miércoles, 23 de febrero de 2011

FanFic Slayers RED ENVY III



Dibujo en plan medieval que hice especialmente para el fanfic ^^ Espero que os guste ^^ Khem con Jimena, la muchachita ciega sordomuda.


NOTA DEL AUTOR (O AUTORA XD):
Puede que ciertas escenas hieran la sensibilidad del lector ^^'
Qué se suela dibujar a los ciegos con los ojos cerrados me llama la atención. Yo he visto y conocido a personas ciegas que van con los ojos abiertos o con gafas de sol. Ahora comprendo, y tiene cierta logica, que Rezo en Slayers vaya con los ojos cerrados, al abrirlos es cuando sale Shabragnigudu y se lia parda XD Por lo que Jimena y algunos ciegos en mis historias apareceran o bien con los ojos abiertos o con vendajes. Khem no es ciego realmente pero la luz del sol le daña debido a que sufre Photofobia ocular. A veces lo dibujo o lo describo llevando los ojos tapados por un pañuelo de igual color que sus ropas o con los ojos cerrados pero de noche o en lugares oscuros, sus rojisímos ojos están abiertos y ve perfectamente. La magía negra en Eterno Poder es más compleja pues es algo concedido a los brujos o hechiceros por demonios, criaturas de la oscuridad que aceptaron a Lucifer como su lider en una batalla contra Dios que se formó debido a una fuerte oposición a los mandatos de Dios por parte de Lucifer o Lucifier. Magía que corrompe pues proviene de criaturas o entes corrompidos. Peligrosa para el hechicero y muy dañina para el enemigo. El hechizo más poderoso es o sería el Drag Slave pero el Ragna Blade tampoco se queda corto. Los hechiceros, para no ser corrompidos por los demonios, usan principalmente gemas magicas u otros elementos con los que controlar la energia pero los brujos no y por ello, pueden incluso transformarse o cambiar de aspecto. Los brujos, si se les es concedido, pueden invocar demonios de poco nivel o manipular tanto personas como objetos al igual que los Dark Lords a los que hayan solicitado poder. La magía shamanistica, al provenir de la naturaleza, es neutral y más sencilla de dominar. Aclarado ese punto, a leer ^^

Incapaz de contener su furia al ver que tanto los gigantes como ese extraño joven vestido de rojo, con ojos de sangriento color se marchaban como si nada hubiese sucedido, enrabietado, el caballero amigo de Leroy cuyo aspecto en aquellos momentos era más que excentrico, era hilarante, volvió a la destrozada casa corriendo, su mujer lloraba acurrucada en un rincón, cerca de la chimenea de grisacea piedra. Le habría venido bien ser consolada pero su marido estaba más ocupado en no dejar que aquel monstruo de hermoso y tranquilo rostro se marchase sin ni siquiera disculparse, por lo que nada más alcanzar su espada, la dejó ahí lloriqueando con la cara enrojecida.
-¡Vuelve y arregla esto monstruo! -Gritaba como un poseso desembainando su espada al trote.
El hechicero no se molestó en girar la cabeza, con un simple chasquido de dedos, alguno de sus gigantes se ocuparía de él. Cerberuss, en cambio sí, incluso le avisó de no hacerlo:
-¡No lo hagas! -
Demasiado tarde, el muchacho y Leroy contemplaron como al poco de chascar los dedos el malevolo hechicero, el gigante más cercano detuvó su loca carrera, con la espada sujetada con ambas manos, lista para penetrar la carne del hechicero. Tán sólo se limitó a darle un pisotón.
-¡Dios mio! -Exclamaría el otro caballero, el de la rubia y lisa melena, girando la cabeza con los ojos cerrados fuertemente, como si el pisotón lo hubiese recibido él.
Cuando el gigante apartó su gran pie y siguió la marcha, el rostro del caballero presentaba una horrible mueca de asombro. Todas las partes de su cuerpo se encontraban aplastadas pero peor aspecto luciría su cuerpo por dentro. Pulmones encharcados, el corazón adoptaría una forma similar a la del fuelle, pero deshinchado, las vertebras estarían rotas, todo, en general, machacado. Una muerte horrible pensó Cerberuss acongojado y es por mí culpa. Yo no debía estar con ellos. Las lagrimas brotarían por la cara del muchacho y Leroy. El caballero al volver a mirar al frente, apretando los puños, viendo como aquella figura de fulgurante rojo se desvanecía a lo lejos, como si presenciar la muerte de otro colega fuese el estimulo que su memoria necesitaba, recordaría al joven de rojo. Aquel al que tanto su leal Leandro como el ya consideraron peligroso al poco de verle avanzar hasta su mesa. El joven que les mantuvó atrapados en la taberna mientras ésta se quemaba. Era él, seguro. Su mente se inundó de odio, insensatamente, corrió al igual que había hecho su amigo y gritó:
-¡Asesino! ¡La desaparición de Leandro, seguro que fue obra tuya! ¡Seguro que le mataste! ¡Cómo acabas de hacer ahora! -
Y como poseido por el dolor, el cabreo y la rabia, sacó su espada y con gran punteria, la lanzó contra el hechicero. Realmente fue impresionante lo ocurrido a continuación. En el rostro del hechicero se dibujó una sonrisa perversa y girandose con increible rapidez, alzando un brazo con la mano extendida, paró la larga y pesada espada. Ni el muchacho, aún prisionero del gigante, ni el propio caballero pudieron creer lo que sus ojos acabaron de ver. La espada se mantenía flotando, cerca, realmente cerca del cuerpo del hechicero de rojo. Cerrando los ojos, con arrogancia dijo:
-¿Esto es todo lo que se te ha ocurrido hacer contra mí? ¡No me hagas reir! -
Al volver a abrir los ojos, bajando el brazo, el hechicero, dirigió de vuelta al caballero rubio, la espada, que voló a gran velocidad hacía el caballero, clavandose, como debía de haberlo hecho en el pecho del hechicero, en su pecho. La sangre comenzó a brotar, confirmando la punteria que poseía el hechicero. Cerberuss, horrorizado, tenía los ojos puestos en el pobre y buen caballero que cayó hacía atrás y apretaba los dientes. Cerberuss miró a su señor arrugando la frente, con la boca cerrada. Las lagrimas seguían recorriendo sus mejillas. Los gigantes avanzaron al dar su creador los primeros pasos. Lejos, muy lejos, los gigantes irían volviendo a su aútentico ser, esparcidos a lo largo del arido terreno. Su misión ya había sido realizada. El hechicero de rojas ropas se había valido de los fuertes y alargados molinos para no sólo llevarse con él al muchacho, sino también para dar una lección al caballero.
-¿Qué tal te encuentras ahora? -Necesitaba saber una hermosa y vital voz femenina.
-Bien, supongo. -Le contestaría Dilgear, abriendo los ojos pesadamente. -Un poco aturdido, nada más. -
Junto a él se encontraba una muchacha de ropas de diversos tonos de azul, predominando el color dorado sin embargo sus cabellos parecían de un castaño caoba, muy claro y rizado. Sus manos estaban extendidas sobre él y de ellas salía una luz que se fue esfumando al apartar sus manos la muchacha. Poniendose en pie, pues para curarle se había tenido que arrodillar, le informó que tenía que proseguir con su camino.
-¿Te vas? -Protestaría el hombre-bestía.
-¡Pues claro que me voy! En realidad yo tenía que dirigirme a Ávalon pero al ver lo que ese brujo te hacía no podía seguir dejandote morir. Tus quemaduras eran muy serias. -Le confesaría ella con una calida sonrisa antes de dar un alto salto, transformandose en un dragón de grandes dimensiones de doradas escamas y cristalinos ojos. Dilgear no pudó sentirse más avergonzado. Una de las criaturas magicas de las que anteriormente había perseguido y matado a obligada petición de su amo y señor acababa de ayudarle, simplemente porque no podía soportar la idea de encontrarselo muerto. El hombre-bestía se maravilló ante la piedad que desplegaba Dios mediante ciertas personas o criaturas. Tras pasar varios meses, el bandido se convenció de que no volvería a ver a su amigo. Su retorcido señor debía de haberle encerrado pero al merodear por la zona en la que estaba el hogar de ambos, no había vivienda. Dilgear olisqueó como un perro rastreador el lugar. Olía a madera quemada, Dilgear, sentandose en mitad de la nada, golpeando con furia al suelo, comprendió que su amo y señor se lo había llevado con él, a otro lugar, uno muy lejano. Ese suceso destrozó al buen Dilgear, se había encariñado mucho con el muchacho y fue su único amigo siendo un monstruo. Ahora si que tendría que enfrentarse a su gran miedo, quedarse solo. La dragona sufrió una regañina tremenda por parte de un compañero y amigo dragón de escamas tan doradas como las suyas. Hinchando los mofletes aguantaría los gritos lo mejor posible, cuando ese dragón dorado se ponía así era mejor no provocarle, si le estaba regañando era en parte debido a la ayuda prestada al hombre-bestía, que la había retrasado más de lo que la dragona supusó. La joven Aqua y ese gruñón compañero dragón transmitieron lo ocurrido al sabio de blancas ropas y amigo común, Lou Groun.
-El plan ha sido un fracaso. Sentimos haberle fallado. -Dijó el dragón dirigiendo los ojos hacía Aqua, que de inmediato agachó la cabeza, sintiendo culpable. El hombre suspiró, como si aquello tán sólo fuese una partida de ajedrez perdida más contra su peligroso antiguo amigo. Lo que le dolía era que dos buenos hombres hubiesen muerto de modo tán atroz.
-No. -Les anunció. -En realidad, el único culpable soy yo. Siendo sabedor de hasta donde es capaz de llegar Khem, no debí planear todo esto. -
La joven dragona al oir la voz quebrada por la tristeza y el cansancio del hombre, se entristeció. Realmente se esforzaba por proteger y llevar al buen camino a muchos hechiceros, eso le hacía muy querido y respetado pero si no iba con cuidado, su deber acabaría por ponerle enfermo. El dragón, viendole tán desconsolado, le dió su apoyo con estas palabras:
-No se rinda. Dios no permitirá que el alma del muchacho sea corrompida por ese oscuro hechicero. -
Regresando a su forma de dragón, vatiendo sus alas, añadiría:
-Sabe que siempre contará con nuestra ayuda. -
El gran Groun lo sabía pero en aquel momento le consoló mucho escucharlo. Aqua le guiñó un ojo y alejandose del gran sabio corrió transformandose a mitad del camino para seguir a su compañero, que ya se hallaba a cierta distancia, con las alas extendidas, volando. El gran Groun regresó a los aposentos que El rey largo tiempo atrás cedió al grandioso Merlín, su maestro y tutor. Desde las pequeñas ventanas se observaba un cielo cubierto por una expesa y blanquecina niebla, los dragones, a pesar de sus luminosas escamas, apenas podían distinguirse. La idea de que su antiguo amigo nunca volviese a ser como antes consumía lentamente al sabio, que aún albergaba la esperanza de que una pequeña parte de aquel Khem hubiese sobrevivido, era como si su alma llorase pero nadie pudiese escuchar sus llantos. Algo parecido debía de sentir Cerberuss, que vertía lagrimas contemplando desde una de las grandes ventanas que poseía el castillo, su reino o el que fue el conocido Reino de Aerothus. Un lugar hermoso, lleno de frondosos bosques y varias praderas. Todas tán verdes que no daba la sensación de ser un reino destruido pasados varios meses. El muchacho tenía todo eso para él pero no le agradaba. Lo que si le agradaría sería dar un largo recorrido por esa verde tierra acompañado por Dilgear, el hombre-bestía. El hechicero lo sabía, también sabía que había una posibilidad muy alta de que volviese a enfermar pero Dilgear no era una compañia apropiada para él, así se lo planteó una fresca mañana al encontrarselo sentado con los ojos vacios mirando al horizonte.
-Convencete de una vez, no es bueno que un muchacho de tu posición vaya acompañado por una criatura como Dilgear. ¿Qué pensarían de ti tus sirvientes?-
-Teneis razón mi señor. Procuraré alejar su recuerdo de mi mente. -Fue lo único que el muchacho respondió limpiandose las lagrimas con la mano. Estando el muchacho más presente, el hechicero de rojas ropas le recomendaría lo siguiente:
-¿Qué te parece dar una vuelta por las poblaciones y ciudades de tus dominios? -
A lo que Cerberuss, incogiendose de hombros, aceptaría. Un paseo le vendría bien, el aire fresco y el conocimiento de los lugareños sería positivo. El aspecto de las gentes no era muy distinto del que pudiera llevar la gente de otros reinos, magicos o no. Lo que verdaderamente sorprendió al muchacho sería la ausencia de iglesias o catedrales. El hechicero de rojas ropas sonreiría encantado pues tampoco era muy devoto, en su lugar había algunos edificios cuya arquitectura recordaba a la de los edificios de las antiguas civilizaciones. De bella piedra pulida blanca o beige, con grandes columnas y formas muy simetricas. En Saillune también había un gran edificio así, Cerberuss lo recordaba porque hasta ese momento no había visto ninguno igual antes. El muchacho no sólo se vería interesado en el edificio, los ropajes y deberes por parte del gran sacerdote encargado le serían de curiosidad también.
-Son tunicas te resultaran vagamente familiares ¿o no? Los sacerdotes cristianos a veces llevan una casulla verde o morada pero estos sacerdotes llevan o bien el color verde o bien el color morado siempre. -Compartiría con él el hechicero de rojas ropas. -Por cada sacerdote hay tres sacerdotisas. El número de sacerdotisas es mayor que el de sacerdotes. Algo parecido sucede entre los brujos. -Añadió divertido al darse cuenta de esa casualidad.
Cerberuss le escuchaba atentamente. Su señor sabía tantas cosas, cosas tán interesantes y para él, tán extrañas. Era como meterse en un mundo totalmente distinto al que conocía, eso siempre fue algo que le gustó por parte de su amo y señor. El hechicero simplemente se limitaba exponer sus conocimientos, como solía hacer de más joven. No sería hasta llegar al mercado o la zona de mercado en esa ciudad, que un hombre de aspecto intimidador se acercaría a ellos. Su piel era muy morena, sus cabellos estaban muy revueltos sujetos por una coleta mal hecha. Su actitud daba a entender que si bien no era un bandido debía de ser un mercenario. Khem no necesito verlo para identificarlo, sus desaires y su hedor corporal eran prueba suficiente.
-¿Eres tú el brujo Khem? -Masculló mirandole con una sonrisilla torcida.
-¿Quién desea saberlo? -Preguntó él con un brazo extendido hacía un lado, para mantener a Cerberuss alejado, que mantenía su mano izquierda sobre su espada, preparado para atacarle. El mercenario giró la cara para lanzar un asqueroso gapo, cruzando los brazos volvió a preguntar, parecía impaciente por escuchar la confirmación:
-Tio, ¿lo eres o no? -
-Si, lo soy. -Admitió finalmente el hechicero de ropas rojas. -Ahora, si no deseas que conozca tu nombre, ¿serías tán amable de decirme al menos para qué me buscas? -
El mercenario descruzó los brazos y doblando uno de ellos, golpeandose dos o tres veces con el meñique los pectorales les contó lo que el tipo que le había contratado le exigió.
-He venido a llevarle hasta el señor Vizear. Este tío requiere sus servicios con urgencia. -
-Ooh conque es eso. -Exclamó el hechicero sin mucho entusiasmo. -Pero, como ya sabrá el señor Vizear, mis servicios no son gratuitos... -
El mercenario, deseoso por finalizar el trabajo y ser pagado, inquirió:
-¡A mi eso no me atañe! ¿Vas a venir conmigo por las buenas o tendré que llevarte a la fuerza? -
-Está bien, tranquilizate. No me interesa ir pero ire contigo. -Concluyó el hechicero.
Cerberuss retiró su mano de la espada y se limitó a seguir al lado de su señor al desagradable mercenario. Dilgear era un bandido pero en comparación con este tipo, no lo aparentaba tanto. Por fortuna, para hechicero y muchacho, el hogar del tál Vizear se encontraba en tierras de Aerothus pero a diferencia de otros señores nobles como Ladock Lanzard, la residencia no se encontraba dentro de la ciudad pues no poseía ciudad, simplemente dos o tres villas en las cuales había dos pueblecitos, los habitantes debían de ser los siervos de Vizear. Vizear, les acogió él mismo. Cerberuss se quedó sin saber como reaccionar, cuando Vizear le reverenció. Cerberuss sabía que al ocupar y vencer al Rey del reino de Aerothus, se había convertido en algo más que un vasallo o sirviente pero siempre le costaba asumirlo, no se veía ni como un señor noble ni como un rey. Vizear era un hombre alto, con buena forma fisíca, rasgos equilibrados, aseado y de piel no demasiado morena. Su cabello era castaño oscuro y muy liso. Divido por una raya levemente torcida. No poseía barba, como mucho, una de dos o tres dias. Para Cerberuss la apariencia de ese señor noble era una mezcla entre un bandido y un rey.
-Su alteza, es todo un honor que usted haya venido también. -Se dirigió a él así al hacerle la reverencia. Cerberuss se sonrojó dado que todavía no se había acostumbrado a ser visto como un hombre de tanta categoria y balbuceó_
-No tenía nada mejor que hacer. -
Los ojos de Vizear pasaron de contemplar a Cerberuss para quedarse quietos en el hechicero. Vizear había oido hablar de él, de sus talentos y sus conocimientos pero nadie le había descrito su aspecto. Parecía el hermano mayor de Cerberuss.
-Sé lo que estas pensando. No dejes que mi aspecto fisíco te engañe. -Le recomendó.
Llegaron al castillo montados en un carruaje. El muchacho no podía evitar sentirse cada vez más y más fuera de lugar. El había visto pocos carruajes en su vida y estar montado en uno, era como vivir una fantasia, lo que le atemorizaba pues las fantasias no son reales, sólo ensoñaciones. El castillo como tál no se diferenciaba mucho del castillo propiedad del Rey, quizás sólo en el tamaño o en la sencillez de algunas habitaciones. Dos mujeres se encontraban de pie a la entrada. Una de ellas era mucho más joven y linda que la otra. Con largo cabello trenzado de vivo color anaranjado, con algunos cabellos de tono más cercano al rojo. En sus ojos había algo, no eran como los de los demás. Se mantenía agarrada al fortote brazo de la otra mujer, que fijandote en sus ropas, era o tenía que ser una criada. La única que alzó la vista y les dió la bienvenida fue la criada. Khem, a pesar de mantener los ojos tapados, era consciente de que habían dos damas. El podía oir, ella tan sólo podía guiarse por el tacto o el olfato.
-Ya he llegado, mi preciosa Jimena. -Le indicaría Vizear acercandose a la muchacha para besarla en la mejilla. Ésta, al sentir los labios de él tan cerca, retiraría energicamente su rostro. Vizear disgustado, mandaría a la criada llevar a la muchacha a su cuarto. Cerberuss intuyó que aunque ella no pudiese ver u oir a Vizear, le detestaba.
-¡¿Se ha dado cuenta?! ¡Con todo lo que hago por ella, ella sigue sin amarme! ¡Ni siquiera siente un poquito de afecto hacía mi persona! -Exclamaría mirando al hechicero de rojo. Su tono de voz mostraba furia y una creciente desesperación. A lo que el hechicero replicó:
-¿Para eso me reclama? Si la señorita no le ama, poco hay que yo pueda hacer. -
-¡Claro que sí! Intente al menos hablar con ella. Que sepa lo mucho que la amo. -Le exigió negandose a aceptar lo que acababa de decir ese hombre de grandes conocimientos y dominador de toda la magía existente. -Le daré todo el oro que pida. -
El hechicero de ropas rojas no tenía ninguna intención de ser su celestina, sin embargo, el fuerte rechazo que ella sentía hacia Vizear y la desesperación y rabia que eso provoca a él le hacían sentir tál placer, que decidió quedarse a intentarlo o fingiría intentarlo.

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