sábado, 12 de febrero de 2011

FanFic Slayers RED GREED


Este fue el primer dibujo en plan medieval que hice ^^ Se supone que aquí el muchacho que va con Khem es aún un chiquillo y su rostro al igual que el resto de su piel tiene manchas muy visibles. No recuerdo bien para que parte o capítulo lo dibujé pero me gusta mucho y creo que para esta historia irá bien...
NOTA DEL AUTOR (O AUTORA XD):
Se supone que cada historia o capítulo o pequeño fanfic referente a Khem y sus andaduras tienen por título el nombre de un pecado capital, más o menos referente a lo que se va a narrar, por lo que supongo que son siete partes o capítulos. Este es el de la avaricia pues Khem no sólo ha logrado con exito transformar al pobre Dilgear en una bestía, sino que lo irá modificando sútilmente y según los resultados, hará por ampliar el proyecto abandonado. La historia original de Khem dice que tenía un gran ejercito, cuyos soldados eran individuos que habían sido mezclado con demonios y otras criaturas, con armaduras muy especiales. A eso me encaminaré y como la avaricia es el pecado que más le va, ese es su título. Dependiendo del tiempo que disponga, será o no será de contenido fuerte. Con respecto al Reino de Aerothus y su triste final, me he limitado a seguir, acoplandolo, lo que se mencionaba sobre ese lugar en la historia verdadera de Khem. Lo de que fue uno de los primeros reinos en oponersele.
Los brillantes y amarillentos, con leve tonalidad marrón se quedaron quietos, cuando el muchacho se despojó de la amplia camisa de lino que llevaba, mostrando a los presentes, su señor y al atónito hombre-bestia, la particularidad de su piel, que gracias a la buena iluminación que les ofrecía el sol a traves de la ventana de aquel cuarto, resultaba más evidente. Dilgear dió unos pasos atrás con una mueca de repulsión en su rostro animal. La piel del muchacho estaba repleta de manchas, manchas de diversos tamaños y grados de color. Aquello superó al bandido, la única enfermedad que Dilgear conocía capaz de ofrecer semejante apariencia o similar era...
-¡Lepra! ¡Tiene la lepra! -Dilgear lanzó un grito ahogado con su gutural nueva voz.
El muchacho volvió a ponerse la camisa de inmediato. Aquella reacción le era dolorosamente familiar. Por eso, cuando salía iba tapado hasta los dientes, era eso o acabar siendo echado a base de gritos y o el lanzamiento de palos. La expresión de su señor en cambio fue mucho más benigna, acercandose un poco más a él, dijó:
-¿Por qué te has vuelto a poner la camisa? Le vas a dar una impresión erronea de tu enfermedad. -
El muchacho suspiró avochornado mientras su señor le quitaba la camisa. Dilgear los miraba fijamente, apenas pestañeaba. Si aquella enfermedad no era lepra, debía de ser una enfermedad igual o más inusual. En el rostro del muchacho apenas se apreciaban esas manchas o eso fue lo que Dilgear pudó ver dirigiendo sus ojos al rostro del muchacho. El señor y amo de ambos, sacó algo parecido a un vaso pero de menor tamaño y con apariencia más irregular, metiendo algunos dedos en su interior, pronto Dilgear comprendió lo que el hechicero de rojo se disponía a hacer.
-Con el frio su piel se agrieta con mayor fácilidad que otras pieles. -Informó el hechicero de rojo al hombre-bestia, que observaba entrecerrando un ojo como el hechicero pasaba los dedos pringosos por la sustancia que debía de haber en el tosco objeto que mantenía bien sujeto en la otra mano. Ahora comprendía mejor porque era tán temido. El o bien podía liberarte de todos tus males o bien podía condenarte. Desde ese momento Dilgear empezó a preocuparse no sólo de su situación, también por la del muchacho, creandose un fuerte vinculo. Vinculo, que según la intesidad que fuese adoptando, sería brutalmente cortado o no por el amo de ambos.
-No me gusta el modo en que te trata. -Le comentó el hombre-bestia una noche, tras una intensa caza.
Dilgear se alimentaba como cualquier otro animal salvaje, atrapando a la criatura cuya sangre y visceras llenarían sus tripas y según lo obediente que hubiese sido, saldría tres veces, una a altas horas de la mañana, otra a mediodia y la última, por la noche. Dilgear tenía que sacar las garras, era mitad fiera no mitad ternero. -¡Menudo padre! Apenas te toca y cuando lo hace... Es de un modo malicioso. -
-¿Padre? -Repitió el muchacho sorprendido. -El no es mi padre, él es Mi señor y eso significa que puede hacer lo que quiera conmigo. -
Dilgear alzó la vista, dejando a un lado la liebre cuya carne y organos deboraba, para mirar al muchacho por un momento. Dilgear supusó que eran familia por los rasgos tan caprichosamente parecidos de el hechicero y el muchacho. Antes de regresar, como era ya costumbre en Dilgear, fueron al rio para que el hombre-bestia se deshiciese de la sangre que ensuciaba su hermoso pelaje marrón y marrón oscuro. Dilgear sintía algo más que compañerismo por aquel muchacho, eso provocó que su odio hacía el hechicero aumentase. Tras varias semanas más, Dilgear se encontraba atado pues a su amo se le había ocurrido modificar un poco su cuerpo. Dilgear era una criatura astuta y fuerte pero su peluda piel era blanda, las espadas y las flechas podría atravesarle fácilmente. El hechicero se valió de la magía y la cirugia para que los lacios pelos de lobo se volviesen pintiagudos y espinosos como los de los puercoespines. Más al pasar los dias, el hechicero comprobó que las placas de queratina sólo se volvían más gruesas cuando Dilgear se hallaba en peligro o era atacado. Al hechicero le gustó pues aún podía herirle, con magia. A partir de las modificaciones y el aguante del bandido, el hechicero de rojo, dibujandose en su rostro de finas y hermosas facciones una maliciosa sonrisa, llevaría su proyecto a otras dimensiones. Ya no le interesaba ayudar a nadie, si había alguna ventaja, sólo sus futuros guerreros las disfrutarían. El muchacho se vería forzado a recorrer muchos lugares, en busca de materiales tán diversos como hierro, barro o orihalcon y Dilgear se encargaría de traer sangre de diversas criaturas magicas. Por muchos lugares surgieron toda clase de rumores y leyendas sobre ellos, por lo que no fue difícil de que tarde o temprano alguna de ellas llegase a oidos de señores de alto linaje, nobles caballeros o reyes. Uno de esos reyes fue el soberano de Aerothus, uno de los reinos que toleraban y apoyaban la magía, siempre y cuando no atentase contra los humanos. En Aerothus se encontraban no sólo hechiceros, también residían varios elfos de sagrada sangre e incluso algunos Dragones dorados.
-¿Cómo? ¿Qué cerca de mí reino han habido toda clase de muertes? -Exclamó alzando la voz el gobernante al poco de ser informado de la terrible situación que se daba por reinos vecinos. -¡Eso no puede seguir así! ¿Y se tiene una idea aproximada de quién puede ser el culpable? -
Todos los presentes en la amplia y ornamentada sala, en la cúal el Rey solía dedicarse a la meditación o al deleite de disputar una partida de ajedrez con su caballero preferente, enmudecieron. Ninguno lograba dar una respuesta coherente por lo que se mantenían callados. El soberano los miró serio, muy serio hasta que una voz le dió una respuesta inesperada.
-Se trata de una bestía de gran tamaño, peluda y muy violenta. Dicen que es sirviente del diablo. -La respuesta vinó proveniente de un hombre todo tapado por mantones negros, enmascarado.
El soberano, que a pesar de respetar como todo Rey debía la fe impuesta por todos los reinos conocidos católica, no creía que el diablo tuviese nada que ver pero pensando con la cabeza fria, bien podía tratarse de un hechicero. Muchos reinos de los reinos que por aquellas tierras había no conocían la magía y la poca a con la que tenían contacto era considerada cosa del diablo. Al investigar al respecto, el soberano estaba poniendo en serio peligro a su reino. Llegando hasta el hechicero responsable, el Rey más que acobardarse o aceptar la oferta de que su reino no sufriría futuros males si miraba hacía otro lado, indignado le ordenó que detuviese a la criatura.
-Hechicero, como soberano que soy del Reino de Aerothus, te ordenó que detengas a la furiosa criatura... -
-¿O? -Interrumpió tranquilamente el hechicero de joven aspecto y ropas de elegante color rojo.
-¡Me veré obligado a apresarte llevandote a Aerothus! -Concluyó el Rey golpeando la mesa en la que se encontraba el hechicero apoyado. Las palabras del hechicero fueron bastante rotundas, sin embargo su voz ni se elevó encolarizada como la del gobernante ni se volvió temblorosa.
-Entonces, yo no podré asegurar ni su bienestar ni el de su gente. -
Sí, la destrucción del Reino de Aerothus fue muy sonada. Una demostración de lo poderoso y lo buen estratega que era aquel hechicero, con unas cuantas de sus criaturas y un poco de magía shamanistica de fuego y una grandiosa estrategia seguida al pie de la letra, el muchacho y su señor no sólo se adentraron en aquel reino, lo destruyeron y marcharon con gran cantidad de prisioneros que luego formarían parte del ejercito que estaba formando el hechicero de rojo.
-Mi señor te ofreció una solución sin violencia. Debiste aceptarla. -Fueron las palabras que el muchacho le dedicó al Rey antes de hundir su magnifica espada en el pecho del Rey, apareciendo una gran mancha de su real sangre. Una espada que era capaz de traspasar cualquier tipo de armadura. De regreso, el muchacho sería recompensado con un nombre, desde aquel día sería conocido como Cerberuss.
-¿Te gusta? Es el nombre que se le dió al perro de tres cabezas guardían de las puertas al inframundo. -Añadió al poco de otorgarle el simbolico nombre dirigiendo el rostro del muchacho hacía el con una mano dado que el muchacho mantenía la mirada gacha. Al muchacho los ojos de su señor le resultaron más rojos y penetrantes aquella noche que en cualquier otra noche anterior. Esforzandose por mostrar su agradecimiento, esbozó una sonrisa aunque cada vez era más costoso. Su amo y señor lucía igual que el borroso día en que se lo encontró. Era tan aterrorizadoramente bello, el muchacho no pudo evitar compararlo con Lucifeir, el angel más hermoso que ha habido y habrá, corrupto. Dilgear canalizaba su desarrollado oido, pues tan sólo podía disfrutar de la compañia del muchacho durante las batallas o durante las salidas al bosque. En el oscuro y sólo frecuentado por el hechicero sotano, Dilgear sólo escuchaba, sin por ello, quitarle los ojos de encima a las demás aberraciones, cuyo numero crecía.

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