sábado, 18 de junio de 2011

FanFic Slayers VICTORIAN SLAYERS III



Otro dibujo más ^^ Espero que os guste aunque lo haya hecho en un cuaderno a cuadritos ^^' Me esforce bastante y le di color ^^


NOTA DEL AUTOR (O AUTORA XD):

En esta parte, última espero ^^ Empezará según ella, Lina pero luego irá avanzando según él, el descendiente de Rezo ^^ La historia tampoco es que sea muy larga por lo que espero acabarla hoy, dando los detalles justos. A dos voces XD


Nos encontramos del modo más casual que existe. Yo, que había ganado justamente un valioso descubrimiento, me dirigía, muy a mí pesar, a cumplir el consejo y la orden dada por mí hermana mayor. Mujer de armas tomar, agraciada y con un fuerte caracter, de cabellos tán rojos como el fuego, más que los mios incluso y con una vida más ordenada que la mía como encargada de la limpieza en el monumental templo de la ciudad. Tán sólo fuí a mostrarle mi premio y a contarle como lo conseguí pero ella, no tán satisfecha con la idea de que aquello fuese "nuestro" me dijo:

-Hermana mia, esto no nos pertenece. Deberías entregarselo a sus verdaderos dueños. -

-Pero yo lo he ganado. Es mío ahora. -Repliqué agarrando el bolso en el que lo guardaba poniendo ojitos tristes. Ella me miro meneando la cabeza e insistió:

-Lina, tesoro, eso no importa. Lo correcto es darlo a sus verdaderos dueños. -

-Está bien. -Acabé cediendo poniendo morros. -Pero si no los encuentro, es nuestro. -Añadí sonriendo antes de salir a toda prisa del templo.

En la biblioteca de la ciudad, en la cúal se encontraban toda clase de documentos y restos de antiguos documentos tanto reales como sobre magía, me pusé a buscar a sus dueños o a algún posible dueño, alguien vinculado con aquel que hubiese escrito todos esos rollos de pergamino.

-¿Puedo ayudarla en algo? -Me preguntó atentamente el encargado al verme allí parada entre tantas estanterias de gran tamaño y altura aterradora. Pestañeé y dije girandome para mirarle:

-Me gustaría saber a quien debo entregar esto. -

Le enseñé los papeles que guardaba en el viejo bolso. El pobre hombre se quedó sin palabras.

-Muchacha, ¿de dónde has sacado estos documentos? Son realmente antiguos. -

-Pues... Es probable que en la casa abandonada en la que vivo. -Mentí.

La verdad me habría hecho parecer una criminal. A la gente de alta cuna no le gusta ni las apuestas ni los juegos de azar. Me llevó hasta su despacho y me contó que esos escritos era anteriores a todos los que se habían encontrado y clasificado en la biblioteca. Yo le mostré un dibujo realizado a carboncillo, seguramente aquel individuo fue quien los escribió. Un hombre que era mucho más importante de lo que en un principio pensé.

-Mire, quizás Ud pueda decirme quien es este hombre. Encontré su retrato entre los diversos escritos. -Le comenté entregandole el dibujo con cuidado. Me gustaba mucho ese dibujo. El hombre lo tomó entre sus manos con cuidado y alzandolo al trasluz, su expresión de curiosidad cambió por completo, volviendose de estupefacción. Creí que le iba a dar algo, se levantó de su asiento y gritó:

-¡No puede ser! ¡Jovencita este hombre es Rezo, apodado El monje rojo! -

Me quedé igual pero como el pobre hombre insistía en que fue un tipo muy importante, que hizo grandes aportes a la magia y tal acabó por contagiarme su euforia al suponer que esos documentos habían sido de alguna importante investigación suya.

"Rezo, El monje rojo."

No podía parar de pensar en él. Me alegro mucho que fuese un tipo tán poderoso y apreciado en la comunidad pero aún sabiendo quien era, más o menos pues tampoco se tenía mucha información sobre él en la biblioteca, ¿eso me ayudaría a encontrar a alguien a quien entregar esos documentos? Necesitaba saber si había dejado descendencia o no o al menos, si había tenido algún amigo que si la hubiese tenido con certeza...

Aún sin conocer del todo el proceder de mi nombre, me parecía extraño sin embargo a mí hermana menor, Amelia Ela Di Saillune, le encantaba. Acabadas las clases de anatomia me disponía a regresar a casa. Sin el tío Phillionel cerca de ella, temía que en mi ausencia pudiese empeorar sin previo aviso. Amelia era una niña bastante limitada debido a su mal en los ojos. Tanto mi tío Phillionel como yo procurabamos ocuparnos de ese mal pues era un mal repetitivo, que iba minando su visión poco a poco. Pudiera ser que en nuestra familia ya hubiese habido casos similares pero por más que investigaba al respecto no encontraba gran cosa. Nuestro árbol genialogico era grande pero a veces me daba la impresión de que se hayaba incompleto. Me esforzaba hasta el agotamiento en mis estudios, deseaba con fervor ser un buen medico, especializado o no, en la ceguera. Algunos compañeros opinaban que podía llegar a ser un poco obsesiva mi dedicación, yo les respondía que eso era gracias al poco interés que ellos depositaban a sus estudios. Antes de entrar a la mansión Di Saillune, me pareció buena idea pasar por la biblioteca en busca de algún libro antiguo lleno de fabulas que leerle a Amelia. Ella realmente creía en esas cosas, en demonios, dragones y en la magía. Cuando yo le recordaba que eso no eran más que historias inventadas por los aldeanos temerosos ella solía sacar el tema de que Zelgadiss, nuestro ancentro conocido más antiguo fue en su juventud una especie de monstruo gracias a la combinación de otros dos mostruos.

-Amelia, Zelgadiss no era un monstruo. Simplemente sufriría una enfermedad de la piel difícil de tratar. -Le recordé ya en casa dejando la lectura de la historia por la mitad.

-¡Te equivocas mi querido hermano! El fue convertido en quimera para servir al Monje rojo. -Gritaba negandose a aceptar mi planteamiento mucho más realista.

Para no hacerla llorar acababa por aceptar su razonamiento. Según tío Phillionel a Amelia no le convenía llorar.

Media hora despúes tío Phillionel llegaba y al verme sentado rodeado de libros, papeles y demás bartulos me ordenaba ir a la cama como cuando tenía ocho años. Descansar era bueno y vital para el cuerpo y la mente pero a menudo no me resultaba placentero. Sueños de intensa viveza surgían. Siempre pensé que las historias que me contaba Amelia tenían algo que ver hasta que me encontré con esa muchacha pelirroja...

Fue un choque estúpido. Ambos caimos al suelo y nuestras cosas se esparcieron a nuestro alrededor. Rascandome el culo me levanté y con gran enojó me pusé a gritar a aquel muchacho, varios años mayor que yo, con aspecto impoluto y chambergo de mejor calidad que el mio de oscuro color al igual que su traje y sus cabellos.

-¡Mira por dónde vas idiota! ¿No ves que ahora tendré que recoger y ordenar todos los documentos de nuevo? -

-Lo lamento mucho señorita, ¿puedo hacer algo para arreglar este entuerto? -Fue su respuesta.

Tán elegante como educado. La clase de tipos que luego se hacen de oro mientras gente como yo se pudre en caserones abandonados. Odio "La gente guapa". Antes de levantarse comenzó a recoger sus cosas pero también algunos de mis documentos.

-¡No hace falta! -Le informé con un chillido de puros nervios.

Ignorando mi orden, acabó por recogerlos todos y metiendolos en mi vulgar bolso me los entregó con una sonrisa. Me quedé atontada por un instante porque en aquel leve momento me recordó al Monje rojo, o a la sonrisa que El monje rojo mostraba en ese dibujo tán detallado. Luego se pusó a colocarse su chambergo de modo que le cubriese entero. Dando un suspiro al comprobar que sus pertenencias no habían sido dañadas a modo de despedida dijo:

-Bueno, bella dama de rojos cabellos, si todo está bien, he de irme. -

Pero yo, agarrandolo del brazo, no le permití irse tán tranquilamente.

-Antes de marcharte. -Dije pensando que el hecho de que se pareciese tanto al Monje rojo no podía ser causalidad -¿Serías tán amable de decirme tú nombre? -Suavice el tono de mi voz, al fin y al cabo, por muy poco que me gustasen los ricos, no parecía muy engreido.

-Rezo Di Saillune, para servirle a Ud y a Ceiphied. -Me contestó haciendo una pequeña reverencia. En cuanto le solte, se marchó.

"Se llama Rezo, igual que Rezo, El monje rojo."

No necesité nada más para suponer que la familia Di Saillune podía estar vinculada de algún modo con El monje rojo. Corrí hacía la biblioteca de nuevo pero esa vez mi petición fue distinta.

-Deseo ver el árbol genialogico de la familia Di Saillune, por favor. -

El encargado de ese día me condujó hasta la zona dedicada a la familia real de Saillune. Seillune hacía pocos siglos había sido la ciudad capital de un poderoso reino de igual nombre. Sacando los amarillentos rollos de pergamino y desenrollandolos con extremo cuidado, pudé observar sentada junto al bibliotecario en una larga mesa las generaciones anteriores a aquel muchacho. Me maravilló escuchar los nombres, desde los más antiguos hasta los más recientes. Todos ellos parecían tener el apellido en común excepto Zelgadiss, el cúal era Greywords. Quisé saber un poco más acerca de la familia de Zelgadiss, por lo que amablemente pedí:

-¿Podría mostrarme la parte relacionada con Zelgadiss Greywords? -

-Lo siento pero esto es todo lo que disponemos. -Dijo el encargado arrugando la frente.

Chascando la lengua decepcionada y encogiendome de hombros dije:

-Ya veo... Bueno, no importa, guardelo. Ya he visto lo que deseaba. -

"Jo, estaba segura que Rezo Di Saillune podía ser descendiente de Rezo. No puedo rendirme tán pronto, tengo que confirmar esta sospecha."

Jamás había estado antes en el edificio en el que mi tío Phillionel trabaja con otros nobles de gran prestigio. Es un edificio que me recuerda a las antiguas construciones, no habrá sufrido muchos cambios a lo largo de los siglos sólo los necesarios pues según tío Phillionel este edificio junto al templo es de los más antiguos que se conservan en Saillune. Nada ni nada menos que el palacio dónde la familia real vivía. Es mi cumpleaños y tío Phillionel me ha prometido desvalarme algo interesante, algo que marcará las decisiones que tomé a partir de ahora. Miro los pocos tapices que se conservan, en ellos se nos muestran a las figuras más importantes de Saillune como por ejemplo al principe Phillionel, el primer Phillionel. Un individuo de complexión fuerte y de seguro mucho más peludo que nosotros, luciendo un gran bigote negro a juego con unos ojos brillantes y vigorosos. Prefiero contemplar aquel en el que la princesa, ya reina, posa junto a su esposo, Zelgadiss, el bandido que fue coronado rey. Poco se sabe de él antes de conocer a la princesa y a sus compañeros de aventuras. Tán sólo desagradables habladurias de los aldeanos de otros reinos. Motes tales como El furioso o el espadachín demoniaco. Se le ve tán triste en comparación con su esposa.

-Siento haberte hecho esperar, Rezo. La reunión a durado más de lo esperado. -Oigo a tío Phillionel acercandose. -Veo que este tapiz es más de tu agrado que los demás. Si tanto lo deseas, podríamos traerlo a casa. Ya sabes que este lugar como todo lo que esta en él perteneció a nuestra familia. -

-Lo sé tío Phillionel pero llegada la democracia acordamos dejarlo como patrimonio nacional. -Le recuerdo sin apartar mis ojos de los de Zelgadiss. Hay algo en sus ojos que me hace sentir tán cercano a él, como si hubiesemos vivido juntos largo tiempo atrás.

Lejos, adentrandonos en la sala que mi tio poseía como despacho, tomando asiento. Recibiría esa sorpresa tán temida como deseada. Desenvolví poco a poco el pañuelo en el que había sido envuelto el objeto que estaba aguardandome en la mesa. Tío Phillionel me miraba arqueando las cejas con expresión impaciente entrelazando los dedos. Finalmente logré desenvolver mi regalo por completo. Cúal sería mi sorpresa al descubrir que se trataba de un viejo libro, de tapas roidas por el tiempo y paginas arrugadas y amarillentas.

-Echale un vistazo. Estoy más que seguro, que su contenido te atraerá. -Me aconsejó tío Phillionel con una sonrisa pícara.

-Si, veamos que puede ofrecerme. -Acepto su sugerencia y a medida que voy pasando las hojas, observando los textos, que parecen haber sido realizados a mano, exclamo. -¡Oh Ceiphied! ¿Cómo es posible que pueda comprender este lenguaje? Este libro no parece reciente. -

El engaño toma forma ante mis ojos. El que yo creía mi tío muestra su autentico aspecto y me dedica una burlona sonrisa. Me levanto furioso.

-Verdaderamente eres tú al que tanto tiempo andaba buscando. -Dice sin perder esa repulsiva sonrisa burlona, cerrando los ojos, aspirando el aire que nos rodea. -Siempre es un autentico placer volver a encontrarle, Mi oscuro señor. -Añade.

"¿Oscuro señor? No comprendo nada."

-Si me lo permites, tán sólo venía a hacerle entrega de ese libro. Estoy seguro que cuando lo haya leido, tomará la decisión adecuada a esta pregunta, ¿Te gustaría que ese deseo por el que tanto luchas se hiciese realidad? -

Sus palabras me dejaron tocado. ¿Acaso ese individuo de rostro risueño, ojos maliciosos, melena oscura y traje extraño sabía lo de mi empeño por curar a Amelia? Le mire desafiante y salí del edificio. Al llegar a casa e ir quitandome el chambergo, aquel libro estaba conmigo pero lo más fascinante sería que la muchacha pelirroja me estaba esperando.

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