miércoles, 16 de febrero de 2011

FanFic Slayers RED SLOTH III


Otro fantastico dibujo de Zelgadiss ^^ Espero que os guste, no es mío pero merece estar aquí, me recuerda tanto a Cerberuss X3
NOTA DEL AUTOR (O AUTORA XD):
Mis fanfics van trocito a trocito XD Con respecto a los pecados, pues sí, cada historia tiene como título un pecado capital, ahora, es posible que me haga un lio, yo no soy buena poniendo títulos, yo escribo lo que se me va ocurriendo y luego me complico la existencia XD De todos modos, lo que más me importa es que os gusten las historias. Antes de ponerme con lo de los torneos, os narraré un poco como Khem consigue que la armadura que fabrica, sea tán poderosa. Espero que os guste y espero no meter mucho la pata ^^' ¿Violencia? Por ahora, no mucha...
De regreso al que Cerberuss consideraba su hogar, el muchacho relató a su oscuro señor lo sucedido lejos del gran salón en el que se celebró el gran banquete. Cerberuss contó con pelos y señales como aquel Ladock Lazard le había ofrecido aliarse con él, significando eso, que sus tierras pertenecerían a Saillune y se vería obligado a servir al Rey de ese reino. Su señor escuchaba sin decir palabra, cruzado de brazos, la expresión en su jovenil rostro se tensó.
-¿Qué le respondiste? -Preguntó resultando su voz amenazante para el muchacho.
-Le dije que era una oferta muy halagadora por su parte y que tendría que meditarla antes. -Respondió el muchacho con voz tremula, consciente de que cada vez que se encontrase en situaciones similares tendría que ser más y más cuidadoso. -¿Cree que obré bien? -
Cerberuss necesitaba deshacer el nudo que se había formado en su estomago, posiblemente resultado de la ansiedad que le producía improvisar, para él era más fácil y menos peligroso cumplir las misiones que le asignaba su señor. El no se veía tán bravo como Dilgear, su voz era silenciada con menor difícultad, había aprendido a vivir trás la sombra de alguien. Dilgear, en cambio, cuestionaba mucho y no le gustaba ser una pieza remplazable. Su señor sonrió levemente. El muchacho había actuado tál y como debía. En el momento en que Cerberuss comenzase a actuar por su cuenta, el hechicero rojo lo mataría pero como el hechicero sabía que Cerberuss no sería capaz, la pieza fundamental para la jugada ganadora, seguía en el tablero.
-También he sido invitado a participar en el torneo que se va a celebrar dentro de dos meses. Tál y como Ud me predijó. -Añadió Cerberuss, que aún se sentía fascinado ante el hecho de que hubiese sucedido lo que su señor le había comentado, alzando la voz.
-¿Acaso lo dudabas? Poseemos más terreno que él. -Apostilló el hechicero de rojo al muchacho. Al instante siguiente, se dirigió hacía la única estanteria que había en aquella habitación, en la casa del hechicero no habrían muchos muebles pero si varias estanterias, realizadas por las mismas manos del hechicero. Incluso en la habitación correspondiente a Cerberuss, la pequeña estanteria que disponía estaba llena de libros, libros cuyo aspecto dejaban muy claro que no eran del humilde muchacho, hijo de un humilde agriculto, que lo perdió todo al darse a la bebida. Siendo costumbre en él, tras dar un leve toque al suelo con un pie, uno de los polvorientos libros que la estanteria poseía, avanzó flotando hasta la mesa y se dejó caer suavemente ante los abiertos ojos de Cerberuss. Para Cerberuss aquello no debía de serle nuevo, ya había visto a su señor controlar objetos inanimados otras veces, pero al venir de unas tierras que prohibían la magía, cada vez que veía aquello, sus ojos se abrían considerablemente debido a lo maravilloso y extraño que le resultaba. Volviendo al lugar en el que el muchacho y el libro sobre la mesa se encontraban, abriose el libro parandose en la parte que más interesaba al hechicero de rojizas ropas, éste, ordenó lo siguiente al muchacho:
-Necesito que me traigas cuanto antes una serie de instrumentos. -
Pero añadió burlón:
-¿Si te digo el nombre de cada objeto, crees que serás capaz de recordarlos todo o tendré que escribirtelos en una nota? -
Cerberuss contestó, molesto:
-Lo que Mi señor considere mejor. -
El hechicero arrancó una de las amarillentas hojas que el libro poseía y entregandosela, inquirió:
-Ve al pueblo más cercano y cuando haya anochecido cuelate en casa del herrero. Si por un casual se despertase, matalo. -
Aunque la voz de su señor al igual que sus maneras era suave y aterciopelada, sus ordenes o peticiones eran tan directas y crueles que al muchacho le daba la impresión de que su señor no parecía ser dueño de un alma como todo el mundo. El hechicero le planteaba sus deseos de un modo que el muchacho no fuese del todo consciente de que iba a usar la espada de todos modos. El herrero era de aquella población, el único en su profesión, solía ser un tipo con fama de huraño, muy trabajador y con gran talento en la forja de cualquier cosa que sus clientes le propusiesen. Cerberuss diambuló por los espesos y fangosos bosques hasta que el sol acabase su misión de compartir su luz. Al ver al muchacho, el hombre-bestía Dilgear sintió una gran alegría, tanta que se habría lanzado a lamerle la cara como un cachorro mimoso pero conteniendose, prefirió seguirle. Dilgear se olia que Cerberuss no se había aventurado a abandonar la morada de su señor por su propia voluntad. Dilgear, desde una distancia prudente, le observaba avanzar hasta una aldea cercana. El plan de Dilgear hizo aguas, no podría seguirle una vez dentro del pueblo dado su aspecto, se montaría un gran follón y su señor al descubrirle vigilando al muchacho, le castigaría muy severamente. El bandido, tán silencioso como un ratón, regreso a las profundidades del bosque. Cerberuss, continuó. En la aldea tan sólo se oían los gritos y lamentaciones del borracho de turno, que caminaba tropezando constantemente. Cerberuss afinó su visión lo más que pudó, posando sus ojos en las fachadas de las viviendas. Había muy pocas con letrero. Cerberuss sólo logró distirguir las figuras de un tenedor y un cuchillo en una y en la otra, algo similar a un grifo, criatura mitologica extinguida. El muchacho se recostó sobre una fachada y se frotó los ojos. Había forzado mucho su visión, por lo que los sentía doloridos.
-¡Eh tú! ¡¿Qué demonios haces en la calle?! ¡El toque de queda hace tiempo que fue dado, no deberías permanecer aún en la calle! -Los gritos provenientes de un corpulento individuo, con una barba no muy expesa sobresaltaron al muchacho, que miró a todas partes hasta localizar al hombre que le estaba gritando. El muchacho sacó su espada de inmediato pues los gritos de aquel tiparraco podrían despertar a todos los demás aldeanos. Al avanzar hasta el, el robusto hombre comprendió que el muchacho era un forastero, seguramente un bandido, por lo que dejó de gritar y entró a la vivienda en la que Cerberuss había visto al grifo en el letrero. Creyendo que el hombre se había asustado, Cerberuss relajó la postura que acababa de adoptar, la que siempre adoptaba cuando iba a luchar pero de pronto, el hombre apareció, agarrando con ambas manos un gran martillo. A Cerberuss lo único que se le ocurrió hacer, tras esquivar al hombretón, fue correr. Una vez a la suficiente distancia como para no ser alcanzado por el martillo, Cerberuss pensó en un modo de desarmar al hombre. Fue una vileza por su parte pero como aquel hombre era mucho más fuerte y su arma no era una espada al muchacho no le importó recurrir al sucio truco de tirarle tierra a los ojos. Tomó una poca en su puño y cuando lo vió acercarse de nuevo, la lanzó con afortunada punteria. El hombre soltó el pesado martillo y llevandose las manos a la cara se alejó. Cerberuss guardó su espada y cogió el martillo. Algo era algo. Dilgear, al volverlo a ver, se plantó frente a él y le interrogó:
-¿Para qué has ido a esa aldea? -
-Iba a buscar algunas cosas para nuestro señor. -Le contó el muchacho, enojando al hombre-bestia, que autocontrolandose, le lanzó otra pregunta:
-¿Y qué tal te ha ido? -
El muchacho bajó la mirada, observando el pesado martillo que sostenía con ambas manos, se dió cuenta de que aquella misión no había resultado bien, conque con voz acongojada, como si en cualquier instante se fuese a poner a llorar, respondió:
-No muy bien. -
Por lo que Dilgear, apiadandose del muchacho, pues tán sólo era un muchacho, preguntó:
-¿Qué objetos tenías que llevarle a nuestro señor? -
Y al poco de que Cerberuss le enseñase la amarillenta hoja arrancada, Dilgear le consiguió los objetos que no había logrado robar el muchacho. El muchacho no trató de averiguar como los había conseguido Dilgear, simplemente se lo agradeció y marchó con ellos, colocados en una vieja manta atada por unos extremos. El terrible hechicero no tenía por qué pregunta acerca del retraso del muchacho pues ya sabía de antemano lo que había sucedido, pero como le era tán placentero torturarlo, lo hizó a la mañana siguiente, mientras el muchacho sacaba los objetos de la vieja y grisacea manta.
-Veo que has logrado traerlos. ¿Tuviste problemas con el herrero?-
-N-No, Mi señor. -Contestó el muchacho, vacilante, con el miedo todavía adentro.
-¿Seguro? Dicen que desde que su mujer murió se ha vuelto un hombre de trato muy difícil. -Insistía el hechicero apoyandose levemente sobre el muchacho, que no se atrevía a mirarle.
-Sí, seguro. -Consiguió afirmar Cerberuss.
-Maravilloso. En cuanto hayas desayunado algo, llevalos al sotano. -Concluyó el hechicero dejando al muchacho paralizado. Lo más aterrador no era como lo decía, sino lo encantadora que sonaba su voz, como si en verdad mostrase interés por él. Incluso cuando se mostraba más cruel e implacable, su voz sonaba tán tranquilizadora. Cerberuss le debía mucho a Dilgear. El tiempo transcurrido lo que quedaba de ese mes y los dos siguientes, Cerberuss apenas veía a su señor, sólo cuando este le llamaba para medirle y anotar ciertas conjeturas sobre el fisíco y la fuerza del muchacho. La última vez fue para enseñarle todas las partes que componían la armadura. Cerberuss se asombró de lo hermosas y bien hechas que estaban.
-Pero esto no es nada, mi apreciado muchacho, aún queda lo mejor de toda la armadura. -Le soltaría con una sonrisa maquiavelica. Mandando al muchacho lo más lejos posible, el hechicero se dispusó a preparar su laboratorio para recibir a uno de los temidos Dark Lords, el que según los antiguos druidas, era conocido como el Dark Lord Dragon de plata, Zannafar. El hechicero, colocandose en el centro, recitando una serie de palabras, convocó al demonio. A medida que las palabras salían de sus labios, en el suelo se iban dibujando una serie de circulos, con diversas figuras y simbolos, que cuanto más cerca esta el hechicero de finalizar la formulación de la invocación, más brillantes se volvían, llenando la casa y toda la zona de una fuerte esencia. Quizás para unos profanos eso tán sólo habría sido visto como un experimento fallido por parte de otro alquimista loco pero para los hechiceros y los brujos aquello era todo un logro. De los brillantes circulos parecía formarse finas capas de humo, humo cuyo color era entre grisaceo y blanquecino, que tán sólo adoptaba forma similar a la de un gran dragon para el hechicero o el insensato que le convocase.
-¿Qué deseas esta vez, Lord Khem? Acaso, como mi hermano, Dark Lord Ojos de Rubi, ya no puede ofrecerte nada mejor, me vienes buscando...- Rugió una cavernosa voz que retumbó por toda la zona, asustando a las alimañas cercanas a la zona en la que se situaba la casa del hechicero.
-¿Quién dice que esta llamada ha de resultar una traición al Dark Lord Ojos de Rubi? -Interrumpió el hechicero de rojas ropas al demonio dragon. -Tan sólo pretendía ofrecerte la oportunidad de volver al campo de juego una vez más a cambio de que me permitas usar parte de tu poder para mis fines. -
El dragon miró al hechicero con sus alargados y frios ojos azulosos, no parecía muy dispuesto a cooperar pues entregar parte de su poder equivalía a entregar parte de su mismo. Por no citar, que aquel humano provenía de una mujer adoradora de su hermano demonio, el violento Shabragnigudu. El hechicero volvió a tentarle:
-¿Acaso no deseas vengarte del ingendro celeste que te derrotó hace eones? Imaginate que por un casual Gabriev participará en el torneo que va a celebrarse en Saillune, poseyendo a mi vasallo, podría darle muerte fisíca frente a un montón de testigos, limitando sus acciones terrenales. -
-Mmm... Eso... Lo compensaría. Trato hecho. -Cedió el Dark Lord Dragon de Plata.
Todas las hileras de humo se dirigieron hacía las piezas de la armadura, volviendola brillante. Aparecieron también una serie de simbolos y en la parte correspondiente al pecho, surgieron dos grandes ojos, identicos a los del demonio dragón. Cerberuss y Dilgear se conmocionaron al ver a lo lejos como resplandeció la casa de su señor cegandoles los ojos.
-¿Qué coño habrá hecho nuestro señor? Jamás había acontecido a nada igual antes. -Exclamó el bandido, que debido al potente Ego desplegado por el demonio dragón, se encontraba mareado, tanto como Cerberuss, que se encontraba tumbado a su lado. Dilgear sabía que su señor usaba toda clase de magía pero aquello, aquello fue nuevo para Dilgear, que no pudo evitar recordar las anecdotas de Zaidos, el difunto Zaidos, sobre las brujas y su trato con el demonio.

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