jueves, 10 de febrero de 2011

FanFic Slayers RED PRIDE II

Este maravilloso dibujo de Rezo no es mío, es de Mega Sidh pero como me gusta mucho y sale con los ojos abiertos lo pongo junto a la segunda parte de Red Pride ^^
NOTA DEL AUTOR (O AUTORA XD):
Aunque ponga dibujos o imagenes de Rezo, que me vayan gustando o sean hechas por mí, os recuerdo que estoy tratando de narrar la vida de Kaos Lord Khem, personaje creado para Gaiax por Alex II y el motivo es porque junto a la historia del personaje habían dos imagenes de Rezo, o una de Rezo y su copia. Además algunas cositas son de invención propia para que cuadre con Eterno Poder. Dicho esto, disfrutemos de los experimentos del maquiavelico Khem ^^

Cuando aquel enigmatico joven de elegantes y rojas ropas se dirigió a aquellos hombres, cuyo aspecto distaba mucho de la clase y pulcritud que poseía el de él, ninguno de los dos advirtieron las intenciones del joven. Ellos tan sólo vieron a un joven cardenal que parecía haberse perdido por las frondosos bosques que poseían Los reinos de Giermann. Por lo que, Dilgear, el hombre de facciones más amables, fue el primero en acercarse a él. Zaidos, el hombre de oscura barba y bruscos modales le seguió al poco tiempo.
-¿Se ha perdido, Su eminencia? -Preguntó Dilgear, escogiendo las palabras más educadas que conocía, tendiendole una mano amistosa añadió. -Me llamo Dilgear y si su eminencia necesita que le guie hasta el monasterio más cercano, lo haré encantado. -
El joven de rojizas ropas sabía que así sería pues Dilgear era un ladrón con principios, por lo que, fingiendo una emoción que no sentía, suspiro y dijó:
-¿De verdad haría eso por mí? Le estaría tan agradecido. -
Pero Zaidos, colocandose en medio de ambos, exclamó:
-¡Disculpenos un momentito, su eminencia! -
Y llevandose a Dilgear con él lo suficientemente lejos de aquel perturbador joven, Zaidos le soltó:
-¿Estás loco? ¿Desde cuándo los tipos como nosotros ayudan a los tipos de La iglesia? En vez de ayudarle, deberías estar robandole. -
-Pues muy sencillo. -Respondió Dilgear ofendido. -¡Si le ayudamos, hablara bien de nosotros y quizás consigamos un trabajo mejor! -
-¿¿Un trabajo mejor?? -Repitió a modo de pregunta Zaidos dandole un capón a su soñador amigo Dilgear. -No creo que suceda eso... -
-¡No se pierde nada por intentarlo! -Le interrumpió Dilgear, que sin darse cuenta, había comenzado a gritar.
Siendo consciente de que la disputa era por él, el joven de rojo, en ese papel que le asignaban de buen hombre, con voz compungida dijo:
-Si a su compañero le resulta un problema el hecho de guiarme hasta ese monasterio, intentaré llegar por mí mismo. -
Dilgear, tal y cómo suponía el joven de rojo, gritó, acercandose a él, dando grandes zancadas:
-¡Qué va! ¡Además acaba de decirme que lo le importa! -
Zaidos miró a su amigo con furia pero al ver a Dilgear tan contento por aquella pequeña victoria, esa furia se apaciguó. Recorriendo el largo sendero, Zaidos no dejaba de observar al joven "cardenal". No había tenido la oportunidad de conocer a muchos hombres de tan elevada posición dentro de La iglesia, pero a Zaidos le parecía muy extraño que aquel individuo fuese tan joven pues no debía ser fácil llegar a esa posición. Dilgear, en cambio, estaba convencido de que debía de tratarse de un cardenal pues no sólo el color se lo indicaba, la suavidad y limpieza de la prenda eran otro importante indicio. El hechicero, en realidad él nunca se sintió ligado ni a Dios ni a La iglesia, iba más centrado en cómo llevarselos a su laboratorio. Una serie de retorcidos pensamientos inundaron su mente, concluyendo en uno que solía satisfacerle mucho. A pocos metros del majestuoso monasterio, elaborado todo de gruesa piedra, Dilgear y Zaidos, separandose del joven de rojo, regresaron sobre sus pasos para regresar al que aquella noche sería el lugar en el que pasarían la noche. Tumbados sobre el frio suelo de tierra, con duras piedras a modo de almohada, Zaidos protestaba:
-Espero que estes contento. Le hemos ayudado y no hemos obtenido nada, NADA, a modo de agradecimiento. -
A Dilgear eso no le importaba, se sentía muy bien consigo mismo, no necesitaba más. Con una sonrisa de oreja a oreja, ignoraba las quejas y protestas de su interesado amigo. Lo que ocurriría al poco de caer dormidos sería tán incomprensible para ambos hombres, que ninguno podría olvidar los acontecimientos siguientes. Dilgear, quien fue el primero en abrir los ojos, contempló, alarmandose, como el bosque, con todos los alargados arboles y sus molestas piedrecitas se había transformado en una fria y poco iluminada habitación. Dilgear, insconciente de que se encontraba inmovilizado, hizo por incorporarse pero le resultó imposible, como si su cuerpo se negasé a realizar las ordenes que su cerebro le transmitía. Sólo sus ojos eran capaces de moverse. Desesperado los dirigió por todas direcciones.
-Zaidos, ¿dónde estamos? -
Al no recibir respuesta, Dilgear comenzó a gritar el nombre de su amigo.
-¡Zaidos! ¡Zaaiidoos! ¡ZAAIIIDOOOS! -
La desesperación de Dilgear se volvía más y más grande. Jamás se había encontrado solo, incluso en diversas situaciones peligrosas, ambos amigos habían permanecido juntos. Para Dilgear afrontar la situación fue verdaderamente difícil. Zaidos también sufría, los gritos de su amigo se escuchaban por todo el sótano. Para su opresor, el monstruo que los tenía allí, su agonía era lo más plancentero que hacía tiempo que no sentía.
-Me da la sensación de que Dilgear y tú sois más que compinches. Qué tierno. -Comentaba el hechicero al también inmovilizado Zaidos, cuyos ojos no se apartaban de los rojisímos ojos del joven. -Pronto tus gritos se uniran a los suyos. Seguro que eso le hará sentirse mejor. -
Zaidos tragó saliva ante la anunciación del joven de ojos rojos como rubies. Quisó saber por que pero al verle comenzando a desvertirlo rajando sus humildes ropas y deshaciendose de la hombrera de metal y otros elementos protectores, la respuesta se hizo muy evidente.
-¡¿Vas a matarnos?! ¡¿Desde cuando un cardenal se tomá tales libertades?! -Comenzó a quejarse a medida que el fino cuchillo acariciaba la carne, produciendo un terrible dolor al bandido de oscuros cabellos. El joven rió. Eran perfectos. Si sobrevivían, serían unos guerreros llenos de odio. Dilgear dejó de gritar pues una serie de gritos enfurecidos le sorprendieron provenientes de una voz muy familiar, la de su amigo, el maleducado Zaidos. Dilgear se sintió aliviado, más, como cada grito se volvía más agudo e intenso, carente de palabras ya, la desesperación se tornó angustia, su amigo estaba siendo atacado. Antes de darle una forma o de comenzar con los experimentos, el malvado hechicero de rojas ropas, se aseguraba de que sus cobayas tuviesen buena salud, por fuera y por dentro. Su corazón, sus pulmones, su higado, todos los organos sufrirían un gran cambio y si no lograban sobrellevarlo, la primera parte del experimento se iría al garete. Dilgear y Zaidos, parecían muy fuertes, de complexión media y musculos desarrollados gracias a las duras labores que empeñaban siendo jovenes con sus respectivas familias. Los gritos, alaridos de puro dolor, cesaron. Zaidos se encontraba abierto dejando a la vista toda la complejidad del cuerpo humano a la vista del joven, que hasta no examinar cada parte, no cerró mediante fino hilo de araña el torso de Zaidos. Dilgear desde su lejano rincón fue participe del experimento que el joven realizó sobre Zaidos.
-Sé que no te sientes muy afortunado ante lo que estoy a punto de brindarte. Aún así, es muy importante, sobretodo para tí, que concentres toda tu mente y tu alma en la imagen de un animal, a poder ser, un mamifero. -Le ordenó con su suave y embelesadora voz a Zaidos, que se encontraba como recien traido a la vida. Un fino hilillo de sangre aún se deslizaba desde su boca a su peluda barbilla. Zaidos cerró los ojos. No deseaba ver la siguiente parte del experimento. Es más, en lo único que pensó fue en la muerte. El resultado no fue lo deseado pues aunque el cuerpo de Zaidos experimentó el cambio. La apariencia que presentaba el cuerpo de Zaidos distaba mucho de lo que el hechicero le había ordenado. Se había convertido en una criatura grotesca y lo peor de todo fue, que sus organos se encontraban aún en peor forma. Más, el hechicero no se lamentó, cubrió el cuerpo del difunto Zaidos y encaminando sus rojos ojos hacía el rincón en el que estaba Dilgear, dijo:
-Por fortuna, eran dos. -

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