martes, 16 de noviembre de 2010

FAN FICTION Mi señor

Ella, que no había tenido mucha fortuna hasta ese momento, sentía una admiración seguida por un amor desbordado hacía su señor, ya que él, cosa que no se pone en duda dada la clase de obras que él ponía en marcha, la había acogido como una más, es decir, no sólo como a una pupila o acompañante, sino como parte de su pequeña familia. Ella, debido a su estricta formación y a la famosa reputación de él, no se atrevía siquiera a pronunciar su nombre, al menos no hasta que una serie de acontecimientos le diesen el valor necesario para hacerlo. Le resultaba vergonzoso pues ella sentía no ser la más indicada para referirse a su señor con tal confianza, le habían enseñado a verlo como un acto atrevido e irrespetuoso. Sin embargo, él, cansado de tantos formalismos, solía animarla a tratarle, más como un amigo que como su señor, cosa que a muchos sorprendía y a otros enojaba. Siempre fue un hombre con unas ideas demasiado avanzadas para la época en la que vivió. Encontrandola una mañana, a muy temprana hora, levantada y suspirante, sentada en uno de los primeros escalones que llevaban al sotano, lugar en el que él emprendía estudios e investigaciones, que a la larga solían ser muy importantes dentro de la comunidad de hechiceros. Quizás nunca logró verla, pero con los años, no le hizo mucha falta pues llegó a conocerla mejor incluso que ella a si misma. Sus suspiros parecían lamentos reprimidos, o eso supusó él acertando sin siquiera proponerselo, por lo que tratando de apaciguar su tristeza, sentandose a su lado, comenzó a compartir con ella, parte de las investigaciones, menos ortodoxas que estaba, en aquellos momentos, emprendiendo. Los suspiros cesaron pues estaba totalmente embelesada con lo que él decía. Los ojos le brillaban, no podía evitarlo, pues se sentía tán privilegiada de escuchar aquellas cosas, muchas de ellas estudiadas y otras totalmente desconocidas. Cuando acabó, ambos se levantaron y fue cuando surgió la pregunta, cuya respuesta alargaría esos momentos tán deseados y a menudos necesarios para ella.
-Mi señor... Rezo... -Se esforzó por llamarlo por su nombre dado que serían compañeros a partir de ese momento, aunque cada vez que lo pronunciaba sus mejillas se sonrojaban con facilidad. -... ¿Podría ayudarle?... Para mí sería un honor... Yo...
-Te estaría muy agradecido...
Él no necesito decir más, esas palabras, inesperadas, animaron de tal modo a la muchacha que estuvo dispuesta a todo. Cosa que a él le complació muchísimo, ya que sus anteriores colaboradores le ponían demasiadas trabas. Ella, aunque demasiado curiosa, era mucho más sumisa, por no decir, encantadora. A veces a ella le resultaba difícil, había estudiado y tenía buen dominio sobre la magía pero algunas formulas eran bastante complejas para ella, ella, aunque amante de la ciencia, no había tenido mucha oportunidad de aprenderla debidamente, lo que sabía era gracias a su incansable gusto por la lectura, ella leía toda clase de libros, desde novelas de aventuras hasta los tediosos y más difíciles de encontrar libros de Alquimía. Ella era todo un diamante en bruto. A medida que sus investigaciones avanzaban, con mayor rapidez, él se sentía más feliz, más cercano a una deseada meta y eso a ella le hacía el doble de feliz. Qué pena, que los acontecimientos posteriores retorcieran tanto las cosas. Ella comenzó a presentirlo cuando los viajes de su señor se volvieron más y más prolongados pero no era quien para ponerse a investigar. Eso sería aún peor.

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