jueves, 14 de julio de 2011

CIRCUS CIRCUS Despierta

-En serio, de repente... El fuego fue surgiendo y lo fue arrasando todo... Los muebles, mi madre... ¡Todo fue devorado por las llamas! -Contaba Piro casi extasiado, alzando la voz en las partes que más le emocionaban. Nosotros le escuchabamos sin decir palabra, alguno asentía con los ojos abiertos, cautivado por el rememoramiento de semejante prodigio.

La historia acabaría de mala manera cuando un "cuidador" le regañaría interrumpiendolo inesperadamente.

-¡Ya vale Steve! ¡El doctor te prohibió revivir ese acontecimiento! -

Lo cúal enfurecería a Piro que se encontraba a punto de decirnos que todo eso había pasado porque él mismo lo provocó. Levantandose le gritaría:

-¡Mi nombre es Stephen capullo! ¡Además yo lo revivo cuando quiera no cuando quiera ese saco de huesos! -

Por mal comportamiento fue llevado ante el doctor. Así acaban las cosas más a menudo de lo que a uno le gustaría. Aún sentados en el frio suelo vimos como ese tipo se llevaba a Piro a la fuerza, agarrandolo y tirando de él con sus fuertes y enormes brazos. Cuando regresó, cada uno estabamos ocupados, concentrados en otras tareas. Dibujando en el suelo con una tiza de pequeño tamaño, no paraba de pensar en María. Si el Doctor Von Klauss tenía razón, habíamos ido a parar a la misma casa de locos pero seguramente ella se hallase en la zona femenina. No había zona femenina, por lo que mi primera hipotesis fue erronea pero sí estaba en otra zona, ahí tanto mujeres como hombres andabamos repartidos como bien se podía. Piro, más calmado, gracias a algún medicamento, se sentó a mí lado para observar el dibujo que hacía mediante trazos sencillos pero elegantes. Él decía que también sabía dibujar pero que no era tán talentoso. Acabado el dibujo, la imagen que retenía de María, todos se dirigieron hasta mi rincón para verlo. A veces resultaba asfixiante ser tán admirado. Afinando oidos, lo borré, el Doctor definido acertadamente por Piro como saco de huesos estaba a punto de llegar.

-¡Jooooohhhh! -Musitarían mis admiradores.

Tener una charla delicada con aquel hombre era lo menos que me apetecía. En la pequeña sala en la que eramos llevados para hablar y hablar de heridas que no cicatrizaban como era conveniente, nos sentamos frente a frente separados por una mesa vieja de madera que ofrecía un aspecto tán lamentable como muchos de nosotros, los pacientes. Esa vez quisó centrar la conversación en las personas que yo consideraba más influyentes en mi infancia.

-No suena muy original por su parte, Doctor. -Le reproché sonriente.

-Pues es lo que más me interesa hoy. -Me replicaría molesto, fingiendo no darle importancia.

-Está bien. Jules Blackfield, Jack N y Lautremont hasta el momento. -Solté con voz cansina.

Él se dispusó a anotarlos en su elegante cuadernillo y preguntó con mirada tediosa:

-¿Alguno más? Sabe que puede confiar en mí, que lo que diga no saldrá de entre nosotros dos. -

Este doctor no me agradaba, mostraba tán poco interés, como si las cosas que le contasemos las hubiese escuchado tantas veces que hubiesen perdido el sentido para él. Al menos en el Doctor Von Klauss se veía que escuchar nuestros trapos sucios le gustaba. Probablemente hacía tiempo que había perdido ese vigor. No iba a soltar ni una palabra más. Si no había atención, la función terminaría pronto.

-No, no recuerdo ninguno más. -Mentí pero me salió muy natural.

-¿Está seguro? El Doctor Von Klauss insiste en que una vez hubo alguien que fue una buena influencia para Ud. -Dijo y sus ojos ante mi expresión de rabia y perplejidad brillaron por un instante. Vaya, vaya con el Doctor Von Klauss. Era todo un cabrón. Poniendo las manos sobre la mesa, lo admití:

-Es cierto pero tampoco mantuve una relación muy larga con él. -

-Eso da igual. ¿Cúal es su nombre? -Replicó el Doctor. Su voz iba ganando fuerza.

-Ya debería saberlo. -Le respondi malicioso. -¿O acaso el Doctor Von Klauss no se lo dijo? -

Me sentí ganador de nuevo, como si hubiese vuelto a mandar dentro de aquella pequeña habitación de nuevo. El Doctor insistió en saberlo varias veces. Yo me acomode con una gran sonrisa pero que el recuerdo de Viktor el prodigioso volviese a mí mente, me removió por dentro. No era como la tristeza pero si como si un fuerte y grueso nudo hubiese sido colocado en mi interior. Debí de perder la consciencia pues la sesión fue interrumpida para llevarme de inmediato a otra sala, para averiguar a qué se debía ese desvanecimiento. Fue raro pero bonito a su vez porque desde ese momento me vería premiado al igual que Piro, inexplicablemente.

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