sábado, 26 de febrero de 2011

FanFic Slayers DEVIL´S COURTESAN


Esta ilustración es mía, la he dibujado yo ^^ La dibuje para que os hicieseis una idea, vosotros y los del DA de como es la oracúlo o vidente que Khem encuentra en Sairaag. La he dibujado y la he descrito muy similar a Sylphiel, porque esa personaje me parece muy linda y porque quizás esta chavala sea un antepasado suyo en Eterno Poder, teniendo en cuenta que Sylphiel en Slayers es considerada una oracúlo ^^

NOTA DEL AUTOR (O AUTORA XD):
Este capítulo extra va dedicado especialmente para Sir Blackrabbit (o Endlessbunny) ^^
Resulta que también es fan de Slayers y es un gran escritor ^^
Es muy posible que contenga contenido subidito de tono, avisados quedais ^^'

Aunque ya habían pasado varios años desde que fuese humillada y castigada en su aldea, viendose obligada a huir de allí, a no volver a ver a sus padres o amigos, la muchacha aún recordaba los días que pasó allí, creciendo, jugando y ayudando a sus padres en su duro trabajo, lo cuál le hacía sentirse peor. Más desemparada, más sola. A menudo, aquellas proscuitas que la encontraron, la miraban con recelo. No porque fue más joven, no porque su piel fuese más deseable o sus finos cabellos más largos. La miraban así porque les inquietaba. La mayor o con experiencia siempre caminaba delante, las otras, estando la muchacha entre ellas, se encontraban detrás tirando del ruinoso carro de grandes ruidas de madera en el que llevaban sus pocas posesiones. Iban de un lado a otro, cruzando frios rios o dificultosos terrenos, todo lo que hiciera falta para llegar a las ciudades más principales. En alguna que otra ocasión, durante sus largos desplazamientos, solían encontrarse con soldados o bandidos. Ellas le ofrecían sus cuerpos a cambio de poder pasar la noche por su zona. No era una vida fácil ni agradable pero la muchacha se convenció de que los días felices no volverían jamás. Las prostitutas generalmente tenían un lugar en el que trabajar y vivir conocido como burdel. Allí el proxeneta o regente pagaba religiosamente el impuesto que la ciudad demandaba y cada cierto tiempo una parte del dinero que obtenían iba para el municipio. Claro que esta muchacha no llegaría a un burdel hasta pasar varios aprietos en la calle. Ya en las ciudades, preparaban su puesto con aspecto similar al de los comerciantes pero con otros propositos y de espacio todavía más reducido. Todas vestían vestidos de palidos colores que se estrechaban por zonas muy especificas de sus cuerpos. El único detalle que las diferenciaba de las demás muchachas era las cintas amarillas añadidas a los vestidos. La jefa cogió de la mano a la muchacha y paseandose con ella al lado, lanzaba libidinosas insinuaciones a todo varón que sus ojos almendrados de gata veían cruzar cerca de ellas.
-Qué le parecería dar un paseo con esta muchacha. ¿No le gustaría? Es muy dulce. -
Pero no siempre funcionaba, muy a menudo era complicado tener clientes y los pocos que tenían eran o feos o groseros o ambas cosas. Estas prostitutas más de una vez eran tratadas como trapos. Ellas lo único que pedían y más de una vez exigían era que antes del coito, los clientes se bañasen. Higiene ante todo. La desventaja solía ser que muchos de sus clientes se negaban, deseosos de meter su pene en caliente. Otra de las prostitutas, una de recio caracter, largo y ondulado cabello acaramelado, la más replicante, viendo la fragilidad de la muchacha, toda una novata a sus ojos, le iría dando una serie de consejos muy necesarios para seguir en pie.
-Mira, tesoro, muchos de estos tíos, por no decir todos, estan casados y si te la quieren meter, te la meteran por las malas, vamos, deprisa y sin delicadeza, dejate hacer pero antes obligales a lavarse, que se laven es muy importante. Si no quieren, cosa que ocurrirá, porque tienen prisa, o intentan algo raro contigo, usa esto. -Le fue explicando mientras le mostraba una fina y brillante navaja. -Que no te pase lo que a la última. -Dejó caer antes de retomar el trabajo.
La muchacha contempló la navaja en sus manos, nunca antes había tenido ningún arma entre sus dedos. Al ver a la jefa acercarse, la guardó tán bien como pudó entre sus ropas. La jefa no iba sola, trás ella caminaba un joven que a juzgar por sus ropas podría bien ser un noble caballero. A lo lejos, un hombre de aspecto más fibroso les observaba con los brazos cruzados y una expresión de desaprobación. La muchacha se levantó del suelo inmediatamente. El joven no poseía un cuerpo tán marcado como el compañero pero no estaba del todo mal, era esbelto no delgaducho como al principio de podía pensar. Dentro del pequeño puesto, la muchacha pidió al muchacho que se lavase antes.
-Por favor, antes de comenzar, debes lavarte bien. -Le indicó entregandole vergonzosa una jarra de tamaño mediano repleta de agua tibia y un objeto de pequeño tamaño rosado. El joven cogió los objetos sin oponerse, exclamando con su aniñada voz:
-Sin problema. -
La muchacha corrió una larga tela a modo de cortina mientras el joven se quitaba los pantalones y las botas. Era la primera vez que iba a mantener relaciones carnales con una mujer, así que si era necesario estar bien limpio antes, estaría limpio. La belleza y juventud de la muchacha le sorprendió gratamente. Echandose el agua por todo el cuerpo, frotandose con fuerza el rosado objeto por todo el cuerpo, se bañaría allí mismo. La muchacha iría quitandose la poca ropa que disponía y tumbandose totalmente desnuda, expuesta al frio y a la verguenza, le esperaría sobre un colchón poseedor de una suave pero gastada manta. Que visión más hermosa sería para el joven, joven de rizados y rubios cabellos emuladores de los que tienen los querubines y ingenua sonrisa. Caminaría hacía ella y ella respirando profundamente también caminaría hacía él. Juntos, entrelazarían sus labios, sentandose en el colchón. Un largo y jugoso beso, sus labios apenas se separarían pues era agradable lo que sentían al mantenerlos juntados. Esa agradable sensación se iría extendiendo a lo largo de su cuerpo cuando el joven con apariencia angelical, deslizase sus manos hacía sus turgentes pechos, acariciandolos detenidamente, jugueteando con sus blandos pezones, que se endurecerían a los pocos instantes. Seguiría creciendo, haciendola olvidar el pudor o la verguenza, llevandola a un estado extraño y maravilloso, llenando su mente de imagenes difusas, al comenzar a penetrarla, a cada instante que sus cuerpos se entrelazaban. Los gritos, que al principio eran producido por ese inmenso y desconocido placer que el joven le entregaba, se volvieron gritos de angustia y dolor. Los ojos de la muchacha se llenarían de lagrimas y las palabras que saldrían de su bonita boca serían:
-¡Para! ¡Por favor, para! ¡No quiero verte morir! -
Lo cúal produciría un gatillazo al joven. A nadie le excita la mención de su muerte. Retirando con cuidado su ya no erecto sexo, el joven exigiría saber a que era debido esa brusca detención.
-¿Verme morir? No comprendo, estoy vivo. -Le comunicaría a la alterada muchacha, que aún habiendose detenido el acto carnal, aún caían lagrimas por su rostro y las imagenes no parecían esfumarse del todo. La imagen de un joven de cabellos rizados y muy rubio que caía al intentar atravesar un alto muro construido por fuerte piedra gracias a una flecha que le atravesaba el cuerpo. Una flecha cuya forma era inusualmente gruesa. El joven se vistió con rapidez y salió del puestecillo sin echar la vista atrás. Aquello no ayudaría a las prostitutas. La jefa se dirigió a hablar con él.
-¿Qué ha ocurrido? No se le ve muy satisfecho, que digamos. -Fue lo primero que preguntó.
El joven, joven de buen corazón, se mantuvó un momento en silencio pero al final, temiendo posiblemente que esa mujeretona pegase a la muchacha por no satisfacerle, dijo:
-A mitad del acto, he sufrido un pequeño accidente... -
-¡Oh cuanto lo lamento! Aún así, ¿podremos quedarnos con su dinero? -Sería lo segundo y más importante que preguntaría al joven. El joven asentiría con la cabeza y se alejaría de ellas.
Dado que algo similar ocurrió con otro cliente, uno menos cortés. Las otras prostitutas discutieron durante varios días que hacer con ella. La mayoria de ellas deseaban deshacerse de ella, abandonarla, dejarla a su suerte pero aquella que había ido aconsejando a la muchacha, sentía pena pues la veía muy verde. Haciendo gala de su astucia, les sugiriría esto:
-¿Por qué no la vendes a algún proxeneta? Así el problema lo tendría otro. -
A todas les encantaría la idea. En la siguiente ciudad, la jefa mantendría una reñida venta con un vendedor de esclavos. Hombre de aspecto desagradable, piel morena, alguna que otra cicatriz, barba mal afeitada y unos ojitos pequeños y viciosos. Su cabello se encontraba recogido mediante un pañuelo de color muy chillón, a juego con su ancho cinturón, en el que se encontraba atada una daga de buen tamaño. La muchacha no pudó más que ponerse a temblar cuando la jefa de las prostitutas la llevó hasta él. La sonrisa que le dedicó no fue bien acogida por ella, que giró la cabeza hacía un lado. Sus dientes eran grandes y amarillentos, algunos eran dorados. La muchacha se llevó una mano a la boca para que el hombre no descubriese la risa que le estaba entrando al pensar lo feo que sería ese tipo mellico. Aquel individuo, que cada vez que posaba sus ojos, le lanzaba obscenas miradas, la llevó a una extraña ciudad situada en mitad del desierto. En aquel lugar, se decidiría su destino. La muchacha se entristeció al no ser la única persona expuesta como si se tratase de un animal o un objeto. Por fortuna, no se vió en esa situación muchos días. Un hombre, ciudadano de Sairaag la adquirió por un precio ridículo. La muchacha se dió cuenta de que aquel vendedor de esclavos además de feo no debía de ser muy espabilado. La muchacha tán sólo ejerció como prostituta o dama de placer con un hombre y al salir este tán asustado, su dueño, dueño de muchas otras chicas, se dió de morros con la particularidad de la muchacha, problema que habría de solucionar.
-Esa muchachita nos está haciendo perder mucho dinero. ¿Entiendes? Y no podemos permitirnoslo. -Le informaba su socio mirando a la muchacha con gesto preocupado.
-Ya lo sé pero mirala, es preciosa. -Le replicaba el regente recorriendo el cuerpo de la poco vestida muchacha con los ojos. -Estoy seguro que aún nos puede hacer ganar dinero. -
Su socio se mostró escéptico pero su compadre le agarró del hombro y le explicó como:
-Tiene un cuerpo muy deseable. Podriamos pedirle que baile para los clientes mientras esperan a sus respectivas damas. ¿Mmm? -
Estuviese de acuerdo o no con la idea, el socio admitió que podía ser una solución. La muchacha se quedaría como bailarina sensual. La muchacha sólo tendría que exhibir de modo arrebatador y sinuoso su cuerpo, todo un lujo para las demás muchachas, más una vergonzosísima puesta en escena para ella. La primera vez, dominada por los nervios, se desmayó. Que todos esos hombres la observasen y la lujuria se fuese apoderando de sus mentes gracias al modo en el que mostraba su cuerpo, era algo que iba contra todo lo bueno que había aprendido en su niñez. Una muchacha debía ser recatada y sumisa. Pensando que la muchacha era demasiado puritana debido a su humilde y cristiana educación por parte de sus padres, el regente pidió una ayudita a una hermosa pero peligrosa dama. Dama de inalterable belleza, piel morena y largos cabellos ondalantes, que jugaba a crear problemas por demoniaca satisfacción personal. La temida y considerada bruja Zellas Metallium. La hermosa mujer, que fue encontrada charlando con un individuo de oscura melena capeada todo cubierto por una vieja y roida manta de tonos gris oscuro, dejó la chachara al sentirse requerida. Avanzó hasta el sereno hombre que la requería y con tono sensual, le susurró:
-Sé a qué has venido y aunque de bien gusto pervertiré a la joven, no sé cuanto será capaz de ofrecer. -
La presentación de la decadente y seductora Metallium a la muchacha fue breve, al poco de examinar a la muchacha, Zellass chascando la lengua indicó al regente que aunque había mucho por hacer, no había problema. La muchacha al principio se sentiría muy incomoda pero a la larga iría logrando que sus movimientos fuesen menos forzados y más eroticos.
-Te daré un consejo, cada vez que bailes, piensa que eres tú la que tiene el poder. -Le comunicaría por última vez sujetando su redondeado y rosado rostro con sus largos y fascinantes dedos. Aquella dama había logrado sacar a la luz la femenidad reprimida de la muchacha. Las noches pasaban y su fama crecía. Los clientes que la observaban se quedaban sin hablar, muchos ansiosos por que aquella bailarina se arrimase un poco a ellos pues sabían que eso sería lo más que podrían saborearla. Hubieron algunos valientes que trataron de poseerla, se les fue negada la entrada. Al joven de rojo no le importó, es más, para desconcierto y sorpresa de la muchacha, el acto se consumó. Fue una noche intensa. Ya se sabe, quien prueba el fuego del diablo, acaba condenado. Así se sentía ella, manteniendo unas visiones muy vividas y variopintas en su mente a la mañana siguiente. Toda temblorosa y sudorosa, con una expresión entre radiante y espantada. Los rayos del sol que entraban por la ventana le indicaban que era de día, todavía se sentía fuera de la realidad como si los acontecimientos recientemente vividos hubiesen sido un sueño o una ensoñación. Con un leve gruñido, abrió los ojos y al echar un vistazo a la habitación, supó que realmente se encontraba lejos del burdel en el que había sido aceptada hacía ya tanto tiempo. Sentada hizo un esfuerzo por ordenar los acontecimientos que recordaba. Ese joven, el joven de rojo, la amó intensamente, a pesar de las advertencias de la madam. Frotandose la frente, trató de recordar algo más. El joven de rojo le entregó mucho dinero antes de marcharse aquella noche. Se dejó caer sobre las mullidas almohadas, quedandose un buen rato así, tumbada de nuevo pero con los ojos bien abiertos. Como tratandose de otro fulminante rayo de luz, la respuesta llegó a ella. La madam y el regente deberieron discutir acerca de lo ocurrido y al igual que habían hecho ya con ella otras personas, la abandonaron. Por muy linda que fuese o por muy bien que se moviese, estaba maldita y eso no era bueno para el negocio.
-En realidad, te has convertido en mi hetera, que a la larga te resultará una vida más ventajosa. -Le aclararía con tono suave ese joven con el que mantuvó una relación carnal hasta el final. El joven de rojo. La muchacha se incorporaría bruscamente, clavando sus ojos en el joven sin saber que decir. Dando algunos pasos hacía ella, se sentaría a su lado. Los rayos del sol iluminarian su hermosa tez y sus rojas ropas se volverían de un rojo más fogoso. Aunque sus ojos estaban cerrados, ese detalle no parecía alterar el encanto que desplegaba ante ella. Impresionada y sonrojada, pediría una especificación:
-¿Hetera? ¿A qué se refiere? -
Los labios del joven se curvarían en una sonrisa y sacando de una caja alargada un hermoso vestido, confeccionado con caras telas, rojo con una serie de cintas doradas, le contestaría:
-Efectivamente, prostituta refinada y con mayor aceptación. -
-¿¡Una cortesana!? -Se confirmaría finalmente ella misma.
-Serás mi cortesana. -Le corrigió antes de marcharse, dejandola aturdida.
Aseada y con el vestido rojo puesto, la muchacha se peinaba su largo cabello, observandose detenidamente. Las cortesanas eran prostitutas al igual que lo había sido ella pero eran prostitutas cuyos clientes eran muy selectos y le permitían toda clase de cosas a sus prostitutas, caros vestidos, perfumes, joyas, libros ya que muchas de ellas sabían leer y un montón de otras cosas inalcanzables para las prostitutas como ella había sido más. Era como si hubiese alcanzado una posición de mayor rango en el mundillo de la prostitución y debía sentirse afortunada pues habría tenido que pagar un precio abismal por ella pero por alguna razón, aquel joven, su señor, la enturbaba. Al principio se culpó por ser tán reacia a aceptar su nueva condición pero pasado un tiempo, comprendiendo a que se debía su continuo estado de recelo al estar junto a él, se culpó por no haberlo sabido identificar antes. Su señor no era como los otros clientes que había tenido. Las cosas que compartía con ella, los conocimientos sexuales que poseía no parecían provenir de nada bueno o correcto. Ella a cambio debía compartir con él las visiones que le llegaban al llegar a la maxima excitación. Como ella no sabía ni leer ni escribir, siendo consciente de sobre de ello, el hechicero de rojas ropas, invitaría a menudo, a su sirviente, que pasaría el tiempo que trascurriese el acto sexual, captando y pasando a papel las palabras que saliesen de su boca al estar sumida en trance. La vida, asumiendo su rol sin oponerse, sería más fácil pero limitada. Ella tán sólo conocía y tenía contacto con el hechicero. Al que consideraba su sirviente, no solía verlo con tanta asiduidad y con respecto a las muchachas pelirrojas, las conocía gracias a sus visiones. Ella, que nunca había usado maquillaje o perfumes, si se recibía a algún invitado, se presentaría exquisitamente maquillada y si su señor se lo ordenaba, bailaría para el invitado. Si veía o descubría algo inusual en él, estaba obligada a no exponerlo, el castigo sería muy doloroso pero lo que más le llamó la atención fue que era él el que le exigía lavarse a ella. Aunque por un lado aberrecía esa situación, verse tán atrapada, por el otro lado, cada vez le gustaba más y más ser tocada, besada o lamida por su señor. Al caminar por los puestos de ropa, era mirada con desprecio y pavor. La cortesana del diablo la llamaban y otras cosas peores. Un día cogida de la mano del sirviente, Cerberuss, parada frente a un puesto en el que se exponían unas telas de hermosos colores y suave tacto, una mujer se acercó a ella y escupiendo al suelo, le gritó:
-¿Qué se siente siendo la puta del diablo? ¿Te gusta? ¡A todas sus zorras les gusta! -
A la muchacha lo único que se ocurrió fue salir corriendo de allí, ocultarse en algún callejón y llorar. Cerberuss corrió tras ella y al verla tán dolida, estrechandola entre sus brazos, simplemente le murmuró:
-Si lo deseas, la encontraré y la mataré. -
-No. Al fin y al cabo, tiene razón. La primera vez que sus rojos ojos se posaron sobre mí, lo supé. -Fueron las palabras ahogadas por los sollozos que fue capaz de decir ella, recordando lo que primero que pensó cuando sus ojos se cruzaron con los de el joven de rojo.

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