domingo, 24 de octubre de 2010

SU FIESTA DEL TÉ


María miraba fijamente al señor Blackfield, escritor como lo fue Lewis Carroll pero con un aspecto más similar a su famoso personaje El sombrerero loco, cosa que aturdía y maravillaba a María, le hacía más fácil a su mente hacerla sentir dentro de esa historia que tanto le gustaba. El señor Blackfield jugaba con ventaja, conocedor y admirador de las obras de Carroll, le era muy sencillo formar parte de la fantasía, envolviendo la realidad recelosamente, al fin y al cabo, muchos adultos trataban de representar sus deseos sexuales más ocultos mediante ropas y alteregos, dirigiendose a escondidas de sus esposas al Midnight Cabaret o bien, suplicando ser invitados a las excentricas y privadas fiestas dadas por algún ricachón de pilla floja pero mente llena de lujuria...
Jules Blackfield le devolvía la mirada quitandose sus gafas de pasta dura, cuyo cristales se empañaban con sospechosa facilidad. María se veía tán encantadora con su vestidito azul, lacitos a juego. Se aproximaba las gafas a la boca, les echaba su aliento y con un bonito pañuelo de tela las frotaba cuidadosamente varias veces. Acoplandoselas al rostro, Blackfield le mostraba una satisfactoria sonrisa. María no sonreía, simplemente posaba su mano izquierda sobre su cara apoyandose con ese hombro en la mesa. No como signo de aburriento, al contrario, era una clara señal de que María estaba realmente concentrada, totalmente absorta. Para Michael resultaba difícil de comprender de dónde venía toda esa admiración, hacía el señor Blackfield, por lo que sus ojos se quedaban largo rato observando a su hermosa pero extraña compañera de juegos, pues para Michael, todo eso no era más que una serie de juegos tán retorcidos como perversos. Él, a diferencia de María, no había sido invitado a formar parte de "ese mundo", simplemente hacía lo que alguien le dijó que debía hacer, complacer los deseos de un cliente, por muy extravagante que fuesen. Por lo que hay estaba, vestido como en pocas ocasiones podría vestirse, como cualquier niño rico vestiría. Pantalón, chaqueta y chaleco de tonos marrones, lazito verde y camisa de un bonito amarillo palido, aspecto que Blackfield, muy astuto por su parte, eligió para "su" liebre. María, dentro de toda esa fantasía, fantasía, obviamente, oscura debido a que la realidad la tornaba retorcida, dedujó que quizás a la demasiado estrecha amistad del Sombrero loco con La liebre, La reina roja algún día le cortaría la cabeza al Sombrerero loco, llena de celos. Pobre María, tán cerca de la verdad pero tan incapaz de interpretarla debidamente. En cuanto el reloj de pared, ornamentado irónicamente con un conejo blanco, de rojizos ojos y lazo pintado, comenzó a resonar con su particular, sonoro y inolvidable timbre. Los dos chiquillos y Blackfild comenzaron su propia fiesta del te, que al igual que las demás fiestas del té, celebradas por la gran mayoria de damas de la alta sociedad, consistía, en principio, en disfrutar de un buen té, junto a las personas más estimadas. Claro que, Blackfield, se tomaba la libertad de variar algunos elementos, tales como el té. María jamás llegó a adivinar que sustancia era, sabía que no era té pues el té no te provoca alucinaciones que luego no eres del todo consciente de recordar. Era la bebida favorita de Blackfield, no apta para todo el mundo, no sólo por su altisímo nivel de alcohol, sino porque era una bebida dificil, casi imposible de conseguir. Absenta, la mortifera y deseada por muchos artistas hada verde. Los demás, eran elementos propios de niños o adultos muy golosos. Montón de azúcar almacenado en una figurita con forma de ratoncito o toda esa clase de chucherias y chocolatinas que chiquillos como Michael, no tenían el placer de degustar a menudo. Un gato abandonado, cuyo pelaje y color le asemejaba al Gato Cheshire, solía recorrer el salón, hasta llegar con actitud entre zalamera y traviesa a los pies de Blackfield, el cúal satisfacía la necesidad de atención que el minino buscaba. Eso hacía imaginar a María, que el Gato Cheshire, más que un guía, estaba compinchado con El sombrero loco. Quizás no, su manera de actuar era tán extraña.
-¡Menudo arañazo me ha dado! -Exclamó Blackfield, colocando al gato en la mesa. Era cierto que al parecer ese gato era un tanto particular, del mismo modo que pedía mimos, pasado unos momentos te arañaba con saña. ¿El motivo? A Blackfield le gustaba pensar que era debido a que era un animal malcriado y caprichoso. Michael, estaba seguro que ese comportamiento era debido al miedo, quería formar parte, ser querido pero cuando al conseguirlo, inseguro se ponía a la defensiva lanzando sus garras a aquel o aquellos que le mostraban su afecto. María, en cambio, pensaba que al igual que el Gato Cheshire, iba y venía, siendo bueno o siendo malo, según le apeteciese. Michael era el más acertado, pues el gato maullando suavemente, parecía querer recibir alguna caricia pero cuando alguno de ellos acercaba la mano sobre su cabecita, el gato agallaba la cabeza, retrocediendo y antes de salir corriendo, esquivando con gran destreza los objetos que se encontraban en la mesa, les ponía ojitos de quiero pero no puedo. Sus ojos, aunque de distinto color, tenían un brillo hermoso. Michael, se solía sentir muy identificado con ese gato. Michael, un Michael adulto, un Michael que ya ni siquiera era conocido como Michael, muchos años después, se lo encontró coqueteando con su White Lily, cosa que al principio le mosqueó muchísimo, y lo reconoció. Emanando de él, unas lagrimas que hacía muchos años reprimia, lo acogió con el nombre de Mr Cheshire pues si lo que María escribía tenía algo de sentido, a ese gato le debía mucho. Pues la fiesta del té sólo duraba una hora, dos como mucho. El tiempo en el que Blackfield se veia libre, con la señorita Juliette lejos, para, dar forma a esos deseos, esas fantasías que atesoraba en su cuaderno impaciente por darles vida. Siendo María y Michael, eran, por el momento, los protagonistas indiscutibles. Si el Gato Cheshire aparecía en escena, en palabras de la propia María, adulta, arrebataría al Sombrerero loco su momento y eso muchas veces jodería al Sombrerero loco...

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