martes, 12 de octubre de 2010

REVELACIONES Y REVOLUCIONES


Ella trataba de alcanzar su globo, el cúal estaba aprisionado entre dos finas ramas de aquel robusto arbol. Maria, preocupada más por el globo que por sí misma, trataba de agarrar, como mucho, el fino hilo en el que el globo fue atado. Cuando por fin logró alcanzarlo, con la misma rapidez con la que se había subido, costosamente, al arbol, comenzó a descender. Más cuidadosa del globo que de su propia persona, no vió el peligro, lo escurridiza que estaba la parte del arbol por la que ya bajaba, por lo que sin una dura superficie, ese pie que colocó primero, resbaló, con tán mala fortuna que aunque se agarró lo mejor que pudó, terminó cayendo. Sus uñas no eran ni tán largas ni estaban tán preparada para aquello como las de cualquier gato. A medida que caía, el globo en cambio se elevaba burlón, al comienzo de su repentana caida debío de soltarlo. Ante la eminente caída, cerró los ojos, preparandose para el gran golpe que recibiría, ¿mortal quizás? Mortal o no, dolería mucho. Ese no fue el caso, ya que alguien parecía haberla oido y rapidamente se colocó en el lugar exacto, extendió los brazos y espero a que la muchachita cayese. Maria estaba estupefacta, abrió poco a poco los ojos y extendiendo los brazos, lo único que se le ocurrió decir fue:
-¿Globito?
-Aquí lo tienes. -Dijó su salvador, alzando una mano, que con suma facilidad agarró el hilillo que se era lo que curiosamente estaba cerca de ellos, moviendose lentamente. Maria agarró el globo, no el hilo, firmemente, con cuidado de no romper su preciado globo pero lo suficientemente fuerte para que no escapase de sus manos. Para la sorpresa y desconcierto de Maria, el hombre la besó. No fue un beso indecente, es decir, sus labios ni siquiera rozaron los de ella, más ese leve acto fue descarado por su parte. Su madre y su abuela, su abuela con más constancia, le decían:
-Maria, si hombre te besa donde no debe, es porque es un pícaro, se merece una bofetada.
Maria lo pusó en practica y liberandose de sus brazos, salió corriendo. El hombre, sorprendido pero para nada enfadado, llevandose una mano a la zona abofeteada, exclamó:
-Me hace muy feliz comprobar que he llegado a tiempo.
El hombre, cumplida su misión, aunque no fuese capaz de verla, tenía unos sentidos muy desarrollados y una habilidad asombrosa para hacer grandes cosas. Ciego pero nunca inútil. Sonriendo como un niño, cogió su bastón, un bastón particularmente hermoso, todo plateado y con una forma única, que a cada paso que daba, dejaba un sonido inolvidable, y se marchó. El arbol volvió a quedarse solo, arbol que propició esa breve pero encantadora escena. Caminando por la plaza, dejandose caer en uno de los practicos bancos, recreandose en aquel momento y sobretodo en aquella muchacha, el hombre pensó en lo atrevido que se había mostrado ante ella pero algo muy dentro de el le empujó a hacerlo. Quizás su perfume, delicado a la par que fresco, como las flores o sus suaves cabellos que se ondulaban con facilidad le trajó una sensación, un recuerdo, un sentimiento que hacía años que no sentía con tanta claridad. Para ella también fue un momento, un breve momento que aunque no del todo capaz era capaz de aclarar, podría haberlo sentido también. Imposible, ella jamás había visto a semejante hombre.

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