
Un tipo irascible e impredicible, movido por sus impulsos o ¿acaso era demasiado emocional? Nunca fue el chico deseado de ninguna chica, nunca fue el elegido para nada, un tipo demasiado extraño, nadie quería acercase a él pero el día que llegó su amigo el conejo a él la opinión de los demás empezó a resbalarle. Muchos pensaban que era un truco para sentirse más seguro, otros que estaba loco y otros preferían guardar sus opiniones, no era para tanto...
-Carl, ¿quién hablas? ¿Es conmigo? -Solía preguntar la preciosa y enamoradiza Sophie ingenuamente, por lo visto una de las pocas en el pueblo que no sabían lo del conejo.
-¡Pues claro que sí, tesoro! -Aparentar, aparentar era para Carl tan fácil mientras su amigo el conejo se cruzaba de hombros y se hacía el ofendido, nunca hablaba.
Carl adoraba a su conejo, no era un conejo cualquiera: era alto, siempre de pie, como cualquier humano y con cualidades muy humanas. A Carl le recordaba vagamente a Roger Rabbit, eso le turbaba pero era incapaz de vivir sin su amigo el conejo. El conejo le metía en más de un problema pero a Carl tampoco le importaba, era su único amigo desde... Desde... Desde hacía años, al menos y como los otros pensaban que estaba loco, todo iba bien o eso creía Carl hasta que un día tuvo una fastidiosa interrogación por parte de Sophie, que poco a poco, quizás por las habladurias de las vecinas, se fue enterando:
-Carl, ¿Soy importante para ti? -preguntó temerosa.
-Supongo... -Respondió Carl mientras pintaba.
-Entonces, ¿me dejarás ver nuestro retrato? -Lo preguntó tal y cómo lo sentía, pensando que estaba ella con Carl, no el conejo. Eso pusó en un aprieto a Carl:
-¡No, no y no! Ni siquiera es tan importante...
-¡Entonces dejáme verlo ya! -Grito ansiosa y con toda la razón... Y efectivamente, su Carl no era tan suyo, era y siempre sería del conejo...
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