lunes, 18 de julio de 2011

WELCOME to HELL - Kuroshitsuji

Echar un ojo a los documentos de la señorita Juliette y la señora Grey era como adentrarse en un laberinto de recuerdos y vivencias decadentes y retorcidas. No era agradable pero había algo de encantador en todo eso que nos animaba a seguir recorriendolo. Juliette, la hermosa y cortés Juliette nos explicaba con una entereza admirable cómo había conseguido aquella fotografía. Una fotografía que debía de ser bastante especial.

-La encontré entre las cosas de Jules. -Comentaba con la voz entristecida al rememorar ese momento. -Al principio iba a quemarla junto con todas sus otras pertenencias pero... No me atreví. -

-¿Quienes son? -Quisé saber dejando a un lado esa información, a mi parecer, innecesaria por su parte. En la fotografia se podían observar tres personas, una bella aunque extraña mujer con una niñita de similar encanto sentada sobre su larga falda y un niño de pie a su lado. Los tres sonreían pero la única que en verdad parecía albergar felicidad en sus ojos era la niñita. Los ojos del joven parecían tán lejanos, como si mirase a un punto perdido de la habitación. Los tonos oscuros de la fotografía hacían difícil identificar el lugar. Los pocos tonos claros que habían eran gracias al vestido de la chiquilla y sus claras pieles. La señora Grey tomó el libro para acercarselo y un gesto duditativo, dijo:

-Creo que por aquí ha de haber algo sobre ellos... -

La señora Grey se detuvó, trás sus gruesas gafas sus ojos acababan de encontrar una serie de frases que componian una breve anotación. Aclarandose la garganta, se dispusó a leerla en voz bien alta.

-La señora Rose acompañada por sus dos adorables hijos, cuyas vestimentas han sido realizas por la habilidosa e imaginativa costurera. -

-Mmm suena muy trivial. -Comenté, un poco decepcionado. -¿No hay nada más escrito? -

-Sí, montones de cosas pero no sé si habrá alguna más en relación al Titiritero. -Me respondió con energía la señora Grey apartando el libro, quedando éste de nuevo en la mitad de la mesita.

-Puede que sí pero no es un texto muy verídico. -Añadió Juliette. -Marleen, avancemos unas paginas más. -Diría a la señora Grey con tono autoritario pero sin perder su dulzura habitual.

La señora Grey obedeció sin rechistar. Lo que se nos sería mostrado sería una bonita ilustración, con trazos tán ligeros y rapidos que daba a primera vista la sensación de ser un simple boceto pero cuidadamente coloreado por algunas zonas de rojo y negro. Lo demás serían letras y más letras. A partir del segundo parrafo, la caligrafía era bruscamente diferente.

-Es el cuento que Blackfield realizó para él. -Pensé en voz alta.

-Efectivamente. O más certeramente, su borrador. -Me corregiría Juliette.

-Blackfield siempre ha tenido mucho talento. -Masculló la señora Grey. Sus palabras salieron como flechas lanzadas con gran fuerza y enojo. -No todo lo escrito era ficción. Ese monstruo le contó algunas cosillas horripilantes. -

-Suena interesante, ¿creen que también compartió con él dónde encontrarle? -

Mis palabras dejaron muy pensativas a las damas. De inmediato cogieron el libro y comenzaron a repasar las anotaciones. Pasada otra media hora, resoplando, sería la señora Grey la que concluiría la busqueda con estas palabras:

-Me temó que no... Bueno, sólo menciona una vez que solía actuar por la plaza de la ciudad pero nada más. -

-Y aún actua allí. -Exclamó W. Todos nos giramos para mirarle. Era lo primero que decía en todo el tiempo que duró la estancia. -Yo le veo de vez en cuando. Es un tipo raro. -

Nos marchamos portando con nosotros el gran libro. Deseaba examinar toda esa parte personalmente, con mayor calma y tiempo. Ambas damas me lo permitieron pero me hicieron prometerles que en cuanto lo encontrase, les alertase sin falta.

-Así lo hare. -Mentí sonriente, consciente de que si lo encontraba, probablemente habría sangre de por medio. La justicia en el Infierno no es igual que en el resto de la ciudad. Nosotros preferimos quedarnos tuertos y sin dientes antes que dejar a alguien de fuera solucionar nuestros problemas.

En algún lugar lejano, ahí estaría él, buscando "amigos", sin otra preocupación. Sin temor a la justicia ni arrepentimientos. Recorriendo los lugares de peor fama de la grisacea y neblosa ciudad capital de Inglaterra. Todas las calles a sus ojos eran parecidas a las de la ciudad que había dejado para cumplir un trato. Claro que la emoción que le acompañaba esa noche no era de nostalgia o pena, simplemente se sentía un poco extraño. Ni la pensión en la que residiría esos días ni el dinero suministrado por Williams le llenaban realmente. Tán sólo tenía a su lado a Rose Lee, la cúal dormía en su cajita dejada sobre el sucio suelo de la habitación de la pensión. Londres era similar a su ciudad pero no tán igual. Había lugares mucho más cautivadores y su historia era más extensa pero sabía que allí no podía reunirse con sus amiguitos. Las prostitutas, de diversas edades pero sin bajar de los veintipocos, le miraban y le lanzaban toda clase de piropos, todos muy subiditos de tono. Él sabía que sólo trataban de llamar su atención. Todas eran iguales. Con respecto a si había o no alguna mandamás como Jo, allí los que mandaban eran sus chulos, todos hombres. Los borrachos se dejaban caer apoyados sobre las fachadas devolviendole miradas amenazadoras o de enojo. Los locales parecían abarrotados y toda clase de ruidos y gritos se podían escuchar provenientes de su interior. Eligiendo uno al azar, se sentaría y degustaría algunas jarras de la cerveza más celebre de por allí. Pensando en que aquello seguía sin consolarle ni apaciguarle, se propondría conseguir algo más espectacular.

-He oido que traes muy buena coca. -

-¿Así? ¿Quién ha ido diciendo eso? -Le bacilaría el particular caballero de origen chino, Lau. Mandamás entre los traficantes de las diversas zonas de la ciudad.

-¿La tienes o no? He recorrido todas las zonas de la ciudad y ninguno ha sabido satisfacerme. -Insistió ignorando la primera respuesta de Lau. Adoptando un aire más serio, diría:

-Si te digo que si y luego resulta que soy un mentiroso. ¿Te enfadarías conmigo o con uno de mis camellos? -

-Pensaría que eres un charlatán como todos los otros. -Respondió él mirandole fijamente a los ojos, los cúales eran tán pequeños y rasgados que apenas parecían estar abiertos.

Acomodandose en su sofá favorito, Lau se echaría a reir ante la seria mirada de aquel extraño cliente.

-Entonces podría engañarte pero eso dañaría mi fama, ¿verdad? -

-Claro y ¿qué sería de su imperio sin fama? -Le soltó el Titiritero consciente de que un individuo que basa su poder y su riqueza en un negocio tán territorial y volatil podía ser devorado por los rivales si no era considerado como el mejor por la clientela. Lau abriría sus ojos agradablemente sorprendido. Aquel tipo le cayó bien, parecía albergar una moderada astucia. Antes de complacerle quisó comprobar hasta qué punto mostraría su astucia.

-Uy, se vendría abajo como una montaña de cartas. ¿Sería Ud capaz de que me ocurriese algo así? -

-Sólo si Ud lo permitiese al entregarme una mercancia de baja calidad. -Le contestó. Cuantas más preguntas de ese tipo le lanzaba el elegante caballero chino, al Titiritero más le gustaba ese jueguecito, porque estaba claro que era un juego. -Conque, siendo sincero, ¿será Ud quién me satisfará con su mejor coca? -Añadió dando fin al juego. Lau se levantó y dando un sonoro aplauso, exclamó:

-¡Si señor! ¡La tengo y se la dejaré probar a muy buen precio! -

Al rato trás un sonoro grito una deslumbrante dama ataviada por un sensual traje tradicional chino de vivos colores llegó hasta el salón en el que ambos hombres se encontraban. En una bandeja traía una gruesa bolsita llena por una sustancia blanca y polvorosa que recordaba a la harina. Los rasgos aniñados de la joven oriental agradaron al Titiritero. Su cabello era tán oscuro como el de Lau pero su flequillo se hallaba más ordenado sobre su frente como finas capas de tela negra. Su cabello, seguramente más largo y liso, había sido recogido por dos graciosos moñitos. En la mitad de cabeza, una gran flor a juego con su vestido estaba colocada sin desordenar ni un cabello. Sin salir ni una sola palabra de su pequeña y apetecible boca de labios fuertemente rosados la dama se aproximó a él. Lau con una gran sonrisa le indicó el precio, que el Titiritero pagó sin queja alguna. Ran-Mao, así llamada esa preciosidad asíatica, miraría a Lau. Era la primera vez que un cliente no se abalanzaba furioso contra su señor. Generalmente los precios que Lau imponía eran bastante altos.

-¿Qué te ha parecido, hermana? Creo que es de los pocos clientes que ha llegado a fascinarme. -Le comentó Lau al poco de verle marcharse, sentado fumando su elegante y antigua pipa mientras Ran-Mao le miraba.

-Es extraño. -Fue lo único que dijo.

-Bueno, a mí eso no me parece malo. Ójala todos los tipos raros que vienen pagasen sin quejarse como ha hecho él. -Pensaría en voz alta Lau acariciando cariñosamente la cabeza a Ran-Mao.



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