento que les había ido envolviendo.
-¿Sabes? Mi padre siempre odia al Monje Rojo porque su abuelo se encargó de inculcarselo desde bien pequeño a golpes. Mi abuelo estaba muy enamorado de una joven muy hermosa que estuvo un tiempo en el mismo hospicio en el que él fue llevado trás una dura batalla... -
Lo que estaba llegando a mis oidos no podía ser verdad, no podía creer que Rezo, que el hombre que me había cuidado y querido desde que tenía uso de razón, mi abuelo según Pandora, fuese esa clase de hombre. La clase de hombre que dejaría embarazada a una joven y no se responsabilizaría de ella ni el niño en común con ella. No pude controlar el grito de disgusto que salió de mi boca. Los tres bandidos miraría hacía donde yo estaba.
-¡Eso que dices es mentira! -Fue lo que grité repetidas veces, cada vez, más enfurecido, negandome a creerla, aún siendo posible que fuese algo que si sucedió.
-¿Eso crees? ¿Estás seguro pequeño? El amor suele nublar nuestras impresiones sobre una persona. -Fue lo que dijo ella levantandose de la vieja silla de madera en la que estaba sentada con voz desafiante pero tranquila.
-¡Si! -Exclamé gritando más fuerte sin tener en cuenta a los otros chicos, que se despertaron por culpa de mis gritos sobresaltados y añadí. -¡Si que lo creo! ¡Son perversas mentiras porque tanto tu familia como tu odiais a Rezo! -
Caminando hacía mí resonando sobre el suelo sus gruesas botas de cuero continuó soltando barbaridades sobre Rezo.
-¡Cierto! Pero gracias a eso vimos lo que los demás no son capaces de ver. Creeme, pequeño, tú Rezo ha hecho muchas cosas buenas pero también ha hecho varias muy malas como la creación de quimeras. Seguramente las use para sus egoistas fines... -
-¡Basta! ¡Deja de decir esas cosas! -Insistí cabreado y desesperado intentando ponerme en pie. Me costó un buen rato pero cuando lo conseguí habiendo concentrado mi creciente furia en algo que me permitiese hacerla callar, añadiría tres palabras cargadas de magía. -¡O tendré que hacerte callar! ¡Flechas de fuego! -
El espacio que nos separaba se cargó de calor, un calor que adquiriría una forma muy extraña como una fina llama roja que iluminaría toda la vivienda pero con las manos atadas no pude dirigirla hacía ella y esa fina llamarada caería creando una pequeña fogata entre nosotros. Ya que estaba de pie, lo único que podía hacer e hice fue correr hacía la única salida en toda la casa.
-¡Quiero a ese crio de vuelta inmediatamente! -La oí ordenar a los bandidos que iban con ella.
Corriendo todo lo rapido que mis entumecidas piernas por culpa del largo viaje sentado de mala manera en la carreta me dejaban, sin mirar hacía atrás, rezando para no chocar contra nada o para no caerme de bruces a mitad del camino, sin rumbo fijo, iba hacía delante alejandome del par de zancadas que daban mis opresores no muy lejos de mí. Acariado por el viento que iba y venía entre los arboles con los brazos flexionados y las palmas de las manos muy juntas, maldecía mi suerte, con las manos atadas me sería difícil realizar los pocos hechizos que conocía como el de levitar. Mi cabeza se llenaba de mil pensamientos que se entrelazaban creando más pensamientos enrevesados. Rezo visitaba a mucha gente que vivía en hospicios y aunque se preocupaba más de atender a los enfermos, siempre tenía unas bonitas palabras de consuelo para jovenes madres o para prostitutas recien liberadas de esa denigrante profesión pero eso no quería significar que tuviese algo en común con ellas. Lo que aquella maquiavelica y hermosa bruja, porque cada vez estaba más convencido de que sólo una bruja podría decir esas cosas, había dicho era producto de su odio porque cuando la gente se llena de odio suelta cosas muy feas e hirientes de la persona a la que odian. Eso me explicó Rezo un día que me encontró llorando porque unos jovenes aldeanos se habían metido conmigo. En eso estaba pensando cuando de entre las sombras surgió aquel magnifico caballo negro, igual de negro que el mismísimo cielo, sólo acompañado por la azulada luz de la plateada luna y en él iba montado con grandeza, todo erguido, el caballero que me comparó con Rezo. El gritó que dí al caer al suelo de espaldas fue tremendo pero no fue nada en comparación con el sonido que surgió del caballo.

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-Traigo buenas y malas noticias. -Le susurraría al oido uno de los hombres en los que Dilgear más confiaba.
-¿En serio?... Entiendo... ¡No jodas!... Bueno, buen trabajo de todos modos. -Iría exclamando el hombre bestia al ir recibiendo ambas noticias sentado frente a mí.
Antes de que el hombre se marchase volviendo a sus asuntos, Dilgear le haría saber algo al oido. Cruzandome de brazos, dije:
-Secretitos en reunión es de muy mala educación. Lo que tengais que hablar, que sea en voz alta. -
Entonces los susurros cesaron. El bandido se aclararía la garganta y diría con voz bien clara y enfatica:
-Tiene toda la razón, señor Rezo, al fin y al cabo, esto le concierne a Ud más que a nosotros. -
-Será la costumbre. -Apostilló Dilgear con guasa y pasandole el brazo a su compañero le ordenaría contar lo que había descubierto de nuevo pero en voz alta.
-Bien, dando una vuelta por ahi me he enterado de que hace poco han empezado a haber una serie de desapariciones de niños por la zona pero lo más curioso es que esos crios desaparecidos son bastante parecidos fisícamente y lo mejor de todo, los niños no han aparecido muertos por ninguna parte ni han sido exhibidos en el mercado negro. -
-Eso no tiene sentido. -Pensé en voz alta aliviado pero todavía sintiendo bastante inquietud. -¿Qué clase de delincuente secuestraría entonces a un chiquillo sin intención de sacar dinero de él en el mercado negro? -
-No debe de ser un bandido como la mayoria... -Suspiró Dilgear antes de adentrarse a la parte del campamento que usan como comedor y sala de reunión con el otro bandido detrás suyo. Habría que seguir investigando. Si algunos niños secuestrados tenían familia, los padres habrían hecho alguna mención a los guardias de la ciudad pensé. Una vez más, en el centro de la ciudad más cercana, acompañado por Cliff, ayudante y aprendiz cuyo nivel de lectura superaba al de los demás igualandose con el de Eris o con el de Crystal, cruzariamos la plaza para llegar hasta el cuartel de la guardia. Edificio no muy grande en el que no seriamos los unicos en mencionar las desapariciones. El general desde su mesa de lisa y barnizada madera de excelente calidad pondría orden golpeando la superficie de ésta varias veces, pidiendo a gritos, calma y paciencia.
-¡Mis hombres hacen todo lo que esta en su mano por encontrar a sus hijos pero sin una pequeña pista lo tienen muy difícil! -
En su voz quebrada de tanto gritar se podía percibir el cansancio y el esfuerzo que estaban poniendo en ello pero para ese grupo de padres no era suficiente, sin olvidar decir, que desde hacía poco, el grupo había crecido complicando el poder atender sus demandas. Cuando alzó la vista y dislumbró mis rojos ropajes, saldría de detrás de su mesa casi de un salto y apartando varias parejas, se plantó frente a mí y a Cliff.
-¡Ceiphied ha escuchado mis suplicas! Ayudeme a tranquilizar a esta manada de padres enloquecidos y yo personalmente atenderé su problema. -Me rogaría. Según Cliff sólo le faltó ponerse de rodillas con las manos juntas. Me gustó como sonó su oferta pero tuve que rechazarla, colocando una mano sobre su hombro izquierdo cubierto al igual que el otro y el resto de su torso de un jersey de cuero sobre una cato de malla sólo apreciable bajo entre las mangas y los guantes que llevaba puestos, arrugando la frente le dije:
-Agradezco mucho tu oferta pero lo que ahora importa es ayudar a estos desmoralizados padres. ¿Cuántos niños han desaparecido ya? -
-Durante este mes creo que bastantes, unos diez, que hayamos tenido constancia. -Me contestó resoplando pasandose el dorso de la mano por la frente. El uniforme debía de ser bastante pesado pero no creo que fuese eso lo que le agobiase, estaba siendo una jornada dura para él y sus hombres. Saliendo a la entrada acompañado por Cliff y por el propio general, se me ocurrió hacerle esta pequeña mención:
-¿De entre todos los bandidos que conoces procedentes de esta zona, cúantos suelen ir con ropajes oscuros? -
El hombre no sabría que responder. Con gesto taciturno y pensativo regresaría hacía el interior del cuartel y al instante volvería con una respuesta que sería un gran paso para saber dónde o cómo llevar la busqueda nuevamente.
-Según nuestros informes, ninguno pero el guardaespaldas del hermano de nuestro señor va muy de oscuro en un caballo más negro que la noche. -

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La señorita pelirroja usó varios hechizos de lo que parecía magía negra contra el caballero dejandoló tán desprotegido como asustado. La señorita pelirroja era tán buena como Pandora, me dejó con la boca y los ojos abiertos.
-¡Antes de morir admite que eres un traidor y que no tenías intención alguna de llevar ante tu señor a los chiquillos! -Le recomendó sujetando su espada de nuevo con ambas manos apuntando al caballero, que había caido del caballo cuando éste salió trotando despavorido al segundo hechizo lanzado. Con el rostro ensangrentado por el golpe que le propinó el caballo antes de huir por el bosque, su clara piel se tiñó de un rojo que descendía por su frente hasta su cuello como un rio carmesí que no paraba de fluir, el caballero le sostendría la mirada y respondería:
-¡Jamás! ¡Ya iba siendo hora de que alguien le detuviese! ¡Su propio hermano me mandó hacerme pasar por su guardaespaldas para vigilarle! -
-¡¿Entonces le hiciste saber nuestra oferta a tu señor o no?! -Preguntaría antes de insertar su espada sobre el pecho del caballero de ropajes azul marino. Su espada brillaría roja como si estuviese poseída por un ente maligno y traspasaría las ropas e incluso la cota de malla quedandose clavada más allá de su piel, dañando mortalmente su corazón. De su boca iría saliendo un chorrillo de saliva que se volvería tán rojo como la sangre recorriendo y manchando su mentón y parte de su cuello. Lloré al verme alejado de él por uno de los rufianes que la seguian. El idiota, tán grande y fornido como un troll e igual de alto y feo porque el otro estaba herido.
-Muchachos, llevemosle los crios que tenemos nosotros mismos y exijamosle un extra por nuestro pequeño hechicero. -Mandaría a los hombres guardando su espada, cuyo fulgor rojo menguaría dejando sólo el color de la sangre esparcida como prueba de su uso aquella mañana.


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Bastante lejos, en el siguiente tramo de bosque que se podía encontrar al salir de la ciudad, cerca de otra ciudad, fue encontrado el cuerpo sin vida del guardaespaldas del hermano del señor de la ciudad en la que acababamos de estar. La noticia creó gran conmoción pues se decía de él que siempre fue un fiel y noble caballero, de increible talento con la espada y uno de los mejores amigos de ese señor. Todos los murmullos y comentados eran para él. El general de la guardia sería quien nos confirmaría las habladurias. Lo que me sorprendería fue que decidiese venir en persona a transmitirmelo. Parnassus le guiaría hasta la mansión al verlo en mitad del bosque sobre su equino girando la cabeza hacía todas direcciones mientras se rascaba la cabeza con los ojos entrecerrados. Si Parnassus no tenía ninguna tarea pendiente o se había cansado de asumilar complejos conocimientos magicos solía pasear por el bosque acompañado tan sólo por su espada, objeto que parecía querer más que nada en el mundo pero que no se podía comparar con Pandora, su hermana, la única joven que le tenía loquito de tanto que la quería y lo poco que la entendía. Un arma de hoja gruesa y muy magullada que aún resistía con entereza los golpes de otras armas y mango elaborado con resistente piel de dragón, arma que perteneció a su padre y portaba con aprecio y arrojo. Al principio Parnassus se le quedaría mirando desde una distancia prudente pero al convencerse de que no era un mercenario, se aproximaría lentamente a él saliendo de entre los arboles en los que se había ocultado receloso. A medida que caminaría hacía él, la indumentaria del hombre confirmaría a Parnassus la identidad del desconocido.
-¿Qué hace por aquí el general de la guardia del señor Blackwood? -Querría saber parandose a pocos pasos de él con las manos puestas sobre las caderas.
-Pues me dirigía a la residencia de su eminencia el Monje Rojo... Pero me he perdido. -Respondería avergonzado el general mostrando una sonrisa forzada.
Parnassus le dedicaría una mirada de desconfianza pero acabaría llevandole hasta la mansión. Sentado con los ojos inevitablemente cerrados imaginaba con una vaga sonrisa el paisaje que se podía ver desde la ventana, entornada para que al menos pudiese escuchar el canto de los pajaros aquella solitaria mañana hasta que Crystal cruzó el amplio salón y la cerró aunque antes espantó a los pajarillos que se habían posado sobre el alfeizer.
-¿Por qué has hecho eso? -Pregunte al oir como el canto de los pajaros fue cambiado por el sonido de cristales entrechocaban al ser juntados seguidos del seco sonido que produjó el cerrojo cerrandose.
-Es obvio. No pienso permitir que te pases todo el tiempo así y que se cuelen todas las alimañas del bosque. -
-Sólo eran unos pajarillos... -Protesté incorporandome un poco, variando de postura en el sillón de madera bien pulida recubierto de suave piel. Ella siguió en pie mirandome como una madre que observa a su hijo con resignación pues suspirando añadió:
-Además, Parnassus ha traido a alguien que preguntaba por Ud. -
Una expresión de perplejidad aparecería en mi rostro.
-¿Y crees qué es un individuo que merezca todo mi interés? -
-¡Maestro Rezo! -Exclamó sin ser capaz de reprimir su fuerte caracter más. -¡Sea quien sea ha venido expresamente a verle! Lo minimo que debería hacer es encontrarse con él y agradecerle el haber venido, digo yo... -Me reprendería como una autentica madre.
Si mis ojos hubiesen podido abrirse, los hubiese puesto en blanco antes de levantarme de mala gana. En mitad de la amplia entrada Parnassus y el general de la guardia esperaban mi llegada. Parnassus descruzaría sus brazos y con una educación que dejó admirado al general, me pidió poder retomar sus asuntos.
-Maestro Rezo, si me lo permite, me gustaría ir a la ciudad. -
-Te lo concedo pero regresa antes de medio dia o te quedarás sin comer. -Le recordé.
-Entendido. No me retrasaré. -Asintió él y sus pasos se acallaron trás un portazo.
Acomodado en una silla alta de madera me iría contando lo que uno de sus hombres le había comunicado por carta aquella misma noche, al encontrar una paloma aturdida bajo una ventana en su propia residencia. La pobre ululaba moviendo la cabecita y las alas con movimeintos rapidos y repetidos, en una de sus patas estaba enrollada la pequeña nota en la cúal con pocas palabras su hombre le hacía saber unos hechos perturbadores. El único sospecho que tenía había sido brutalmente asesinado y abandonado en mitad del siguiente bosque hermano de este en el que yo y mis aprendices viviamos.
-¡Maldita sea! ¡Ahora seguimos igual que antes! -Se condenaba el general dandose golpes en la parte superior de la pierna derecha apretando los dientes. -¡¿Así cómo encontraremos a los niños?! -
-Mi buen general, no desespere, si me lleva hasta él, le aseguro que los niños serán encontrados. -Le aseguré tranquilizandole y animandole a no abandonar o al menos, si lo hacía, que me dejase vía libre pues yo, yo, usaría todos los medios de los que disponía para encontrar a los niños, entre ellos, especialmente, a Zelgadiss. El general pestañearía y alzando la cabeza diría:
-¿Ud cree? Pero, ¿qué hará con él? Ya está muerto... -
-Si me lleva hasta él, ya lo verá. -Le contesté con una sonrisa que pretendía ser traviesa.
El general ladearía su cabeza, seguramente arrugando la frente un tanto confuso pero emitiendo una leve risita aceptaría, pues bien era sabido en las aldeas cercanas y en la ciudad cúan prodigioso podía llegar a ser. Durante el viaje mis pensamientos eran para Zelgadiss, temía lo que aquel hombre pudiese confesar, ¿seguría mi niño con vida? A cada año que pasaba se volvía más contestón e inquieto, incapaz de guardar sus pensamientos y más activo de lo a veces me hubiese gustado. Un niñito la mar de revoltoso pero inteligente y muy imaginativo, muy apasionado en todo. Rogué al dios dragón Ceiphied que ese pequeño granuja siguiese vivo. Comimos y dormimos arropados por la naturaleza como bandidos pero era más asequible y rapido que entrar en las poblaciones en busca de hospedaje y alimentabamos al caballo del general con la hierba desigual que encontrabamos por algunas partes del camino. Llegamos exhaustos pero viajar siempre fatiga, sobretodo si vas a pie. Era ya atardecido cuando llegamos al lugar del crimen. Allí en mitad del bosque, rodeados por arboles de diversos tamaños erguidos de difentes modos, se podía sentir el silencio y los restos de un crimen acontecido días atrás pero el cadaver no estaba por ningún lado.
-¿Aquí fue encontrado? -
-Sí, a pocos pasos de una pequeña aldea abandonada. -Me confirmó el general sosteniendo la única fuente de luz que él poseía, un grueso palo cuya punta había sido incendiada a proposito. -Al parecer quienes le encontraron lo quitaron de ahí. -
-No me cabe duda. Las bestias del bosque habrían dejado algunos restos. -Admitir al oir su hipótesis.
Permanecí un buen rato en silencio. Tratando de pensar en qué hacer, hasta el momento el contacto con muertos que había practicado había sido en parte gracias al contacto con sus restos fisícos pero nunca, hasta ese momento, me había atrevido a realizar una conexión más compleja como aquella, tán sólo con la esencia o con un rastro de ese individuo tán limitado como su sangre seca. Entrar en el plano astral no era fácil pero no me parecía adecuado realizar necromancia rodeado de pueblerinos ignorantes y temerosos. Los necromantes no gozaban de muy buena fama y los más jovenes daban más problemas que soluciones.

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Los muros que limitaban los terrenos y el castillo de aquel señor eran tán altos, gruesos y de un gris tán azulado que no parecían de piedra, parecían dos largos y enormes bloques de hielo. Me quedé un buen rato contemplandolos mientras ella, nuestra secuestradora hablaba con los guardias que custodiaban la única entrada, dos puertas enormes que debían de abrirse con alguna clase de mecanismo por detrás o mediante magía pues uno de los guardias al rato lanzó un atronador grito mirando hacía atrás y las puertas empezaron a abrirse lentamente permitiendonos el paso. Con agitar la mano un poco el bandido grandote y feo me cogió entre sus manos y alzandome sobre su hombro derecho echó a andar hacía donde los guardias y la señorita pelirroja estaban. El otro bandido también se pusó en marcha dando un fuerte tirón a la cuerda que agrupaba a los otros chicos, ya sólo eran cuatro. El terreno que rodeaba el castillo y en el cúal se podían observar desde lejos algunos grupos de viviendas eran preciosos, tán verdes y tupidos que parecía a la lejania unas largas alfombras separadas por algunas lineas de color marrón tirando a amarillento. Mucho bosque, toda esa zona al igual que la zona por la que vivía estaban rodeadas de bosques, al ir descendiendo la alfombra verde adquería esa forma. Muchos arboles por la derecha que estaban tán juntos que apenas había espacio y muchos arboles por la izquerda del camino. Eso iba viendo trás de mí mientras pataleaba inquieto y malhumorado sobre el pecho cubierto de un fuerte pelo del gigantón. Ahora, con los ojos descubiertos, podía comprobar que los unicos vestidos eran ella y el otro bandido, bueno, totalmente vestidos. Este tipo sólo llevaba unos pantalones de cuero rojo oscuro que le quedaban bastante estrechos y unas botas recubiertas de lana o algún tejido parecido. Sus muñecas estaban tapadas por unas muñequeras también de cuero. El camino era bastante largo, estaba a punto de quedarme dormido, vencido, abandonando la idea de volver a ver a Rezo y a sus ayudantes y aprendices cuando una voz, una dulce y melodiosa voz, que me resultaba vagamente familiar, me haría abrir los ojos y girar dolorosamente la cabeza todo lo que pude. Lo que logré ver fue la figura de un hombre todo vestido de rojo, un rojo de viva tonalidad y otro tipo también envuelto por mantos de rojo color pero ni la mitad de brillantes que los de aquel hombre. Mis ojos brillaron y una gran sonrisa se dibujó en mi cara. ¡Rezo me había encontrado! Tanto la señorita pelirroja como el bandido se quedarían atonitos ante él cuando se retiró la capucha dejando todo su rostro al descubierto. La sonrisa que tenía me pareció de las más bonitas que Rezo pudiese esbozar. En ella se atisbaba algo que me gustó, era como las sonrisas que te dedicaba antes de derrotarte jugando al ajedrez.
-Podemos hacer esto por las buenas o por las muy buenas. -Les ofreció sin perder la sonrisa, con una calma total, extendiendo los brazos. -Escoged bien. -Se permitió el lujo de aconsejarles al instante siguiente.
La señorita pelirroja dió un paso hacía delante con ojos brillantes de soberbia.
-¿Y si no quiero escoger, qué harás, Monje Rojo? -Le retó llevandose las manos a la espada semioculta bajo su larga y oscura capa.
-Entonces no tendré otra opción más que la de detenerte personalmente. -Le respondió Rezo con su calmada y amable voz, voz cargada de intenciones como si ya hubiese previsto que ella no iría a colaborar. Cuando volví a girar la cabeza, Rezo usaría su bacúlo plateado emitiendo un breve pero inolvidable tintineo de las anillas matalicas que estaban colocadas unas sobre otras. Sentí que mis ojos pesaban y que una sensación de modorra crecía en mí, pero yo no sería el único en sentirla, los otros chiquillos también caerían llevados por ese extraño pero placentero sueño.


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-Un hechizo de sueño. ¡Qué astuto! Pero no me ha afectado. -Me diría la hechicera y principal culpable de las desapariciones con voz burlona.
-Es que ese hechizo no iba para tí ni para los tuyos. -Le informé sin perder una pizca de calma. -No me parecía muy correcto que los niños os viesen morir. Le prometí a alguien un poco de diversión. -Añadí girando un poco la cara hacía la derecha, dónde debía seguir Dilgear silenciosamente expectante y todo encapuchado.
-¡Espera un momento! -Gritaría otro bandido con una voz muy particular. -¡Si eres el eminente Monje Rojo, el santo, no te atreverás a matarnos! -
¡Ya estabamos! Me gustaba que la buena gente, la gente sencilla o la gente abandonada y desemparada del mundo me viese con tán buenos ojos pero que unos mercenarios que iban a alimentar los malsanos apetitos de un monstruo sólo porque les pagase una buena cantidad de monedas de oro utilizaran eso para salvar sus miserables vidas me hacía hervir la sangre en las venas pero suspirando, contuve la ira y tratando de ver algo bueno, aunque sólo fuese en él, les recorde mi oferta, la oferta que la hechicera no aceptaría.
-Me agrada que pienses así de mi pero me temo que no habeis elegido correctamente. Claro que, si aceptais ser entregados a la guardia del señor Blackwood, el menor, sería la justicia la que decidiese que hacer con vosotros. -
-¡Oh venga, menos chachara y más acción! ¡Tú sabes tán bien como yo que no se van a entregar por las buenas! -Soltaría Dilgear deshaciendose del mantón rojo que lo cubría practicamente por entero, ocultando hasta el momento también su rostro de bestía parda.
-Tranquilo, tu muerte será la más indolora. -Le prometí aunque empece a pensar que aquel hombre habría tenido algo de bondad mucho tiempo atrás. Quizás por eso, sólo por eso, le prometí una muerte rapida y limpia.
Dilgear iría desembainando su arma pasando su larga lengua de animal por sus dientes deseoso cada vez más de darle uso. El sonido que surgía de esta al ir siendo mostrada era como un chillido suplicante hacía su amo de probar sangre humana. La hechicera lo tuvo claro también pues sacaría su espada sin más preambulos dispuesta a cortarme la cabeza en cuanto se quitase de en medio a Dilgear, cosa difícil, ya que era mitad troll. Dilgear caminó colocandose frente a ella diciendo:
-¡No me lo puedo creer! ¡Con esta ya serán dos hermosas zorras pelirrojas las que mate! -
Pero no había fastidio en su grave y cavernosa voz sino emoción.
-¡Kassal entreguemonos, no podrás vencerle, no es como los humanos! -Le advirtiría el bandido dispuesto a enfrentarse a Dilgear para protegerla pero ella se negó enojada:
-¡¿Crees que no lo sé?! ¡Pero no pienso entregarme, si he de morir, moriré enfrentandome al Monje Rojo! -
A continuación realizaría un hechizo sobre la espada, reconocí de inmediato las palabras de poder que gritaría apuntando a Dilgear con la espada.
-¡Astral Vine! -
Era asombroso escucharles batir sus armas, las cuales aullaban ferozmente al chocar el hierro de sus hojas, una, dos, tres, varias veces y entre medias, unos comentarios de todo tipo iban y venían de sus bocas. Dilgear aprovechaba los momentos que la hechicera empleaba en realizar algún hechizo contra él para que los posibles pero finos cortes se fuesen cerrando esparcidos por sus brazos o su torso cubierto por una sencilla camisa adquerida a su cuerpo por un simple cinturón. La sangre proveniente de los cortes de ella caían al suelo como gotas de rocio sobre las hojas, realizando lineas dispares en el suelo. Con todos los hechizos neutralizados con un sólo golpe de mi bastón y perdiendo una cantidad seria de sangre, la hechicera no tenía muchas posibilidades de vencer. Eso era un hecho evidente para todos pero su orgullo le impedía rendirse, moriría peleando, como una auntentica fiera. Dilgear disfrutaba como un chiquillo del combate povoneandose y burlandose de ella, lo que acentuaba su odio hacía mí. En aquel momento vinó a mí algo de muy lejos, muy atrás en el tiempo, ¿y sí era la hija o la nieta o la bisnieta de alguien que me odiase o simplemente, de alguien a quien no complaciera debidamente? Antes de morir, daría una orden, una orden simple y desesperada, desgarradora para mí, que le daría la victoria al bandido que parecía apreciarla tanto y que le había suplicado rendirse.
-Theron, si vas a rendirte y vas a entregar a los mocosos a sus padres, hazlo pero antes, mata al del Monje Rojo. -
Y cayó poco a poco dejando que la espada se le escurriese entre los dedos, provocando un agudo sonido que perdió intensidad a la misma vez que su ama perdía la poca vida que le quedaba. Al pobre bandido le había dejado en una encrucijada, todos estaban pendientes de lo que haría.


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Al abrir los ojos me encontraba en brazos de Rezo, el cúal se aferraba a mí con todas sus fuerzas, sentir de nuevo el suave y calido tejido de su tunica me reconfortó muchísimo. Aunque me sonreía, su frente estaba arrugada y las lagrimas no paraban de brotar de sus ojos, curiosamente, cerrados. Yo también sentí un algo que me humedecería los ojos emborronandome la visión y por mucho que traté de resistirme, acabé llorando en sus brazos.

-No llores mi niño, ahora todo está bien, todo está bien. -Me repetió muchas veces aunque parecía que era más para calmarse él que para calmarme a mí, como si tratase de convencerse de ello, diciendolo como cuando dices un mantra.

Secandome los ojos con los dedos asentí y con voz aún un poco temblorosa por tanto llorar después de alzar la mirada y descubrir que en aquel paraje sólo seguiamos él y yo, que ni los otros niños ni los bandidos estaban por allí, pregunté:

-Rezo, ¿dónde están los demás niños? -

-Los niños han sido llevados a la ciudad hace un buen rato. -Me haría saber recobrando la serenidad, con la calma y amabilidad usuales.

Entonces con expresión meditativa una asombrosa y maravillosa conclusión llegaría a mí.

-¡Eso significa que has logrado darles una buena lección a esos tres ! -Chillaría eúforico.

La confirmación que me daría Rezo sea vaga o poco aclaradora pero no me importó demasiado en aquel momento. Los malos habían sido derrotados y yo volvía a estar junto a Rezo. Era todo lo que necesitaba comprobar, Rezo lo sabía y por eso tán sólo dijo lo que yo necesitaba y quería escuchar. Cogiendome de la mano se iría poniendo en pie ya que estaba arrodillado como hacía para ponerse a mi altura. Rezo era un hombre realmente alto. El camino de vuelta a casa fue un poco largo por lo que tendriamos que pasar algunas noches en los pocos hostales o posadas que encontrasemos por el camino. Con un sentimiento de culpa creciendo en mi interior, a sabiendas de que Parnassus y especialmente Pandora serían duramente castigados por haberme dejado solo aquella mañana, con mi consiguiente desaparición, dirigiendo mis ojos hacía Rezo, el carismatico pero sosegado Monje rojo, le echaría valor, mucho valor y le contaría el inicio de ese lio. Suponía que parte del castigo sería no volver a salir con ellos y eso era muy doloroso para mí.

-Rezo, me gustaría contarte algo. -Comence temeroso, intentando que mi voz fuese clara y confiada sin que se estinguiese a mitad del relato. Él colocó sus codos sobre la mesa de fea madera sujetandose el mentón con el dorso de sus claras manos. No necesitó decir nada, yo advertí que iba a escucharme con toda su atención. -Lo sucedido esa mañana fue culpa mia, Pandora me dijo que la esperase donde estaba pero yo quisé ir con ella y entre tanta gente acabé perdiendome, luego esa bruja me engañó igual que engañaba a los otros niños. -Finalice respirando hondo pero ese sentimiento de culpa no se esfumó.

-Es muy hermoso por tu parte cargar con las culpas pero no va a servir de nada, tu eras su responsabilidad en esos momentos. -Respondió él con su calmada y agradable voz. -Sin embargo, si tanto te importa ese castigo, tu confesión puede hacer que sea suavizado. -

Al oir sus últimas palabras levanté la cabeza de la mesa animado. Justo a tiempo para ver como la humeante y abundante comida pedida llegaba a nuestra mesa. Estaba tán hambriento que un fino hilillo de baba caía desde mis labios hasta mí mentón. Para mí aquello era un grandioso manjar. Rezo debió de figurarselo pues limpiandome esa babilla con su servilleta me comentó:

-Pensé que esto te agradaría. Los niños secuestrados llegaron con un aspecto terrible, delgados y muy sucios. -

Poniendome encima mi servilleta no tardaría en deborar ese manjar. Rezo tomaría un poco de vino rosado. De un color rojo tán bonito como el de su tunica. Las camas no eran gran cosa pero después de varios dias durmiendo en el frio y polvoriento suelo, me trajeron muy buenos recuerdos de lo que era el comfort. Como en cualquier habitación sólo podías encontrar una cama, Rezo y yo tuvimos que dormir en la misma cama. Fue un poco extraño pero me gustó. Las prendas que usaba para dormir eran gruesas pero con un tacto muy agradable, tupidas y suaves como el pelaje de un lobo y despedían un calorcillo apreciado. Crystal me contó una vez que cuando yo era muy pequeño, a veces dormía en la cama de Rezo junto a él. Me llamó poderosamente la atención la suavidad y fineza que poseían las manos de Rezo pues no parecían manos de hombre, con dedos tán alargados y tán claras. Las manos de un hombre son asperas y llenas de callos, con las venas muy marcadas. Y el olor que despedía tampoco parecía de un hechicero o de un hombre, oía a bosque. Se mantenía tán cerca de mí estrechandome contra su pecho con tanta intensidad, como si temiese que pudiese volver a desaparecer o a ser raptado de nuevo, que cuando no pudé aguantar más, grité a mitad de la noche:

-R-Rezo, ¡no puedo respirar! -

Él despertaría e iría soltandome pues con alivio sentiría como esa presión disminuiría.

-Oh, perdón. -Se disculparía alejandose e incorporandose un poco. -No pretendía molestarte. -

Y se dispondría a dar la vuelta dejando un frio espacio entre los dos. Yo, que me había encaprichado de esa sensación de unión, exclamaría:

-¡No, no me molesta! Lo que pasa es que me agarrabas con tanta fuerza que casi me asfixió. -

Rezo suspiraría y volvería a la posición anterior.

-Verás, durante estos días me he dado cuenta de una cosa, una cosa en la que hacía tiempo que no pensaba, y en lo importante que es esa cosa... -

Le escuché hasta caer dormido, asentiendo sin comprenderle del todo. Sólo pude deducir que se referiría a mí o a eso de ser padre y la responsabilidad. A la mañana siguiente le haría aseguraría que siempre, siempre estaría a su lado, incluso cuando creciese y tuviese que hacer mi propio camino. Abandonando el último hostal, le preguntaría:

-¿Y cuando volvamos a la mansión ya no podré dormir más contigo en la misma cama? -

-Por supuesto que no. -Sería su contestación y añadió. -Ya te mimo demasiado. -

Yo reiría pero también protestaría todo el camino que nos quedaba. Por fin, en la mansión, tendría ocasión de relatar con todo lujo de detalles esa pequeña odisea a los aprendices y ayudantes de Rezo, de pie, en medio del salón. Crystal apreciaría más que ninguno la amplia sonrisa que surgió de los labios de Rezo. Rezo se sentía, con toda sinceridad, feliz y lleno de vida otra vez. Luego todo se volvería más complicado y oscuro para todos.


NOTA AL RESPECTO

Para esta historia, bueno, el enfoque de la historia, me inspiré en algo que leí en un libro, que me encantó, que también transcurría en la edad media ^^ (Lo del secuestro y el lio de los señores)

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