miércoles, 2 de marzo de 2011

FanFic Slayers RED GLUTTONY II


Dibujo de Rezo, El monje rojo ^^ Tál y como aparece en el manga ^^ Espero que os guste, lo he dibujado todo lo mejor que he sido capaz ^^

NOTA DEL AUTOR (O AUTORA XD):
En el primer trozo de lo que sería este capítulo o parte final del Fanfic quería que conocieraís un poco a Hermes Trimegisto (o Clow Reed) y quería ir tanteando un poco como se debió de formar esa unión entre un demonio, un angel y un hechicero astral contra Kaos Lord Khem ^^ Pero en este me voy a poner con Khem y la creación de la piedra magica, que nada tiene que ver con La piedra filosofal tán famosa pero si con La piedra filosofal que aparece en Slayers ^^ Puede que personajes como Marianna y su hermana mayor os recuerden a Luna y Lina pero os aseguro que no son ellas y sus circunstancias tampoco son las mismas porque Marianna es más poderosa que su hermana mayor y la hermana es una hechicera bastante normal... Tematica un poco subidita de tono ^^'

Cerberuss se encontraba paseando por el bosque. Antes de lanzarse trás otra bruja de cabellos de fuego, deseaba vagar por los bosques que poseían sus tierras. Era una costumbre malsana según Khem, que conocía mejor al joven que el propio joven a sí mismo, sin embargo se lo consentía. Esos paseos a tán temprana hora de la mañana le hacían recordar a su buen compañero y único amigo, aún vivo, Dilgear. A mitad del trayecto, unos llantos aniñados le harían alejarse del recuerdo del hombre-bestía. No serían tán sólo los llantos lo que le harían actuar, ya que el medallón de doradas cadenas y gran piedra de rojo brillaría a cada momento más y más intensamente, como indicando la presencia de algo que debía ser encontrado.
-Qué pronto. -Protestaría el joven, mirando a diestro y siniestro, preparandose para una posible batalla. Algunas brujas eran muchachas hermosas pero con un caracter muy marcado. Hijas abandonadas, mujeres injustamente castigadas o simplemente damas que al verse obligadas a vivir escondidas como lobas había desarrollado un instinto animal dificil de calmar. Cerberuss había experimentado las llamas lanzadas con rabia contra él en varias ocasiones, el miedo al fracaso, al castigo de su señor le convertía en un muchacho sorprendentemente testarudo, ella o ellas le lanzaban toda clase de hechizos pero él se negaba a marcharse, no hasta lograr que alguna o esa que le atacaba, le acompañase. Su fama, durante el largo tiempo en que se llevaron a cabo diversas persecuciones a brujas, se hizo notable. El creador del libro que había originado todo aquello fue de los primeros en desear conocerle, de conversar cara a cara con él pero Cerberuss, con delicadeza, rechazaba sus invitaciones. El no hacía ningún trabajo admirable, él simplemente atrapaba o engañaba muchachas pelirrojas por orden y deseo de su amo y señor. La persona dueña de aquellos llantos y gritos de aguda amargura pronto apareció ante Cerberuss. No era más que una muchachita, de edad similar a la de Sira, dedujó el joven. Acercandose a ella, que no lograba retomar su desesperada marcha, Cerberuss bajo los ojos arqueando una ceja, simplemente preguntó:
-¿Por qué lloras? -
La chiquilla estaba tán alterada que no lograba contestar a su pregunta, sus manos estaban sobre sus ojos con los dedos extendidos. Su ropa estaba desgarrada y en sus brazos se apreciaban marcas de oscuro color de dedos. Cerberuss iba a acercarse un poco más para ayudarla a ponerse de pie, estaba claro que la muchachita había recibido una dura paliza. Una voz masculina le detuvó:
-Apartate de mi hija.-
Aquel tono autoritario le trajó muy malos recuerdos. La llorarera de la chiquilla se volvió más rotunda al reconocer la voz de el hombre que era su padre pero no era merecedor de serlo. Lagrimas y mocos caían por su cara. Su nariz se volvía tán rosada como sus mejillas. Una rabia ciega recorrió el cuerpo de Cerberuss cuando el hombre obligó a la chiquilla a levantarse agarrandole la mano bruscamente, en la misma parte donde Cerberuss vió una de las marcas que poseía el cuerpo de la chiquilla. Los dientes de Cerberuss rechinaron al escuchar las palabras que le dedicó a su asustada y avergonzada hija. Palabras tales como:
-¿Dónde te habías metido pequeña zorra? ¡A tu padre casi le da un infarto! ¡Ahora regresemos y acabemos lo que teníamos! -
Ella, la chiquilla se resistía, girando la cabeza, dirigió una mirada suplicante a Cerberuss, que sin ser capaz de reprimir su rabia convertida en odio, fue desembainando su espada mientras el hombre, ese desgraciado hombre, retorciendo la mano a su hija, había comenzado a alejarse con ella practicamente medio sentada, arrastrada por el sucio suelo de tierra y barro. Sabía que un buen noble debía resolver las situaciones con templanza y mediante palabras pero la idea que ese monstruo volviese a levantar la mano contra la chiquilla, le superaba, le enrabieta, le inflamaba el cuerpo y el espiritu de odio, por lo que, viendolo como a un ser despreciable, un ser que no debía existir, al poco de desembainar su espada, Cerberuss, rapido y silencioso como un zorro, lo mató mediante una estocada bastante practicada. Para cuando el hombre se dió cuenta de lo sucedido, la espada que le había atravesado por detrás, ya había salido. La mano del hombre dejó de presionar la muñeca de la chiquilla, que permaneció quieta, sin emitir sonido, observando a su padre desplomarse con una mano sobre el pecho. La había clavado con tanta rabia que no había previsto que podría traspasar sus organos llegando así a traspasar totalmente el cuerpo del hombre. La espada se encontraba toda ensangrentada. Cerberuss la contempló con expresión triunfal, sintiendose satisfecho, por una vez, de tenerla entre sus manos. Si en Sairaag se hablaba de una espada magíca cuyo poder residía en la voluntad del portador, esta espada al igual que su creador acrementaba su función gracias al ser usada con odio o gran dosis de rabia. Colocando la espada sobre el hombro izquierdo, retirandose algunos mechones con la otra mano, Cerberuss interrogó a la chiquilla.
-¿Realmente ese cabrón era tu padre? -
La muchachita asintió encaminando sus ojos hacía aquel que la había salvado.
-Si te digo que no me arrepiento ni un poquito de haberle matado, ¿qué me contestarás? -
La chiquilla se llevó un dedo a la boca pensativa, entre hipidos, logró decir:
-Es comprensible. Mi padre se lo merecía. -
Cerberuss guardó la espada y complacido ante la respuesta de la chiquilla le tendiendole una mano, la chiquilla se pusó en pie aunque sus piernas temblaban haciendole dificultoso no volver a caer. El medallón brilló de forma insoportable. La chiquilla colocó una mano sobre su frente a modo de protección, el joven entrecerró los ojos. Ya no había duda, la chiquilla debía de ser una bruja pues no había nadie más que encajase.
-¿Por qué brilla tu medallón? -Preguntó la chiquilla, en su voz se apreciaba la curiosidad y el miedo.
Cerberuss se lo metió dentro de la camisa. Aún brillaba con fulgor pero tanto la chiquilla como Cerberuss podrían abrir los ojos. Cerberuss se mordió el labio inferior, aunque la pregunta era sencilla, la respuesta debía ser no sólo sencilla, tenía que ser algo que no asustase a la ya de por si asustada chiquilla. Como tampoco quería mentirla, mostrandole una sonrisa le dijó:
-Me ayuda a encontrar a gente especial. -
La muchacha ladeó la cabeza y posó sus azulones ojos sobre él, llevandose las manos a la espalda, entrelazandolas, diría:
-Pues creo que está roto. Yo no soy especial. -
-Bueno... Entonces continuaré con mi busqueda. -Le dijó a modo de despedida Cerheruss y fingió continuar con su paseo. Al girar la cabeza, la chiquilla caminaba, como bien podía, poniendose a su lado.
-Creí que no eras especial. -Le recordó Cerberuss con una expresión burlona. La muchachita replicó:
-Ya pero a lo mejor sí. -
El joven le sonrió. La chiquilla sonrió también, arrimandose cariñosamente a él. Aunque el medallón brilló, lo cúal fue visto por el joven como una muestra retorcida de fortuna, debía ser Khem quien confirmase su exito, lo cúal implicaba dos posibilidades desfavorables para la chiquilla. A lo mejor, siendo optimistas, está era la última bruja que su señor le requería.
-Hoy regresas antes. ¿He de alegrarme o enojarme? -Fueron las palabras que le dedicó desde la entrada su señor. Un hombre que a simple vista no parecía maligno, todo lo contrario, un joven de finos modales, sobrio aspecto e inalterable sonrisa. Cerberuss caminó con la chiquilla hasta llegar frente a él. La bonita sonrisa del joven se deshizo. Con el ceño fruncido apartó a la chiquilla un poco, había ido todo el camino agarrada a él. La muchachita se sintió despreciada, como si aquella atmosfera de camaraderia y afecto se hubiese ido antes de poder impedirlo, y muy fragil. Antes de mirar de nuevo al joven hermoso vestido de rojo, miró con ojos de cordero degollado a su salvador, la mirada que éste le devolvió fue tán serena que casi la chiquilla se echó a llorar. Cerberuss no quería encariñarse con ella, en realidad, intentaba no encariñarse con ninguna de sus prisioneras de rojos cabellos. Los labios de la chiquilla temblaban al igual que todo su cuerpo pero de lagrimas, nada pues las estaba conteniendo con todas sus fuerzas. Sus manos se mantenían en una posición similar a la de estar orando, su respiración tampoco parecía muy regular. El hechicero dirigió su rostro hacía donde supusó que se encontraba la bruja y exclamó con voz delicada:
-Si mis sentidos no me engañan esta mañana, he de alegrarme pues me has cumplido con tu tarea. - Sonriendo, preguntaría a la chiquilla algo. -¿Cómo te llamas pequeña?
La chiquilla mirando al suelo, observando sus sucios y descalzos pies sobre el limpio y pulido suelo, diría, apenas audible:
-Keyla, buen señor. -
-La bella. Un nombre que espero sea cierto. -Comentaría con una sonrisa picara. -Ven conmigo un momento, necesito averiguar algo más sobre ti. -Añadió extendiendole una mano.
La chiquilla dudó, pero no tardaría mucho en dar su mano al hechicero todo vestido de rojo, adentrandose así en el castillo, conducida docilmente a una gran habitación, compuesta por dos zonas bien diferenciadas. En la primera zona había una gran cama y un armario de buen tamaño y una mesita. En la otra, en cambio había una mesa de tamaño mediano, un sillón y toda una pared de estanteria, repleta de libros y objetos curiosos. En cuanto la chiquilla entró, el joven cerró la puerta con llave. Un ligero clic bastó para que la habitación no se pudiese abrir desde dentro a menos que el hechicero quisiese. A la muchachita no le gustó ese sonido, era un sonido demasiado familiar, demasiado aclarador de intenciones. La chiquilla avanzó por la habitación lentamente, temerosa de revivir un evento del que se creía salvada.
-¿Serías tán amable de ir quitandote la ropa? -Le indicó mientras se sentaba en el borde de la cama. -Lo que he de comprobar se encuentra en tu cuerpo. -
La chiquilla abrió los ojos y la boca al mismo tiempo, esas palabras confirmaban sus temores. Con la misma rapidez que había abierto los ojos y boca, respirando profundamente, los cerraría y iría quitandose torpemente las pocas prendas de las que disponía aquella mañana. Eso sí, antes de comenzar, se giró pues no podría hacerlo mirandole a la cara. Que no se hubiese negado energicamente o que no se hubiese puesto a llorar ante la petición de mostrarle su cuerpo desprovisto de ropa hizo sospechar al hechicero de rojo. Las otras muchachas, especialmente Kisa, no se lo concedieron tán mansamente, lo que provocó una situación más vergonzosa para ellas pues a él no le importó ni le hizo sentir degenerado el tener que quitarles la ropa a la fuerza. Sinceramente, le encantó, era medianoche, Cerberuss entró en su habitación con la muchacha dando patadas y lanzando toda clase de gritos, los insultos más devastadores que conocía, sus ojos brillaron furiosos cuando le pidió con las mismas palabras lo que acababa de pedir a la chiquilla, no sería lo único que brillase esa noche, las bolas de fuego que le lanzarían acompañarína al no que salió de sus labios. Crecería el fuego en sus manos antes de ser contenido por las manos del hechicero de rojo, quizás que sus ojos almendrados se encontrasen con los rojos y aterradores ojos de Khem ayudase a templar a esa joven diosa de fuego. Sus atributos femeninos estaban bien repartidos, senos plenamente desarrollados y una vulva cuyos labios mayores y menores no habían sido abiertos se encontraba rodeada por unos desigualados y espesos pelos puvicos, no estaban nada mal. Podría haber ido un poco más allá pero según la actitud de la chica, la exploración era más sencilla o más compleja. En poco tiempo sus sospechas se volverían reales o quedarían como meras sospechas. La chiquilla volvió a girarse al tiempo que decía:
-Ya... Ya estoy. -
-Acercate pues. -Le ordenó sin que su voz sonase ruda o exigente a la chiquilla. -Cuanto antes sea hecho, mejor. Soy un hombre muy ocupado. -Mencionó apremiandola.
La muchachita dió unos pasos sin objecciones. El joven posó sus dedos sobre su rostro. A juzgar por sus rasgos, nariz pequeña, ojos grandes y labios regordetes, no debía de sobrepasar los quince años. De todos modos, siguió recorriendo su cuerpo con sus largos dedos, deteniendose, como no, en la parte que correspondería al busto. Al llegar hasta la pequeña protuberancia que correspondería a sus senos, sus pechos camino de acrementarse hasta llegar a un tamaño y forma redondeada, firme y deseable, sus dedos se detuvieron para a continuación separarse girando de forma circular, dandole al hechicero de rojo una idea más aproximada de su apariencia. Palpandolos un buen rato, con una sonrisa, concluyó:
-Me alegra comprobar que por el momento no hay alteraciones pero me los imaginaba menos caidos. -
Al contrario de lo que le hubiese gustado, la chiquilla no mostró su verguenza abiertamente, sus mejillas se tiñieron de un marcado rojo, nada más. El hechicero de rojo retomó su examinación, dirigiendo sus dedos hacía las caderas de la chiquilla. Aunque se apreciaba un poco de curvatura, no era gran cosa. El hechicero de ropas de rojo color no se sentía sorprendido, quizás sutilmente decepcionado. La situación cambiaría al examinar la parte más intima de la muchachita. A menudo, a muchos les gustaba comparar el sexo femenino con una flor pues la imagen que ofrecía al dejar al descubierto el clitoris, con los labios abiertos, de par en par, recordaba la forma de una flor abierta, con todos los caprichosos pliegues extendidos. Al colocar e ir adentrando algunos dedos sobre los labios menores y mayores en lo que vendría a ser la vulva, el himen, que siendo una capa fina y frágil, no se hubiese roto, trajó un resultado inesperado, posible y disgustante. Al sacar los dedos, a la chiquilla se le escapó un suspiro.
-Hemos acabado. Vuelve a vestirte. -Le comunicó sacando un pañuelo de tela para limpiarse los dedos, que se habían impregnado de algún fluido vaginal. -Dile al apuesto joven que te ha traido hasta mí que venga. -Añadió mientras la chiquilla, aún sorprendida y agradecida por no haber sido violada, recogía sus ropas y se las iba poniendo a toda prisa.
-El señor requiere vuestra presencia en sus aposentos. -Exclamó la muchachita deteniendose al encontrar a Cerberuss.
El joven estaba aparentemente tranquilo pero por dentro era un manojo de nervios. Se presentó sin tardanza, a su señor no le gustaba esperar, podía pero no le agradaba en absoluto. La chiquilla se quedó en mitad de la entrada, no sabía a dónde ir, no sabía con quien ir, la pobre sólo trataba de mantener su ya dañada integridad a flote. Las buenas muchachas tenían que mantener su pureza hasta encontrar al que sería su esposo lo que le quedase de vida. Su flor sólo sería deshojada por esa persona. Cosas de la vida, su flor ya había sido deshojada y ya no podría ir con la cabeza alta, la desgracia la abordaba pues aunque la gente no sabía quien había ese ladrón, hablaban y hablaban de ello. La miraban de forma parecida a la que miraban a los puteros o a las brujas. Esperar las duras palabras o el castigo que aquel joven señor le daría era una actividad insoportable pero no sabía que otra cosa hacer. Cerberuss llegó a los aposentos pero antes de abrir la puerta, respiro hondo, hinchó pecho y dijó:
-¿Me llamaba, Mi señor? -
-Sí. -Le respondió éste desde dentro. -Pasa y no olvides cerrar la puerta bien. -
No fue necesario explicar al joven que la cerrase con llave. Un clic sonó por tercera vez aquella mañana. Su amo y señor le esperaba sentado en el sillón con los brazos apoyados en la mesa que estaba en la zona más lejana a la puerta. A Cerberuss le daba la vaga impresión de encontrarse en el despacho de algún diplomatico o rey. Avanzó hasta allí con paso firme, apretando los puños, esforzandose por contener sus nervios. Ya no era un crio, podría llevar la situación de igual a igual. Sin embargo siempre se sentía tán minusculo frente a su señor, sintiendose así no podía ni hablar. Paró frente a él colocando sus manos hacía atrás entrelazandolas y alzando la mirada con evidente esfuerzo. A Khem le fascinaba ver algo de Dilgear en el joven. El hechicero de rojas ropas fue muy directo con Cerberuss en sus preguntas, estaba enfadado porque que por para él que un trabajo hubiese sido cumplido a medias, no era un trabajo cumplido.
-Lo primero de todo, mi muchacho, ¿dónde encontraste a la señorita Keyla? -Preguntó. Lo que en ese momento quería era confirmar que la muchachita no era una prostituta. Cerberuss le respondió sin tardar ni un minuto:
-En el bosque, Mi señor. -
Khem arqueó una ceja y continuó preguntando:
-De ahí tu repentina llegada. ¿Cómo lograste que viniese tán sumisamente? -
-Maté a su padre y sintiendose sola eligió seguirme al proponerselo. -Contestó. En su rostro se dibujó una sonrisilla, recordando a ese mal padre, que ya yacía muerto siendo comido por algún animal. El hechicero colocó sus manos cuyos dedos se encontraban entrelazados como indicio de la curiosidad que le produjó ese hecho. Cerberuss empezaba a impartir su propia justicia o tán sólo tenía ganas de matar a alguien. No, ese asesinato se debió a un fuerte odio. Como lo habría disfrutado Khem.
-Sólo por curiosidad, antes de matarle, ¿qué sentías?-
Enrevesada pregunta. Cerberuss no compartía muchas cosas con Khem, ya que a Khem no le interesaba de forma afectiva Cerberuss pero a veces, solía hacerle preguntas muy personales, quizás para certificar que el desarrollo fisíco y mental de Cerberuss iba como el quería que fuese. Cerberuss dió un ligero resoplido, no esperaba esa pregunta. por lo que su respuesta fue satisfactoriamente sincera:
-Un desprecio inimaginable. -
-¿Crees que fue forzada? En caso de haberlo sido, más te vale no haberla corrompido tú. -
Las palabras o mejor dicho, las insunuación de su señor dejó a Cerberuss tan enojado como sorprendido.
-¿Violada? Mi señor, ¿Violada por mí? Le juró que yo sólo la trajé conmigo, nada más. -No pudó evitar exclamar Cerberuss alzandose su voz por la provocación de ser considerado eso que insinuaba su señor.
-Mas te convendría. El día que descubrá que has tocado a alguna de las brujas, te castraré de la forma más dolorosa posible. -Le advirtió. Sabía que no lo haría, que no tendría ni el coraje ni la iniciativa pero a Khem le complacía tanto picarle, le hacía sentir un placer que pocas cosas se le igualaban. -Estás en un periodo en que la lujuria se desata con mayor facilidad. ¿O acaso crees que no se a lo que dedicas algunas veces? -Apostilló ladeando la cabeza saboreando como el enfado se tornaba en pudor. Antes de dar su temida orden, Khem dijo:
-No te sofoques, sé que ha sido el propio padre. Tu debido a tu enfermedad y puritanismo, no te atreves a mantener esa clase de relaciones con una dama. Ni siquiera con prostitutas. -
La muchachita correía hacía Cerberuss para abrazarle. El joven, que había logrado mantener la calmar todo ese tiempo, incapaz de aguantar más, se derrumbó frente a Keyra. Cerberuss a orden de su impasible señor debía darle muerte. No tenía por qué pero al igual que pasó con la bruja que iba a ser quemada, si no le valía, para que permitir que continuase viviendo.

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