viernes, 11 de febrero de 2011

FanFic Slayers RED PRIDE III



Este maravilloso dibujo no es mío, además creo que vendría a ser la portada de un comic pero lo pongo porque me encanta y porque le va a la tercera parte de esta historia ^^


NOTA DEL AUTOR (O AUTORA XD):
Esta parte vendría a ser la última, aunque si no me da tiempo, habrá que continuar un poco más XD Zaidos es un personaje cuyo nombre y similaridad con Dilgear me cautivó al leer el fanfic de QP Diana pero no es relevante, por lo que decidí que no sobriviviese a la transformación. Dilgear si sobrevive y poco a poco, sin ser consciente, va experimentado cambios hasta llegar a como se supone que es en Slayers, apariencia de lobo o hombre lobo pero a pesar del pelaje, un cuerpo resistente como el de Zelgadiss. Lo único que le he añadido es que adquiere la habilidad de usar magía. En esta parte pueden encontrarse situaciones muy desagradables, avisados quedais.


Dilgear, el anteriormente corpulento hombre, cerró los ojos y apretando los dientes, contuvó lo mejor que pudó el dolor. Sentía como la sangre se deslizaba y oía claramente como su carne era traspasada. Sólo tenía que aguantar un poco más, pronto, si todo lo que componía la parte interna de su cuerpo, le parecía adecuada a su captor, acabaría. El vistazo fue más rapido que con el anterior bandido pues el joven hechicero supusó que ambos habían recibido una alimentación parecida y habían fortalecido su cuerpo de modo similar. Los alargados y suaves dedos del hechicero cosieron con esmero el torso, aún humano, de Dilgear con el brillante hilo de araña restante. Dilgear tosió levemente y la sangre que se había ido acomulando en su fuertemente cerrada boca salió descendiendo por su barbilla un grueso hilo de sangre.
-Con cuidado, o el hilo de araña cederá dejando todas tus visceras a la vista. -Le aconsejó el hechicero tranquilo, sin alterar el suave tono de su voz.
Dilgear abrió los ojos, seguía vivo. Eso agradó al hechicero de rojas ropas, que no le quitaba sus rojos ojos de encima. Dilgear jamás habría supuesto que aquel joven era el individuo del que tanto se hablaba pues cuando aquella tarde, una tarde sin mucho que hacer, acercandose a Los reinos de Geirmann Oh, el que consideró un buen hombre les usaría para sus oscuros fines. Lo que sí tenía claro era que no desea morir por lo que cuando el hechicero le ordenó con las mismas palabras lo que ya había ordenado al difunto Zaidos, Dilgear obedeció. El animal que siempre le había fascinado era el lobo. Cada vez que su padre se dirigía hacía Los reinos de Castizo, famosos por sus tupidos bosques, el le acompañaba con la esperanza de ver algún lobo. Animal, cuya porte, pelaje y astucia le hacía carasteristico por esas zonas, tanto o más que la lince. Como si alguien o algo le tocase desde muy dentro, algunos de sus organos comenzaron a cambiar, sus costillas se arqueaban dolorosamente, su piel se cubría con sorprendente rapidez de recios pelos castaños como si cabellera, los ojos y la visión que le había ofrecido hasta la fecha, cambiaban también. Su nariz y sobretodo su mandibula se tornaba dolorosamente alargada, al igual que su lengua. Sus dientes tomaban nuevas posiciones, creciendo los caninos. El hilo de araña estuvo a punto de romperse pero tal y como previó el hechicero, nada se salió de su sitio. Los dedos de Dilgear se alargaron acabando en una pronunciadas garras y los pies de Dilgear además de perder la plana forma que antes poseían, retorciendose bruscamente, al igual que las otras partes de su ya no humano cuerpo, adoptaron la forma propia de las patas de un animal. Lo peor para Dilgear sería hacerse a la idea de que tenía una sobresaliente y peluda cola, que salió rasgando su sucio pantalón. Ahora Dilgear era una especie de lobo cuyas patas delanteras lucían mosculatura humana y cuyas piernas lucían apariencia y fortaleza animal. Una transformación muchisímo más lograda. Dilgear abría y cerraba sus nuevos ojos, los colores y las formas se le antojaban confusas. La seríe de sonidos que llegaban a sus desarrolladas orejas de animal y el pestilente olor que despedía el cadaver de Zaidos le atordían, por lo que fue sencillo perder la insconciencia.
-¡Despierta y levantate! Hay tanto que he de comprobar. -Exclamó una voz.
Dilgear abrió los ojos con brusquedad y se llevó la mano al pecho, sus pulsaciones se habían vuelto más rapidas, posiblemente debido a aquella inesperada orden. Su niptálope visión seguía resultandole un fastidio, por lo que aturdido se dejó guiar mansamente hasta la salida. El sonido del exterior le indicó que se encontraba en un bosque pero el barro que se incrustaba sobre sus pies y parte de las piernas, le traían a la mente de imagen de un pantano. Un olorcillo traspasaría el hocico de Dilgear, produciendo al principio asco pero luego hambre. El muchacho, que se encontraba detrás del joven de rojo, observó como aquel gigantesco lobo se lanzaba como una fiera corriendo a cuatro patas hacía lo lejos, como poseido por algo.
-¿Va a permitir que esa bestia salga por ahí sin tomar medidas? -Preguntó el muchacho sujetando su espada. -¿No le preocupa que pueda atacar a alguien? Mi señor. -
-Sinceramente, no mucho pero si tanto te preocupa, siguelo y si ves que ataca a algún insensato, matalo. -Le respondió el hechicero, con expresión divertida, como si la preocupación que sentía el muchacho le resultase amena.
El muchacho miró a su señor, tomó aire y corrió hacía la misma dirección a la que aquello que el consideraba una criatura malvada se había lanzado. No hizo falta que el muchacho interviniese. El propio Dilgear, viendose reflejado en el rio, con el hocico y las garras cubiertas de sangre, retomó la humanidad. La visión de si mismo que el cristalino rio le devolvía lo tenía tán chocado que no percibió que el culpable de tal aspecto se encontraba a sus espaldas.
-En vez de ponerte a llorar como un chiquillo asustado, deberías enorgullecerte. -
-¿Así? ¡¿Por qué?! -Quisó saber Dilgear sin ni siquiera girar la cabeza para mirar cara a cara al hechicero de sanguinolentas ropas y oscuros planes. El que sería a partir de ese momento su amo, colocandose junto a él, arrodillandose un poco, colocó una mano sobre el peludo hombro izquierdo de Dilgear, le explicó:
-Pues porque eres afortunado. Estas experimentando algo que muy pocos experimentaran, tu fuerza crecerá y pronto alcanzarán nuevas habilidades. -
-Afortunado... -Repitió Dilgear lentamente, como reflexionando el significado de esa palabra. -Pues yo me siento más bien monstruoso... -
-Puede que ahora no lo comprendas e incluso te desagrade pero llegado el momento, comprender todo esto no te importará tanto. -Interrumpió el hechicero al hombre con aspecto e instintos de bestia, siendo este su modo de finalizar la conversación.
El joven cuyas ropas eran de vivo color rojo se levantó al presentir al muchacho, que se aproximaba a ellos desembainando su espada a dos manos. Dilgear, por el rabillo del ojo, contempló como con un simple gesto por parte del joven de rojo, el chaval frenó.
-¿Pero no dijiste que si hacía daño a alguien debía matarlo? -Trataba de confirmar el muchacho, hallandose sorprendido al ser detenido de tal modo por su señor.
-Sí pero he cambiado de opinión. Al fin y al cabo, estoy en deuda con la criatura. -
La contestación del hechicero esclareció la sospecha de que aquel individuo era el mismo que Dilgear deseaba que no fuese. El hombre-bestia se levantó y observó, ya a plena luz del día, al joven. Era él. Las rojas ropas, los lisos y limpios oscuros cabellos, su clara y joven piel, sus ojos tapados por una tela de color similar a sus ropas. Ahora Dilgear lo que realmente necesitaba saber era por qué un hombre de La iglesia se dedicaba a crear monstruos. Durante mucho tiempo fue su mayor obsesión pero al no obtener una respuesta concisa, Dilgear tuvo que deshacerse de esas dudas hasta que un día, por fin aquel extraño joven le dijo:
-Se qué te empeñaste en ayudarme porque me considerabas un hombre de Dios. A menudo me encuentro en esa situación, fingiendo ser algo que no soy, suceso que me enoja pero te perdono ya que así es como nuestros destinos se han unido. -
Dilgear, en vez aliviarse, se llenó de angustia pues comenzó a ser otro titere del individuo temido y visto como el mismísimo diablo.


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