sábado, 30 de julio de 2011

WELCOME to HELL - Kuroshitsuji

NOTA DEL AUTOR (O AUTORA XD):
Aviso, a mi me gusta el Shotacon (porque lo veo como algo fantaseado) y me gusta denunciar cosas asi que como ya habré dicho mil millones de veces esta parte va a ser de contenido fuerte, conque avisados quedais ^^ Claro que ire con delicadeza ^^'

"El amor no tiene edad... ¡Eso es una mentira grande como una casa! Porque si asi fuese los caballeros de mi condición no seriamos condenados como lo somos"
Jules Blackfield - Escritor e ilustrador de procedencia inglesa


Por el momento, Susanne demostraba ser la más inteligente de los tres. Tán agradable como complaciente, tál y como yo y otros chiquillos hicimos. Nada de diversión había en ello y nada de orgulloso, sólo la esperanza de seguir con vida. Qué decepción debía de sentir, la ilusión se caía a pedazos cada vez con mayor rapidez. Señorito Phantomhive, todo dolorido y atemorizado, sin tu mayordomo demoniaco a tu lado, no estás demostrando ni demasiada astucia pero sin embargo, hay que reconocerte, que coraje no te falta pero ¿tendrás la suficiente para mirar a los ojos a la muerte? La señorita Elisabeth, asustada y avergonzada, cedía porque su amiga se lo aconsejaba. En aquel lugar se encontraban más unidas que nunca. Ambas se mostraban y se entregaban a un desconocido trastornado. Al igual que María solía hacer, Elisabeth se esforzaba en ver todo aquello de otro modo, en disfrazar la atrocidad pero era difícil si Ciel, su amigo y prometido, le decía cosas tales como:

-Lizzy, ¿qué diría tu madre de esta actitud? No le permitas tocarte ni un solo pelo. -

A lo que su amiga, la señorita Susan solía replicar:

-¿Y qué otra cosa podemos hacer? Nos lo hará de todos modos. -

La pobre Elisabeth acababa llorando al escuchar a sus dos mejores amigos discutir. Desde luego, era la más fragil de los tres. Apoyado sobre la puerta, él les escuchaba, antes de entrar deteniendo así bruscamente la discusión de los jovenes. Pasando sus ojos de uno a otro hasta detenerse en el chico, Ciel, dejaba escapar un suspiro pesado. Trataba de recuperar lo que se había perdido, una relación de "amistad" que no llegó a dar tanto como él hubiese deseado pero cuyo inicio fue prometedor. Él se esforzaba en encontrarme en Ciel Phantomhive o mejor dicho, en encontrar a ese chiquillo timido y manipulable que yo era. Ante las asombradas miradas por parte de Susan y de Elisabeth, lo volvería a escoger. Levantando del suelo agarrandolo fuertemente por una de sus muñecas, Ciel le seguiría, le gustase o no.

-Se complaciente. -Le recomendaría Susan tán preocupada como Elisabeth por Ciel. Su voz, apenas un murmullo, temblaba.

Si de algo debían dar gracias ese niño, era de que su monstruo opresor no fuese El lobo feroz, porque ese monstruo lo comería tanto metaforicamente como literalmente hablando. Si de algo se lamentaba el apodado Titiritero era de su impaciencia, lo cúal le llevaba a ser muy violento. En lo demás, era un perfecto caballero, podría haber sido otro Lobo blanco más pero nunca lo sería del todo. Cerrando la puerta ¡con llave! de la habitación que consideraba suya. Tan sólo iluminada por el candelabro que El titiritero dejaba en una mesita de gastada madera de oscuro color situada junto a la cama, Ciel pudó distinguir que era una habitación poco amoblada pero la única en cuyas paredes podía verse un cuadro enmarcado. Los ojos de Ciel estudiaron el retrato hasta que la voz del titiritero le sorprendiese. Lo que se entreveía de aquel hombre eran sus rojizos cabellos, los rasgos simetricos de su rostro y la viva expresión de sus ojos almendrados. Parecía encontrarse en una ensoñación, sus ojos entornados y la leve sonrisa así se lo indicaban a Ciel. No tenía nada que ver con el hombre que estaba sentado sobre la cama mirandole.

-¿Quién es? -Preguntó Ciel con tono exigente.

-Es el mejor escritor de cuentos infantiles de la ciudad. ¿No aparece en tu mente su nombre al decirte esto? -Le respondió él, en su voz se percibía una gran admiración.

-No. -Dijo Ciel tajante. -¿Podrías decirme su nombre? -

El titiritero volvió a suspirar, cada vez se sentía más y más decepcionado. Todos, grandes y pequeños, en la ciudad conocían a Jules Blackfield, sus maravillosos escritos habían entretenido a tantos chiquillos. Con una mirada que parecía cargada de rabia y tristeza le hizó saber quien era y su voz sonó clara y firme por todas las habitaciones. Susan repitiría ese nombre perpleja.

-Jules Blackfield. -

Como olvidarlo, claro que para ellos, llegados de Inglaterra, era un misterio. Ciel, que seguía como clavado cerca de la puerta, tragó saliva al ver como el Titiritero se aproximaba a él y tiraba suavemente de su cuerpo para llevarlo a la cama. Sentado y consciente de que sin Sebastian, su fiel mayordomo, estaba a su merced, Ciel rehuía la mirada del hombre. Al chocar sus ojos contra una silla poco iluminada a causa de la lejania, le dió por pensar en RoseLee. La extraña muñeca del titiritero.

-¿Dónde está RoseLee? -Quisó saber el niño, así, sin venir a cuento.

-Ella no desea verte. -Le contestó el titiritero, aún dolido por las fuertes palabras de desprecio que lanzó el joven al conocerla. La paliza que Ciel recibió fue monumental. -A partir de ahora tendrás que hacerte a la idea de que sólo yo jugaré contigo. -

Esas palabras hicieron temblar al joven Phantomhive pero se esmeró en disimilar y dijo:

-Qué pena, si estuviese aquí, habriamos hecho las paces. -

-¿Pero qué habría sucedido si ella se hubiese negado a aceptar tus disculpas? -Le preguntó el titiritero encaminando el rostro de Ciel hacía el suyo con una mano. Ciel se turbó y le costó horrores mostrarse arrogante y despreocupado. Su corazón comenzó a latir desbocado.

-¿Sabes? Has cambiado mucho pero aún hay mucho de ese chiquillo inseguro y encantador que conocí. -Le confesó el Titiritero a un Ciel tán inseguro e indefenso como yo lo fuí. -Sólo tienes que comportarte como un amigo. -

A Ciel no le gustaba el modo en que lo decía pero viendose tán arriconado y meditando las palabras que Susan le había ido soltando en la discusión ocurrida momentos antes, se dijo para sí, que a lo mejor ella tenía razón. Casi a punto de llorar, al fin y al cabo era un niño, por muchos aires de adulto que se diese, asintió y se rendiría. ¡Adios Ciel Phantomhive, hola Michael!

Recostado sobre la cama, con los ojos fuertemente cerrados, temblando y tratando de concentrar su mente en otra cosa, Ciel se desvestía. Era la primera vez que lo hacía. Generalmente era su mayordomo quien lo vestía y lo desvestía, pero sin nada perverso de por medio. Por lo que sus dedos a veces no atinaban del todo a desabrochar los pequeños y relucientes botones de su camisa, impacientando al Titiritero, que ya cuando Ciel iba por la mitad, le rompió la camiseta con ambas manos tirando de ella, dejando el delgado torso del chico al descubierto. Un grito ahogado surgió de la boca de Ciel, que abrió los ojos alarmado. Ciertamente, el Titiritero no poseía ni la paciencia ni la delicadeza que Blackfield poseía. Echandose sobre él, pasaría sus manos sobre el torso de Ciel, tán suave y tán rosado como era el mio. Ciel se asustó, sabía que era guapo y que muchas señoras se lo decía mientras pasaban sus manos enguantadas sobre su cabeza pero lo que le hacía sentir a ese hombre era... Asqueroso. Entonces, fugazmente, recordaría al Barón Kelvin y a los chicos del circo que tán ciegamente le servían. Ahora comprendía mejor que algunas personas se ven obligadas a hacer cosas horribles en contra de su voluntad. Su rostro se enrojecío con vivo color al instante de intuir cúan abajo habían llegado sus manos. Tán sólo logró entre irregulares respiraciones, exclamar:

-Por favor no... -

Pero sería silenciado por un inesperado beso con lengua en la boca. Elisabeth y Susan permanecían muy juntitas, con los oidos tapados pero a pesar de ello todavía se oían sus voces. Ya no podría presumir de llegar con virtud al altar. Ciel no sabía que era peor, si el dolor que le producía el ser penetrado o permitirlo como una mujerzuela, abierta de piernas. Ninguno de los niños se dirigió la palabra. No se atrevían. Ahora Elisabeth había escuchado a Ciel ser poseído por ese hombre como Ciel ya la hubiese escuchado anteriormente a ella.




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