lunes, 25 de abril de 2011

FanFic Slayers RED INTENTIONS



Este dibujo lo he hecho para que podais imaginaros mejor como son los bisabuelos paternos de Zelgadiss ^^ Hijos de Cerberuss ^^ Él es el principe de Aerothus y ella su hija bastarda, ya que no llegó a matar a esa brujita... Espero que os gusten y este pequeño FanFic centrado en ellos también ^^ Estas historias surgen de mi FanFic más largo y complejo, Eterno Poder.


-Ten, es lo último que deseo enseñarte. -Le indicó el joven de rojas ropas colocando sobre las pequeñas manos del niño lo que parecía una piedra que adoptó un fuerte brillo rojizo. El niño la observó con los ojos muy tán abiertos como pudo. -Es hermosa, ¿verdad? -Le preguntaría consciente de la fascinación que despertaba en el jovencísimo principe.

El niño asintió y logrando alejar sus ojos de la piedra, encaminandolos al rostro de su tutor, preguntó:

-¿Me permite quedarmela? Es tán hermosa. -

-Por supuesto. Yo, en verdad, nunca la he necesitado. -Le comunicó con voz tranquila y una sinceridad aterradora mientras le dedicaba una amplia sonrisa. -Será tu regalo de cumpleaños. -Añadió.

En cuanto el niño escuchó como la puerta, la hermosa puerta de la mejor madera, se abría corrió hacía ella como un animalillo incapaz de contener sus ganas de saludar a su amo. El hombre que apareció a medida que la puerta se habría, era un hombre apuesto, cuya vestimenta y caracter rezumaban carisma, a pesar de que en sus preciosos ojos verdes no se apreciase apenas vida. Sus cabellos se encontraban lo más domados posible aunque algunos mechones tapaban parte de su frente, todos de un castaño de fuerte tonalidad, más suavizado en aquellos que correspondían a su fina barba. El niño se detendría ante él alzando los brazos y exclamaría:

-¡Padre! ¡Padre! ¡Mirad lo que me ha regalado mi tutor! -

Alzandolo del suelo, tomandolo en sus fuertes brazos, caminaría hasta el interior del la lujosa habitación, cuya razón de ser principal era la de ser un despacho. Toda una pared, por no decir, gran parte de las demás, se encontraba llena de libros, exquisitamente ordenados en las elegantes estanterias. Una gran mesa rectangular se encontraba donde antes se habría encontrado una cama, con diversas sillas colocadas a su alrededor talladas con hermosos relieves de oscura madera. En cuanto el hombre dió algunos pasos, el joven de rojas ropas se levantó del elegante sillón en el que solía sentarse, no sólo a meditar.

-No tiene por que levantarse cada vez que me vea entrar, mi señor. -Quisó recordarle pues aún siendo el rey todavía se sentía como un humilde sirviente. Nunca logró sobrellevar su cargo, por lo que a diferencia de su hijo, él siempre trató con demasiada cortesía a aquel que todos consideraban su consejero.

-Pero, su alteza, como bien sabrá, es algo que ha de hacerse en su presencia. -Replicaría el hechicero con aspecto juvenil con un tono de voz educado pero socarrón.

El niño le miró y luego miró a su padre, no comprendía el motivo por el que su padre, el rey de Aerothus, llamaba Señor a su educador. Cerberuss lo hacía inconscientemente, debido a la fuerte influencia que siempre ejerció El brujo carmesí sobre él. Por lo que simplemente le decía a su hijo que si no le llamaba así se sentía muy mal consigo mismo. El hombre observaba la cara radiante de felicidad de su hijo, mientras éste seguía hablandole.

-Creo que es de los mejores regalos que he recibido hasta ahora. ¿No le parece, Padre? -

-Si mi amor. -Terminó respondiendole pues el niño parecía impacientarse.

-Me agrada que os guste. -Dijo el hechicero de rojo acercandose a ellos. -Pero debes prometerme una cosa, que nadie más que tú lo usará, por lo que guardalo, guardalo en un lugar que sólo tu conozcas. -

El niño asintió con ojos brillantes. El hechicero sabía que así sería, por lo que se despidió del niño tál que así:

-Buen chico. Ahora ve con tu padre y disfruta de tu fiesta de cumpleaños. -

Cerberuss abandonó la habitación con su hijo aún en sus brazos. El hechicero de rojas ropas e incomprensibles propositos, regresando al sillón en el que había sido encontrado sentado, dando un largo suspiro, volvió a acomodarse en el. Observando, observando desde ese rincón por la ventana como las nubes formaban caprichosas figuras en un cielo que comenzaba a clarear, pensó en lo cerca que se encontraba de la muerte y con una sonrisa maliciosa, dijo en voz ligeramente alta:

-Ahora comprendo a lo que se referíen los hombres de Dios cuando hablan de La pasión y muerte de El Cristo. Más, yo no lo veo como un deber sagrado, para mí no es más que una provocación más. -


Lejos, muy lejos del Palacio Real del Reino de Aerothus, una niñita de hermosos rasgos pero ferrea actitud se negaba a aceptar las palabras de su madre pues esas palabras resultaban más dolorosas que las piedrecitas que se clavaban en sus piececitos.

-¡No! ¡Estoy segura que si sabe cúal es nuestra situación, Padre nos ayudará! -Gritaba con la cara enrojecida por culpa del enfado y el frio que estaba sintiendo, con unas lagrimas que no paraban de recorrer sus mejillas a gran velocidad, una trás otra, sin detenerse.

-Tesoro, tú padre... -Trataba su madre de apaciguar ese enojo que consumía a su hija a tán temprana edad pero su voz se apagaba cada vez que pensaba en ese hombre. Ese joven hombre que estando a punto de matarla, llegó a otra solución. Ese joven hombre maldito, encadenado a los oscuros propositos de un diabolico individuo. -Tu padre no nos ayudará. Debemos seguir aguantando esto solas. -Alcanzaría a decir trás mucho esfuerzo, logrando detenerla, estrechandola en sus brazos, aquella fria tarde de otoño en mitad de ninguna parte. La niñita se esforzaría por liberarse de los brazos de su madre y continuar su camino, camino incierto desde luego pero esperanzador pues le llevaría hasta su querido padre, gritando hasta quebrar su bonita voz:

-¡No te creo! ¡Padre hará que mejore! -

-¡No, tesoro mío, no lo hará porque aún queriendo, aún siendo el rey, él no se lo permitirá! -Le confesaría finalmente a su hija, a pesar de no desear ni siquiera mencionarle pues mencionar su nombre era como tragarse un puñado de clavos o cristales. Tán doloroso como cortante. Por mucho que pasaba el tiempo y por muchos años que siguiese viva y alejada de ese individuo, no lograba desenterrarlo de su memoria. Por lo que sería la mujer la que se desharía en lagrimas, estrechando con mayor fuerza a su hijita, la cúal dejaría de zarandear al ver a su madre finalmente perder la entereza. La niñita sería la que acabase consolando a su madre diciendole:

-Ésta bien, madre, volvamos al hospicio. -

Aunque cada vez que su madre se refería a ese oscuro individuo que retenía a su padre la niñita sentía una curiosidad enorme, no le pedía más información a su madre porque ya la mera referencia la ponía muy mal, seguramente no sería capaz de darsela debidamente, su nombre, una definición de su aspecto y otros datos especificos. Sin embargo si le pedía saber más sobre aquel mercenario que le permitió vivir, su padre. Ella estaba convencida de que algún día el volvería con ellas y aunque su madre se esforzaba por hacerle comprender que eso no pasaría, si solía decirle que a pesar de la distancia y las circunstancia, él la quería. Con la entereza recuperada a lo largo del camino de vuelta, tanto madre como hija entraron al hospicio en el que vivían como bien podían. En cuanto la hermana al mando las vió, se dirigió a ellas con rapidez asombrosa para su edad y se dispusó a darles un señor sermón, que fue especialmente para la joven madre.

-¡En nombre de Dios todopoderoso! ¡Esta es la decima vez que Ud y su hija desaparecen sin decir palabra1 ¿Ha pensado Ud en lo preocupadas que nos tenía? ¿O acaso ha olvidado que Ud y su hija estan a nuestro cuidado? ¡Tenga más mano y no deje que esto vuelva a suceder! Porque si eso volviese a suceder, Dios no lo quiera, me vería obligada a echarlas de este hospicio. -Le dejó bien clarito La hermana con mirada recelosa y tono muy tajante. La joven simplemente asintió. Cuando aquella desagradable mujer se marchó, todas, no sólo la joven regañada, todas las mujeres presentes suspiraron de gozo. El hospicio era un lugar curioso en el que vivir, con diversas zonas, las cuales se encontraban separadas unas de otras, lo cúal siempre llamaba la atención a la niña. La niña, como tantos otros niños criados en esos lugares, no podía evitar odiar ese lugar, pues allí la gente aún siendo cuidada y alimentada, era trata de un modo tán severo. Mientras su madre colaboraba ayudando a otras personas por mandato de las hermanas, la niña se acomodó como pudo en la zona que correspondía a ella y a su madre y se dispusó a dibujar con el dedo toda clase de cosas en las rigidas paredes de piedra.

-Padre, si no puedes ayudarnos porque ese tipo te tiene atrapado, yo haré que puedas. -Murmuró. Poco a poco, esa idea, la idea de liberar a su padre se volvió más y más obsesiva, desencadenando un encontronazo temido por su madre con el diabolico individuo del que no se atrevía a hablarle, Kaos Lord Khem.

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