domingo, 12 de abril de 2009

LA MUJER: EL ROSTRO ESCONDIDO DE DIOS


Ciertamente existe un asunto, aún, inconcluso. Esta inconcluso en tanto sigamos hablando de lo mismo: "su todo"; en tanto estemos condicionados a la difícil tarea de asfixiar su verdad. La totalidad del mundo, para el hombre, es la totalidad misma del hombre. Este heraldo idilico es el mensajero de la palabra esperanza que representa a la voz tácita de su propio mandato, la cual, desde sus inicios, no a hecho mas que vestir la desnudes de su proipio juicio; la desnudes de esta palpitante y eterna discordia;… de esta… discreta reinvención…
Dios y la Religión
Freud creía que la cosmovisión del hombre parte de su sexualidad, de aquella misma que dio origen a la religión. Para Freud, la religión nació de la conciencia de la culpabilidad de los hijos asesinos (lucha por el poder en la horda) como una tentativa de apaciguar este sentimiento y de buscar una conciliación con el padre. Asimismo, afirmo que todas las religiones posteriores son intentos de solucionar el mismo problema, intentos que varían de distintas formas según el contexto en el que son establecidos, pero que en el fondo, no son mas que el reflejo de reacciones orientadas al magno y terrible suceso con que se inicia la civilización.
Para Nietzsche el tema de Dios y la cosmovisión del hombre no son más que el mismo e inconciente reflejo de una sociedad en decadencia. La pregunta universal que se formula Nietzsche para llegar a dicha conclusión es qué o quién es lo que provoca que el ser humano quiera negarse a si mismo, hasta al punto de sentirse en la plena necesidad de tener que rechazar su condición como ser instintivo. La respuesta a todo ello se justifica en el mismo “instinto” de superación, aquella que como proceso y etapa final mantiene eternamente confinado a su propio creador. Para circunscribir un tema meramente humano, Nietzsche retoma dos conceptos griegos que ayudan a introducirnos a la raíz del asunto: Lo Apolíneo y lo Dionisíaco.
El concepto Apolíneo deriva del propio instinto estético. Representa la bella apariencia, la luminosa claridad, lo racional, aquella imagen onírica que parte de una totalidad ordenadora, que nos arranca de la real para evitar su propio horror. Los griegos al representar esta cosmovisión del mundo por intermedio del Dios Apolo, también representaron, en esencia, los pilares fundamentales de la serenidad y el elegante equilibrio. Muy por el contrario, el instinto Dionisiaco descansa sobre el lecho de la embriaguez y el éxtasis. Representa el estallido de los instintos primaverales, la ruptura del principium individuationis, lo universal natural,… lo real.
Tanto para Freud como para Nietzsche, Dios representa, o mejor dicho, refleja, el proceso del orden simbólico de la dialéctica entre lo Apolíneo y lo Dionisiaco; lo libidinal y lo cultural; el ser… o no ser. Entonces, si reformulamos la pregunta de Nietzsche en ¿Qué es lo que impulsa al instinto Apolíneo hacia la búsqueda desesperada de un orden simbólico? Encontraremos como única respuesta “el coqueteo delirante de la propia embriaguez, el éxtasis, la libido, lo sexual, lo natural,… lo real". A nuestro parecer, Apolo no hace más que representar de una forma más universal el concepto totémico de Freud, no pudiendo en ningún momento desligarse de lo Dionisiaco, cuya verdad ya hace manifiesta bajo el velo del tabú: Lo sexual.
“Para poder vivir, tuvieron los griegos que crear, por una necesidad hondísima, estos dioses: Esto hemos de imaginarlo sin duda como un proceso en el que aquel instinto apolíneo de belleza fue desarrollado en lentas transiciones, a partir de aquel originario orden divino titánico del horror, el orden divino de la alegría… ¡y he aquí que Apolo no podía vivir sin Dionisio! ¡Lo titánico y lo bárbaro eran, en última instancia, una necesidad de igual trascendencia… ” (Nietzsche; 1871)
Acerca del hombre
El hombre ciertamente le teme a lo que, por desdicha o virtud, desconoce. Le teme, y no encuentra nada a su alrededor, del todo, que lo consuele; le teme, y su horror/error lo empuja a la instintiva tarea de escapar; a la misma tarea Apolínea de “Maquillar su realidad”. En su génesis, el hombre es arrastrado a la búsqueda delirante de ese algo que lo apacigüe, que lo abstraiga, que sea objeto de su deseo; ese algo que por una cuestión de mediatez, o simple causalidad, se denomina falo. El despliegue titánico de la fantasía en lo sexual, ha provocado que este concepto vaya ganando un poder de realidad único; un poder sintetizado en el significante paradigmático de lo estructurado; un símbolo donde gozar, o sencillamente... un símbolo donde refugiarse. El hombre sabe perfectamente donde encontrar el objeto de su deseo, en el poder de lo estructurado; en aquello que se encuentre dentro de los limites de su territorio, motivo por la cual es empujado de una forma compulsiva a escapar de aquello que precisamente no tiene identificación fálica.
“¡Teseo, hijo de Egeo, rompes tus promesas! ¡¡¡Traidorrr!!!
Me alejaste de los altares de mi familia y la sangre de mí hermano
mancha mis manos. Te has llevado la cabeza de la pobre bestia,
pero también mi corazón ¡¡¿¿Me oyes??!!¡¡¡Mi corazónnn…
!!!Maldigo tu nacimiento y maldigo el amor que sentí por ti.
Dioses que lo veis todo, oíd mi llanto, ved mis lagrimas,
caiga el cielo sobre él, lo ahogue la mar, le trague la tierra
¡¡¡Por haberme abandonadooo…!!!!!”
Sobre lo femenino
El orden simbólico, en tanto sea símbolo, representa lo masculino. Siendo el falo el primer significante, la feminidad como categoría cultural no tiene el mismo poder de realidad que la masculinidad. Si el hombre representa a lo Apolíneo, como ente categorizador de lo estético, la mujer representa a lo Dionisiaco, como el éxtasis embriagante de lo real; y lo real para la humanidad nace de lo sexual.
Para Bruckner, las diferencia de los sexos es la diferencia de los cuerpos. Mientras el hombre centra su placer en la fantasía genital, la mujer hace de su placer una experiencia total. Su caracter iconoclasta expresa esa sensación de expanción y deleite corporal. El hombre vive en ella la experiencia anticipada de la muerte. La razon de que el placer masculino sea una degradación de la energía recide precisamente en que es informativo, y una vez transmitido el contenido de la información, muere. En la medida en que no dice nada, el goce femenino no tiene utilización falica. El hombre deplora en la mujer la ausencia de una sensación única, de una huella que, como ocurre en él con la eyaculación, dé constancia inequívoca del placer. En ella los signos del goce son siempre turbios e inciertos, pero en último término sólo se remiten a sí mismos. Porque la mujer hace el amor para despertar su deseo y no para expulsarlo de ella y matarlo, como hace el hombre, y por ello se manifestará colmada, no porque esté satisfecha, sino porque su frenesí voluptuoso supera las posibilidades entrevistas por su deseo.El cuerpo femenino no se desgasta ni descarga; el placer fluye por imprevisibles cauces y se reconstruye a cada momento. En ello reside la infinitud de su capacidad para el goce, tan envidiable para el hombre que éste procura eludirla con los mitos de la ninfomanías o de la frigidez irrelevante.
"Las mujeres tiene el privilegio del goce porque los hombres tiene la maldición de la descarga... Los espasmos de la amada no tiene la certidumbre rudimentaria del semen viril... y ella, no dice otra cosa que esto: Yo no estoy donde tú estas, yo naufrago donde tú no te estremeces, no tendrás visión clara ni percepción neta de mi, pues yo no soy nada en los términos que tu puedes entender..." (Bruckner; 1979)
Lacan formulaba que la mujer es el "rostro escondido de Dios”, al referir de que la génesis de Dios, es a la vez, el soporte de lo real. La naturaleza femenina, expresa en esencia el grito primal de la humanidad, que como tal, no pertence al orden consciente de la estructura cultural. Su verdad le fue negada por el poder simbolico del ensueño. Ante lo real del horror, el cuerpo siente, y es esa sintonía la que le permite actuar sobre sí. El hombre existe en tanto lo simbolico lo arranque de lo real; en tanto para él exista un "a partir de...". La mujer, sólo existe para lo real, mas no para ella misma, en tanto ese "ella misma" represente lo simbolico. Al no encontrar en "ella misma" un medio inmediato de refugio ante lo real , se aferra a la esctructura Apolinea de lo Masculino. El deseo del objeto del otro es fuente de alivio para lo femenino. Esa constante dialectica, de lo real y lo simbolico, hace que lo masculino tanto como lo femenino se complementen. El hombre aventurero dispuesto a colonizar lo que para él es inconquistable; y la curiosa mujer ...dispuesta a creer en lo que el colonizador le cuenta del nuevo mundo. El hombre la envidia, porque ella es real, total, dionisiaca. Porque en el fondo su naturleza apolonea no le permite gozar como gozan las mujeres.
Lo real no siempre es lo verdadero, y lo verdadero no siempre es lo real. Esa es la dicotomía que catectiza y forcluye los paradigmas masculinos y femeninos. Son parte del todo en tanto su génesis de este todo exista como un proceso: Lo real, lo imaginario y lo simbólico.

2 comentarios:

tiMpaZo dijo...

hey! me ha encantado lo que has escrito, soy conocedor de la obra de Nietzsche ( un friki vamos) y el tochaco que has escrito me ha traido gratos recuerdos de cuando me comía el tarro con cosas así....

buen blog!

Anónimo dijo...

JAAJA Me encantaría decir que me gusto del todo, pero la verdad es que el articulo esta inconcluso. No me di tiempo para terminarlo. Te aconsejo que leas "Más alla del goce femenino". Algo romantico pero bien elaborado.